Amnesia

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—¿La chica murió en mi casa, Mark?

Era la pregunta que había querido hacer durante toda la noche.

Mark suspiró.

—Me temo que sí, Johnny.

Negué con la cabeza.

—No puedo creerlo, ¡me has mentido todo este tiempo!

—No tuve otra opción. Los coreanos son tipos peligrosos; maldigo el momento en que nos involucramos con ellos. Desde que empezamos a negociar hemos sido presionados para cerrar el trato cuanto antes. Nunca pensé que llegarían a tanto.

—No lo entiendo —intervino Maggie—, ¿qué buscaban exactamente en casa de Johnny?

Yo creía entenderlo:

—Todo estaba dispuesto como si yo fuera el asesino —dije en tono críptico—, y de repente el cuerpo desaparece. Era una forma de demostrar de lo que son capaces.

Mark no respondió.

—Es muy enfermizo —dijo Maggie—. ¿Mataron a esa pobre chica como una advertencia? ¿No ibais a vender de todos modos?

Mark bajó la vista y respiró sonoramente.

—Yo era el más reticente —admitió—. Jamás me imaginé que algo así podía pasar.

—Hay algo que no entiendo —dijo Maggie—. ¿Cómo hicieron para administrarle a Johnny el ESH?

—Me temo que no sé mucho más. A lo mejor la idea original era dejar el cuerpo de Paula allí y algo salió mal…, no lo sé. Paula era…, es, una chica encantadora que no se merece nada de esto.

—¿No deberíamos dar aviso a la policía?

—No —se apresuró a responder Mark—. Si hay pruebas de que Paula estuvo en Carnival Fall ese día, y estoy seguro de que si la policía busca en la dirección correcta las va a encontrar, no harán más que implicar a Johnny.

—Ellos tienen mi camiseta ensangrentada —dije.

—Y quizás algo más —agregó Mark.

Pensé en las cámaras de circuito cerrado. También podían tener filmaciones de Paula en mi casa.

—¿Cuándo termina esto, Mark? —Maggie no podía matizar su frontalidad.

Mark me miró con una mezcla de desesperación y súplica.

—Pronto. Os doy mi palabra.

—¿A qué te refieres?

—Prefiero no involucraros, la verdad. Quizás debí decírtelo todo desde el principio, Johnny, pero mi intención ha sido mantenerte lo más lejos posible de este problema, del que no eres responsable en absoluto.

—¿Qué quieres decir, Mark? Perdóname por ser tan directo, pero no quiero que hagas una estupidez.

Vi algo en sus ojos que me estremeció.

—¿Confías en Ian? —preguntó Maggie.

—Sí. Ian no sabe nada de todo esto, os lo aseguro.

—Hay algo que debes saber —dije—. En tu cumpleaños, cuando fui a verte a la terraza, escuché a Ian hablando con alguien del accidente en motocicleta de Stuart Nance.

Mark pareció sorprendido.

—El accidente fue una fatalidad. Confío en Ian y estoy seguro de que él no participaría en un homicidio.

—Quizás no voluntariamente —acotó Maggie.

Permanecimos callados.

Maggie y yo nos levantamos. Mark se acercó a mí y me despidió con un abrazo.

—Lo siento mucho, Johnny. Todo esto ha sido culpa mía.

El abrazo duró más de lo normal. Miré a Maggie por encima del hombro de mi hermano y ella hizo ese gesto tan característico, frunciendo los labios y levantando las cejas.

Mark nos dijo que se quedaría un rato más, que tenía cosas que hacer.

Antes de salir de la sala de conferencias me volví y vi como Mark ordenaba los documentos sobre la mesa.

Fue la última vez que lo vi con vida.

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