Amnesia

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Segunda parte » Capítulo 11

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11. UNA PISTA

No sabía qué hacer. Por un lado, pensaba que era absurdo que el sheriff estuviera implicado en algo así. Era uno de los hombres más respetados de la comunidad, llevaba toda la vida trabajando por la justicia y estaba a punto de jubilarse. ¿Qué sentido tenía que persiguiera a una familia de turistas? ¿Por qué iba a amenazar con matar a niños inocentes? ¿Qué podía saber aquella mujer para que le implicara hasta aquel punto?

Sharon decidió ir a la cabaña de su abuelo Mike. Era un lugar solitario, en medio de la nada. La familia llevaba años sin aparecer por allí y no había hablado de aquel lugar a casi nadie. En cierto sentido para ella era un lugar maldito. El sitio en el que su hermana había desaparecido años antes y donde la infelicidad de toda la familia había comenzado. Mucha gente no lo había pensado nunca, pero hay momentos en las historias personales de cada uno, y también de las sagas familiares, en los que la vida se convierte en una especie de maldición de la que ya no puedes escapar.

Llegaron al amanecer a la cabaña. No era muy grande, no tenía luz eléctrica y el agua provenía de un viejo pozo. Tampoco llevaban provisiones y en unas horas deberían tomar una decisión.

Sharon abrió la puerta después de buscar la llave oculta en una maceta cercana y una nube de polvo pareció moverse por el aire viciado de la cabaña. En algunos rincones había telarañas y las contraventanas estaban a medio echar, pero todo estaba en su lugar, como si el tiempo se hubiera detenido en aquel lugar mágico de la infancia.

—Debió ser una linda casa —dijo la paciente. La policía la vio vestida con aquel camisón empapado, con el pelo chorreando y aquella expresión de animal asustado y se puso aún más triste. Buscó en uno de los armarios de arriba. Aún había ropa, estaba limpia, aunque anticuada y con cierto olor a humedad.

La mujer se cambió en el cuarto mientras ella buscaba algo de comer en la despensa. Encontró algunas latas de carne y sardinas, un bote de Nutella que no había caducado aún y café. Abrió el grifo y después de algunos bufidos y agua medio turbia, el agua comenzó a brotar con fuerza. Era tan clara como el sol que por fin había decidido hacer su aparición.

La mujer reapareció con su ropa. Ahora que la veía algo más arreglada, con el pelo recogido en una coleta y sin la expresión turbia de los pacientes que toman ansiolíticos, la vio mucho más bella.

—Gracias por la ropa y por ayudarme.

—De nada. Me estaba terminando de contar lo que le sucedió al doctor Sullivan.

—Sí, es cierto. El sheriff me apuntaba con su arma, pero antes de que disparara, el doctor le golpeó con algo en la cabeza y el hombre se derrumbó en el suelo de madera. Me tomó de la mano y me llevó hasta la capilla, me dijo que me escondiera e intentó escapar, pero el sheriff llegó con más hombres. Al menos dos voces eran las mismas que las de las personas que nos acosaron en el super —comentó la mujer.

—¿Está segura de eso?

—Sí. Hay cosas que no se te pueden olvidar. Puede que haya tenido amnesia, pero en cuanto las escuché las reconocí de nuevo.

Sharon puso el café y unos minutos más tarde estaban sentadas en el sillón como dos viejas amigas que charlan de sus cosas.

—¿Sigue sin creerme? ¿Verdad?

—Me cuesta, lo reconozco, mi jefe siempre ha sido un buen hombre. No puedo imaginarlo como un asesino. ¿Quién disparó al doctor?

—No lo vi. Estaba escondida, pero si el sheriff no lo hizo, al menos lo ordenó.

Sharon se levantó y se dirigió a la cocina, entonces vio la llamada de su jefe. Afortunadamente tenía el teléfono en vibración. Dudó unos instantes y al final apretó la tecla.

Salió por la puerta de atrás y se sentó en las escaleras. En aquel mismo lugar cientos de veces había tomado una taza de chocolate con su hermana gemela y su abuelo.

—Hola —dijo en el tono de voz más bajo que pudo.

—¿Dónde diablos estás? Estamos buscándote por todos lados. Temíamos que te hubiera pasado algo.

—Estoy bien, necesitaba aclarar las ideas y…

—¡Aclarar las ideas! Joder, Sharon. El doctor Sullivan está muerto. Tu coche está aparcado enfrente de la clínica y has desaparecido. Estoy teniendo que dar muchas explicaciones para que no vengan los federales y pongan todo esto patas arriba. La paciente ha desaparecido y creemos que mató al doctor —dijo el sheriff sin disimular su tremendo enfado.

—Eso es una estupidez. ¿Por qué iba a hacer algo así?

—Bueno, tenemos novedades. Cosas que desconoces. Al parecer la paciente se llama Victoria Landers, ese es el apellido de su marido. La familia lleva desaparecida desde hace unos días. Son en total cinco personas, creemos que la paciente es una de ellas.

—¿Por qué no me habías dicho nada?

—Nos acabamos de enterar. La familia se encontraba en una cabaña en Canadá, por eso no estaba en nuestros registros. Esa maldita cabaña está en la frontera. Parte de las tierras son canadienses y parte norteamericanas, lo que produce un conflicto de competencias de la leche. Un verdadero lío burocrático, la cosa es que los canadienses nos han pasado información. La señora Landers o Victoria, o como quieras llamarla, tiene tendencias suicidas. Incluso en Inglaterra se abrió una investigación, al parecer un día casi prende fuego a la casa con todos sus hijos dentro.

Sharon no podía creer lo que le contaba su jefe. Victoria, la paciente, podía ser una asesina o al menos una lunática que había terminado con toda su familia.

—¿Han encontrado al resto de la familia?

—No, por ahora todos están desaparecidos, pero no tengo mucha confianza en que los encontremos con vida. No después de tantos días. ¿Está contigo? ¿Verdad?

—Tengo que dejarte. Necesito…

Escuchó unos pasos a su espalda. Se giró y vio a la mujer de pie, mirándola con extrañeza.

Sharon colgó el teléfono y se giró hacia ella.

—¿Con quién estabas hablando? Era con el sheriff, ¿verdad?

La agente no supo qué contestar, se puso en pie y se guardó el teléfono en el bolsillo del pantalón.

—Te habrá contado que estoy loca, que mi familia ha desaparecido y que tengo algo que ver. Imagino que incluso sabe lo del incendio. No estoy loca, están usando todo eso para confundirte. Son unos malditos cabrones —dijo poniéndose más furiosa.

—¿Por qué no me cuentas todo desde el principio? Quiero creerte, pero necesito conocer toda la verdad.

La mujer agachó la cabeza, como una niña que acababa de ser descubierta mintiendo o haciendo alguna travesura. Las dos entraron en la casa y Sharon preparó más café. Iba a ser un día largo y necesitaba algo que le aclarase un poco las ideas.

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