Angel

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Jocelyn Fleming, duquesa viuda de Eaton, no estaba prestando la menor atención a la cabellera reluciente que cepillaba. Observaba por el espejo de su tocador a su amante; sentado en la cama en la que acababan de pasar una agradable hora jugaba con una hoja de papel. Ya estaba vestido con su habitual atuendo de pantalones negros ceñidos, camisa azul, pañuelo rojo... y mocasines hasta la rodilla. La chaqueta de venado con flecos pendía del poste de la cama. Por esa noche no le haría falta, pues su hermana y su cuñado vendrían a cenar. En realidad, no podían tardar en llegar.

No por primera vez ella se preguntó si podría hacerle poner un traje para la boda. En realidad lo dudaba. Dudaba también que fuera a cortarse el pelo negro, que otra vez le llegaba hasta debajo de los hombros. No lo llevaba corto desde que había estado a punto de morir bajo el látigo en el porche del mismo rancho en que se encontraban.

Aún sufría por él cada vez que veía esas cicatrices. El ya no se las ocultaba. Jocelyn había decidido no pedirle jamás que se cortara el pelo, pues lo llevaba largo deliberadamente para que nadie dudara de su condición de mestizo. La decisión debía ser sólo de él si alguna vez lograba terminar con sus viejos rencores.

Le gustaba pensar que lo estaba ayudando en ese sentido. Por lo menos ahora se le veía más similar al hombre feliz y satisfecho que la hermana le había descrito, en vez del semisalvaje agrio que ella había obligado a acompañarla hasta Wyoming. No olvidaría hasta su muerte la expresión de Colt cuando ella accedió a pagarle los cincuenta mil dólares que él pedía para servirle de guía. El dinero de su querido Edward nunca había servido para darle tanto placer como ese día.

—Está bien, Colt. Renuncio — dijo, atrayendo hacia el espejo la mirada de aquellos ojos azul celeste—. Ya no soporto la curiosidad. Dime, ¿qué es lo que te hace fruncir el entrecejo?

—Esta condenada carta de Angel.

—¿Cuándo llegó?

—Estaba en la ciudad esta mañana cuando fui. Y ni siquiera puedo decir que sea una carta. Son dos frases nada más, pero no puedo quejarme. Probablemente tuvo que pedir a alguien que se las escribiera. Y él nunca ha sido muy expresivo.

Ella enarcó levemente las cejas.

—¿Tratas de que compadezca a ese despreciable amigo tuyo sólo porque no sabe leer ni escribir?

—Nunca le pregunté si sabía, pero lo dudo mucho dada su crianza. Y no puedes estar todavía enojada con él por esa treta que te jugó en Nuevo México.

—¿Que no puedo? Ese día creí que iba morir. Él podría haberme dicho que estaba de mi parte, en vez de dejarme pensar lo peor.

—Si tú hubieras creído otra cosa, Longnose habría sospechado algo y ¿quién sabe si tú y Angel habríais podido salir con vida? No digo que haya actuado bien pero sí que tenía las mejores intenciones. Tú llevabas tres años huyendo de ese hombre sin saber siquiera cómo era. Te convenía saberlo de una vez.

—Debo reconocer que en eso tienes razón — concedió ella.

—Y algo más. Si cuando Longnose apareció aquí, en tu dormitorio, tú no hubieras sabido de inmediato quién era, no habrías podido actuar con la celeridad con que lo hiciste. Y quizá te habría matado antes de que yo llegara a liquidarlo.

Jocelyn no había pensado en eso, pero aún detestaba la idea de tener algo que agradecer a Angel. Dijo deliberadamente:

—Me estabas hablando de esa carta. ¿Qué es lo que te preocupa?

—No me preocupa — gruñó Colt—. Me desconcierta.

—Lo disimulas bien.

Él le clavó una mirada penetrante.

—Dice que vendrá dentro de una semana.

—Estupendo. — Jocelyn suspiró—. A tiempo para la boda. Justo lo que yo deseaba. ¿Tiene algún traje por lo menos?

—Vas a pagar por eso, duquesa.

Ella le sonrió con dulzura.

—¿Prometido?

Él se puso detrás de ella.

—Mi cuñado tiene razón. A las mujeres hay que retorcerles el cuello de vez en cuando.

—Si me pones una mano encima, Colt Thunder, no puedo prometerte que estemos disponibles cuando llegue tu hermana.

Él se inclinó para lamer la piel desnuda junto al tirante de la camisola.

—Jessie sabrá comprender.

—Pero Philippe no.

—No importa — le aseguró él—. De cualquier modo, tengo ganas de liquidar a ese temperamental cocinero francés. Podría ser hoy, si cedo a...

—¡Basta! — Ella rió entre dientes. — ¿Qué más dice tu condenado Angel?

Colt volvió la vista al papel con el entrecejo fruncido.

—Me pide que vigile a su entrometida esposa hasta que él llegue.

—No sabía que fuera casado — comentó Jocelyn—. ¿La conozco?

—¿Cómo quieres que lo sepa? — inquirió él—. A mí tampoco me la ha presentado.

El entrecejo de la joven imitó al suyo.

—¿Y cómo quiere que la vigiles?

—Que me maten si lo sé — replicó Colt exasperado—. Angel no acostumbra ser críptico. Bueno, lo es, pero no tanto. Debe de pensar que yo sé a quién se refiere, pero no hay nada de eso.

—¿La describe?

—Acabo de decirte, palabra por palabra, todo el contenido de la carta. Dos malditas frases.

—Bueno, en realidad la describe... como entrometida. ¿Conoces a alguien así?

—En estos parajes hay una sola mujer que todos consideran entrometida, pero no puede tratarse de ella. Estaba de visita en casa de su padre que vive en... Texas.

—¿No iba Angel hacia allá cuando se separó de nosotros en Nuevo México?

El meneó la cabeza, no como negativa sino como expresión de asombro.

—Me niego a creer que... Angel se haya casado con Cassie Stuart. — Ya ves que sabías a quién se refería él después de todo.

—Cassie Stuart es una señorita muy correcta y bien educada, Jocelyn. Ella y Angel formarían una pareja tan desigual que darían risa. La gente como ella lo asusta a muerte.

—Eso podría ser muy interesante. — Lo miró por el espejo. — Espero que se trate de ella, aunque tendré que empezar a compadecerla de inmediato.

Él le rodeó lentamente el cuello con las manos.

—¿Cómo que lo sabes? — preguntó Jessie ceñuda. Detestaba que le arruinaran una buena sorpresa—. ¡Cassie me lo ha dicho apenas hoy! ¿Cuándo te lo contó a ti?

—No me lo contó ella — replicó Colt otra vez desconcertado—. Me enteré, por una carta de Angel. Pero aún no puedo creerlo. ¿Angel y Cassie?

—Lo mismo dije yo. Pero es muy cierto aunque no vaya a durar mucho tiempo. No se casaron por propia voluntad. Los ayudaron algunos texanos furiosos.

—Bueno, eso es un poco más creíble — reconoció Colt—. Aunque no me explico que Angel lo haya permitido.

—Tal vez porque deseaba que así fuera.

Colt, Jessie y Chase miraron a Jocelyn sorprendidos. Fue Colt quien le preguntó:

—¿De dónde sacas esa loca idea?

La duquesa se encogió de hombros.

—Si no quería casarse ¿se refería a ella diciéndole "mi esposa" en vez de llamarla por su nombre? Un hombre que detesta estar en deuda, como tú aseguras, ¿te pediría que la vigilaras cuando él mismo llegará muy pronto? Y ahora que lo pienso, ¿por qué se preocupa tanto por ella? ¿La muchacha está en algún tipo de problemas?

Fue Chase quien respondió, pues Jessie y Colt aún estaban masticando la desconcertante lógica de Jocelyn.

—Si conocieras a la damisela no harías esa pregunta. Cassie Stuart tiene por costumbre meterse en problemas de todo tipo porque es muy entrometida.

—No me gusta esa palabra, Chase — se quejó Jessie en defensa de su amiga—. Cassie tiene un gran corazón y le gusta ayudar a la gente.

—Aunque la gente no quiera ayuda.

Jessie le clavó una mirada sombría por esa interrupción. Típicamente, él se limitó a sonreírle. Y para poner en duda parte de la lógica de su novia, Colt agregó:

—La madre de Cassie es perfectamente capaz de cuidarla. Hace años que se encarga de sus problemas.

Ante lo cual la duquesa se limitó a arrojar otro bocadillo de lógica para que mascullaran.

—Tal vez Angel considere que ahora ella está bajo su responsabilidad.

—Eso puede ser cierto, Colt — reconoció Jessie—. A fin de cuentas, Angel insistió en consumar el casamiento cuando podría haberío hecho anular si no la tocaba.

—Bueno, qué conversación interesante habéis tenido las dos esta mañana — comentó Chase, riendo entre dientes.

—¿Eso te dijo Cassie? — preguntó Colt a su hermana algo abochornado.

Jocelyn, al ver que se ruborizaba, se echó a reír.

—Los hombres perecen tener ese problema de vez en cuando.

—Es muy probable que a mí me ataque esta misma noche — dijo Chase.

Su esposa le arrojó una servilleta por encima de la mesa... pero no le apartó el pie que él había deslizado bajo su falda y con el cual le estaba frotando la pantorrilla. Disimuló una sonrisa secreta que sólo él captó.

—Bueno, no me importa lo que digáis — dijo Colt a los presentes—. Conozco a Angel como nadie y no voy a aceptar nada de todo esto mientras no lo sepa de sus propios labios. Pero mientras tanto, será mejor que vaya mañana al Lazy S para asegurarme de que la supuesta esposa de Angel se está comportando bien.

—Iré contigo — se ofreció Jocelyn—. Me gustaría conocer a esa pobre e infortunada muchacha.

—Duquesa... — comenzó Colt, sólo para verse interrumpido.

—No importa lo que digas, Colt Thunder. Ese amigo tuyo no me gustará nunca.

—No pensarás decírselo a la esposa, ¿verdad?

—No, por cierto. Creo tener buenos modales... aunque alguien debería instarla a divorciarse ahora que puede.

—No serás tú, duquesa — dijo Colt inexpresivo—. Al fin y al cabo, sólo se permite un entrometido por distrito. A los demás se los fusila.

—¿Más costumbres del Oeste? — preguntó ella en un tono tan seco como el habitual de su amiga Vanessa—. Qué bonito.

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