Angel

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Casi no sentía miedo al galopar hacia el ganado; por lo menos, no demasiado. Pero sabía lo que estaba haciendo. Había visto actuar así. La estampida había sido iniciada por un disparo. Otro disparo la desviaría hacia atrás. Pero como los animales estaban muy asustados, era preciso esperar hasta encontrarse bien cerca antes de disparar a fin de que el ruido los obligara a volverse.

Solo sacó su rifle cuando estuvo casi junto a ellos. Disparó dos veces, pero el efecto no fue el esperado. El hato, en vez de girar en círculo, se dividió en dos dejando a Cassie en el centro exacto. Y esas dos mitades no tardaron en cerrarse sobre ella.

Los aterrorizados animales que pasaban a toda velocidad impidieron que Angel la alcanzara. Él también disparó su arma para abrirse paso hacia ella; con eso logró tan sólo desviar a unos pocos novillos. Eran demasiados e iban demasiado aprisa como para que él pudiera filtrarse. Y la muchacha, apenas visible, estaba atrapada en el centro de esa masa. Por lo que Angel podía ver, el caballo estaba fuera de control. No tenía espacio suficiente para girar en redondo a fin de acompañar la marcha del ganado. Y enseguida vaciló; las patas traseras cedieron y la mujer desapareció con él.

De pronto Angel fue presa de un miedo como no lo había experimentado en su primer roce con la muerte. Ahora aceptaba la posibilidad de morir. Era parte del oficio. Pero esto era diferente. Esto lo obligó a describir un círculo alrededor del hato para poder introducirse desde atrás. Vació su rifle contra la masa sin fijarse que blanco hacía y chilló a todo pulmón. No tardó en encontrarse tan atrapado como Cassie entre los animales que pujaban a su alrededor mugiendo. Pero al menos avanzaba con ellos en dirección a la muchacha, aunque ya no podía verla.

Oyó otro disparo, pero no sabia si lo había lanzado ella o si por fin haba aparecido alguno de los dos vaqueros y galopaba junto a la masa tratando de detenerla. Un momento después reapareció el caballo de Cassie algo mas adelante. La muchacha no estaba a la vista.

Se estiró sobre el caballo para tirar de ella a través de la silla. Su propósito era seguir tirando hasta tenerla sana y salva en su propia montura, pero ella levantó la pierna para sentarse. Al parecer no estaba muy herida. Angel tomó las bridas de la muchacha y logró que el caballo volviera grupas para avanzar con el hato; poco a poco fueron desviándose hacia un lado.

Por suerte la mayor parte de la estampida había quedado atrás y no tardaron mucho e llegar a terreno despejado. Pero Angel solo se detuvo al llegar a un árbol solitario que crecía al pie de la colina por donde había aparecido el ganado. Allí desmontó y tomó cuidadosamente a Cassie para llevarla hasta el árbol. Allí la sentó contra el tronco.

Bajo la capa de polvo que los cubría a ambos estaba pálida como la muerte. Por eso la voz del hombre sonó tan áspera al interpelar:

—¿Dónde se hirió?

—Estoy bien — logró decir ella antes de un ataque de tos que duró varios segundos—. Me pisaron un pie, pero no creo tener nada roto. Eso sí, me vendría bien un poco de agua. Es como si hubiera tragado la mitad del polvo de Texas.

No era eso lo que él esperaba oír. En cuclillas a su lado, se quedó inmóvil durante un largo instante observándola. Ese tiempo le llevó comprender que la mujer no estaba herida en absoluto, solo asustada. Su enojo creció en proporción directa con su alivio. Pero lo contuvo. Tenía ganas de estrangularla por el miedo que le había hecho pasar, pero supuso que ella ya había tenido bastante. No necesitaba.

—¡Condenada estúpida! ¿No tiene un poco de sentido común?

Se levantó mientras gritaba eso y, sin esperar respuesta, se acercó a su caballo en busca de una cantimplora. Al regresar la dejó caer descuidadamente en el regazo de la mujer. Ella tardó en recogerla. Desconfiaba demasiado de esa expresión tan colérica.

—¿Y bien?

—Supongo que no tengo — dijo ella apaciguadora.

—¡Ya lo creo que no! Eso era una estampida, señorita. Nadie se pone deliberadamente al paso de algo así.

—Creí poder desviarlos. Iban directamente hacia los pastos de los MacKauley. Y últimamente, cuando encuentran algún novillo de mi padre no lo devuelven. Ya nos faltan unas treinta cabezas. Por eso he tratado de mantener al hato contenido.

—Posiblemente por eso fue tan fácil provocar la estampida — dijo él con disgusto—. ¿Y a cuál de los bandos supone usted que debemos esto?

Ella se relajó visiblemente al ver que Angel ya no le gritaba. Hasta se enjuagó la boca; luego tomó un largo trago de la cantimplora antes de responder

—Esto lleva la marca de los Catlin. Y los disparos vinieron de sus tierras.,

—El otro bando podría haber dado la vuelta para dar esa impresión — señaló Angel.

—Cierto, pero los MacKauley se han limitado a amenazarme, mientras que los Catlin no dejan pasar semana sin hacer algo para que me vaya. Además, ninguno de los bandos trata de disimular lo que hace ni de echar las culpas al otro. Les conviene hacerme saber que han sido ellos.

Él se quedó pensando mientras contemplaba los esfuerzos de la mujer por desatar el nudo de su pañuelo con dedos trémulos. Por fin se puso en cuclillas a su lado para desatárselo. Ella se echó hacia atrás al ver su mano cerca, pero después lo dejó aflojar el nudo y quitarle el pañuelo del cuello.

—Debiera haberse cubierto con esto — dijo gruñón mientras mojaba la tela roja y se la entregaba.

—Lo se, pero no tuve tiempo para pensar en cosas como esa. Pese a lo que usted pueda creer, no me surgen naturalmente. Aunque me haya criado en un rancho, nunca trabajé con ganado como mi madre.

Él no dijo nada. La mujer tardó un momento en quitarse el polvo de la cara con el pañuelo húmedo. Cuando hubo terminado, él lo tomó para frotarle algunos sitios que ella había pasado por alto. Entonces la muchacha lo miró con asombro.

—¿Por qué se muestra tan gentil?

Los ojos negros la miraron ceñudos.

—Para que no tenga un aspecto tan lamentable cuando la golpee.

Cassie se quedó boquiabierta. Él la subió el mentón para cerrarle la boca. Luego volvió a mojar el pañuelo rojo y lo usó en su propia cara. Como había tenido el buen tino de cubrirse el rostro antes de lanzarse a la nube de polvo levantada por el hato, no tenía tanto que limpiar.

Cuando él terminó, Casi estaba probando el pie.

—¿Le echo un vistazo? — ofreció él.

La mujer lo miró con aspereza dado su último comentario, pero él parecía sincero. De cualquier modo, dejar que le tocara el pie descalzo... La idea la estremeció.

—No gracias. Puedo mover todos los dedos, así que es solo una magulladura.

El ceño del hombre se acentuó al mirarle el pie.

—Hasta eso es demasiado. Iré a hacer una visita a esa gente, si usted me indica el rumbo.

“Esa gente” debían de ser los Catlin.

—Oh no. — Ella sacudió enfáticamente la cabeza. — Me niego absolutamente.

Él se levantó para gruñirle:

—Eso que pasó aquí era una estampida, señorita. Alguien podría haberse herido, incluido yo. Y especialmente usted.

—Ellos no tenían esa intención

—¡Me importa un cuerno qué intención tenían! — había vuelto a gritar. — Usted debería haber puesto fin a esto desde un principio. Que yo sepa, no ha faltado a ninguna ley No tienen derecho a intimidarla.

Cassie suspiró; acababa de ocurrírsele que ahora él estaba enojado por ella, no contra ella. Eso era mucho más fácil de soportar.

—En casa, cuando la gente se enoja conmigo, mi madre siempre se hace cargo — admitió melancólicamente. Me protege con ferocidad, supongo que porque soy su única hija. Pero como ella siempre me resuelve los problemas, no tengo mucha experiencia en solucionarlos por mi cuenta. Parece que no me estoy desempeñando muy bien con el primer intento.

—Eso parece, sí

Ella se erizó ante ese tranquilo reproche.

—No crea que no podría amenazar también con buenos fundamentos. Si llevo revolver no es sólo para defenderme de las serpientes. Lo uso muy bien, probablemente tanto como usted. — Pasó por alto el bufido del hombre. — Pero no es mi modo de actuar.

—Quizá no. En cambio es el mio. Y para cosas como ésa me contratan. Así que permítame hacer lo mío.

—Lo suyo es matar gente. Y no quiero que se mate a nadie por algo que yo comencé. ¿No le he explicado con claridad?

—Cuando el asunto se refiera solo a usted, obedeceré. Cuando me involucre a mí, no me quedaré cruzado de brazos, ¿me estoy explicando con claridad, señorita?

—Un momento, caramba — protestó ella, levantándose con furia. — Aquí nadie le ha hecho nada. Que no se le ocurra hacer de esto un asunto personal.

—Pasó a ser un asunto personal cuando supe quien es usted. Es vecina de Colt. Y Colt es el único hombre al que le considero mi amigo. Eso lo convierte en algo personal.

Para eso Cassie no tuvo respuesta; no se le había ocurrido que él pudiera ver las cosas de ese modo. Además, no parecía que él estuviese dispuesto a esperar más información, iba ya hacia su caballo.

De cualquier modo había que intentarlo.

—¿Qué piensa hacer?

Él montó antes de responder:

—Primero iré a hablar con el comisario. Si las autoridades se encargan de esto yo me retiro.

Eso, que habría debido encantar a la mujer, le arrancó un gemido.

—No se moleste. Este año el comisario es pariente de los Catlin. Si la denuncia fuera contra los MacKauley la tendría en cuenta, pero contra sus propios familiares no hará nada.

—En ese caso tendré que hablar con los Catlin al fin y al cabo.

En ese momento ella solo pudo pensar en su relato sobre el socio que tenían un comisario a sueldo, por lo cual él había tomado la ley en sus manos.

—Por esta vez ¿no podría actuar de un modo algo diferente?

—¿Cómo?

—Las armas no son la solución de todo. Si usted no disparara contra nadie en esta zona, yo lo consideraría un favor personal.

Él tardó un momento en contestar. Esos pecaminosos ojos negros lograron enervarla antes de que lo hicieran sus palabras.

—Usted ya está en deuda conmigo, señorita. Dudo que quiera aumentarla......, pero lo tendré en cuenta.

El color volvió a sus mejillas, violento, pero él ya no estaba allí para verlo. Cassie rezó por que no pudiera hallar el rancho de los Catlin. Y porque, si lo hallaba, Buck Catlin no estuviera allí. Aunque Buck no tuviera el genio vivo de los MacKauley, era dos veces más arrogante. ¿Y cómo se atrevía Angel a tomar a la ligera su petición recordándole esa deuda ridícula, si ambos sabían que él no la toma en serio? Era solo una broma de inquietantes posibilidades.

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