Amnesia

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A las dos de la tarde del día siguiente estaba sentado en un reservado del White Fedora, un bar que subsistía en el centro de la ciudad muy cerca de la biblioteca municipal. Maggie me llamó al móvil y atendí tras un momento de vacilación.

—¡John! ¿Dónde estás?

—En el White Fedora. No te preocupes, no he cometido ninguna estupidez.

Levanté el té helado que estaba bebiendo, como si Maggie pudiese verlo.

—Te he dejado varios mensajes. ¿Estás seguro de que estás bien?

—No he bebido.

Decir que estaba bien hubiese sido una mentira absoluta.

—No entiendo…

—Salí a caminar. Necesitaba pensar, llegué hasta aquí y entré. Carrie Reeves me tiene controlado.

—¿Carrie Reeves de secundaria? ¿John, qué demonios te pasa?

—Trabaja aquí.

—John, necesito hablar contigo.

—¿Quieres…?

—Espérame ahí.

Maggie cortó. Me quedé mirando el vaso de té helado.

Carrie Reeves había sido el sueño de todos mis amigos, y el mío, durante nuestros años adolescentes. Aunque tenía nuestra edad, siempre había estado interesada por chicos mayores que ella. Su padre había comprado el bar como inversión y encomendado a ella la tarea de reflotarlo. No parecía que lo estuviera consiguiendo.

Apenas corté, Carrie volvió a acercarse; el sitio estaba casi vacío.

—¿Qué hay de tu hermano Mark? ¿Sigue casado?

Esbocé una sonrisa torcida.

—Sigue casado. Muy feliz —mentí.

Carrie asintió.

—¿Estás seguro de que no quieres algo para comer? Estamos incorporando postres y sándwiches…, la idea es ir cambiándolo todo poco a poco.

—No me apetece nada, muchas gracias.

—Yo le digo a mi padre que hay que cambiar de golpe, el nombre, la decoración, todo, pero él insiste en hacer las cosas gradualmente. Dice que, a fin de cuentas, los que mantienen el negocio funcionando son los clientes históricos y bla bla bla.

No sé si Carrie terminó su frase de esa forma o si mi cerebro optó por dejar de escucharla.

Maggie llegó en ese momento. Entró, se quitó las gafas de sol y escaneó el lugar como un faro. Levanté la mano.

—¿Ésa es Maggie Burke? —dijo Carrie.

—Es como una reunión aniversario —dije con solemnidad.

Carrie la recibió con los brazos abiertos, como si fueran viejas amigas. Empezó a hacerle preguntas de Londres, del tiempo que hacía que no se veían, una tras otra sin esperar respuesta.

—Tenemos que hablar un tema importante —dijo ella con sequedad.

Carrie se volvió, entre indignada y ofendida.

—¿Vas a querer algo para beber, Maggie?

—Una cerveza —dije yo—. Tráele una cerveza.

Carrie me evaluó.

—Puedo soportarlo, Carrie —dije cansinamente.

Cuando nos quedamos solos, Maggie volvió a preguntarme qué rayos hacía allí y no pude darle una respuesta satisfactoria. No tenía ni idea. Apenas había dormido y durante la mañana me había resultado imposible quedarme en casa. Eso llevó a relatarle lo sucedido el día anterior, la visita a Darla y el vídeo de Mark en la memoria USB.

—No tengo palabras, John.

Me encogí de hombros.

—Mark tuvo que vivir con eso todos estos años —dijo más para sí que para mí—, el ruego de Silvia, el peso de semejante decisión, y luego…

—El suicidio de mi padre —terminé la frase—. ¿Cómo vives con todo eso encima?

—Francamente, no lo sé. ¿Y tú crees que esa grabación era para borrar los recuerdos con ESH?

—Lo he pensado, pero no tiene mucho sentido si vas a quitarte la vida. Creo que es una confesión. Quizás se arrepintió en el último momento.

—Johnny, estoy temblando. Todos estos años…

Negué con la cabeza. Seguir pensando en eso me volvería loco. No había hecho otra cosa desde que lo había visto.

—Dime lo que tenías que decirme, Maggs.

Maggie levantó las cejas en un gesto que no pude descifrar. Asintió en silencio.

—Esto se vuelve más extraño cada minuto —me advirtió.

Su tono de voz me preocupó.

—Dispara.

—Ayer fui a ver a Val —dijo ella—, nos pusimos al día, conocí a su familia, y regresé a casa alrededor de las diez y media. El club B estaba reunido en casa, los vi desde fuera y decidí entrar por la cocina para no molestarlos. Desde el pasillo escuché a mi padre alzar ligeramente el tono de voz. Me quedé un segundo escuchando…, porque hablaban de ti.

—¿Qué decían?

—Estaban discutiendo acerca de qué hacer con algo en concreto, no llegué a escuchar esa parte. Mi padre decía que no estaba de acuerdo y Harrison que sí. Richard no decía nada. Pero entonces Bill dijo lo siguiente: «Lo único que puede salvar a Johnny está en la cabaña de Gustafsson, así que sugiero que volvamos a pensarlo».

—¿Quién demonios es Gustafsson?

—Yo puse la misma cara.

—¿Y a qué cabaña se refieren?

—Harrison dijo que evidentemente no iban a ponerse de acuerdo, que ése era el problema de ser cuatro. Entonces Bill sugirió ir a la cabaña a la mañana siguiente.

Maggie suspiró.

—¿Seguiste escuchando?

Giri apareció de repente y casi me da un susto de muerte. No grité pero golpeé una lámpara con fuerza. Me escucharon y callaron.

—¿Se dieron cuenta de que estabas allí?

—No lo creo. En todo caso culparon a la maldita gata.

—¿Se referían a salvarme de Frost? Mark siempre me advirtió de que sospechaba que Harrison sabía algo más. ¿Y qué es eso de la cabaña?

—¿Desean algo más?

La voz de Carrie casi me mata del susto. Me volví y allí estaba ella.

—No, Carrie, no queremos nada —se anticipó Maggie al ver mi rostro.

—Puedo ofreceros un…

—Carrie, por favor —la interrumpí.

Carrie se marchó. Maggie sacó el móvil del bolso y empezó a buscar algo con su destreza habitual.

—Hoy me levanté a las seis —dijo sin quitar la mirada de la pantalla— y escondí mi móvil debajo del asiento de la furgoneta de mi padre. Mi padre regresó al mediodía, y mi móvil seguía debajo del asiento.

Me exhibió el móvil.

—Ésta es la ruta que siguieron, y ese punto de allí es la cabaña.

El punto en cuestión estaba en el corazón del bosque, una zona peligrosa y sin cobertura móvil conocida como el triángulo de las bermudas.

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