Amnesia

Amnesia


Capítulo 11

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Capítulo 11

 

Paul encontró a Max hablando con el nuevo electricista que habían contratado. Tanto Max como Paul llevaban en la obra desde las siete, como todos los días. Eran casi las doce y aquella era la primera oportunidad que había tenido en toda la mañana para hablar con él.

Paul le pasó a Max una lata de refresco que había sacado del refrigerador de la caseta de la obra, decidido a tomarse un descanso; dio un sorbo a su propio refresco y comentó, mirando a su socio de reojo:

— ¿Qué? ¿Qué tal le van las cosas a Lady Fortune?

—Muy bien.

La respuesta fue deliberadamente vaga.

— ¿Todavía no ha recuperado la memoria?

—No —contestó Max, con la mirada fija en la lata de cola.

— ¿Todavía no recuerda nada?

Max se encogió de hombros.

—Dice que tiene algunas imágenes flotándole en la memoria, pero no consigue unirlas —y él vivía aterrado, pensando en el día en el que lo hiciera.

Paul expresó los pensamientos de Max en voz alta.

— ¿Durante cuánto tiempo crees que podrás seguir alargando esto?

Max soltó una risa, aplastó la lata que tenía en la mano y caminó a grandes zancadas hasta la caseta para tirar el recipiente a la papelera.

—No lo sé.

— ¿Sabes? Si yo estuviera en tu lugar, creo que buscaría la forma de decirle la verdad antes de que la averigüe por sí misma.

Max tiró la lata.

—Sí, es una buena teoría —se volvió para mirar a Paul con la mente puesta en Kristina—. Pero difícil de llevar a la práctica.

Paul estudió el rostro de su amigo. Su socio parecía extrañamente pensativo aquel día. Se preguntó si su actitud tendría que ver con la reforma del hostal o con Kristina en particular. Probablemente fuera con aquella mujer.

— ¿Sabes? —comenzó a decir Paul—. Como en realidad estás utilizando todo esto para llevar a cabo los cambios que ella intentó forzarte a realizar, creo que facilitaría las cosas que le dijeras quién es realmente. Además, no creo que ahora quiera despedir a nadie. Dices que se lleva muy bien con los demás empleados, ¿no?

—En realidad ahora mismo forman una feliz familia. June y Sydney también quieren que le diga la verdad.

— ¿Y?

— ¿Y cómo le dirías a alguien que te has aprovechado de su amnesia para mentirle, para hacerle pagar por su conducta sin que termine odiándote?

Paul asintió. Se alegraba de no estar en el lugar de Max.

—No es fácil.

—Exactamente.

—Hay algo más, ¿verdad? —preguntó Paul tranquilamente.

No tenía sentido intentar ocultarle nada a Paul. Cuando se proponía algo, era tan tenaz como un pit bull.

—Sí, hay más.

Paul miró a su amigo y sacudió la cabeza.

—Oh, no.

Max miró bruscamente a su amigo.

— ¿Cómo que «oh, no»? Todavía no te he dicho nada.

—No hace falta que me lo digas. Me basta con mirarte a la cara. Estás loco por ella, ¿verdad?

Max quería negarlo desesperadamente, tanto ante sí mismo como ante su amigo. Pero sabía que no tenía sentido. Eso no cambiaría la verdad.

—Sí.

— ¿Y eso es malo? —era una pregunta retórica. Podía ver en su cara la respuesta.

A la boca de Max asomó una sonrisa irónica.

—Eso depende del punto de vista. Aunque, personalmente, creo que es malo lo mires por donde lo mires. En cuanto Kristina recupere la memoria, no tengo la más remota posibilidad de que esto salga adelante.

—Quizá no la recupere...

— ¿Y qué tendría que hacer en ese caso? ¿Mentirle durante el resto de mi vida? —sabía que estaba respondiendo de muy mal humor, pero no podía evitarlo—.Todo empezó casi desde el principio —le confesó—. En cuanto Kristina abrió esos enormes ojos azules y me miró como si fuera una niña abandonada.

Max se encogió de hombros, deseando poder deshacerse de la sensación de culpabilidad que lo embargaba.

—Yo solo le mentí porque quería conservar los puestos de trabajo de mis empleados. Lógicamente, se suponía que no podía hacer nada sin mi consentimiento, pero ella es una Fortune y los Fortune consiguen todo lo que quieren.

— ¿Y por qué le mientes ahora?

—Ya te lo he dicho —la impaciencia le atenazaba la garganta—. Porque no puedo decirle la verdad sin salir t quemado. Y porque hasta que Kristina se entere de la verdad, sigue siendo Kris Valentine, una mujer dulce y llena de vida que huele como las flores silvestres y... —Dios, se estaba poniendo hasta poético. ¿Pero qué demonios le pasaba?

—Estás enamorado de ella.

—No, no estoy enamorado —respondió Max con vehemencia—. Solo me siento atraído por ella.

—Estás enamorado de ella. Te he visto con suficientes mujeres como para reconocer la diferencia —lo miró preocupado—. Estás repitiendo todo lo ocurrido con Alexis.

Paul solo estaba diciendo lo que Max tenía miedo de admitir ante sí mismo. La única diferencia era que no se había acostado con Kristina. Aunque no le hacía falta hacerlo para saber cómo se sentiría si lo hiciera.

—Sí, con el mismo final «feliz» esperándome al final de la historia. Kristina está recuperando la memoria y, si no me estrangula por haber estado engañándola durante tanto tiempo, terminará volviendo a un mundo al que yo no pertenezco.

Frunció el ceño, recordando la imagen de aquel mundo que Alexis le había descrito antes de abandonarlo.

—No viviría en ese mundo aunque me pagaran por ello —añadió Max con firmeza—. Es un mundo lleno de hipócritas que en vez de ovejitas cuentan dólares para quedarse dormidos.

Paul miró a su amigo confundido.

— ¿Y ella también es así?

—Kristina Fortune sí —le habían bastado cinco minutos en su compañía para darse cuenta de eso—. Pero Kris no. Si pudiera hacer algo para que continuara siendo así, lo haría, pero no puedo —no tenía ningún sentido seguir engañándose—.Y cualquier día llamará alguien de su familia, o se presentará en el hostal —se frotó la cara, desesperado—. Dios mío, conociendo a la gente de su clase, probablemente me denunciarán por secuestro o algo parecido.

Después de terminar su explicación, Kristina apagó el ordenador y se volvió hacia su alumna.

— ¿June? —la recepcionista arqueó una ceja y esperó su pregunta—. ¿Me gustaba Max antes del accidente?

—La verdad es que solo habíais intercambiado unas cuantas palabras —June observó el rostro de Kristina, temiendo encontrar en él alguna señal que indicara que sus palabras le habían despertado la memoria—.Y si a ti te gustaba, la verdad es que lo disimulabas muy bien.

—Entonces a lo mejor he tenido suerte.

June no estaba muy segura de lo que Kristina pretendía decir.

— ¿Y eso?

Kristina se echó hacia delante en el sofá y ahuecó los almohadones.

—Quizá haya sido una suerte haber perdido la memoria. Porque de esa forma no he dejado que el pasado me inhibiera —se volvió hacia June—, Me resulta imposible imaginarme que Max no me gustara. Cada vez que me mira, siento que el estómago me da más vueltas que una de esas crepés de Sam.

June soltó una carcajada. No había nada que le gustara más que los inicios de un romance.

—Sí, nuestro Max es magnífico, en eso estoy de acuerdo contigo. Si tuviera algunos años menos, te aseguro que lucharía por él.

Kristina miró con inquietud hacia la puerta. Aquella noche Max iba a llegar tarde. Y estaba lloviendo otra vez. Quizá ni siquiera durmiera en el hostal.

Suspiró.

—A veces creo que Max está realmente interesado en mí y otras tengo la sensación de que solo son imaginaciones mías...

—Bienvenida al mundo del amor, un mundo en el que los caminos siempre están llenos de obstáculos.

—Dímelo a mí —musitó Kristina. Se sentó en el brazo del sofá y se abrazó a uno de los cojines mientras fijaba la mirada en el oscuro paisaje que apenas se vislumbraba detrás de la ventana—. Cada vez que creo que todo va mejor entre nosotros, Max se aleja de mí —miró implorante a June. Aquella mujer conocía a Max mucho mejor que ella y quizá June pudiera darle alguna pista—. ¿Estoy haciendo algo mal?

Conmovida, June salió de detrás del mostrador, se acercó a ella y posó la mano en su hombro.

—Nada. Solo tienes que darle tiempo. Max ya salió escarmentado de otra relación.

Kristina ni siquiera había pensado que podría haber habido alguien además de ella.

— ¿Max está divorciado?

—Ni siquiera tuvo oportunidad de llegar tan lejos — vio que estaba confundiendo a Kristina y le explicó—: Estuvo a punto de casarse.

Un ceño acompañaba sus palabras. A June nunca le había gustado Alexis. Con la vista infalible de una mujer que había acumulado experiencia durante más de sesenta años de vida, había calado a Alexis Wexler en cuanto la había visto: era una arribista sin corazón.

—Max estuvo comprometido con esa niña repipi — June alzó desdeñosamente la barbilla—. Una mujer con un cuerpo formidable, pero a la que se olvidaron de ponerle el corazón. Lo único que quería era a alguien que cuidara de ella. Y en cuanto encontró a un hombre con un futuro más prometedor que el de Max, lo abandonó. A Max le costó mucho superar esa ruptura —suspiró suavemente y sacudió la cabeza, recordándolo—.A veces tengo la sensación de que todavía no lo ha superado del todo. Así que, si lo ves vacilar un poco, quizá sea porque se acuerda de Alexis.

— ¿Se llama así? —June asintió—.Alexis —repitió Kristina.

Suponía que en el fondo debería estarle agradecida a aquella mujer. Porque si por una parte era cierto que por su culpa le estaba resultando mucho más difícil atravesar las barreras que Max había levantado en torno a su corazón, si Alexis no lo hubiera abandonado, Max no sería soltero.

Y ella se alegraba muchísimo de que lo fuera.

Se hundió en el sofá sin dejar de abrazar el almohadón.

— ¿Entonces crees que no debería renunciar?

—Lo que estoy diciendo es que deberías mantener la mente bien abierta —dijo June diplomáticamente—.Y perdonarlo.

Kristina no entendía qué tenía que perdonarle.

— ¿Por dar tantas veces marcha atrás?

—Por cualquier cosa que necesite ser perdonada —le contestó June vagamente.

Sabía que estaba hablando demasiado, pero aun así quería hacerlo para ayudar a consolidar su relación. Max y Kristina significaban mucho el uno para el otro, podía sentirlo.

Escrutó el rostro de Kristina con la mirada.

— ¿Lo quieres?

—Sí —contestó Kristina sin vacilar—. No puedo recordarlo, por supuesto, pero tengo la sensación de que nunca he conocido a nadie como él.

—Estoy segura —ella tampoco tenía ninguna duda. Quizá fuera un poco imparcial, pero para ella Max era único—.Acuérdate de lo que me estás diciendo cuando recuperes la memoria.

¿Eran imaginaciones suyas o sus palabras encerraban una advertencia?

— ¿Crees que alguna vez lo haré?

June pensó en el periódico que había tenido que esconder aquella mañana para que Kristina no lo viera. En él aparecía un artículo sobre Jake Fortune. Pero sabía que no podría continuar ocultándole cosas eternamente.

—Es muy probable.

Kristina se levantó del sofá. Al parecer, Max no iba a ir al hostal aquella noche.

—June, ¿has visto el periódico de hoy? Me gustaría subírmelo a mi habitación.

Para inmenso alivio de June, en ese momento entró Max en el hostal. No estaba de muy buen humor. La lluvia supondría un nuevo retraso en la obra. ¿Por qué tendría que ser el tiempo tan impredecible?

—Hablando del rey de Roma —exclamó June mirando hacia la puerta.

Kristina sonrió de oreja a oreja, notando aquella sensación tan maravillosa que siempre experimentaba en su presencia. Estar cerca de Max la hacía sentirse viva, consciente de todo y de todos los que la rodeaban. Era como si hasta entonces hubiera estado dormida y Max la hubiera hecho despertar.

—Hola —sin esperar invitación, se acercó hasta él y tomó la cazadora empapada que se estaba quitando Max.

—Hola —repitió él—. Eso puedo hacerlo yo.

—Y yo también, Max —Dios, se alegraba tanto de verlo—.Tenía miedo de que te quedaras en Newport con este mal tiempo.

—He estado a punto, pero he decidido venir en el último momento.

Solo había un huésped en las habitaciones. Jimmy estaba de vacaciones. Sydney y Antonio habían ido a la ciudad y probablemente pasarían allí la noche; su romance había crecido como la espuma desde el día de San Valentín. Era sorprendente lo que podía llegar a hacer un ramo de rosas. Kristina pensó en ellos con una punzada de envidia y miró a Max.

Excepto por Sam, que estaba en la cocina, y June, estaban completamente solos.

— ¿Por qué? —quería que le dijera que había sido ella la que le había hecho cambiar de opinión.

—He olvidado unos planos en el estudio que quería revisar.

Kristina curvó los brazos en una seductora sonrisa.

— ¿Y es la única razón?

Max la estrechó entonces entre sus brazos. ¿Cómo era posible que encajara tan bien entre sus brazos con tan poco tiempo de relación? ¿Y cómo era posible que fuera a abandonarlos para siempre en cuanto recuperara la memoria? Intentó no pensar en ello.

— ¿Y qué otra razón podría haber?

Kristina sacudió la cabeza con fingida inocencia. —No se me ocurre ninguna.

Max tenía unas ganas incontenibles de devorar sus labios.

—Intenta pensar en una.

Como si le hubiera leído el pensamiento, Kristina alzó la boca hacia él.

—Dame una pista.

Repentinamente consciente de su presencia, Max miró hacia June. Esta los estaba observando completamente cautivada, como si estuviera viendo una película de amor. Pero no le pasó desapercibida la mirada de Max.

—Lo siento. Tengo que ir a estudiar uno de estos manuales —agarró uno sin mirarlo y los dejó a solas con sus sentimientos.

Kristina le tomó a Max el rostro entre las manos y le hizo volver la cabeza hacia ella.

— ¿Y esa pista que tenías que darme?

Max bajó sus labios hasta su boca y olvidó todo su cansancio. Dios, cuánto iba a echarla de menos cuando la perdiera. Porque estaba convencido de que Kristina terminaría marchándose. Y probablemente después de decirle cosas muy duras.

Pero eso era el futuro. De momento, tenía el presente entre sus manos.

Kristina se estrechó contra él mientras Max continuaba saboreando y devorando su boca. Le rodeó el cuello con los brazos y cuando él comenzó a apartarse se puso de puntillas para impedir que interrumpiera el contacto de sus cuerpos. Con una habilidad que parecía fluir naturalmente de su cuerpo, le dio un prolongado y apasionado beso. Y de pronto, lo interrumpió.

—Mmm —lo miró sonriente—. Deberías darme pistas más a menudo —lo soltó y retrocedió un paso—. ¿Tienes hambre?

—Sí.

Y cada vez más. Cada vez que la abrazaba, estaba más cerca de cometer un error fatal, un error que nunca se perdonaría.

Kristina soltó una carcajada.

—De comer.

Adoraba cómo se reía. Maldita fuera, Paul tenía razón, estaba enamorado de ella.

—Sí, de esa también.

Kristina le tomó la mano y lo condujo hacia el comedor. Sam estaba a punto de irse a la cama...

—Sam —lo llamó Kristina—, ¡el hombre ha vuelto al hogar! —se interrumpió bruscamente, mientras repetía aquellas palabras en su cabeza. Le resultaban familiares. Pero no las había oído antes—. ¿De dónde ha salido eso? —preguntó.

Max se encogió de hombros y la miró intensamente a los ojos. Aquellas eran las primeras palabras que Kristina había pronunciado al verlo.

—A lo mejor las leíste en algún sitio. Da la impresión de que estás recuperando la memoria.

Kristina se encogió de hombros despreocupadamente.

—Quizá. Pero no tengo prisa en recuperarla —se sentó en una de las mesas—. Soy muy feliz tal y corno estoy —de hedió, el pasado se le presentaba a veces como una oscura cueva en la que temía adentrarse—. Quizá recuerde cosas que no quiero recordar. O me entere de cosas que no quiero saber.

Kristina escrutó la mirada de Max para ver si la comprendía, pero vio algo en sus ojos que no fue capaz de interpretar.

— ¿Sabes? Ahora mismo sé todo lo que necesito saber. Incluso sobre ti —se levantó, se dirigió rápidamente a la cocina y le pidió a Sam que le preparara un sandwich de carne asada.

Cuando volvió a la mesa, Max la miró. No había entendido la última frase de Kristina.

— ¿Qué se supone que quiere decir eso?

—June ha estado hablando conmigo.

— ¿Sobre...?

—Sobre tu actitud distante.

— ¿Ah, sí? —Max se sentía como un hombre intentando encontrar un camino seguro en un terreno plagado de minas.

—Sí, y te comprendo.

Pues él no entendía absolutamente nada.

— ¿Y qué es lo que te ha dicho exactamente? —casi le daba miedo averiguarlo.

Kristine bajó la mirada mientras hablaba. No quería que Max se sintiera avergonzado, y tampoco hacerle revivir recuerdos dolorosos. Solo quería que supiera que lo comprendía.

—Me ha hablado de Alexis. Y no tienes por qué preocuparte.

— ¿Ah no?

—No —contestó con firmeza—. No estoy aquí por dinero, y no pienso salir corriendo porque alguien me ofrezca un futuro mejor. Me gusta la gente y la tranquilidad de este lugar. Y me encantan los planes que tienes para el hostal. Es extraño, pero he estado revisando detenidamente el proyecto y casi tengo la sensación de que es mío. ¿Sabes que a veces encuentro cosas que me resultan muy familiares?

Era el momento de decírselo. Paul tenía razón. Era mejor que le descubriera la verdad antes de que la descubriera ella.

—Sí, lo sé. ¿Kris?

— ¿Sí?

—Acerca de tu pasado...

—No, no tienes por qué decir nada. June también me lo ha comentado.

Si aquello seguía así, Max iba a necesitar un código para descifrar lo que Kristina le estaba diciendo.

— ¿Que te ha comentado qué?

—Bueno, yo le he hecho una pregunta y... hemos estado hablando de nosotros. De ti y de mí... y, bueno, le he dicho que casi me alegraba del accidente —dijo rápidamente—. Porque si no hubiera ocurrido, quizá no habría conocido a un hombre tan magnífico como tú.

Max dudaba sinceramente de que Kristina Fortune continuara pensando que era un «hombre tan magnífico» cuando descubriera la verdad. Alargó las manos y tomó delicadamente las de Kristina.

—Kristina, hay algo que tengo que decirte...

— ¿Max? —en ese momento asomó June la cabeza en el comedor y clavó la mirada en sus manos unidas—. Odio interrumpiros, pero ha surgido una emergencia.

Max suspiró y se levantó lentamente. La confesión tendría que esperar a otro momento.

—Dile que ahora mismo voy.

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