Amira

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La verdad

El ruido sordo del tren de aterrizaje sobre la pista despertó a Jenna. El hombre pelirrojo estaba sentado al otro lado del pasillo, mirándola.

—¿Ha dormido bien, princesa? ¿Quiere alguna cosa? ¿Una taza de café?

—No, gracias.

—¿Un zumo de naranja, quizá?

—No.

El reactor rodó por la pista y se detuvo.

—Bueno, ya hemos llegado. Fin del trayecto. Apóyese en mí; aún no se le han despertado las piernas, ¿eh? No querríamos que nos pusiera un pleito.

Jenna rechazó su ofrecimiento, pero le siguió hasta la puerta. ¿Qué otra cosa podía hacer?

El sol la cegó cuando salieron del avión. Los alrededores confirmaron los temores de Jenna: una pista de aterrizaje privada en el desierto. Una limusina aguardaba. El hombre pelirrojo abrió la puerta de atrás del coche para que entrara. Un vistazo al conductor le dijo que era árabe. Por supuesto.

El pelirrojo se instaló en el asiento del copiloto.

—Vamos —dijo alegremente.

—¿Cuánto le paga por esto? —preguntó Jenna. Podía habérselo ahorrado. Ella no podía competir con Alí en cuestión de dinero. De todas formas ya no importaba.

El hombre soltó una carcajada.

—Suficiente. Nunca pensé que diría una cosa así, pero este cliente me paga lo suficiente.

¿Estaba a salvo Karim? Pues claro que sí. Nadie iba a hacerle daño a él. ¿Qué le dirían, qué sabía? ¿Le habían dicho algo?

Circulaban por una carretera de dos carriles. No la reconocía, ni tampoco el paisaje. De hecho, había algo que no encajaba. El desierto en sí no era como debía ser, ni la arena ni las plantas ralas. Y más adelante vio casas. Grandes casas del estilo de los ranchos americanos. Ni siquiera en el enclave petrolífero había habido tales casas en Al-Remal. ¿Tanto podía haber cambiado?

Se encontró con la mirada del chófer en el espejo retrovisor. Una sonrisa esbozada. Algo familiar… No podía ser, pero desde luego sería más viejo, y…

—¿Jabr? ¡Jabr!

—A su servicio, alteza.

—¿Qué estás…? —Jenna se volvió hacia el pelirrojo—. ¿Qué es esto? ¿Dónde estamos?

—En el buen camino, princesa. En Palm Springs, California. Volvemos a reunimos.

—Jabr, por favor, dime qué hacemos aquí. Tengo miedo.

El regocijo de los ojos de Jabr se convirtió al instante en inquietud.

—¿Pero no lo sabe, alteza? La llevamos a casa de su hermano.

—¿Malik? ¿Está aquí?

—¿No se lo has dicho? —preguntó Jabr al pelirrojo.

—Oye, tenía órdenes. Yo también trabajo para él.

Jabr masculló unas cuantas palabras en árabe que Jenna no tenía la menor intención de traducir. Era obvio que los dos hombres no se tenían la menor simpatía, pero no era algo que la preocupara en aquel momento.

—¿Malik está aquí? —repitió. Sentía vértigo. Todo aquello tenía el aire surrealista de un sueño.

—Aquella de allí es su humilde morada —anunció el pelirrojo, señalando con la cabeza en dirección a una inmensa casa de madera y cristal de estilo moderno. Traspasaron una verja y continuaron por un largo sendero.

Un hombre bajo y rechoncho de evidente aspecto remalí bajó presuroso las escaleras para salir a su encuentro.

—Oh, esto es una locura —dijo Jenna—. ¿Farid? ¿Eres tú, Farid? —Jenna salió del coche y abrazó a su primo con fuerza.

—Te has equivocado de mujer —reprendió Farid a Jabr y al pelirrojo—. Demasiado joven. Además, Amira era hermosa, pero no era nada comparada con ésta.

—¡Mentiroso! Dios mío, esto es demasiado. ¿Dónde está Malik?

—¿Tan pronto deseas abandonarme por el pesado de tu hermano? Muy bien. Por aquí.

Farid la condujo al interior de la casa.

—Por aquí, prima. Dale una sorpresa. Aún no sabe que has llegado.

La puerta que señalaba conducía a una gran habitación que se abría a un vasto jardín con piscina.

Malik estaba de pie junto a las ventanas correderas, de espaldas a la puerta, mirando hacia el horizonte, ensimismado. Tenía que ser Malik, pese a los cabellos canosos.

—¿Hermano?

—¡Hermanita! —exclamó él, volviéndose.

Malik corrió hacia ella y la abrazó. De repente Jenna estaba llorando y también él.

—Cuando dude de que Dios es misericordioso, recuérdame este momento —dijo Malik con vehemencia—. ¡Ah, Amira!

Jenna se echó hacia atrás.

—Pero espera, espera. ¿Por qué me has arrastrado hasta aquí de esa manera? ¡Me has dado un susto de muerte! Hace diez minutos creía que Alí me había atrapado.

—Tenía mis razones. ¿Hace diez minutos, dices?

—Sí. Hasta que he reconocido a Jabr pensaba…

—Bueno, eso no está bien. Se suponía que debían decírtelo en el avión.

—No me han dicho nada. He estado dormida casi todo el tiempo. Creo que me han dado algún sedante.

—Ryan tenía que decírtelo —insistió Malik, ceñudo—. Quizá debería haber dado órdenes más concretas. A esos tipos les encanta actuar como si estuvieran en una película. Por otro lado, no quería que te lo dijera enseguida. Quería demostrarte algo, darte una lección.

—¿Quieres decir que me has aterrorizado a propósito? Debería darte una bofetada, hermano. —Casi hablaba en serio.

—La lección —explicó él, muy serio— es que si yo puedo hacerlo tan fácilmente, otros también pueden.

Jenna meditó estas palabras.

—¿Y cómo me has encontrado exactamente?

—No ha sido fácil. Tu carta… Mandarla desde Toronto fue un golpe maestro. Muchos expatriados árabes acaban allí. Nos pasamos meses, años, peinando Canadá sin encontrar nada, por supuesto. Entonces, un día, Ryan, que es detective privado, por si no lo habías adivinado, dijo que quizá deberíamos probar en Estados Unidos. Yo le dije: «Canadá ha sido una mina de plata para ti. Ahora también quieres una mina de oro.» Quizá por eso te lo ha hecho pasar mal. Ha ganado una fortuna buscándote y ahora que te ha encontrado… —Malik rió con cierto pesar.

—Pero ¿cómo me encontró?

—Teníamos dos puntos de partida. Uno, claro está, es que tienes un hijo. Aunque nunca se nos ocurrió que siguiera llevando el mismo nombre. El otro era lo que me decías en la carta sobre tu éxito en un trabajo que te gustaba. Sabía que tenía que ser algo que exigiera una educación por todos los libros que siempre estabas leyendo, incluso cuando eras niña. Así que Ryan empezó por las universidades, publicaciones de estudiantes, anuarios y cosas así. El y toda la agencia de detectives. Tiene su mérito. Fue un trabajo impresionante aun con ordenadores. He debido mirar más de un millar de fotos. No hubo suerte. Luego, cuando estábamos a punto de abandonar los dos, tuvo la idea de averiguar qué convenciones se celebraron en Toronto cuando me enviaste la carta. Hubo una docena, pero la de psicólogos parecía la más probable. Y… ¡voila!—Malik rió—. Cuando me mostró fotografías tuyas, le dije que estaba loco. Tuvo que hablarme de la cirugía plástica. Supongo que era un poco ingenuo. Fuimos a Boston y allí te espié desde lejos. Supe enseguida que eras tú, por tu modo de caminar más que nada. Eso fue hace dos años.

—¡Dos años! ¿Y por qué has esperado tanto… y has montado todo esto, por lo que aún podría abofetearte? ¿Por qué no me dijiste nada, ni te pusiste en contacto conmigo?

—Estuve a punto de echar a correr hacia ti allí mismo, en la calle. Pero algo me dijo que esperara. Se ha estado ocultando durante mucho tiempo, pensé, debe de tener sus razones. No sabía cuáles podían ser. Para serte sincero, pensé que tenía algo que ver con la muerte de Philippe. Así que esperé.

—¿Y por qué ahora sí?

—En parte porque no podía esperar más, pero también porque las cosas han cambiado.

—¿Qué quieres decir? ¿Qué ha ocurrido?

—Luego —dijo Malik, agitando una mano—. Dejémoslo por el momento. Ahora que estás aquí, relájate. Debes de estar cansada.

—He dormido muy bien, gracias a ese Ryan. —Jenna se dio cuenta de que estaba mirando la manga vacía de su hermano—. Tu pobre brazo, Malik. Vi la entrevista de Sandra Waters. Me sentí tan… no sé. Sentí deseos de cuidarte.

—La reacción habitual —dijo él, y sus ojos negros sonreían—. No te preocupes, hermanita, no ha malogrado mi estilo. El ilustre doctor Kissinger tenía razón; el poder no es el afrodisíaco definitivo, es la compasión, el instinto maternal. Jamás había sido capaz de excitarlo hasta que perdí el brazo. Desde entonces no me las quito de encima.

—Idiota —dijo ella, volviendo a abrazarle—. Queridísimo idiota.

—Una mala noticia —dijo él en voz baja—. Será mejor que te la diga ya. Padre murió.

—¡No! ¡Oh, Dios mío!

—Sí, un ataque y luego, lentamente… fue decayendo.

Un intenso sentimiento de culpabilidad se apoderó de Jenna.

—Oh, Malik, nunca supo que Karim y yo seguíamos vivos.

—Sí, sí lo supo. Nos habíamos reconciliado, al menos en parte. Cuando estaba a punto de morir le dije… lo que pude. No estoy seguro de que lo entendiera todo, pero sí que su hija y su nieto estaban vivos y bien. Ah, pero Amira, ojalá hubieras acudido a mí entonces. ¿Por qué le pediste ayuda a aquel francés? ¿Y qué salió mal?

Jenna le dijo todo cuanto se atrevió a contar. Pese al tiempo transcurrido, temió azuzar una vendetta contra Alí, una lucha que Malik no podía sino perder. Describió el asesinato de Alejandría, incluyendo las circunstancias que habían conducido hasta él.

—No podía vivir con él después de aquello, pero tampoco podía dejarlo sin más; me hubiera perseguido. Entonces Philippe tuvo una idea.

—Pues sí que era brillante que acabó muerto.

—Por favor, hermano, no seas sarcástico. Escúchame primero.

Jenna le habló de la ayuda prestada por Philippe y de su heroísmo. Cuando terminó, Malik se quedó sentado en silencio durante un rato, frotándose la manga vacía, sumido en reflexiones.

—Eso es diferente, muy diferente —dijo al fin—. Había acabado por odiarle. Ahora comprendo que… bueno, ¿qué puedo decir?

—No hace falta que digas nada, hermano. ¿Cómo podías saberlo?

—En cuanto a Alí, conocía sus gustos, por supuesto. Tales cosas no pueden mantenerse completamente en secreto. Pero de ese asesinato… nada, ni el más leve susurro. Me alegro de saberlo. Puede que me sea útil algún día, pero ahora tenemos que pensar en el presente. —Se inclinó hacia Jenna—. Escucha bien, hermanita: No podrás seguir ocultándote por mucho tiempo. Alí sabe que tú y Karim estáis vivos. Hace algún tiempo que lo sabe, y todo ese tiempo ha estado buscándote, con sigilo pero sin pausa. —Malik sonrió torvamente—. Me temo que no le he ayudado mucho. Tengo ciertos… contactos en su campo. Jabr era uno de ellos hasta que empezaron a recelar de él y tuve que sacarle de allí. Y también he podido dar falsas pistas a Alí de vez en cuando. Pero sólo es cuestión de tiempo que te encuentre, igual que yo. La pregunta es: ¿qué hará entonces?

—¿Me lo preguntas a mí?

—Sí.

—No lo sé. Durante años supuse que se llevaría a Karim y haría que me mataran. O quizá me arrastraría hasta Al-Remal para que me juzgaran por haberle robado a su hijo. En realidad pensaba que era eso lo que hacía Ryan. Pero a decir verdad no lo sé. Hace tanto tiempo que dura esto.

—¿Crees que aceptaría un acuerdo a cambio de devolverle a Karim?

—No se lo devolveré jamás. Jamás.

—Karim es casi un adulto, hermanita —dijo Malik con tono afable—. Dentro de poco irá a donde quiera.

—Entonces podrá irse, pero no antes. —Se dio cuenta de que era una respuesta infantil. Jenna, la psicóloga, sabía muy bien que Jenna, la madre, se negaba a aceptar la independencia de su hijo.

—Muy bien. Deja que te exponga mis ideas. Primera, tú y Karim podríais vivir conmigo bajo mi protección. Me he hecho muy rico, hermanita, diez veces más rico de lo que fue Onassis. Puedo contratar toda la seguridad que necesites y darte todo cuanto quieras sin echar en falta el dinero.

—Lo sé, hermano, pero tengo mi propia vida. No quiero dejarla, ni tampoco creo que Karim quisiera.

—Eso nos lleva a la segunda opción. Sigues como hasta ahora, pero te doy protección. Puedo instalar hombres tanto en el edificio donde vives como en el que trabajas. Lo mismo con Karim. Sería algo parecido al Servicio Secreto.

—No puedo tratar a mis pacientes con un ejército privado rondando por mi puerta —replicó Jenna, mirándolo fijamente.

—Sería algo más sutil, pero… lo comprendo. Déjame que te haga otra sugerencia. ¿Qué te parece si hacemos pública la historia, en los periódicos, en la televisión? Podría ser la mejor protección de todas. Nuestro amigo Alí tiene ambiciones políticas muy serias. Citando la verdad saliera a la luz, ¿podría permitirse el lujo de dejar que te ocurriera algo?

—Malik, estamos hablando de Alí. ¿Quién sabe lo que podría hacer?

—Desde luego no tenemos la certeza —dijo él con una mueca—. Quizá deberíamos hacer las dos cosas: Dejar que se sepa la verdad y protegeros a los dos como si fuerais las joyas de la corona. Pero, créeme, Amira, o Jenna, tendrás que tomar la decisión pronto. Tú prométeme que no volverás a desaparecer. Siempre supe que no estabas muerta. Sencillamente, lo sabía. Pero, lo que he tenido que sufrir preguntándome dónde estabas, si estabas enferma, si te las arreglabas sola con un niño.

—No te preocupes. Yo tampoco podría volver a pasar por eso.

Malik asintió, luego esbozó una sonrisa.

—Seguramente te gustaría darte una ducha, quizá incluso te apetezca nadar un poco. Encontrarás ropa para cambiarte en tu habitación. Procuro tener unas cuantas cosas agradables a disposición de mis invitados. Necesitarás más cosas. Tengo en nómina una persona que se encarga de las compras personales.

—¡Malik! ¿Cuánto tiempo piensas que me voy a quedar?

—Ya hablaremos de eso.

—Tengo pacientes, hermano, una consulta que atender.

—Es sábado. Tenemos mucho tiempo para hablar.

Cuando la acompañaba fuera de la habitación, Jenna se fijó en un mueble que al instante la transportó de vuelta a su niñez.

—La mesa de ajedrez de padre —dijo.

—Sí.

—No es tan grande como la recordaba, pero sí hermosa. —La mesa era una obra de arte de madera taraceada con intrincados dibujos geométricos.

Jenna recordó el día en que Malik derribó a Alí entre los peones, alfiles y torres esparcidos por el suelo.

—¿Aún juegas? —preguntó. Al tiempo que lo decía, abrió distraídamente el cajón de la mesa. En lugar de piezas de ajedrez, contenía un revólver negro.

Jenna miró a su hermano alarmada. Él cerró el cajón con suavidad.

—Desgraciadamente —dijo con su sonrisa más encantadora—, los juegos en los que estoy metido ahora pueden ser peligrosos.

La comida tuvo un sabor muy californiano: ensalada de brotes de cactos y caquis, conejo a la parrilla y sorbete de kiwi. Después Jenna, Farid y Malik se tumbaron junto a la piscina, o al menos lo hizo Jenna; Farid saltaba de su silla cada dos por tres para contestar al teléfono. Algunas veces se lo tendía a Malik, pero con frecuencia hacía preguntas y daba órdenes. Evidentemente, era la mano derecha de su hermano.

Jenna se sentía aún como si todo fuera un sueño. Tras largos años sola, habiendo enterrado profundamente su vida anterior, era muy extraño pero también familiar, estar de nuevo con sus compañeros de la infancia, sus parientes más próximos ahora que su padre había muerto. Deseó que Karim estuviera allí. ¿Y dónde estaba Laila?

—Necesito que me aconsejes sobre Laila —dijo Malik, como si fuera clarividente.

—¿Sabías que la he visto? —preguntó Jenna, haciendo acopio de valor para confesarse.

—En su momento no me enteré. Lo descubrí más tarde. Me burlé de Ryan a costa de eso. El gran detective te estaba buscando por todo el continente, y mi pequeña ya te había encontrado.

—Sabía que no debía hacerlo. Sabía que debía mantenerme alejada, no sólo por mi seguridad, sino también por la suya, pero cuando la vi, no pude evitarlo.

—Claro, claro. —La leve sonrisa de Malik parecía decir: «¿Cómo podría alguien no querer a mi Laila?» Sin duda Laila seguía siendo el sol, la luna y las estrellas para él. Pero luego la sonrisa se esfumó—. ¿Sabes lo que… le ocurrió?

—Sé que la violaron.

Malik parpadeó levemente al oír la palabra.

—Sí. Ese fue el principio. No hacía mucho, en realidad, que habían matado a Geneviéve. Creo que eso lo superó, pero… lo otro. No ha vuelto a ser la misma desde entonces.

—Debería haber hecho algo, pero cuando se fue de Nueva York para venir aquí…

—No es culpa tuya, sino mía. De todo. Debería haber tenido guardaespaldas las veinticuatro horas del día. En realidad los tuvo durante un tiempo. Pero no dejaba de pedirme que le permitiera llevar una vida normal, y —su voz se quebró— me resulta tan difícil negarle nada.

Malik miró por encima de la piscina hacia el paisaje desértico.

—Aquel chico, por ejemplo. Yo creí que era un buen chico. Me miró a los ojos y me llamó «señor». Era de buena familia. Y luego… —Apretó el puño, lo abrió, volvió a apretarlo y se relajó—. Ella ni siquiera pensaba decírmelo. Temía que la juzgara.

—Es una reacción común a la violación. La víctima tiene la impresión de que el ataque la ha rebajado, la ha hecho indigna, y que los demás también lo creerán.

—Estoy seguro de que tienes razón.

—¿Qué pasó con el chico?

—Ah, el chico. Yo quería matarlo, por supuesto, pero… bueno, esto no es Al-Remal. Pensé en presentar cargos contra él, como sugirió la terapeuta de Laila. Fue entonces cuando descubrí cómo funciona la ley en este país. Desde un principio, el fiscal me explicó lo difícil que sería demostrar la violación. Me dijo que los abogados de la otra parte harían recaer la culpa sobre la víctima, haciendo que Laila pareciera una especie de… bueno, de puta. Luego descubrí por mi cuenta que conocían algunas de las lagunas del origen de Laila, y que pensaban sugerir que nuestra relación no era… como debía ser. No podía exponerla a eso. Retiramos los cargos.

—Así pues, ¿quedó libre?

Malik guardó silencio durante largo rato.

—Es interesante —dijo por fin—. Unos meses más tarde, estuvo involucrado en un pequeño accidente y encontraron drogas en su coche. No era mucho, así que le dieron una colleja (era de buena familia, como te decía, y no tenía antecedentes) y lo soltaron. Pero poco después, alguien dio el soplo a la policía y lo pillaron con cuatro kilos de cocaína y una suma considerable de dinero para la que no tenía explicación. Ahora está cumpliendo más o menos la misma condena de cárcel que le hubieran echado por lo que le hizo a Laila. Es justo, ¿no crees?

Jenna no estaba muy segura de lo que oía, y decidió no preguntar.

—Pero eso no ayudó a Laila —continuó Malik—. Sus ojos… se apagó la luz de sus ojos. Lo intenté todo para que la recuperara. Todo. Dejé mi trabajo, así, indefinidamente, y la llevé de crucero. Antes le encantaban los barcos, el mar. Pero apenas hablaba y al final di por terminado el viaje porque parecía sentirse muy desdichada. Fue entonces cuando se vino aquí. Construí este lugar —indicó la casa con el brazo—, para poder estar cerca de ella si me necesitaba.

¿Por qué creía su hermano, se preguntó Jenna, que necesitaba una mansión para estar cerca de su hija?

—¿No le buscaste ayuda profesional? —Su tono fue más crítico de lo que pretendía, pero él no pareció notarlo.

—Oh, sí. Tres psiquiatras diferentes. Laila los dejó uno detrás de otro. Luego volvió a cambiar. Se convirtió en uno de esos mocosos salvajes de California, de fiesta en fiesta sin que pudiera hacer nada para detenerla, y con supuestos amigos que no eran dignos de ella. —Alzó una mano—. No lo digas; sé que mi vida no ha sido siempre ejemplar, pero al menos he aprendido a valorar a las personas. Aquella gente no tenía el más mínimo interés por ella.

Jenna asintió.

—Pero entonces —prosiguió Malik—, conoció a un chico, y todo volvió a cambiar. —Malik explicó que Laila había encontrado a alguien por fin, que se había enamorado, por primera vez en realidad. Era un joven que capitaneaba una goleta con la que transportaba pasajeros a Catalina, México e incluso Hawai. Y lentamente, el amor la había devuelto a su antiguo ser.

Jenna tenía la terrible sensación de que sabía lo que vendría después.

—No me digas que la ha dejado.

—¿Qué? Oh, no. En absoluto. Lo que ha pasado es que ha descubierto la verdad.

—¿La verdad sobre qué?

—Sobre mí. Sobre ti. Sobre su verdadera madre. Sobre sí misma. —Malik relató los hallazgos de Laila en París y su viaje a Al-Remal.

—Dios mío —exclamó Jenna cuando asimiló lo que acababa de oír. Era una situación grave. Saber que la madre de uno no es tu madre puede traumatizar a cualquiera, pero dada la inestabilidad de Laila, sería catastrófico.

—No me molestan las intromisiones de Alí en mis negocios —decía Malik airadamente, pensando aún en la escena del aeropuerto—.

Un hombre es libre de actuar como quiera en tales asuntos. Pero el trato que dio a mi hija. Pagará por eso, lo juro. —Guardó silencio un momento, esforzándose visiblemente por serenarse—. Cuando la saqué de allí, tuvimos una escena terrible. En el mismo avión. Dijo cosas sobre mí, sobre ti, incluso sobre Geneviéve. Al final tuve que admitir la verdad, o la mayor parte, sobre su verdadera madre. Pero parece ser que decir la verdad también fue un error. Yo pensaba que se iría furiosa con su prometido. Pero también ha cortado con él; afirma que es un mentiroso como todos nosotros. Y en lugar de huir como yo temía, se encierra en su habitación como una ermitaña.

—¿Aquí?

—Sí, aquí mismo.

—¿Ella está aquí? ¿En esta casa?

—Oh, sí. Así son las cosas ahora. Se encierra en su habitación, no sale casi nunca y se pasa el día durmiendo y la noche despierta.

Jenna se estremeció. Era un comportamiento demasiado familiar, terriblemente parecido al de Jihan.

—Espero —concluyó Malik, impotente—, que tú puedas hacer algo.

Jenna respiró hondo.

—¿Qué le has contado de mí?

—Sólo que eres mi hermana, que desapareciste hace mucho tiempo haciendo creer a todos que habías muerto, por razones que no conozco demasiado bien. Lo que en esencia es verdad. Claro que para ella, eso te convierte en una mentirosa a ti también.

«Y tiene razón», pensó Jenna. Difícilmente podía considerarse la situación ideal para iniciar una relación terapéutica.

—Haré lo que pueda —dijo—, que quizá no sea mucho. No esperes milagros.

—Dejé de esperar milagros hace mucho tiempo. En Al-Remal. Seguro que recuerdas la ocasión.

—¿Puedo ir a verla ahora?

—¿Por qué no?

La mujer que abrió la puerta del dormitorio se parecía muy poco a la chica de rostro ingenuo que Jenna había rescatado en Saks. Laila tenía tan sólo veintitantos años, pero parecía envejecida, cansada, distante… casi igual que Jihan en sus últimos días.

—Vaya, mira quién está aquí. Mi amiga secreta.

Aquel pequeño estallido de amargura alentó a Jenna. Donde había emociones vivas, aunque fueran negativas, había esperanza.

—Sí, soy yo, y soy tu amiga, además de tu tía. Siento no habértelo dicho antes. Pensaba que no podía hacerlo. Tal vez algún día me dejes contarte el porqué.

—No quiero saberlo.

Una respuesta mecánica, pero la elección de las palabras era significativa. Jenna tomaría notas tan pronto como le fuera posible. Había decidido ya quedarse al menos hasta que encontrara un psiquiatra adecuado para su sobrina. No podía tratar a Laila ella misma; estaba demasiado involucrada en su historia, pero quizá podía ser de ayuda como una amiga y pariente que no la juzgaría, alguien que la escuchara y comprendiera.

—Volveré mañana, Laila. A esta hora más o menos. ¿Por qué no piensas en lo que te gustaría comentar? Te diré todo lo que quieras saber.

—No quiero hablar.

—Tú piénsalo. Te veré mañana, o siempre que te apetezca.

Jenna tenía pacientes en los que pensar. Llamó al Sanctuary e informó a Liz Ohlenberg de que no iría en una semana como mínimo. Dejó el mismo mensaje en su contestador automático.

A lo largo del día siguiente, Jenna llamó a sus pacientes, citó a unos para otros días y a otros los remitió a colegas.

Una y otra vez, al marcar el prefijo 617, Jenna pensó en Brad.

¿Llamarle? Pero ¿para decirle qué? No tenía respuesta a su pregunta. Si le decía la verdad… bueno, no podía decírsela.

Esa tarde, Laila se había encerrado aún más en su concha y sus respuestas fueron más esquivas.

—Muy bien —dijo Jenna—. Hablaré yo. Te lo contaré todo sobre Amira Badir. —Y así lo hizo.

El lunes, Jenna se puso en contacto con un psiquiatra de Los Ángeles que le recomendaron sus colegas de Boston. Le explicó la situación y le gustó el análisis que él hizo de la misma. Ambos se mostraron de acuerdo en que lo mejor era conseguir la aprobación de Laila para iniciar la terapia, pese a que existía cierto riesgo en su situación.

Esa tarde, Laila seguía sin querer comunicarse, pero parecía aguardar a que Jenna empezara y ésta aprovechó la oportunidad.

—¿Te gustaría que te hablara de la mujer que te dio a luz? Era mi mejor amiga, la mejor amiga de Amira. —Se lo contó todo, incluyendo, con el mayor tacto posible, la última noche y el último día en la vida de su madre.

Cuando terminó, Laila se metió en el cuarto de baño y vomitó. Regresó pálida y temblorosa.

—¿Sabes que fui allí, a Al-Remal? —dijo—. Encontré a una mujer que me había amamantado, o eso dijo ella. Una pobre mujer. Envejecida prematuramente, como tantos otros en aquella aldea. ¡Dios, cómo odio aquel lugar! ¿Y sabes lo que estaba pensando? Pensaba: «¿Es ésta mi verdadera madre? ¿Mi padre…?» —No terminó la frase. Después de un rato, se tumbó en la cama revuelta y se durmió.

El tercer día, Laila se negó a abrir la puerta durante largo rato. Cuando por fin la abrió, Jenna entró saludando, pero luego se sentó en silencio.

—¿No más historias? —preguntó Laila al fin, y sorprendentemente su tono era como el de una niña a la que acaban de acostar.

—He hablado por los codos dos días —dijo Jenna—. Poco ortodoxo por mi parte. Quizá quieras contarme cómo te sientes.

—Ya habla la psicóloga —comentó Laila con amargura—. «¿Cómo te sientes?» —Hizo una mueca—. ¿Cómo crees que me siento? Me siento como uno de esos estúpidos juguetes que rebotan y vuelven a levantarse cuando los golpeas. «Tu madre murió, Laila, sólo que no era tu madre auténtica, claro que ésa también está muerta. Oh, por cierto, la mujer a la que conociste, la que se decía tu amiga, en realidad es tu tía.» ¡Maldita seas! ¡Maldita seas! ¡Malditos todos! —Laila daba puñetazos sobre la cama—. Golpeadme, ¡pero esta vez no me voy a levantar!

Ya te has levantado, pensó Jenna con alivio. Ahora la cuestión está en mantenerte de pie.

En los días siguientes, Laila abandonó su reclusión paulatinamente. Una noche apareció en la cena. A la siguiente se maquilló. Insinuó que estaría dispuesta a hablar con alguien más, si Jenna consideraba que valía la pena. Incluso llegó un momento en que Laila adoptó el papel de terapeuta.

—¿Vas a contarle la verdad a tu hijo?

Le tocaba el turno a Jenna de mostrarse evasiva.

—No estoy segura de que sea el momento. Tú conoces mi historia, quién era yo, con quién sigo casada. Sencillamente, no creo que sea el momento adecuado.

—¿Crees que Karim no sabrá digerirlo? ¿O temes que seas tú la que no digiera el modo en que se lo tome él?

Era una buena pregunta, demasiado buena.

—Aún no estoy segura. Algún día…

—Díselo ahora. En cuanto puedas. Tiene que haber un modo; es tu hijo. No puedes seguir mintiéndole para siempre.

Jenna no había pensado a tan largo plazo; era un lujo que había dejado atrás hacía mucho tiempo.

Sombreros. Docenas de sombreros, cada uno más extravagante que el anterior.

—Escoged uno cada una —dijo Malik a hermana e hija—, y luego buscáis un atuendo a juego. Vamos a las carreras. Es el día de apertura en Del-Mar. Los sombreros son de rigor.

Era una celebración, una especie de fiesta para la recuperada Laila, pero también un gran día para Malik, que había enviado a unos cuantos de sus pura sangre al hipódromo de California para la temporada de carreras.

Viajaron en helicóptero con Farid, y Jabr y uno de los guardaespaldas de Malik. La escena en el hipódromo era como una versión californiana de Ascot. Mujeres vestidas como para el desfile de Pascua se paseaban con hombres embutidos en ropas deportivas de diseño. Jenna reconoció a media docena de estrellas de cine, la mayoría de la vieja guardia.

La cuadra privada de Malik les permitió refugiarse de la multitud, pero incluso hasta allí acudieron varios hombres con aspecto de no estar acostumbrados a tales deferencias para estrecharle la mano. Un excesivo número de ellos parecían ser téjanos que tenían caballos en la competición.

En la quinta carrera, Jenna y Malik apoyaron por sentimentalismo a un caballo llamado Exilio del Desierto, que estaba muy bajo en las apuestas, y cuando el caballo escasamente valorado se adelantó a los demás, saltaron y se abrazaron como niños.

—Telefoto, jefe —dijo el guardaespaldas.

Jenna vio a un fotógrafo que les apuntaba con un teleobjetivo desde veinte filas más abajo en las gradas.

—No te preocupes —dijo Malik al guardaespaldas—. Me han dicho que éste es un país libre.

Sin embargo, Jenna se sentó y se bajó el ala de la pamela.

Al día siguiente, durante el desayuno, un sonriente Malik dejó caer un popular periódico sensacionalista sobre la mesa. Una foto en primera plana mostraba a Jenna mirando temerosa a la cámara con el brazo alrededor del cuello de Malik. El titular rezaba: «¿Misteriosa mujer nuevo amor de multimillonario?» Veinticuatro horas más tarde, el misterio se había resuelto: «Doctora feminista compañera de juegos del megamillonario Malik en Palm Springs», proclamaba el titular en negrita sobre una foto de Jenna tirando furtivamente del ala de su pamela.

Jenna sintió violada su intimidad, pero al mismo tiempo no tuvo más remedio que echarse a reír. Tras innumerables excusas para evitar fotografías en las solapas de los libros y entrevistas en televisión, ¡había llegado a eso! ¿Pero qué importaba en realidad? Si Malik estaba en lo cierto, una foto o dos no influirían demasiado en que Alí la encontrara o no.

Aquella noche, hizo su llamada habitual a su contestador automático esperando encontrar noticias de Karim. Para su sorpresa, halló un mensaje de Brad. Era breve: «Veo que te había juzgado mal. Adiós, Jenna.» Al principio pensó que se refería a la fecha límite para su propuesta de matrimonio. Luego comprendió que debía de haber leído los periódicos.

¡Bueno, por Dios! Jenna sintió deseos de tomar el primer avión hacia Boston para romper el contestador y arrojarlo a la chimenea, junto con Brad, si conseguía encontrarlo. ¡Cómo se atrevía a sacar semejantes conclusiones! ¡Cabrón pomposo e hipócrita!

Su ira tardó varias horas en enfriarse, pero cuando lo hizo, el frío caló hondo. No quería perder a Brad, así de sencillo. Llamó a su casa. Tras preguntar su nombre, un criado le informó que el señor Pierce no estaba disponible. Su recepcionista le dijo lo mismo seis veces a la mañana siguiente.

La ira de Jenna volvió a asentarse. Muy bien, si era eso lo que quería, podía pasar sin él, ¿no?

Necesitaba volver a casa. Laila se hallaba en manos competentes. Poca cosa más podía hacer Jenna salvo ser una buena tía. Además, estaba cansada del calor perezoso del sur de California. Apenas unas semanas más, y el aire se volvería frío en Boston.

—Para ti, prima —anunció Farid, llevándole un teléfono.

Tenía que ser Brad.

—¿Hola?

—¡Caramba, mamá! ¡Qué lejos estás!

—¡Karim! ¿Dónde estás?

—En Atenas. Sales en todos los periódicos de aquí, mamá. Malik Badir es una especie de dios local. Creo que la mitad del Pireo es suya.

—No salgo con él, Karim. Estoy de visita. —La explicación no sonaba convincente.

—Aja. Me habías dicho que no lo conocías.

—Es… es una larga historia. Lo conocí hace mucho tiempo, pero no lo había vuelto a ver en años, desde que tú eras un bebé. —Tampoco eso le sonó demasiado bien.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—No… no pensaba que fuera importante en ese momento.

—¿Y cómo es?

—Karim, escucha. No creas todo lo que pone en los periódicos. Las cosas… no son lo que parecen.

—Aja. —Karim parecía vagamente decepcionado—. Bueno, parece un tipo impresionante. Me gustaría conocerlo. Oye, mamá, tengo que irme. Hay un montón de gente esperando para llamar.

—¡Karim! ¿Estás bien? ¿Todo va bien?

—Claro, ¿por qué iba a ir algo mal? —El infinito optimismo de la juventud—. Tengo que pirarme, mamá. Te quiero.

Qué ironía. Por fin su hijo aprobaba a un hombre en su vida, y resultaba ser su hermano. Era como una farsa francesa. Tenía que contárselo a Malik.

Su hermano soltó estruendosas carcajadas.

—¡Dios mío! ¿Imaginas lo que dirían los periódicos si supieran la verdad? «Multimillonario Badir en nido de amor con hermana perdida.» Meterían a Elvis por medio antes de acabar. Un ménage a trois.

Jenna también rió, pero esa noche se fue a dormir echando de menos a Brad.

Resultaba fácil perder la noción del tiempo en el eterno bálsamo del sur de California. ¿Había pasado otra semana?

Jenna estaba nerviosa. Había llegado el momento de volver a casa. Allí ya no la necesitaban. Laila seguía bien; aunque tendía a esquivar a los demás y a dormir demasiado, no faltaba jamás a su cita con el psiquiatra de Los Ángeles. Jabr la llevaba en el coche. Incluso había pedido a Jenna su opinión sobre si debía escribir una nota de disculpa al novio abandonado.

—No te disculpes —dijo Jenna—. Explica. Dile cómo te sentías y cómo te sientes ahora. Si es el hombre que crees, lo comprenderá.

También el reencuentro con Malik tocaba a su fin. Los negocios reclamaban la atención de su hermano, que tenía reuniones, llamadas internacionales y faxes, además de charlas con Farid hasta altas horas de la noche. Y tenía también sus carreras de caballos.

Además, Karim pronto volvería a casa, pues empezaba el nuevo curso en la universidad.

Y Brad. Sin duda hallaría el modo de hacerle comprender. El consejo dado a Laila resonaba en su cabeza.

Por fin, en una nebulosa tarde azul y oro en el desierto, una de tantas, tras comentar sus planes con Malik y con Laila, reservó billete para el avión del día siguiente con destino a Logan.

Malik se fue al hipódromo, donde había inscrito a su caballo favorito, de tres años, en una carrera con un premio importante.

—Ven conmigo —invitó a Jenna—. Daremos una pequeña fiesta de despedida en tu último día.

—No, gracias, hermano. No quiero acabar de nuevo en primera página. Ve y diviértete. Yo voy a relajarme junto a la piscina. ¿Quién sabe cuándo volveré a tener una oportunidad así cuando vuelva al Este?

—¿Estás segura?

—¿Quieres marcharte, por favor?

Malik se fue con Farid. Ambos la invitaron de nuevo cuando se marchaban ya.

Jenna eligió un bañador de la docena que Malik había insistido en comprarle. Desde luego tendría la mejor colección de Boston. Una llamada a la cocina le proporcionó limonada y algo para picar. Para colmo, encontró una novela sin el menor atisbo de moraleja. Así pertrechada, se tumbó al sol.

Durante un rato fue exactamente el placer puro e inconsciente que necesitaba, pero luego la heroína de la novela tuvo un terrible desacuerdo con el hombre que obviamente estaba destinado a ser el amor de su vida. Todo era un malentendido, absolutamente inventado, pensó Jenna, disgustada, ¿pero no era eso precisamente lo que le había pasado con Brad?

Quizá debería escribirle, como había aconsejado a Laila que hiciera con su novio. «No te disculpes. Explica. Dile la verdad.» La verdad sobre Malik, al menos. Pero eso, claro está, provocaría nuevas preguntas, y más, hasta llegar finalmente a otras que tendría que negarse a contestar, o que contestaría con mentiras. Dios, estaba harta de las mentiras.

La casa estaba silenciosa con Malik fuera y Laila arriba. El personal no era visible. Algunos de los guardaespaldas debían de haberse ido con Malik y Farid, claro. Sin embargo, quedaban media docena más, y aunque no eran entrometidos, lo normal hubiera sido divisar a uno o más comprobando que estaba bien.

Ah, ahí había uno de ellos, junto a la puerta corredera. A la luz del sol no distinguía cuál era. Se acercaba. ¿Un mensaje? ¿Una llamada de Brad, o de Karim? Malik debía de pagar muy bien a sus hombres. Menudo traje. ¿Un hombre nuevo? Seguía sin reconocerlo. Era más bajo que los otros. También más mayor, con las sienes plateadas. Oh, no. No podía ser. Por favor, Dios, no.

—Hola, Amira. No te quedes paralizada como un conejo frente a una serpiente. Di algo.

—¿Qué quieres, Alí? No tienes nada que hacer aquí. Cuando vuelva Malik…

—No me quedaré tanto tiempo, paloma mía, cariño. Y nadie más interrumpirá nuestra charla; me he encargado de eso. Pero no te asustes, no voy a hacerte daño. Aquí no, ahora no. Pero sí otro día, Amira, zorra, quizá cuando vayas caminando por la calle. Piensa en ello. Piénsalo a menudo. ¿Serás capaz se huir de nuevo y ocultarte?

—Vete, por favor.

—Ah, sí, suplícame. Me gusta. Y mi hijo vendrá conmigo.

—¡No te atrevas a tocarlo!

—No tendré que hacerlo. ¿Crees que querrá quedarse contigo, puta, cuando descubra que le has mentido?

—Sí. —Fue todo lo que pudo decir.

—¿Sabes cómo te he descubierto? Por tu foto en esa basura de periódico. Pareces diferente aquí, pero el pelo castaño es negro en una foto en blanco y negro, y… los ojos… verdes… sólo son ojos oscuros. Y por supuesto estabas con ese ladrón de tu hermano. Tuve una inspiración.

De repente se oyó la voz de Malik desde la casa hablando con alguien.

—No, el caballo tiene una inflamación. He tenido que retirarlo de la carrera. Me han localizado en el teléfono del coche. —Instantes después salía al jardín—. ¿Quién es éste, hermanita? ¡Tú! —Malik se acercó a Alí a grandes zancadas y le abofeteó con el dorso de la mano—. ¡Cómo te atreves a entrar en mi casa! ¡Fuera!

Ocurrió muy deprisa. Alí se tambaleó por el golpe. Luego, con un gruñido, se abalanzó sobre Malik como un animal, igual que cuando pegó y violó a Amira. De repente, Malik, con un solo brazo, estaba en el suelo, respirando con dificultad porque Alí le apretaba el cuello con las manos.

Incluso en aquel momento, y siempre a partir de entonces, Jenna supo que podía llamar pidiendo auxilio. Alguien hubiera llegado en unos segundos, Farid, Jabr, alguien. Pero por su mente pasaban las imágenes rápidamente, como en teoría ocurría cuando alguien se ahogaba: Alejandría, el hospital de Al-Remal, la mueca desdeñosa de Alí allí mismo mientras la amenazaba.

No gritó. Corrió al interior de la casa, cogió el pequeño y pesado revólver negro azulado de la mesa de ajedrez, quitó el seguro, volvió a donde Alí intentaba ahogar a Malik, apuntó a la espalda de su marido y disparó tres veces.

Después, todo fue confusión. Malik sostenía el revólver y la gente acudía en tropel: Farid, guardaespaldas, el chef, y dos extraños que resultaron ser hombres de Alí y tuvieron que ser desarmados. Y Laila.

—Ha intentado matarme —decía Malik a todo el mundo con la voz ronca—. He tenido que dispararle.

Luego, cuando alguien fue a llamar a la policía y un guardaespaldas intentaba reanimar a Alí sin esperanzas, Malik llevó aparte a su hermana.

—Yo me encargo de esto, ¿entiendes? No, ni una palabra. ¿Recuerdas que juré proteger a los que amaba? Le he fallado a todo el mundo menos a ti. Me debes esta oportunidad.

Jenna estaba demasiado aturdida para responder. Dos preguntas martilleaban su cerebro: ¿Qué efecto tendría aquello en Laila? ¿Y qué le diría ella a Karim?

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