Annabelle

Annabelle


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Charlie respiraba pesadamente cuando se sentaron en el coche. Había algo en las personas en crisis que hacía que sus bronquios se encogieran. Pensó en la madre, Nora: en esas manos que no cesaban de moverse, en su mirada de pánico, en su rabia.

—¿Mal de los nervios? —dijo Anders mientras daba marcha atrás para salir de la casa de Fredrik y Nora—. ¿La gente todavía utiliza expresiones como ésa?

—Eso parece —contestó Charlie pensando en que era absurdo irritarse por la elección de unas palabras en un momento como aquél. «Estar mal de los nervios», ¿no era ése el caso?

—¿Y tú qué crees?

—¿Sobre qué?

—Sobre la madre. Parecía bastante… inestable.

Charlie se volvió hacia él:

—¿No lo estarías tú si te desapareciera una hija?

—Pensaba también en sus problemas psíquicos; sabes muy bien lo que una persona psicótica es capaz de hacer.

—La mayoría de las personas psicóticas son completamente inofensivas.

—Sí, y luego están las que no lo son.

—Exacto —dijo Charlie—, y también aquéllas a las que se las considera sanas y que son más malas que el diablo.

—Vale, vale. No te cabrees.

—No me cabreo, lo que pasa es que estoy harta de los que creen que todos los enfermos mentales son un peligro para la sociedad.

—Yo no he dicho eso. Ni tampoco lo creo.

Charlie suspiró mientras pensaba en todo el desconocimiento que había sobre la psique humana. A ella siempre le había interesado el tema; en primaria ya había intentado comprender por qué Betty no era como las demás madres: ¿por qué se pasaba los días acostada en la cama sin hablar con nadie? ¿Por qué no era como una de esas madres que preparaban la bolsa de deporte para la clase de gimnasia, que horneaban pan y que compraban los regalos cuando a sus hijas las invitaban a un cumpleaños?

—Lo de si han sido violentos con Annabelle —comenzó Anders—, ¿realmente te pareció oportuno preguntárselo?

—Es una pregunta que hay que hacer —zanjó Charlie antes de sacar su teléfono para buscar en Google «psicólogo municipio de Gullspång», pero lo único que apareció fue una página de información turística y diferentes actividades para familias con niños.

Suspiró pensando en todo lo que no había en Gullspång: psicólogos, asistencia en situaciones de crisis, especialistas. Luego escribió «pastor Gullspång» con la esperanza de que aquel viejo pastor hipócrita que había oficiado el funeral de Betty se hubiera jubilado ya. Apareció un nombre y un número de teléfono. Charlie lo marcó y enseguida saltó en el contestador la voz de un hombre joven que se presentaba como Hannes Palmgren y que se lamentaba de no poder atender al teléfono en esos momentos, aunque si querían dejar un mensaje, él devolvería la llamada en cuanto pudiera. Charlie dejó un mensaje antes de realizar una nueva búsqueda en Google con la idea de que tal vez hubiera más pastores. Sin embargo, lo único que encontró fue una lista de sacerdotes que estaban de guardia en la región de Västra Götaland.

—¿Y por qué no llamas a uno de ésos? —preguntó Anders cuando Charlie empezó a soltar maldiciones.

—Es que quiero que sea alguien que pueda venir, ¿no lo entiendes? Una llamada telefónica no serviría de mucho —sentenció Charlie antes de callarse y pensar que, en esa situación, no había nada que pudiera ayudar a esa madre. Nada excepto encontrar a Annabelle; encontrarla rápidamente y con vida.

—No son creyentes —comentó Anders—. Quizá no sea la mejor opción mandarles un pastor.

—Es una crisis, todo el mundo se vuelve creyente en una crisis. Además, ¿qué otras opciones tenemos cuando no hay ni psicólogos ni nada?

—Ya, aunque parece que el pastor tampoco está localizable —dijo Anders.

—Habrá que hacer otro intento si no llama pronto.

Empezaron a hablar de lo que sabían de Annabelle. De sus estudios bíblicos, de su interés por la lectura, de sus excelentes notas…

—Es contradictorio —constató Anders.

—¿El qué?

—¿A ti no te lo parece? Una chica a la que le gusta salir de fiesta e ir por ahí ligando y tonteando con unos y con otros, pero que al mismo tiempo lee muchísimo, participa en las actividades de la parroquia y obtiene excelentes resultados en el instituto.

—Una cosa no tiene por qué excluir a la otra —aclaró Charlie—. Y en cuanto a lo de que ligaba mucho…, no creo que haya que tomárselo muy en serio. Es sólo un rumor. En lugares como éste no se necesita mucho para que se extienda un rumor.

—Parece que lo dices por propia experiencia —le comentó Anders.

Charlie no contestó. No tenía ni tiempo ni ganas de hablar de ella ni de sus experiencias.

—La conozco —dijo para cambiar de tema—. Me he encontrado con Nora alguna vez, pero no sé dónde.

—Me imagino que debes de haber conocido a bastante gente en este lugar.

—Pues sí, supongo que sí —respondió Charlie.

—En cualquier caso, es raro —comentó Anders mientras tomaba la carretera general— que no hubiera ningún pariente con ellos.

—No creo que estén para muchas visitas.

—Me refiero a los más allegados.

—No todo el mundo tiene a alguien allegado —contestó Charlie mirando por la ventana.

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