Annabelle

Annabelle


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A la hora del desayuno el comedor estaba casi vacío. Erik apareció y dijo que los de Missing People habían desayunado a las cinco y media.

—Hoy hará más calor aún —agregó mirando por la ventana—. Esta noche, la gente vendrá sedienta. Espero que… —se detuvo algo avergonzado por pensar en los negocios en un momento así—. Espero que la encuentren hoy y que esto termine de una vez por todas.

Charlie le pidió a Anders que se fuera sin ella a la comisaría. Quería ir andando sola, pensar, comprar tabaco. A pesar de que la noche anterior no se había excedido en absoluto con las copas, se sentía algo mareada y tenía sudores fríos. «Es el síndrome de abstinencia —pensó—. Necesito sertralina». Había llamado a su centro de salud y le habían dicho que todavía le quedaban tres meses de prescripción, de modo que todo cuanto debía hacer era acercarse a una farmacia a lo largo del día.

Al llegar a la comisaría, el ambiente estaba tenso. Se advertía que todo el mundo andaba muy estresado por no haber avanzado en la resolución del caso. Porque ninguna declaración ni ningún dato los habían conducido a nada.

—Una chica no puede desaparecer de la faz de la tierra así como así —dijo Olof mientras se paseaba por la sala con una taza de café de la que no bebía—. Si no ha desaparecido por propia voluntad, cosa de la que no hay ningún indicio, en algún lugar tendrá que estar… Se detuvo frente al enorme mapa que colgaba de la pared y empezó a señalar todas las zonas que habían peinado: el turbal de las afueras del pueblo, los prados, y todas las casas y granjas abandonadas que se encontraban en un radio de seis kilómetros. Tampoco los rastreos del lago y del río habían dado resultado alguno.

—El río es la hostia de profundo —apuntó Micke.

—¿Y qué tiene que ver la profundidad? —se extrañó Olof.

—Que Annabelle puede estar allí, que es imposible rastrearlo todo.

Olof lo interrumpió y dijo que era verdad que todavía no les había dado tiempo a rastrear todo el río, pero que si ella se encontrara allí, las corrientes la habrían arrastrado hacia las compuertas.

—No necesariamente —repuso Micke—. Ahí abajo la profundidad es enorme; hay grandes profundidades bajo la superficie, y raíces, y palos, y ramas… Podría haberse quedado enganchada en cualquier sitio. —Se volvió hacia Charlie y Anders—. Joder, lo que hay ahí es todo un paisaje subacuático. No es la primera vez que desaparece gente en ese lago.

—¿Gente? —Olof arqueó las cejas—. ¿En quiénes estás pensando?

—Estoy pensando en… Joder, ¿cómo coño se llamaba aquel borrachuzo?

Charlie sintió que casi se quedaba sin aliento. Un extraño alivio recorrió su cuerpo al ver que nadie parecía recordar su nombre.

—De eso hace ya una eternidad —dijo Olof—. ¿Tú ya habías nacido?

Micke miró a Olof como ofendido por recordarle lo joven que era. Sí, ya había nacido. Y no, no lo había olvidado, porque sus hermanos mayores siempre solían hablar de eso cuando iban al río a bañarse.

—Si está en el río, la encontraremos —zanjó Olof—. Y en ese caso es tan sólo una cuestión de tiempo, pero mientras tanto seguiremos con los interrogatorios.

Repasaron los nombres de los chicos a los que había que tomarles declaración más detalladamente. El exnovio era uno de ellos, dijo Olof. Seguro que todos entendían por qué… Y luego Svante Linder, porque no se había mostrado muy participativo la primera vez que hablaron con él.

—Anoche —dijo Charlie—, William Stark, Svante Linder y algunos más estuvieron en el motel.

—¿Armaron bronca? —preguntó Olof.

—Tanto como eso no, pero se les veía alterados. Svante provocó a William dándole un empujón.

—Svante siempre está metiéndose en líos —comentó Olof.

—En fin, como hemos dicho, debemos interrogarlos a todos de nuevo —remarcó Charlie—. Pero antes de nada quiero hablar con la mejor amiga de Annabelle: Rebecka Gahm.

—Ya le hemos tomado declaración, y no sabe más que los otros —respondió Micke.

—Pues si alguien sabe algo es ella. ¿Tienes algo en contra de que la interroguemos de nuevo?

—Claro que no. Es sólo que pensé que…

—Muy bien —le interrumpió Charlie—. Por cierto, ¿has hablado con tu abuela y las amigas que están con ella en el grupo de lectura?

—Sí, la verdad es que he tenido tiempo de hablar con todas. Con la última esta mañana. Pensionistas —les comunicó con una sonrisa—; ahora que por fin pueden quedarse durmiendo todo lo que quieran, van y se levantan a primera hora.

—¿Y? —dijo Charlie—. ¿Alguna novedad?

—Nada especial, exceptuando que Annabelle parecía ser muy popular en el grupo. Todas las mujeres comentaban casi las mismas cosas de ella: que tenía curiosidad, que era muy lista y que siempre iba bien preparada. Una joven realmente muy poco común.

A Charlie le entraron ganas de preguntar qué había de raro en que una chica joven fuese lista, pero no disponía ni de fuerzas ni de tiempo para seguir enfrentándose a Micke.

—¿Cuándo tuvieron su última reunión?

—El domingo pasado —contestó Micke.

—¿Advirtieron algo diferente en Annabelle?

—No. Al menos nada que me hayan contado a mí.

Charlie se imaginó a Annabelle sentada en una silla frente al altar de la iglesia, rodeada de señoras de pelo gris y del pastor. Se la imaginó enfrascada en un profundo debate y vio las sonrisas y las miradas de aprecio de aquellas mujeres. «¿Quién eres, Annabelle? —pensó—. ¿Quién eres y adónde has ido?».

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