Amnesia

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Conducir durante casi una hora a Lindon Hill en busca del autor de un blog que podía estar en cualquier parte del mundo era, en apariencia, como buscar una aguja en un pajar; sin embargo, Maggie y yo teníamos la convicción de que allí encontraríamos a SpeedRacer95. Viéndolo en retrospectiva, tenía sentido. Las piezas empezaban a encajar, aunque todavía no fuésemos capaces de verlas con demasiada claridad.

La pasé a buscar por su casa a las diez de la mañana. Durante el trayecto intenté hablar de Londres, pero Maggie guardó silencio o respondió con monosílabos. No quería forzarla. Me sentía culpable por cargarla con mis problemas y por supuesto ella me importaba. Ensayé una tibia pregunta acerca de lo que Ross había escuchado de la señora Lloyd: el rumor sobre un embarazo y la pérdida del niño, a lo que Maggie se limitó a negar con la cabeza. Le dije que mi intención era sólo ayudarla, que por supuesto la respetaba si necesitaba más tiempo.

Cuando empezamos a hablar de cómo haríamos para encontrar a SpeedRacer95 Maggie volvió a ser la misma de siempre. El plan era sencillo: Maggie localizaría a algún grupo del equipo de esgrima, diría que era una estudiante que estaba realizando un trabajo sobre la interpretación de los sueños y se mostraría interesada en las experiencias de un alumno de la universidad cuyos trabajos había leído online. Si nuestro chico había hablado con sus conocidos acerca de los sueños, como aseguraba en su blog, era posible que alguien nos pudiera decir algo al respecto. Convinimos en que sería mejor que yo no apareciera en escena; Maggie sería mucho más convincente en su papel de chica universitaria y no tendría problemas en hacer hablar a un grupo de esgrimistas.

Llegamos al campus de la universidad de Lindon Hill donde yo había hecho un efímero intento por estudiar historia del arte. Aquellos meses de frustraciones regresaron en ramalazos nostálgicos. Había algo atrayente en la vida universitaria que echaba de menos, aunque para mí siempre había sido un camino que seguí por imitación de mi hermano mayor más que por convicción propia. Más de una vez pensé en regresar, porque la vida académica me seducía y vivía mi formación autodidacta con cierta inseguridad, pero entonces llegó Jennie y ese tren se fue definitivamente. No culpo a mi hija por ello; si hay algún culpable, soy yo.

No recordaba un gimnasio específico de esgrima, por lo que nos dirigimos al único gimnasio que yo conocía. Entramos por una puerta trasera al inmenso edificio que albergaba, entre otras instalaciones, un campo de baloncesto con tribunas para varios cientos de personas. Un estudiante nos confirmó que el equipo de esgrima practicaba en ese mismo lugar pero que no sabía cuándo. Cruzamos el campo y llegamos a la parte principal donde había un gran recibidor con fotografías y exhibidores con trofeos. Un joven nos llamó inmediatamente la atención porque llevaba en sus manos una máscara de esgrima. Apresuré el paso, asumiendo que Maggie haría lo mismo para interceptarlo, cuando el joven abrió una puerta y desapareció. Antes de seguirlo me volví en busca de Maggie pero mi amiga no estaba a mi lado.

Durante unos segundos no la vi. Los estudiantes que transitaban el salón en todas direcciones parecían haberse multiplicado. Un ruidoso equipo de baloncesto vociferaba; uno de ellos botaba el balón. Divisé a Maggie caminando en dirección opuesta a mí, como poseída. Me apresuré para alcanzarla.

—Es él —dijo.

Una cortina de muchachas se disipó y un improvisado santuario hizo su aparición. En el centro había una fotografía de un muchacho.

Stuart Nance

8 de junio de 1995

17 de abril de 2015

La muerte del estudiante había tenido lugar veintiún días atrás. Además de un cuaderno con escritos de sus compañeros había una serie de fotografías del muchacho, en varias aparecía con la vestimenta de esgrima y en otras en su motocicleta. Entendí perfectamente por qué Maggie había llegado a la conclusión de que Stuart Nance podía ser SpeedRacer95. La universidad correcta, miembro del equipo de esgrima y al parecer un entusiasta de la motocicleta.

—¿Lo conocíais? —Una voz de mujer hizo que nos girásemos al mismo tiempo.

Reconocí a la muchacha de inmediato. Acababa de verla en una de las fotografías abrazada a Stuart.

—No directamente —dijo Maggie, mucho más rápida que yo a la hora de reaccionar.

La chica asintió. Se acercó al cuaderno y repasó con rapidez los escritos.

—Nada nuevo —dijo en tono neutral—. Vengo todos los días a revisar. Es increíble que alguien pueda escribir algo inapropiado en una situación así, pero ocurre. Hay gente estúpida, incluso en la universidad.

Maggie negaba con la cabeza. La conversación era entre ellas.

—Tú eras su novia, ¿verdad?

—Así es.

—Mi nombre es Maggie. —Maggie extendió una mano y me presentó como su novio—. Lamento mucho tu pérdida.

La chica asintió con un gesto mecánico. Estrechó nuestras manos.

—Soy Katie.

—Katie, somos de Boston; estoy haciendo un trabajo para la universidad.

La chica cambió de actitud inmediatamente. Supongo que imaginó que podíamos ser periodistas.

—Es un trabajo sobre la interpretación de los sueños.

La expresión de Katie se suavizó.

—Oh sí, Stuart estaba fascinado con el tema.

Intercambiamos miradas. Aquella revelación fue la confirmación de que Stuart Nance era SpeedRacer95. El esgrima, el motociclismo…, además de la interpretación de los sueños; eran demasiadas coincidencias.

—Leí algunos de sus escritos online —explicó Maggie.

A nuestro alrededor el bullicio continuaba y Katie empezó a mirar a uno y otro lado con claras intenciones de marcharse.

—Stuart estaba muy enfrascado en esas cosas. Él y ese chico, Alex. No lo sé, quizás estaba pensando en eso cuando se cayó de la motocicleta…

La voz se le quebró.

—Perdón, no hemos querido importunarte.

Katie negó con la cabeza y se secó un par de lágrimas que no llegaron a salir. Cuando Maggie iba a formularle la siguiente pregunta, la muchacha se disculpó y dio media vuelta.

Nos quedamos en silencio. La muerte de Stuart hacía que nuestra aventura detectivesca pareciera un poco estúpida. Maggie hojeó el cuaderno sobre la mesa. Leyó los comentarios y las firmas a toda velocidad.

—Un solo Alex —dijo sin mirarme—. Alex Lange.

Cogió el móvil del bolso.

—Tenemos suerte. —Maggie seguía con la vista puesta en la pantalla del móvil—. Alex Lange, estudiante de Lindon Hill. Y está online en este momento.

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