Amnesia

Amnesia


Capítulo 13

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Capítulo 13

 

Embelesado e incapaz de resistirse, Max permitió que Kristina lo condujera hacia las escaleras. Mientras subían, podía sentir que el sudor comenzaba a correr por su espalda. Deseaba algo que no podía tener. Que no debería tener.

Pero tenían el hostal para ellos solos. No podía aparecer nadie de pronto para intercambiar algunas palabras con él, proporcionándole una excusa para huir.

Y tampoco parecía querer materializarse ninguna excusa en su boca.

Maldita fuera, era un hombre de treinta y dos años, no un adolescente calenturiento .Y además, quería demasiado a Kristina como para dejar que ocurriera nada entre ellos. No quería acostarse con ella. Por lo menos, no de aquella manera. Aquello era un error del que no podría salir nada bueno Y él quería que todo saliera bien. Lo deseaba desesperadamente.

Porque una relación que crecía arraigada en la mentira no tenía ninguna posibilidad de crecer.

Con una fuerza casi sobrehumana, Max tomó una decisión. Tenía que decírselo. Tenía que decírselo en ese mismo instante, antes de que fuera demasiado tarde. Antes de que Kristina comenzara a odiarlo para siempre.

—Kris, Kristina —la urgió, utilizando el nombre que ella prefería.

Con la mano entrelazada con la de Max y el corazón latiéndole a más velocidad de la que debería, Kristina se volvió hacia él. Se volvió y sintió que su resolución de acero comenzaba a ablandarse. Pero decidió ignorarlo. Aquello no formaba parte de su plan de venganza. Con una seductora inclinación de cabeza, se adelantó hacia él.

-¿Sí?

Max se desprendió entonces de su mano y la agarró por los hombros. Craso error.

Aquel era un gesto destinado a establecer cierta distancia entre ellos. Tocar a Kristina le hizo desearla tan terriblemente, tan absolutamente, que por un momento se le quedó la mente en blanco. La nobleza estaba bien sobre el papel, pero en aquel instante se estaba convirtiendo en un infierno para Max.

Un deseo ardiente lamía su cuerpo, gritándole que estaba a solo dos centímetros de su boca.

—Kristina...

—Eso ya lo has dicho —Kristina se puso de puntillas, alimentando el fuego de su propio deseo—.Y ya has conseguido llamar mi atención.

Con una ligereza embriagadora, deslizó los labios sobre la boca de Max, sin apenas tocarla. Aquello fue suficiente para arrancar chispas de sus ojos.

Kristina retrocedió ligeramente. Podía sentir cómo se le aceleraba el pulso mientras posaba la mano en el pecho de Max sin apartar la mirada de sus ojos.

—Toda mi atención —susurró.

Se suponía que su cuerpo no debería palpitar anticipando su encuentro, se regañó. Estaba a punto de llevar a Max a la ruina, de liarlo de tal manera que le resultaría imposible deshacer el enredo en el que lo iba a meter. Inmediatamente después lo abandonaría, no sin antes decirle que sabía quién era ella .Y quién era él: un podrido canalla.

Se reiría en su caray le diría que solo había pretendido divertirse a sus expensas.

Abandonó la camisa de Max para deslizar las manos por su pelo. Max la abrazó con fuerza y el cuerpo de Kristina comenzó a vibrar. No importaba. Si era capaz de disfrutar mientras lo humillaba, mucho mejor para ella. No había ningún peligro en que se permitiera divertirse un poco con aquel hombre.

El hecho de que su cuerpo se encendiera cada vez que estaba cerca de Max solo significaba que la atraía físicamente. No era nada que no pudiera controlar cuando llegara el momento de hacerlo.

Y, al fin y al cabo, Max tenía un físico increíble; era su personalidad la que odiaba, no su cuerpo.

Si no se detenía inmediatamente, Max iba a perder el control. Tenía que hablar con ella antes de que la mente se le nublara por completo.

—Kristina, hay algo que tienes que saber.

A Kristina comenzaba a darle vueltas la cabeza. Se aferró con fuerza a los brazos de Max y alargó la mano para buscar el pomo de la puerta. Y justo cuando comenzaba a abrirla, se abrió la primera grieta en el muro que estaba intentando mantener entre ellos durante el acto final de aquella mascarada.

-¿Sí?

¿Era esa su voz? Le sonaba rara, como si estuviera embriagada por el deseo. Pero era imposible. Ella estaba controlando completamente la situación.

La escueta y sinuosa afirmación de Kristina se deslizó por la piel de Max, minando sus nobles intenciones.

Si confesaba la verdad en aquel momento, su conciencia por fin descansaría.

Y su cuerpo se vería privado del más excelso placer.

De modo que decidió prolongar su disfrute un segundo más. Solo un segundo, para poder abrazarla otra vez. Y después se lo diría. ¿Qué era un segundo en toda una vida? Nada.

La abrazó con una firmeza nacida de la desesperación y, en vez de contestar, descendió hasta su boca y la besó como si en ello le fuera la vida.

Mientras profundizaba el beso hasta convertirlo en una sinfonía que envolvía cada fibra de su ser, Max la levantó en brazos. Intentaba no pensar en cuestiones morales: se había acabado el tiempo para el debate. Aquel era el momento para el amor.

Empujando la puerta abierta con el codo, cruzó el umbral. Y entró en el paraíso.

Una vocecilla apenas audible le susurraba que estaba cometiendo un error, pero aun así, Max cerró la puerta tras ellos, entregándose a los designios del destino.

Lentamente, con una paciencia hasta entonces desconocida para él, buscó sus labios, avivando las llamas que lo devoraban. Ser consumido por las llamas del deseo era una buena forma de morir.

Bien, había mordido el anzuelo, pensó Kristina. Su plan estaba funcionando muy bien.

¿Su plan?

Su plan. Tenía que aferrarse a su plan, se dijo con fiereza, intentando centrar su mente adormecida por el beso.

Max, por su parte, nunca parecía tener suficiente. Tenía la impresión de que jamás se saciaría de aquella mujer. Luchando para recuperar un mínimo control, dejó a Kristina en el suelo.

Kristina se deslizó lentamente contra cada centímetro de su cuerpo. Y tuvo la sensación de que transcurría una eternidad hasta que sus pies alcanzaron la alfombra. Durante esa eternidad, su cuerpo experimentó toda clase de sensaciones maravillosas.

—Estás temblando —musitó Max.

¿O era él el que temblaba? ¿Dónde terminaba Kristina y dónde empezaba él? Ya no estaba seguro. Ya no estaba seguro de nada, y no quería seguir pensando en nada más. Lo único que quería era disfrutar del placer que inundaba su cuerpo.

Estrechó a Kristina entre sus brazos.

—A lo mejor tienes frío —desde luego, aquel vestido no podía bastar para hacerla entrar en calor.

—Caliéntame, Max —susurró Kristina mientras sentía el palpitar de su cuerpo.

De parte de su cuerpo, se corrigió al instante. Quizá estuviera disfrutando de aquel encuentro con más intensidad que en toda su vida, pero solo en parte. Porque otra parte de ella estaría encantada de poner fin a aquella situación en el momento oportuno. Momento que todavía no había llegado. Si prolongaba un poco más aquel encuentro, Max se sentiría mucho más humillado.

—Caliéntame —lo urgió de nuevo con más pasión.

—Me estás poniendo las cosas muy difíciles —protestó Max contra su piel, trazando un camino de besos por su cuello.

Podía sentir la respuesta de Kristina a sus caricias. Podía regodearse en su respuesta mientras su propio pulso alcanzaba una velocidad vertiginosa.

—Eso espero —susurró Kristina con voz ronca.

Kristina decidió entregarse a aquellas deliciosas sensaciones durante unos minutos más. Solo unos minutos. Dos como mucho. El que sus dedos parecieran actuar independientemente de su mente mientras le sacaba la camisa por la cintura del pantalón solo formaba parte del plan. Estaba improvisando y mejorando su plan sobre la marcha, nada más.

Max sintió los dedos de Kristina desplazándose a lo largo de su cuerpo, y el nudo que tenía en el estómago se tensó de tal manera que apenas le permitía respirar. A medida que aumentaba el entusiasmo de Kristina, iban abriéndose uno a uno los botones de su camisa. La joven extendió las manos sobre su pecho desnudo, y, una vez agotada toda su capacidad de autocontrol, Max buscó la cremallera de su vestido. Pero no la encontró.

— ¿Cómo se quita ese vestido?

—Tirando hacia abajo.

Mordiéndose el labio inferior, Kristina hizo precisamente eso.

Maldita fuera, iba a desgarrarle el vestido de un segundo a otro, pensó Max. ¿Tendría idea aquella mujer de lo que le estaba haciendo? ¿De la agonía a la que lo estaba sometiendo?

Durante días, Max había evitado hacer el amor con ella antes de confesarle la verdad. Pero en aquel momento temía que en el último minuto pudiera ocurrir cualquier cosa que se lo impidiera. La urgencia se fundía con el deseo de saborear aquel instante, de memorizar cada detalle, cada movimiento.

Con una torpeza impropia de él, alargó las manos hacia el vestido e hizo lo que Kristina acababa de enseñarle. El vestido se deslizó eróticamente por su cuerpo, hasta dejar sus senos expuestos a su mirada.

Max se quedó paralizado, con la respiración contenida en la garganta. En el momento en el que posó sus ojos sobre aquel delicioso banquete, el tiempo pareció detenerse. Y casi inmediatamente, llenó su mano de aquella sedosa piel.

Kristina dejó escapar un grito, no de protesta, sino de asombro ante el repentino placer que estalló en el interior de su cuerpo cuando Max posó las callosas palmas de sus manos sobre sus senos.

Maravillada, se arqueó contra él, queriendo intensificar aquel contacto. Cuando Max inclinó la cabeza para acariciar con los labios cada uno de sus senos, un dolor dulce y tortuoso se apoderó de ella.

Kristina quería detenerse. Quería que Max se apartara para siempre de su lado. En el instante preciso en el que sintió la delicada y tentadora caricia de la boca de Max sobre los pezones endurecidos, tuvo que morderse los labios para contener un grito.

Enredando los dedos en el pelo de Max, le presionaba ligeramente la cabeza, intentando absorber la sensación ardiente y salvaje que había creado con solo su boca.

Ansioso por ver y saborear todo su cuerpo, Max tiró apresuradamente del vestido hasta dejarlo flotando a sus pies.

Kristina, que no llevaba ningún tipo de ropa interior, permanecía desnuda como una diosa a sus pies.

Kristina había querido ponerse un vestido que marcara su silueta para excitarlo. Pero le había salido el tiro por la culata. Al sentir la delicada tela del vestido deslizándose a lo largo de su cuerpo, no solo lo había excitado a él, sino que su propio deseo había aumentado peligrosamente.

La palabra «control» parecía haber dejado de tener significado para ella. En aquel momento, Max era lo único que deseaba, lo único que quería. La adoración que reflejaba su mirada le hacía olvidarse del pasado y de todo lo que pudiera depararle el futuro. En aquel momento, lo único que quería era que continuara aquella locura.

Pero era tal el asombro que reflejaban los ojos de Max que se vio obligada a detenerse.

— ¿Qué pasa?

La sonrisa de Max era tan suave, tan delicada y condenadamente sexy, que Kristina tuvo que apretar los dientes para no suplicarle que hicieran el amor en ese mismo instante.

—Cuando era niño, nunca pude desenvolver ningún regalo. Y he pensado que me gustaría disfrutar de este durante unos segundos más.

Una frase. Era solo una frase. Y una mentira, como lo habían sido todas las demás. Pero entonces, ¿por qué la inundaba de una tristeza agridulce pensar en aquel niño que nunca había sido amado?

Kristina deseaba darle el amor que el mundo le había negado. Y se insultaba a sí misma, diciéndose que era una estúpida irremediable. Pero, aun así, continuaba clavada donde estaba, incapaz de marcharse.

—Vas demasiado vestido para la ocasión —se humedeció el labio inferior, haciendo que Max perdiera completamente la cabeza—. Me temo que tendré que hacer algo al respecto.

Con los ojos clavados en los suyos, Kristina le desabrochó el cinturón del vaquero, dejando que sus dedos rozaron los duros músculos de su vientre. Reconoció el fogonazo del deseo en la mirada de Max y, con una tentadora sonrisa, comenzó a desabrocharle la cremallera.

—Me estás volviendo loco —susurró Max.

—Esa era precisamente la idea.

Max quería quitarse los pantalones y hacer el amor con ella en ese preciso instante, pero, de alguna manera, consiguió controlarse y entregarse al placer de sentir los dedos de Kristina deslizándose por sus caderas a medida que iba quitándole los calzoncillos y los vaqueros.

Y por fin estuvieron los dos desnudos, libres para disfrutar el uno del otro, libres para dejarse arrastrar por la pasión.

Con los cuerpos presionándose el uno contra el otro, fueron girando hasta la cama para hundirse en un mundo que hasta entonces ninguno de ellos había visitado. Un mundo del que desconocían incluso su existencia.

Max quería hacer el amor con ella inmediatamente. Poner fin al palpitar de sus entrañas. Pero se resistió a la urgencia para poder saborearla, para disfrutar de ella. Para brindarle un placer tan intenso que atemperara el conflicto que sin duda llegaría después.

Max alejó inmediatamente aquel pensamiento de su mente. No quería pensar, no quería sentirse culpable, no quería arriesgarse a que aquello terminara bruscamente antes de que hubiera llegado a buen término. O hacia el amor con ella o moriría. / O le decía la verdad o explotaría. —Nunca había sentido esto por una mujer, Kris. Solo quiero que lo sepas.

Pero Kristina no quería saberlo. No quería oír nada que pudiera hacerla sentirse más confundida de lo que ya estaba. Porque si lo oía, podría llegar a creerlo. Y era absurdo creer en las palabras de un mentiroso. Por desesperadamente que deseara hacerlo. Aquello estaba yendo mucho más lejos de lo que había imaginado. Y ya no era suficiente para satisfacerla. Su cuerpo se moría por liberarse. Se moría por fundirse con Max.

Tomó su rostro entre las manos, acercó la boca de Max a la suya y ahogó cualquier posible confesión que quisiera salir de sus labios.

Max se entregó por completo a aquel beso mientras deslizaba las manos a lo largo de su cuerpo, dando a luz una melodía que solo ellos podían oír.

Kristina se volvió y se arqueó contra él, deleitándose por los repentinos estallidos de placer que la estremecían mientras Max continuaba interpretando aquella música.

Los dedos de Max se abrieron paso hasta el suave corazón del placer y obraron allí su magia, tentándola, jugueteando y seduciéndolos a ambos. Max sintió que la respiración de Kristina se entrecortaba, vio arquearse su cuerpo y notó el estremecimiento del orgasmo cuando ella gritó su nombre y se arqueó contra su mano.

Fascinado, excitado más allá de lo que nunca había creído posible, recorrió con la boca el resto de su cuerpo, esforzándose para mantener el poco control que le quedaba, hasta que al final lo perdió de forma irrevocable.

Kristina, relajada y frenética al mismo tiempo, se aferró con fuerza a sus hombros y lo miró a los ojos, demandando la fusión de sus cuerpos. Max se colocó sobre ella, entrelazó los dedos con los suyos y, mirándola intensamente, se deslizó en su interior.

Con sus cuerpos unidos, emprendieron juntos el último viaje. Lentamente al principio y aumentando la velocidad a medida que iban acercándose a su objetivo. Y unidos llegaron hasta la explosión final.

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