Amnesia

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Nos sentamos en el porche, yo en una silla y Maggie en el columpio.

—No he tenido tiempo de engrasarlo —me disculpé.

Ella parecía disfrutar del chirrido del mecanismo.

—Cuéntame de qué se trata, Johnny.

Maggie sabía de mis problemas con el alcohol. Lo sabía por intermedio de su padre, pero también porque me lo había dejado entrever en uno de sus correos desde Londres. En mi última respuesta le había dicho que llevaba varios meses sobrio y que creía que esta vez mi recuperación iba en serio. Detrás de esa reflexión había algo de lo que en aquel momento estaba convencido, y era que mi descontrol con la bebida tenía que ver en gran parte con la inesperada concepción de Jennie y el hecho de compartir mi vida con Tricia, a quien no amaba. Al principio intenté convencerme de que las cosas podrían funcionar, que Tricia era una buena mujer y que Jennie era una bendición —que lo era—, pero mi disconformidad eventualmente se hizo manifiesta y la válvula de escape fue el vodka puro. Era una explicación sencilla. Y también ingenua. La verdad era más compleja: el alcoholismo era un monstruo que vivía en mí, agazapado y esperando en alguna parte. Seguramente se aprovechó de mis debilidades para hacerse fuerte, pero iba a hacerlo tarde o temprano.

—He tenido una recaída —dije.

—Oh, lo siento. ¿Has hablado con tu mentor?

—Todavía no, pero lo haré pronto. No lo hice…, en parte por lo que voy a contarte. Prepárate, porque es una historia espeluznante.

Ella abrió mucho los ojos.

Viéndolo en retrospectiva, ése hubiera sido el momento de recapacitar y no decirle nada.

—El sábado pasado desperté en el suelo del salón sin recordar nada de las últimas horas. Sobre la mesilla había una botella de vodka que había comprado hacía unos días, de modo que era obvio lo que había sucedido.

Me detuve. Incluso la confianza que tenía con Maggie se pondría a prueba frente a lo que estaba a punto de revelar.

—Pero eso no era todo, cerca de la mesa vi el cadáver de una chica. A pocos metros de ella estaba el arma de papá.

Maggie abrió la boca en un gesto de asombro y se abrazó las rodillas.

—Espera, no es lo que parece, Maggs —me adelanté—. La chica no estaba allí. Mark dice que experimenté algo llamado alucinación onírica, pero te aseguro que fue algo extremadamente real, lo pienso y se me pone la piel de gallina.

—¿Tú conocías a esa chica?

—No —respondí de inmediato—, pero al mismo tiempo había en ella algo familiar. No sé explicarlo.

El columpio apenas se balanceaba.

—No pensé las cosas con claridad —continué—. Salí de casa para deshacerme de la botella. Creí que…, bueno, que nadie me creería. Todo indicaba que yo la había matado. El cadáver, el arma, la maldita botella…

Maggie me observaba con una mezcla de incredulidad y algo que no supe identificar.

A continuación le relaté el descubrimiento de la furgoneta en el camino abandonado y el ordenador en la parte trasera.

—¿Es la primera vez que has experimentado algo así?

—La primera.

Algo en mi rostro me delató.

—¿Ha vuelto a suceder?

—Me temo que sí. Hace dos días.

—Un amigo en Londres sufrió episodios similares —dijo Maggie midiendo cada una de sus palabras—. La sensación de ser observado o incluso perseguido parece ser un síntoma característico. Mi amigo consiguió controlarlo con algo de medicación.

—Quiero creer que se trata de eventos aislados. Espero que así sea.

—¿Cuándo te diste cuenta… de que no era real?

—Al regresar a casa. Todo estaba como siempre. Mark vino esa noche y procuró tranquilizarme.

—Lo siento, Johnny.

—Las cosas no terminan aquí —dije con una sonrisa torcida—. También he soñado con la chica; son sueños muy extraños, en ellos me conduce por el bosque hasta el claro donde están los dos álamos, ¿lo recuerdas?

Maggie asintió.

—Es como si quisiera decirme algo —completé.

—¿Has hablado con Mark de esos sueños?

Entendí perfectamente lo que Maggie intentaba decirme.

—Sé que suena ridículo, Maggs.

Guardamos silencio un momento. Hacía apenas un par de horas que Maggie había llegado y ya hablábamos con la misma familiaridad de siempre. Era asombroso la rapidez con la que habíamos conectado, como si el tiempo no hubiera pasado.

—En Lindon Hill volví a ver la furgoneta —dije con pesar. Si no iba a guardarme nada, mejor terminar de una vez por todas.

Relaté el incidente con el hombre de la boina azul y el penoso desenlace que terminó conmigo borracho en el columpio.

—No te culpo, Johnny. Si hubiera estado aquí antes…

Sus palabras me emocionaron. Sonreí y ella lo hizo un instante después.

—Nadie sabe lo que acabo de decirte —dije—. Ni siquiera Ross. Sólo Mark, y ahora tú, por supuesto.

El columpio apenas se balanceaba.

—¿Estás seguro de que no conocías a esa chica? No creo en el más allá y esas cosas, pero quizás sí hay algo que tu subconsciente quiere decirte.

—Justamente ayer discutí con Mark por eso. Él sabe algo más, pero dice que no puede contármelo todavía.

Maggie arrugó la frente.

—¿Algo respecto a la chica o respecto al origen de esas alucinaciones?

—¡No me lo ha dicho! —me indigné.

—No parece muy propio del Mark que yo conozco.

—Créeme, sigue siendo el mismo de siempre. Es todo muy extraño.

Otra vez nos quedamos callados. El tiempo volaba cuando estaba con Maggie.

Recordé que aquel columpio había sido uno de nuestros sitios preferidos. Allí nos sentábamos las noches de verano a beber cerveza y a besarnos; y si mi tía Audrey dormía entonces íbamos más allá. La presencia de Maggie dispararía todo tipo de recuerdos durante los próximos días, estaba seguro.

—No puedo creer que estés aquí, Maggs. ¿Piensas quedarte un tiempo en Carnival Falls?

—No lo sé.

—No te preocupes, ya hablaremos más adelante. Déjame que te cuente cómo sigue la historia.

—Por favor.

—Al día siguiente hice el dibujo que has visto de la niña del vestido azul. He estado desde hace tiempo buscando un personaje para acompañar a Lucy, y siempre había pensado en otros animales, pero nunca en una niña. Era tan obvio que da risa. En cuanto acabé de dibujarla supe que era la chica que había imaginado en el salón.

—¿La chica tenía un vestido azul?

—No, eso es lo extraño. Sin embargo, cuando dibujé a la niña supe que era ella.

Maggie se aferró las rodillas con más fuerza.

—Tendrás que llevarme a casa, Johnny. No pienso volver caminando.

Esbocé una sonrisa.

Blur había dejado de sonar hacía rato, sólo quedaba el arrullo del viento colándose entre las copas de los árboles y el suave chirrido del columpio.

—¿Y qué hay de la fotografía del coche? —preguntó ella.

Iba a explicárselo cuando un pensamiento cruzó mi cerebro como una flecha y casi me mata del susto. Saqué el móvil del bolsillo con desesperación.

Jennie.

¡Había olvidado que debía ver a Jennie a las tres!

Son más de las tres. Eres el peor padre del universo.

Maggie se sobresaltó. Siguió mis movimientos, alarmada. Cuando conseguí sacar el móvil del bolsillo y encenderlo vi que eran apenas las dos. El alma me volvió al cuerpo.

—Debo ir a ver a Jennie —expliqué.

Le pedí a Maggie que me esperara mientras me duchaba y cambiaba de ropa. Le dije que en menos de quince minutos estaría listo y cumplí. Al cabo de ese tiempo bajaba las escaleras. Me había puesto una de mis camisas preferidas, y sí, por supuesto que buscaba impresionarla.

Maggie me esperaba con una enigmática expresión en el rostro.

Cuando me acerqué me mostró su móvil.

—¿Es ésta la chica? —preguntó.

En la pantalla había un retrato a lápiz de la chica de la gargantilla.

Me recorrió un escalofrío.

—¿Qué…? —empecé a decir.

—Es un blog —dijo con naturalidad.

—¿Qué…? —no sabía ni siquiera qué decir.

Maggie operaba su móvil con habilidades muy superiores a las mías. Volvió a mostrarme la pantalla y ahora el retrato aparecía más pequeño. Al lado estaba la siguiente leyenda:

¿HAS SOÑADO CON LA CHICA DEL VESTIDO AZUL?

NO ERES EL ÚNICO

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