Angel

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A las dos de la mañana Catherine aporreó la puerta de Angel. Parecía decidida a derribarla. Cuando Angel abrió, los otros huéspedes de la pensión habían salido ya al pasillo para echar un vistazo a lo que los despertaba.

Ella iba acompañada por dos de sus vaqueros más recios. Angel no vestía más que sus pantalones... y su revólver. Su primera idea fue que ella pensaba hacerlo sacar de la ciudad, sobre todo porque llevaba otra vez esa maldita bolsa negra. Pero en ese caso habría debido ser más discreta. El revólver con que apuntó a sus visitantes decía bien a las claras que no pensaba moverse de allí. Y como lo habían despertado de un sueño muy agradable sobre la hija de esa señora, no estaba de humor para oír más insultos.

—Si trata de darme ese dinero otra vez, lo quemaré — le advirtió.

—No es para usted. He venido a contratarlo.

—¿Para que abandone el país? — se burló él.

—No, para que vaya en busca de Cassie. ¿Estuvo aquí? Su caballo aún está atado al porche.

—No la he visto. Pero ¿qué significa eso de ir a buscarla? ¿Dónde está?

—La tienen secuestrada en una cabaña, al pie de las colinas. Por el tosco mapa que dibujaron, diría que es una vieja cabaña de cazadores, no lejos de mi rancho. No sé cuántos hombres son, pero quieren veinte mil dólares para no... para no matarla.

Angel bajó lentamente el arma. Sólo entonces vio lo pálida que estaba Catherine. Probablemente él tenía el mismo aspecto.

Ojalá estuviera mintiendo, ojalá fuera sólo una trampa para deshacerse de él. ¿Podía la mujer ser tan astuta? Probablemente sí, pero el miedo que vio en sus ojos le dijo que no se trataba de eso.

—¿Cómo ocurrió esto?

—Ella me acompañó hoy a la ciudad. Cuando volvimos a casa salió sola. Me dejó dicho que iba a dar un paseo, nada más, pero si su caballo está aquí supongo que venía a visitarlo. Si usted no la ha visto, deben de haberla apresado casi en cuanto llegó aquí.

—¿Y no piden más que veinte mil?

La sorpresa del hombre era comprensible. Todo el mundo sabía que los Stuart eran ricos desde hacía varias generaciones.

—Al parecer, no saben cuánto dinero tengo — dijo Catherine—. Es una suerte, pero sólo en un aspecto, que tenga esa suma en la mano y no necesito esperar a la mañana para retirarlo del banco. Sólo porque había tratado de sobornarlo para que abandonara la ciudad.

Su leve rubor le dijo que ella también lo recordaba. Se acentuó al agregar:

—Los otros cinco mil están todavía en la bolsa. Eso dijo usted que cobraba por cada trabajo, ¿no?

—Sáquelos.

—¿Cómo?

—Saque esos cinco mil. No voy a trabajar para usted, señora Stuart. Por ningún motivo.

Al decir eso le volvió la espalda. Catherine dio un paso adelante con lo que se encontró dentro de] cuarto.

—Es preciso — dijo, en tono suplicante—. No sé por qué, pero dicen que sólo aceptarán el dinero de sus manos. Si lo lleva cualquier otra persona...

Mientras se ponía la camisa, el interrumpió:

—No he dicho que no lo llevaré.

—En ese caso, permítame pagarle.

—¿Por rescatar a mi esposa? — Hizo una pausa para clavarle una mirada sombría. — Ella sigue siendo mi esposa, ¿no?

Catherine volvió a ponerse roja sospechando que él no se movería mientras no recibiera una respuesta.

—Sí — le espetó.

Angel continuó vistiéndose.

—¿Dónde está esa cabaña?

—He traído a Jim para que le indique dónde está, pero él no podrá servirle de apoyo. Dijeron específicamente que usted debía ir solo.

—Ya lo esperaba. ¿Tiene idea de quiénes pueden ser esos hombres? ¿Enemigos suyos, quizá?

—Míos, no. Pero de usted sí, posiblemente.

—¿Por qué?

Ella se encogió de hombros insegura.

—Tal vez me equivoque, pero Cassie vio hoy en la ciudad a alguien que la impresionó mucho. Según afirmaba, era el hombre que usted mató en Texas.

—Allá maté a más de uno.

—¿Que Cassie supiera?

—No. Tuvo que ser Rafferty Slater. Pero los muertos no se levantan.

—Es lo que dije — replicó Catherine—. Pero ella insistió en decir que el hombre era exactamente igual al que usted mató. La única explicación razonable es que tuviera un hermano, tal vez un gemelo.

—Y el hermano podría querer una pequeña venganza — concluyó Angel mientras se ponía el impermeable—. Gracias por la advertencia.

A Cassie le castañeteaban los dientes. La cabaña no estaba bien construida. El frío se había filtrado por las tablas del suelo durante toda la noche. Por una grieta grande de la pared penetraba un viento helado que le daba en la espalda. El fuego se mantenía, pero Gaylen la había atado en el rincón opuesto donde el calor no le llegaba.

Habría podido arrastrarse por el suelo para acercarse al hogar, pero Gaylen ocupaba todo el espacio; Cassie no soportaba la idea de estar cerca de un hombre que iba a dispararle estando así, indefensa y atada de pies y manos. Por eso se quedó donde estaba. Probablemente a él no le molestaría al despertar descubrir que ella había muerto d frío. De ese modo se ahorraba una bala.

Por fin regresó Harry. La miró mucho antes de acomodarse para dormir, también frente al fuego. Hasta agregó otro leño, sin que el calor llegara hasta Cassie. Y después, del modo en que la había estudiado, como si no le molestara calentarla personalmente, ella decidió no acercarse a ninguno de ellos aunque se congelara.

En algún momento debió de quedarse dormida, aunque no era su intención. No supo con certeza qué la despertó. Posiblemente el castañeteo de sus dientes. Pero aún era de noche. Aunque la cabaña no tenía una sola ventana, la luz del sol se habría filtrado por las grietas.

Ahora tenía las manos completamente entumecidas. Había pasado una hora larga tratando de estirar el pañuelo a fin de sacar por lo menos una mano, pero Gaylen la había maniatado con tanta fuerza que sería preciso cortarlo. Dudaba de que él se molestara en hacerlo antes de matarla.

Pasó largo rato con la vista fija en la puerta preguntándose si valía la pena intentar la fuga. Sólo un lazo de soga enganchada a la pared impedía la entrada a los intrusos. Ella habría podido soltar el lazo con los dientes; con la barbilla se podía operar el pestillo. Pero la puerta estaba mucho más cerca de los dos hombres que de ella; temió que, si abría, la ráfaga fría despertara a los hombres, porque difícilmente podría cerrar tras ella contra la fuerza del viento. Además, no llegaría muy lejos rodando y arrastrándose por las colinas. Y Gaylen podía decidirse a matarla si se veía obligado a perseguirla. Eso no serviría de nada a Angel cuando llegara. Mucho menos, a ella.

Trató de mover las piernas y descubrió que estaba completamente acalambrada. Se golpeó la cabeza contra la pared y dejó escapar un gemido. No recordaba haber tenido nunca tanto frío, tanta angustia... tanto miedo. No quería morir. Se preguntó si Gaylen lo pensaría mejor si ella se lo decía. Estuvo a punto de reír. Era tan inconsciente como ella había creído a Angel en otros tiempos. Pero Angel tenía un sentido de la justicia profundamente arraigado. La justicia de Gaylen era el asesinato a sangre fría.

—¿Cassie?

Era el viento que le hacía oír cosas. No podía ser...

—Despierta, Cassie, maldición.

Se inclinó hacia adelante para girar hacia la pared mirándola con los ojos dilatados.

—Estoy despierta — susurró excitada—. ¿Angel?

—¿Puedes abrir la puerta?

—Lo intentaré, pero tal vez tarde un rato. Me tienen atada.

—No importa. La derribaré.

—No — dijo en voz queda—. Si la derribas no conseguirás más que despertarlos. Deja que yo lo intente primero.

—Está bien, pero darte prisa.

¿Darse prisa, cuando el cuerpo le dolía tanto que apenas podía moverse? En realidad, ante la inminencia del rescate los músculos acalambrados parecían doler mucho menos que antes.

Como no había muebles que le bloquearan el paso, tenderse y rodar por el suelo era más rápido que avanzar a rastras. Lo que no resultó fácil fue erguirse sobre las rodillas, pero tras varios intentos lo consiguió.

La verdadera dificultad la presentó el lazo de soga. Aunque desde lejos no parecía muy seguro, estaba mucho más estirado de lo que ella había supuesto y enganchado a un clavo curvo. Logró asir un lado de la soga con los dientes, pero por mucho que tiró no pudo deslizar el extremo sobre el gancho. Y tratar de ponerse de pie para utilizar las manos sería perder el tiempo, pues tenía los dedos demasiado entumecidos.

Por fin tuvo que acercar la boca a una rendija.

—¿Angel?

Él estaba allí, esperando.

—¿Qué?

—Tengo dificultades con la cerradura de soga. Tal vez, si abres la puerta y empujas un poco la soga se tense lo suficiente para que yo pueda soltarla.

La respuesta fue hacer lo que ella había sugerido. Cassie observó la cuerda con atención, lista para detenerlo si la veía estirarse siquiera un poco. Habría sido mejor que vigilara el otro lado de la puerta. La presión aplicada por Angel hizo saltar los herrumbrados goznes y la puerta giró súbitamente hacia ella desde ese lado.

Su grito de sorpresa fue demasiado instintivo para silenciarlo. Casi de inmediato oyó exclamar detrás de ella:

—¿Qué diablos...?

Y de inmediato desde delante:

—Hazlo, por favor.

Cassie se escurrió por debajo de la puerta, que ahora colgaba de ese maldito lazo de cuerda, y vio que Angel apuntaba el arma hacia Gaylen y Harry, ardiendo por apretar el gatillo a la menor excusa.

—Tú debes de ser Angel — dijo Gaylen.

—El Angel de la Muerte — replicó Angel por primera vez en su vida.

—¿No trajiste el dinero? — Aun en ese momento ante el abrupto fin de sus planes, Gaylen lucía una expresión casi indiferente, Harry, a su lado, parecía a punto de desmayarse—. Eso no lo había imaginado.

—El dinero está fuera. Por casualidad, la madre lo tenía a mano. Si lo quieres, desenfunda.

—Eso sería muy deportivo de tu parte, a no ser porque nunca fallas.

Angel se limitó a sonreír. Cassie se enfureció al escucharlos. Tenía frío y hambre; le dolía todo y la puerta la había golpeado en la cabeza al caer de lado.

—Si no vas a dispararles, ¿te molestaría hacer otra cosa con ellos para que podamos irnos?

Dio a su voz el tono más glacial que pudo, pero eso no atrajo la atención de Angel, que se limitó a asentir con la cabeza. Luego se adelantó e indicó por señas a Gaylen que se volviera. En cuanto él obedeció, la culata del revólver crujió contra su cráneo.

Harry vio caer a su amigo con los ojos muy abiertos. Luego Angel se volvió hacia él.

—¿No podrías atarme, simplemente?

—Podría dispararte, simplemente.

Harry se apresuró a girar para recibir su golpe. Cassie lanzó una exclamación de disgusto. El hombre tenía razón.

—¿Por qué no los amarraste? — quiso saber.

Angel la miró por primera vez.

—Es más fácil hacerlo si están así. Ahora los ataré.

—¿Tienes un cuchillo para liberarme?

El sacó uno de la bota. A la madre no le habría gustado enterarse de que tenían la misma costumbre.

—¿Estás bien? — preguntó por fin mientras le cortaba las ataduras.

—No podría estar mejor — respondió ella, seca.

No habría podido explicar por qué estaba tan enojada con él. Posiblemente porque había visto lo mucho que deseaba matar a Gaylen... o porque necesitaba que la consolaran con un abrazo y estaba segura de no recibirlo.

—En realidad, me asombra que lo hayas dejado vivir — comentó—. Es probable que lo condenen sólo a unos pocos años de cárcel por lo que trató de hacer aquí. ¿No te preocupa que vuelva a buscarte cuando salga?

—De Rafferty nunca supe nada, pero Gaylen es otro cantar. Es él, ¿no?

—Eso dijo.

—Bueno, lo buscan por asesinato en Colorado y en Nuevo México. Es seguro que uno de esos jurados lo mandará a la horca.

—Yo creía que no te molestaba matar a alguien que fuera a ser ahorcado.

—Me molesta cuando tú estás presente — dijo él. Luego preguntó: — ¿Cómo te secuestraron?

—Porque anoche vine a la ciudad para verte.

—¿Sola? ¿Y desarmada? — observó él dando a entender que lo consideraba una gran estupidez—. ¿Para qué querías verme?

—Ahora no tengo por qué decírtelo — respondió ella muy rígida.

—¿Querías prevenirme con respecto a Slater?

—¿Y si así fuera?

—No pensé que te importara.

—Me importas.

—¿Cuánto?

—Demasiado, diablos — replicó ella en un tono áspero que contrastaba con el de Angel. Pero arruinó su confesión al agregar—: Como no somos enemigos, supongo que somos amigos. Y yo me preocupe por todos mis amigos.

La expresión sombría del pistolero dijo que no soportaría más descaro. Luego la dejó para atar a los hombres inconscientes. Ella permaneció donde estaba, frotándose las manos para recobrar la circulación. Luego fue en busca de sus botas.

Se movía con dificultad pues aún le dolían los músculos. Y comenzaba a fastidiarse consigo misma. Habría debido sentirse aliviada. Ella estaba a salvo. Angel estaba a salvo. Habría debido darle las gracias en vez de protestar. Pero seguía sin recibir ese abrazo.

—Esto fue demasiado fácil — observó él acercándose por detrás. Ella giró para mirarlo.

—No te esperaban hasta mediodía; por eso no se molestaron en montar guardia.

El entornó súbitamente los ojos.

—¿Alguno de ellos te tocó, Cassie? Dime la verdad.

—¿Ahora que todavía estás a tiempo de matarlos?

—Sí.

No se podía decir que no fuera sincero, por cierto.

—No, no me, encontraban atractiva.

—Deben de estar ciegos.

Las mejillas de la joven empezaron a arder agradablemente.

—¿Tú me encuentras atractiva, Angel?

—¿Qué demonios crees? — dijo él, antes de estrujarla entre sus brazos.

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