Amnesia

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Segunda parte » Capítulo 15

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15. SORPRESA

Una semana antes, en las proximidades de Fort Frances.

Victoria estaba bloqueada. Si corría escaleras abajo y tomaba el rifle podría defender a sus hijos, pero tenía el cuerpo completamente paralizado. Intentó quitar las manos del lavabo, en el que continuaba apoyada. Le gritó a su mente que reaccionara, pero el cuerpo se mantuvo quieto, como si otra persona tuviera el control sobre él. Por unos momentos pensó en la liberación que supondría la muerte. Eso es lo que le había llevado a quemar su casa unos meses antes: estaba cansada de luchar. Primero por un matrimonio que no funcionaba, después por una enfermedad que nadie descubría. Todo el mundo pensaba que estaba fingiendo, que realmente no deseaba cuidar de sus hijos y asumir sus responsabilidades. Sus padres se comportaban como si mereciera todo aquello. Ella nunca había cumplido sus expectativas; no había sido una buena hija, tampoco se había convertido en la profesional independiente y exitosa que esperaban; además se había casado con un negro machista, musulmán y mujeriego. Una gran cagada para una familia liberal que quería demostrar al mundo que las tradiciones y las convenciones sociales eran estúpidas. Ahora era ama de casa, esposa abnegada, madre modelo y una neurótica peligrosa.

Al final logró despegarse del lavabo y correr escaleras abajo. Llegó hasta el fusil justo antes de que lograran abrir la puerta. Colocó a sus tres hijos a sus espaldas y apuntó a los dos hombres que habían forzado la entrada. El perro ladraba sin parar y gruñía enseñando los dientes.

—Joder, la señora nos recibe con una escopeta —dijo uno de los hombres, como si el arma de fuego no le produjera la más mínima impresión.

—No creo que la inglesita sepa utilizarla. Es una buena mamá, seguramente la chupa de maravilla —comentó el otro.

—¡No den un paso más o disparo! —gritó Victoria. Le temblaban las manos y tenía unas tremendas ganas de orinar, pero estaba dispuesta a todo por salvaguardar a sus hijos.

Los dos hombres siguieron caminando, ella apretó el gatillo, pero no sucedió nada. Uno de los hombres le arrancó el fusil de las manos y ella caminó hacia atrás, con todos sus hijos en la espalda.

—Primero hay que quitar el seguro. Mire —dijo el hombre delante de la cara de la mujer.

—¿Qué quieren de nosotros? ¿Por qué no nos dejan en paz? Mi marido ha ido a buscar a la policía y no tardarán en venir.

Los dos hombres se rieron, parecían disfrutar mucho de la situación. Charlotte comenzó a llorar y los gemelos intentaban calmarla, pero cada vez gritaba más.

—Una zorra casada con un negro y sus malditas crías mestizas sería suficiente, pero además vas y metes las narices en nuestros asuntos. ¿Qué viste en la playa?

—Nada, se lo aseguro.

—¡Nada! ¿Piensas que puedes engañarnos? Será mejor que nos digas ahora mismo lo que viste.

La mujer no sabía qué responder. Únicamente los había visto descargar unos fardos.

—Nada, mi marido regresará en cualquier momento.

—Mi padre y mi hermano pequeño han ido a por él. No creo que llegue muy lejos. Será mejor que nos tranquilicemos. Diles a los niños que no pasa nada. No queremos que nadie sufra ningún daño. Al menos que nosotros queramos, claro está. Todo dependerá de lo bien que se porten y de que nos cuenten la verdad.

—Jimmy, lleva a los chicos arriba. Cada uno en una habitación.

—¿La niña también? —preguntó el gigantón.

Su hermano le clavó la mirada y los subió a los tres a trompicones por las escaleras. Cuando se quedaron solos, llevó a la mujer hasta uno de los sillones y la sentó bruscamente.

El perro comenzó a gruñir y a enseñar los dientes de nuevo. El hombre lo miró desafiante y después se puso en cuclillas, lo llamó y el animal dudó por un instante, pero al final se acercó moviendo el rabo. El hombre lo cogió por el cuello y lo acarició unos momentos, después sacó un cuchillo y le rajó la garganta de un solo tajo.

A pesar de la situación, Victoria se sintió sorprendida al no sentir temor. No quería que nada malo les sucediera a sus hijos, y estaba segura de que sería capaz de protegerlos.

—Bueno, señora, creo que es el momento de que tengamos una charla tranquila. Las cosas se han complicado un poco. Nosotros somos gente razonable, velamos por nuestros negocios y eliminar a una familia de europeos degenerados no entra en nuestros planes. No queremos a federales y policías canadienses merodeando por la zona. Antes este era un lugar tranquilo, la gente se metía en sus asuntos y todos éramos felices, pero la gente como usted está terminando con todo lo bueno que tenía este lugar solitario. Vienen en busca de emociones para escapar de sus anodinas vidas. Nosotros les daremos emociones. No se preocupe.

El hombre se sentó junto a la mujer. Victoria tenía las manos atadas a la espalda; su camiseta estaba algo desgarrada por el forcejeo de la escopeta y el hombre se quedó fijo un momento en sus prominentes pechos.

—Eso es lo que me gusta de las matronas. No son como las escuchimizadas adolescentes que vienen en verano provocando, son mujeres de verdad. Mientras llega su marido creo que podríamos pasar un buen rato. Seguro que después de estar tanto tiempo a dieta africana, aprecia un buen solomillo anglosajón.

—Es un cerdo —dijo la mujer y después le escupió a la cara.

El hombre se quitó la saliva lentamente de la cara, después sonrió a la mujer y le dio una tremenda bofetada; la mujer se cayó al suelo y él la levantó por los pelos y volvió a sentarla.

—Creo que no ha entendido su situación. Esto no es Inglaterra, está en mi territorio y me tiene que respetar. Yo no soy un hombrecito moderno, uno de esos tipos que se deja someter por las mujeres. Estoy seguro de que cuando termine contigo serás una mujer complaciente y obediente.

El hombre comenzó a besarle el cuello y manosearla, Victoria se resistía, pero era muy difícil con las manos atadas. Era demasiado fuerte para ella. Sabía que a veces era mejor seguir la corriente hasta que tuviera la oportunidad real de escapar. Intentó soportar aquello de la manera más estoica posible. Lo importante era tener un plan y poner a salvo a su familia. Si debía sacrificarse por ellos lo haría sin dudarlo.

—Veo que estás comprendiendo la situación —dijo el hombre complacido por su docilidad.

Victoria abrió los ojos, miró a un lado y vio el cinto del hombre sobre una repisa. Se lo había quitado para estar más cómodo, a un lado colgaba un gigantesco cuchillo.

—Si me sueltas podré hacer más cosas —dijo la mujer con una sonrisa.

—Creo que a la inglesita le está gustando. Está bien, pero pórtate bien. Si le digo a mi hermano que rebane el cuello a alguna de tus crías lo hará sin dudar. Además, creo que le gusta tu hija mayor, siempre le han gustado jovencitas. Pórtate bien y todo pasará muy pronto.

El hombre le desató las manos y siguió acariciándola, la tumbó en el sillón, le quitó la camiseta y el sujetador, después la contempló unos segundos, como el que saborea el postre antes de terminarlo. Hundió su cara en el pelo limpio y fresco de la mujer, mientras ella buscaba la manera de llegar hasta el cuchillo y sacar a su familia de la cabaña cuanto antes.

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