Amnesia

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Mark me envió un mensaje en el que me pedía que no dejara mi coche en el aparcamiento al aire libre sino en el subterráneo, reservado para los directivos. Me dio un código manual para entrar, y al hacerlo comprobé que estaba completamente vacío salvo por el Mercedes de mi hermano.

Un ascensor nos llevó directamente al tercer piso. Si bien el edificio original en el que funcionaba Meditek tenía por lo menos cincuenta años, la remodelación lo había transformado por completo. Todo el equipamiento era de última generación. Originariamente la compañía había funcionado en un piso alquilado en las afueras de la ciudad, pero cuando Mark e Ian vendieron la primera patente consiguieron dar un salto de gigante y empezar a jugar en las grandes ligas.

Mark nos recibió.

—Gracias por venir. —Se acercó a mí y me estrechó entre sus brazos. Se había quitado la chaqueta y la corbata. Sin más preámbulos nos pidió que lo siguiéramos.

Yo había estado muy pocas veces en ese edificio. Mark nos condujo por un pasillo y llegamos a un recibidor más pequeño desde donde se accedía a las oficinas de Mark e Ian. Hasta allí había llegado yo en mis anteriores visitas, por lo que cuando cogimos un corredor hacia la izquierda no sabía con qué nos encontraríamos. Finalmente, llegamos a una amplia sala de reuniones. En la cabecera de la mesa había desplegados un sinfín de documentos y un ordenador portátil. El proyector estaba encendido, aunque no mostraba ninguna imagen.

Maggie y yo ocupamos dos sillas. Mark no se sentó; apoyó los puños en la mesa y examinó con la vista los documentos.

—Dios, no sé ni por dónde empezar.

Buscó un archivo en el ordenador y encendió el proyector.

—Os pido un poco de paciencia.

En la pantalla apareció la imagen de una salita pequeña. La cámara estaba puesta en un rincón. En una mesa se veía a una mujer, de espaldas. La puerta se abrió y el que entró no fue otro que Stuart. En la esquina de la imagen podía leerse lo siguiente:

PROYECTO: ESH CANDIDATO: #089 Fecha: 18 de noviembre de 2014

Mark detuvo la imagen antes de que la mujer o Stuart dijeran nada.

—Las imágenes pertenecen al proyecto ESH. Ese de ahí es Stuart Nance, del que me habéis hablado por la tarde. Efectivamente, él participó en las pruebas hace unos seis meses. Os voy a contar en qué consisten, y lo comprenderéis. Están divididas en cuatro partes. En la primera se le somete al candidato a una serie de preguntas para evaluar su idoneidad como sujeto de prueba. Si todo está en orden, consume una dosis de ESH de forma oral y aguarda unos diez minutos hasta ser llamado.

—¿Sin saber qué ha consumido? —preguntó Maggie.

—Se trata de drogas experimentales, Meditek consigna que no se tiene hasta el momento conocimiento de efectos secundarios y que las drogas han sido administradas en animales en dosis hasta doscientas veces mayores sin ningún tipo de secuela. Es el procedimiento habitual, y por supuesto se lo explicamos a los candidatos antes de tener su consentimiento. Lo que estáis viendo ahora es la segunda sala. El candidato ha consumido ESH hace diez minutos.

La imagen se puso en movimiento.

«Buenos días, mi nombre es Sally.»

«Stuart Nance.»

El chico ocupó la silla frente a la mujer. En la mesa había una hoja en blanco y un bolígrafo.

«La prueba es muy sencilla, Stuart. Piensa en un hecho de tu infancia del que no guardes buenos recuerdos. No es necesario que sea necesariamente traumático, puede ser algo casi insignificante, como suspender un examen o un juguete que se te haya roto, algo por el estilo.»

Stuart meditó un instante.

«Cuando tenía ocho años me robaron mi bicicleta. La dejé en el jardín de un vecino y al salir ya no estaba. No me atreví a decírselo a mis padres.»

«Eso es perfecto. Voy a pedirte que escribas máximo una hoja de ese episodio. Incluye todos los detalles que te sea posible.»

Stuart comenzó a escribir.

Mark buscó entre los documentos y nos mostró una copia impresa del texto que Stuart estaba escribiendo. Maggie y yo lo leímos rápidamente. Describía con un poco más de detalle lo que acababa de contar; la bicicleta era de color blanco y el niño dueño de la casa se llamaba Marlon. Al salir de casa y descubrir que la bicicleta no estaba, no le dijo nada a su amigo y en su lugar se marchó caminando. Dio vueltas durante más de una hora con la convicción de que su padre lo regañaría y nunca más le compraría una bicicleta en su vida.

Stuart entregó la hoja y Sally le indicó que saliera por una segunda puerta, que la prueba continuaría allí. La imagen dio un salto y el chico se encontró en una segunda sala idéntica a la anterior. Había otra mujer vestida muy similar a la anterior. La única diferencia era que en la pared había un televisor de cuarenta pulgadas.

«Mi nombre es Sally, Stuart. Lo que haremos a continuación será sencillo. Escucha la siguiente melodía.»

La chica operó el portátil que tenía delante y una melodía clásica surgió de los altavoces. Maggie y yo observábamos la imagen sin entender hacia dónde conduciría todo aquello. La melodía fue mutando gradualmente a un estruendoso rock de guitarras distorsionadas y rápidos golpes de redoble, y por último se convirtió en un sinsentido de ruidos, la frenada de un coche, el llanto de un bebé, un reloj de cucú. Stuart arrugó la frente y estaba visiblemente contrariado cuando el audio llegó a su fin.

«Ahora te mostraré un vídeo de pocos minutos.»

Otra vez operó el ordenador y en la pantalla aparecieron unos jardines con flores bien cuidadas. De repente, entró en escena, y en primer plano, el rostro de Paula Marrel. La reconocí de inmediato. Sonreía a la cámara y se movía grácilmente.

Mark detuvo la reproducción un momento.

—Como sabéis, ella es Paula, trabaja aquí en Meditek en el equipo de seguridad informática. Supo que contrataríamos a una firma para realizar este vídeo, el cual formaría parte de las pruebas y que debía reunir ciertas características. Ella se ofreció a participar, y a cobrar por ello, por supuesto. Necesitábamos una actriz bella, y ella desde luego lo es.

—Paula está desaparecida —dije mirando a Mark a los ojos.

Él me observó con gravedad.

A continuación quitó la pausa y el vídeo continuó. Stuart observaba a Paula con fascinación.

La chica tenía puesto el vestido azul y la gargantilla que yo había dibujado en mi estudio. En un momento hacía equilibrio en un tronco, con los brazos extendidos a ambos lados. Luego se acercaba a la cámara otra vez, se arreglaba el cabello. El vídeo terminaba sin que sucediera nada más.

Stuart miró a Sally, contrariado. Antes de que el chico pudiera decir algo, ella sacó un objeto que tenía guardado debajo de la mesa y se lo entregó. Era una especie de escultura naranja de unos treinta centímetros de lado y una serie de protuberancias. A juzgar por la forma en que era manipulada parecía hueca, de un material plástico muy brillante. Stuart la sostuvo entre sus manos sin saber qué hacer.

«Examínala un momento.»

Stuart le dio la vuelta a la escultura dos o tres veces antes de devolverla. Sally la recibió y volvió a guardarla debajo del escritorio.

«Eso es todo. Gracias, Stuart. Al otro lado de la puerta encontrarás un pasillo. Ve hacia la puerta ocho y descansa. Si quieres dormir, puedes hacerlo.»

«Creí que la prueba duraría entre dos y tres horas.»

«Así es.»

Sally le indicó una puerta diferente a la que el chico había utilizado para entrar.

Maggie y yo estábamos tan contrariados como él.

La siguiente escena tenía lugar en una habitación minúscula donde había un cómodo sillón. La cámara estaba ubicada prácticamente sobre la cabeza de Stuart. El ángulo apenas permitía ver si estaba con los ojos abiertos o cerrados.

—Voy a avanzar hasta el final de la prueba —anunció Mark.

Stuart entró en la primera habitación en la que había estado. Allí estaba el escritorio y la muchacha de nombre Sally.

«Buenos días, mi nombre es Sally.»

«Soy Stuart Nance.»

Capté con el rabillo del ojo cómo Maggie se volvía hacia mí. Parecíamos estar viendo la misma escena que antes, sólo que ahora no había ningún cuaderno sobre la mesa. Sally, en cambio, sostenía una carpeta de manera que sólo ella podía verla.

«Stuart, voy a darte tres situaciones hipotéticas de tu infancia. Tú tienes que decirme con cuales te sientes identificado, ¿sí?»

El chico asintió. Parecía perdido.

«Situación número uno: la primera vez que fumaste a escondidas lo hiciste en el sótano de tu casa con dos de tus mejores amigos. Situación número dos: te robaron la bicicleta cuando estabas en casa de un vecino y creíste que tu padre se enfadaría tanto que no volvería a comprarte otra. Situación número tres: cuando murió tu perro arrollado por un autobús, te negaste a reemplazarlo porque lo extrañabas demasiado.»

Stuart le pidió a Sally que le repitiera las tres situaciones y ella volvió a leerlas con el mismo tono monocorde.

«No me ha sucedido ninguna de las tres. Jamás he fumado, nunca me han robado una bicicleta… y lo del perro, no sé…, he tenido algunos pero a ninguno lo arrolló un vehículo. Así que supongo que la tercera es la que más se acerca.»

«Perfecto.»

Stuart parecía esperar algún tipo de respuesta a lo que acababa de decir. Sin embargo, Sally se limitó a desplegar tres fotografías. Eran de tres objetos de colores y formas bien diferenciadas. La del centro era el objeto naranja que Stuart había tenido entre sus manos un rato atrás.

«¿Reconoces alguno de esos objetos?»

Stuart negó con la cabeza.

«¿Estás seguro?»

«Segurísimo.»

«La prueba ha terminado, Stuart.»

El chico rio. Al advertir que Sally no hacía lo mismo se detuvo.

«Sólo te voy a pedir que describas la prueba con el mayor detalle posible.»

Sally le entregó una hoja en blanco y un bolígrafo.

«¿De verdad?»

«Sí, claro.»

A continuación Stuart comenzó a escribir. Mark detuvo el vídeo y buscó otro documento entre las pilas que tenía delante. Nos extendió el breve texto que había escrito Stuart Nance. A esas alturas no me sorprendió en absoluto lo que leímos: para Stuart la prueba había comenzado en el sillón donde se había quedado dormido. No recordaba nada de lo sucedido en las habitaciones anteriores.

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