Annabelle

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Allí y entonces

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Allí y entonces

Alice y Rosa pasan por delante del viejo molino de la colina. Grande, rojo y poderoso proyecta su alargada sombra hacia las casitas más pequeñas y humildes de la calle.

A Rosa no le gusta acercarse demasiado a «la mansión», como ella lo llama, pero cuando van a bañarse es inevitable hacerlo.

Benjamin se encuentra sentado junto a su hermano en una manta extendida sobre la hierba. Benjamin va un curso por delante de ellas. Rosa lo llama «el bobo». Rosa le odia. ¿Por qué? Dice que porque es… bobo. No le gusta la gente boba.

—¿Y tú qué miras, bobo? —le grita a Benjamin. Y, como él no contesta, Rosa se acerca y le pregunta qué está leyendo.

—Nada —dice Benjamin para, a continuación, cerrar el libro.

—¿Qué tienes en el cuello? ¿Un colgante?

—No, es una piedra natal con una perla auténtica.

—Pues yo creo que es un colgante.

—Un colgante —repite John-John pasándose la mano por el cuello, de donde le cuelga uno idéntico al de su hermano.

Rosa niega con la cabeza. ¿Chicos con colgantes? ¿Y piedras natales? Nunca ha oído hablar de piedras natales.

—Nos las dio papá —explica Benjamin—. Son perlas auténticas.

—Son perlas auténticas —repite Rosa imitándolo antes de dirigirse a Alice—. No entiendo por qué les compran perlas a unos críos tan pequeños. ¿Tú lo entiendes, Alice?

Alice niega con la cabeza porque, para empezar, no comprende por qué se compran perlas.

Benjamin se levanta y responde que él no es ningún crío, que, de hecho, es mayor que ellas. Rosa dice que se refería más bien a John-John.

En ese momento, la madre de Benjamin sale a la escalera. Les grita que se vayan de su casa inmediatamente.

Rosa señala el suelo con el dedo y le explica que no están en su casa, que se hallan fuera de los límites de su terreno, pero eso a la madre de Benjamin le da igual. Además, añade, también son los propietarios del terreno que se encuentra al otro lado de la valla; bueno, para ser exactos, de todo lo que se extiende hasta el lago. Y quiere que Rosa se mantenga tan alejada de allí como le sea posible.

Rosa se queda inmóvil, petrificada, mientras mira a la madre del bobo. A Alice le da cosa ver así a su amiga. Coge a Rosa del brazo e intenta llevársela, pero no puede.

—Quizá yo también debería ir a buscar a mi madre —comenta Rosa.

Y entonces la madre de Benjamin dice que seguro que la señora Manner está ocupada con otros menesteres, que lo más probable es que se encuentre en la cama, trabajando.

—¿Qué hostias quieres decir? —pregunta Rosa—. ¿Qué hostias quieres decir con eso?

—Creo que sabes a lo que me refiero. Todo el mundo sabe a lo que se dedica tu madre. No entiendo por qué no pone un gran cartel en la fachada. Total…

—¿Es que te lo ha contado tu marido? —le espeta Rosa.

No había hecho más que terminar la frase cuando la madre de Benjamin se acercó a Rosa y le pegó una bofetada en toda la cara.

—¿Estás llorando? —inquiere Alice cuando llegan al lago—. ¿Estás triste?

Rosa niega con la cabeza. No parece haberse dado cuenta de que su rostro se ha llenado de lágrimas. Alice se sienta a su lado.

—Pasa de esa familia —le comenta—. No dicen más que chorradas.

Rosa permanece callada. Se rasca tanto la picadura que un mosquito le ha hecho en la espinilla que empieza a sangrar. Luego se vuelve hacia Alice y le dice que está contenta de que sean amigas, que todo resulta mucho más fácil cuando se tiene una hermana, que se podría decir que se han salvado mutuamente.

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