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Capítulo 15

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El bar en cuestión era una vinatería y estaba a escasos cien metros de la urbanización. Se llamaba La Cantina y su especialidad eran los pinchos. Los había de todas las clases y tamaños; con pan blanco, de centeno, integral. Incluso tenían una panera de cristal con pinchos elaborados sin gluten.

Olivia y Mario se acodaron en la barra. Pidieron dos cervezas y un par de pinchos cada uno. La camarera, una mujer de mediana edad con la cara tan maquillada que Olivia se preguntó cuánto tiempo emplearía en desmaquillarse, era de las que les gusta hablar con los clientes. En aquellos momentos discutía con uno de ellos, un hombre de mediana edad, sobre la amenaza que estaba sufriendo Europa por los colectivos islamistas. Aún estaba muy reciente el atentado del Manchester Arena, en el que habían fallecido veintidós personas.

—No sé adónde vamos a llegar. Londres, París, Niza… Si los gobiernos europeos no fueran tan permisivos con la entrada de inmigrantes, otro gallo cantaría —decía la camarera acalorada.

—Yo los metería a todos en un barco y después lo hundiría en alta mar —contestó el parroquiano dando un sorbo a su bebida—. Por cierto —continuó el hombre—, ¿sabes quién ha muerto?

La mujer negó con la cabeza, sin mucho interés, mientras aclaraba unas copas.

Olivia se puso alerta.

—El hijo de Pascasio —informó el hombre dando otro sorbo.

—¿El hijo de Pascasio? —preguntó la mujer esforzándose en ubicar al tal Pascasio.

—Pascasio, el maestro. El hijo vivía aquí al lado, en la urbanización de los depósitos.

—No caigo —replicó la mujer.

—Sí, hombre… el marido de la gallega. Ruiz.

La mujer abrió los ojos de forma desmesurada, con asombro, y dejó de lavar las copas para apoyar ambas manos, goteando agua, en la barra.

—Aaaah… Pero ¡qué me estás contando!… ¿Cuándo murió? Si ayer estuvo aquí por la tarde.

—Solo sé que apareció muerto. Lo estaban comentando en Correos hace un momento.

—Paraba mucho por aquí. Y la mujer también venía de vez en cuando.

Olivia agudizó el oído. No daba crédito. Si el nombre de la víctima estaba en la calle, era de esperar que también estuviera en la redacción de Las Noticias.

«A tomar viento la exclusiva», pensó Olivia con amargura. De repente, se le había quitado el apetito.

—… pero no era trigo limpio —continuó diciendo el hombre de la barra—. Mató a su padre a disgustos.

—Beber, bebía bastante…, eso sí lo puedo asegurar —le contestó la camarera bajando la voz—. Venía casi todos los días y le gustaba darle al cubata.

—Bebía y más cosas que se comentan. Anduvo por Lugo muchos años —prosiguió el hombre—. De aquí tuvo que marcharse cagando centellas antes de que lo lincharan. Si no hubiese sido por el padre, que lo sacaba de los líos… Era un mal bicho —concluyó como si el último calificativo explicara, de manera definitiva y sin dejar lugar a dudas ni a otras deducciones, todas las acciones pasadas de Guzmán Ruiz.

—Pues la mujer es muy agradable y parece muy prudente. Viene a veces con el hijo —apuntó la camarera, que ahora limpiaba la barra con un paño húmedo. «Agradable» no era precisamente la palabra con la cual Olivia hubiera descrito a Victoria Barreda.

—La mujer es por lo menos veinte años más joven que él. Tonto no era, no —continuó el hombre, que hizo un sonido gutural con la boca en señal de falsa complacencia.

A Olivia le pareció que aquel hombre, aunque fuera de oídas, conocía al muerto y no le tenía demasiada simpatía. En realidad, a ella tampoco le gustaba la víctima.

Recorrió el bar con una mirada rápida, mientras se decidía a intervenir en la conversación. El local no estaba demasiado concurrido a aquella hora. Había una pareja sentada en una de las mesas en actitud cariñosa y un grupo formado por tres mujeres en otra, y parecía que ninguno de ellos prestaba atención a cuanto acontecía más allá de su mesa.

—Tonto no debía de ser porque vivía bien. Él era bastante desaliñado en el vestir, pero la mujer y el hijo van siempre de punta en blanco. Y ahí donde viven… —La camarera hizo una pausa mientras calculaba mentalmente el precio del chalet de Guzmán Ruiz y frotó el pulgar con el índice—… barato no es.

Na —rezongó el hombre meneando la cabeza—. Si tenía dinero, te digo yo que no era ganado de forma honrada. De Lugo volvió escopeteado, con la misma prisa con la que se marchó para allá hace treinta años.

Olivia no pudo contenerse más:

—¿Hace mucho que viven aquí? —preguntó dirigiéndose a ellos.

Tanto el hombre como la camarera se volvieron a mirarla. Él la estudió de arriba abajo de forma descarada. La camarera detuvo el brazo con el que sacaba brillo a la superficie de la barra. Tras unos segundos de indecisión, la mujer respondió:

—Unos cuatro años. ¿Y usted es…?

Olivia tiró de la manga de Mario y acortó los diez metros de barra que la separaban de ambos contertulios aproximándose a ellos.

—Soy Olivia Marassa, periodista de El Diario. Estamos investigando la vida de Ruiz para un reportaje humano.

El hombre soltó un gruñido y le dio la espalda, mostrando así la opinión que le merecía la prensa.

La camarera, en cambio, abrió sus maquilladísimos ojos, alargó el cuello y se atusó el pelo con ambas manos.

—No sé mucho de su vida. Solamente que venía por aquí a menudo, que bebía cubatas como si fueran agua y que le sacaba unos cuantos años a su mujer —respondió la mujer acercando su rostro al de Olivia—. ¿Lo vais a publicar?

—¿A qué se dedicaba Guzmán Ruiz? —interrogó Olivia, obviando la pregunta de la camarera y dándole un codazo a Mario, que este tradujo enseguida como un «vete al coche a por la cámara».

—No lo sé —reconoció de mala gana la mujer mientras seguía con la mirada a Mario, que salía del local—. ¿De qué murió?

—No se sabe —mintió Olivia—. Apareció muerto esta madrugada en un polígono. Pero se desconocen los detalles. Y la policía no suelta prenda. Tratamos de llenar los vacíos.

El hombre de la barra se mantenía en silencio y de espaldas a Olivia.

—Sebastián, tú lo conocías mejor —instó la mujer al enfurruñado cliente.

—Yo no quiero saber nada de la prensa —rezongó—. Son carroñeros.

—Vamos, hombre. Cuéntales lo que sabes —insistió la camarera.

El hombre se giró poniéndose de frente a la barra, pero sin mirar a la periodista. Tenía el ceño fruncido y parecía meditar la conveniencia o no de hablar con ella.

—Antes dijo que Ruiz tuvo que marcharse a Lugo de joven, que siempre estaba metido en líos. ¿Qué tipo de líos? —inquirió Olivia aprovechando el capote que le había echado la camarera.

—Era un picha brava —contestó Sebastián sin mucho ímpetu.

Olivia sacó su cuaderno de notas del bolso.

—Pero algo tuvo que pasar para que se viera obligado a huir, algo gordo. ¿Dejó embarazada a alguna chica? ¿Menor, quizá?

Sebastián se volvió hacia la periodista. La camarera adelantó la barbilla en actitud expectante y Olivia levantó la vista de su cuaderno, esperando una respuesta que tardó unos segundos en llegar:

—Guzmán Ruiz siguió los pasos de su padre. Era profesor en el colegio de aquí, de Pola de Siero. Hace treinta años de esto. Guzmán estuvo unos años dando clases. Algo pasó. No sé el qué. Pero se comentó que tuvo un lío feo con alguien del colegio.

—¿Hace treinta años? —Olivia estaba sorprendida. No pensaba que la diferencia de edad entre Guzmán y su mujer fuera tan grande. Victoria Barreda no tendría más de cuarenta años. Y por lo que contaba Sebastián, Ruiz debía de pasar ya de los sesenta.

—Sí, Guzmán Ruiz pasaba de los sesenta —confirmó Sebastián siguiendo el hilo de sus pensamientos.

—Cuando habla de lío feo, ¿se refiere a un lío de faldas? —continuó Olivia.

—En realidad, no lo sé. Yo en aquella época andaba más preocupado de estrenarme con chicas de mi edad. Solo sé que hubo bastante revuelo y que se marchó de un día para otro. No volvió por Pola de Siero. Ni cuando murió su padre.

—Hasta hace poco…

—Hasta hace cuatro o cinco años. Volvió casado, con un hijo y se dice que escapando de otro escándalo en Galicia. —Sebastián apuró su bebida—. Cóbrame, Marisa. Es hora de irse.

—Espere… ¿Tiene más familia aquí en Pola de Siero? ¿Amigos?

—No. Solo tenía a su padre y murió hace años —dijo el hombre mientras pagaba las consumiciones—. Y amigos… de su calaña, seguro. Personas normales, como usted y yo, lo dudo mucho. ¿Quiere hacer un reportaje humano? Pues le deseo suerte porque hasta donde yo sé, Guzmán Ruiz era de todo menos humano.

El hombre se encaminó a la puerta sin despedirse. Se cruzó con Mario, que llegaba cargado con su equipo fotográfico.

—¿Has sacado algo en limpio, Livi? —preguntó mientras recuperaba lo que le quedaba de cerveza.

—No te pongas cómodo. Nos vamos.

—¿Ahora? —Mario no ocultó su enfado—. ¿Para qué me has hecho ir al coche a por la cámara?

Estaba levantando la voz. La camarera los observaba con cara divertida.

—¿Os pongo otra? —ofreció sin apartar la vista de ellos.

Olivia suspiró.

—¿Podemos hacer una foto del bar?

—Por supuesto.

—¿La puedo citar?

Marisa lo pensó durante un segundo.

—Sí, por qué no. Me llamo Marisa Palacio y soy la propietaria.

Olivia sacó una tarjeta del bolso y se la ofreció a la mujer.

—Si por casualidad oye algo, ¿me llamará?

Marisa asintió, cogiendo la tarjeta y poniéndola debajo de la caja registradora.

Mario sacó la cámara de la bolsa y disparó un par de fotos del interior del local. Una vez fuera, hizo lo mismo con la fachada del establecimiento.

—Hay que llamar a Granados —decidió Olivia.

—¿Otra vez?

—Sí. Nos tiene que ayudar.

—Lo vas a tener difícil.

—Ya lo sé. Pero hay que intentarlo.

Mario guardó la cámara de fotos y se encaminó al coche.

—Creo que tendrías que llamar a Dorado —sugirió el fotógrafo—. No le va a gustar lo que tienes que contarle.

Olivia caminó en silencio y pensativa hasta que llegaron al coche. Se apoyó en el capó y se dio un momento para respirar profundamente.

—Sí, creo que tienes razón. Primero a Dorado y luego a Granados. Me temo que vamos a necesitar un poco de ayuda si queremos publicar algo digno sin repetir lo que ya contamos en la edición digital. Vamos a mi casa.

La periodista entró en el coche y miró hacia el chalet donde había vivido Guzmán Ruiz con su mujer y su hijo. Una casa bonita, una familia aparentemente normal, una buena vida… todo fachada. Olivia empezaba a pensar que Guzmán Ruiz era una manzana podrida y había muerto por eso.

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