Amira

Amira


PRIMERA PARTE » Malik

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Dios es más grande.

Yo declaro que no hay más dios que Dios.

Yo declaro que Mahoma es el profeta de Dios.

Venid a rezar. Venid a la salvación.

Rezar es mejor que dormir.

No hay más dios que Dios.

En el jardín, que empezaba a sumirse en las sombras, Malik paseó por entre las adelfas y las buganvillas, saboreando la fragancia, sonriendo ante el sonido de la pequeña fuente cuyo chorrito proclamaba la riqueza de su padre. Recordaba la famosa historia de la época en que los americanos y los británicos habían llegado en busca de petróleo, cuando el rey de Al-Remal rezó para que sus perforadoras sólo encontraran agua.

Era la hora más hermosa, como siempre había pensado Malik, el intervalo justo antes de la noche, cuando el calor del día volvía hacia el cielo, haciendo que las primeras y brillantes estrellas rielaran sobre un fondo de un intensísimo azul claro. Francia tenía duchas maravillas, pero ninguna que pudiera equipararse a las estrellas del desierto de Al-Remal.

—¿Hermano?

—¿Quién si no, hermanita idiota?

Amira salió de las sombras riendo para tomar su mano.

—Te he echado de menos —dijo.

—Y yo a ti.

—Dudo que hayas tenido tiempo de echar de menos a nadie. Tus días han debido ser muy ajetreados. Por no mencionar las noches.

—Mis días desde luego. Mis noches son bastante solitarias, me temo.

—Lo siento, hermano. He hablado sin pensar. Supongo que estoy celosa.

—¿Celosa?

—Que tengo envidia. —Amira miró el cielo, pero ya no había luz que iluminara su expresión—. Algunas veces creo que daría cualquier cosa por hacer lo que tú haces.

—¿Trabajar como un esclavo para Onassis?

—No sé. Estar en Francia. Hacer lo que me apetezca.

—¿Y qué te apetece?

—Tampoco lo sé. Estudiar. Estudiar de verdad.

Eso era lo que siempre había querido, pero al oírselo decir a la nueva Amira, aquella asombrosa joven, le sonó diferente, más serio, pero también más desconcertante. Su hermana siempre había sido poco corriente. Recordaba el valor que demostró aquel día en la plaza, cuando a él había estado a punto de faltarle.

—Te dije una vez que quizá tuvieras que abandonar Al-Remal —comentó Malik—. ¿Lo recuerdas?

—Un sueño —dijo ella con un ademán de impaciencia. La luna, casi llena, asomó por encima del muro del jardín, convirtiendo en siluetas las palmeras datileras—. Aún tengo a la nanny Karin. Ahora estudiamos juntas. Encarga libros a Londres. Yo pago la mitad, algunas veces más. Y Farid nos da pequeñas lecciones de matemáticas.

—¿Qué dice padre de todo eso?

—Ya lo conoces. No deja de ser un dinosaurio, pero te sorprende de vez en cuando con una opinión ilustrada, sobre todo si le puede sacar algún beneficio. Le he convencido de que los tiempos están cambiando y de que con educación seré una esposa más valiosa.

Malik tardó unos instantes en comprender lo que acababa de oír.

—No me digas que está pensando en casarte ya.

—Pues claro que sí. ¿Por qué no habría de hacerlo?

—¿Ha hablado de ello?

—No, pero lo piensa.

—¿Tiene a alguien en mente? —Todo aquel asunto era una sorpresa.

—Creo que ha considerado varios candidatos. Deja caer alguna que otra indirecta; alaba a éste, critica a aquél, para ver cómo reacciono, supongo. Pero no ha hablado claramente.

Malik tuvo la extraña sensación de que el tiempo se había esfumado. Era imposible que estuviera hablando con Amira sobre su matrimonio. Apenas el día anterior era la fastidiosa hermanita que aparecía corriendo para chutar la pelota con la que él y sus primos jugaban a fútbol, allí mismo, con dos palmeras como postes.

—Bueno, aún es pronto —musitó, intentando recordar cuál era el papel de un hermano en todo aquello—. Todavía eres muy joven. —Pero Malik sabía que hablaba así por el año pasado en Francia. Allí, en Al-Remal, su padre podía elegir marido para Amira al día siguiente.

—No quiero casarme—confesó Amira—, pero debo hacerlo. No quiero abandonar esta casa, pero lo haré. Quiero estudiar en Europa, pero no puedo. —En su voz Malik detectó la rebeldía que le había llevado a disfrazarse de chico para poder conducir un coche, pero a la luz de la luna, ya de un intenso tono plateado, las lágrimas brillaban en las mejillas de su hermana—. No me casaré con alguien a quien no quiera. No seré como madre. No seré como Laila. ¡No!

—Por supuesto que no, hermanita —repuso Malik, intentando consolarla, aunque la mención de Laila le había herido en lo mas vivo—. Si Dios quiere, cuando llegue el momento, será alguien maravilloso y seréis muy felices juntos. —Se sentía como un idiota hablando así, pero ¿qué otra cosa podía decir?

Amira guardó silencio un rato. Luego continuó como si hubieran estado hablando de los viejos tiempos.

—¿Te he dicho que últimamente veo a Um Salih a menudo? Ayudó en el parto de Yusef. Claro que fue por mediación mía, pero ahora Um Yusef la adora. Estará en la lista de dinero del Ramadán a partir de ahora.

—En otras palabras —dijo Malik, alegrándose del cambio de tema—, padre le paga y yo le pago. Esa anciana acabará dueña de todo Al-Remal.

—Es posible. Nunca he conocido a nadie como ella. Es una fuerza de la naturaleza. —Amira sonreía.

La rapidez con que cambiaban de humor las mujeres, se dijo Malik, era algo que nunca comprendería.

—Escucha —prosiguió ella—. El plan de Farid es bueno. ¿Vas a llevarlo a cabo?

—Voy a hablar con Mahir Najjar, pero Farid dice que no lo aceptará.

—Yo creo que sí. Um Salih dice que los dos desean tener hijos más que nada en el mundo. También cree que, sea cual sea el problema, tiene solución. «Es una jarra agrietada, no rota», como dice ella. Desde luego es pura intuición, no hay ni una pizca de ciencia médica en ello, pero de algún modo siempre tiene razón en estas cosas.

—Como digo, hablaré con Mahir. Si está de acuerdo, no me llevará más que unos días arreglar los papeles. Tenemos cientos de empleados extranjeros y Onassis se asegura de que los burócratas estén bien untados.

—Así que la pequeña Laila crecerá en Francia,

inshallah.

Inshallah.

—Me preguntaba, hermano… es una cosa que quería saber. ¿Piensas educarla en la fe?

Era una pregunta en la que Malik había pensado a menudo, pero jamás había intentado verbalizarla.

—Si todo sale bien, Salima Najjar se ocupará de criarla durante un tiempo, cosa que debo considerar. Pero después… es difícil de explicar. Sigo creyendo en Dios. ¿Cómo, si no, se explica todo esto? —Señaló el cielo cubierto de estrellas con la mano—. Y sigo creyendo que Mahoma es su profeta, pero no puedo creer, no puedo aceptar algunas de las cosas que se hacen en nombre de Dios o de Mahoma.

—Ésos son también mis sentimientos —dijo Amira, asintiendo. Habían bajado la voz aunque nadie podía escucharles. Pronunciaban palabras prohibidas.

—Claro está que cuando tenga la edad —continuó Malik—, la obligaré a ponerse el velo, me aseguraré de que no lea jamás un libro y…

—¡No hablarás enserio!

—No, pero quería ver qué cara ponías.

—Idiota.

—Lo que realmente creo —dijo él pensativamente— es que cuando Laila tenga tu edad será muy difícil distinguirla de cualquier otra francesita.

—Me gusta esa imagen, pero no sé qué le parecerá a padre. —Amira se acercó a su hermano y lo abrazó con fuerza—. Te he echado de menos, hermano.

—Y yo a ti.

Siguieron charlando en el jardín hasta bien entrada la noche; no tenían la certeza de que pudieran volver a estar a solas tanto tiempo.

Malik concertó un encuentro con Mahir Najjar a través de Farid. Mahir insistió en que su casa no era lugar para hablar de negocios; afirmó que estaba llena de parientes,

suyos y de su mujer.

Sospechando que lo que quería era principalmente escapar al oído de su mujer, Malik aceptó encontrarse con él en terreno neutral, en un café de un barrio pobre de la ciudad, donde no era probable que ninguno de los dos tropezara con algún conocido.

—Querré ver a mi hija —dijo Malik—, tanto si llegamos a un acuerdo como si no.

Para no llamar la atención en el vecindario, Farid le prestó un

thobe que había conocido tiempos mejores. Acudió pronto a la cita, poco después de la caída de la noche, y tomó café y té azucarado mientras escuchaba a un cuentista relatar una aventura del héroe Antar, conocido en todo el Oriente Medio.

Antar era el hijo de un jeque del desierto y de una esclava negra africana que se había ganado la libertad gracias a sus hazañas, y aunque era implacable con sus enemigos, ayudaba siempre a los que sufrían injusticias a manos de los poderosos. En aquella historia en particular, Antar se hallaba en peligro por causa de su amor hacia la hija de un príncipe.

Malik ya la había oído antes, pero el cuentista no era malo y resultaba agradable estar sentado en el atestado café como un hombre más entre sus compatriotas, sin necesidad de explicar nada salvo que estaba allí.

Mahir llegó y se apoyó contra la pared mientras se relataba la inevitable y trágica muerte de la joven y la feroz venganza de Antar contra el malvado padre. Cuando terminó la historia y la muchedumbre se dispersó, Malik y Mahir ocuparon una mesa que ofrecía un razonable grado de intimidad.

Mahir Najjar era un hombre bajo de piel oscura y varios años mayor que Malik. Sus ojos tenían siempre una triste mirada, de modo que el tic nervioso que sacudía ocasionalmente su nariz y su mostacho le hacían parecer un conejo melancólico.

Si una cosa había aprendido Malik era el valor de las apariencias. Con la posible excepción de Farid, confiaba en Mahir tanto como en cualquier otro hombre que conociera. Tras las cortesías obligadas, Malik decidió ir al grano.

—Un hombre de mi posición necesita chófer —empezó con tono neutro—, y he pensado en tu honorable persona antes que en cualquier otra.

Sin mencionar a Sahma, añadió que también necesitaría una cocinera y alguien que cuidara a su hija, dejando claro que Laila iría a Francia de una manera u otra. Pagaría bien por esos servicios, dijo, y mencionó una cifra.

Al oírla, los ojos de Mahir se entristecieron aún más y su tic se hizo más evidente.

—Como siempre, señor, eres muy generoso, pero ya tengo un excelente empleo como conductor de un camión de agua para los americanos del petróleo.

—Ah, bien, entonces debo felicitarte por tu laboriosidad e iniciativa. Estoy seguro de que habrás oído, igual que yo, que muchos de los que trabajaban para los americanos encuentran grandes oportunidades para prosperar. Incluso hubo uno que acabó siendo millonario.

Mahir asintió levemente, como si no estuviera seguro de adonde quería ir a parar Malik.

—Naturalmente no quisiera que perdieras una oportunidad semejante. Sin embargo, sigo necesitando un chófer y una cocinera —Malik mencionó una cifra más alta.

Mahir le dio las gracias.

—Pero Francia está muy lejos —señaló—, y un hombre tiene responsabilidades con su familia además de consigo mismo.

—Muy cierto —convino Malik, y luego dio una cifra más alta, insistiendo en que era la última—. Y la estancia en Francia no será permanente —señaló.

Los ojos de Mahir se volvieron más tristes que nunca.

—Si fuera más joven, señor —se lamentó—, si no fuera por mis parientes…

—Bueno —dijo Malik, con un deje de exasperación en la voz—, o está escrito,

maktub, o no.

Mahir se mostró totalmente de acuerdo.

Por un momento Malik temió que se hallaran en un callejón sin salida. Sin embargo, Mahir no parecía querer interrumpir la conversación. Por el contrario, tras un intervalo prudencial, dijo con deferencia:

—Dime, Malik, hijo de mar, ¿volverás pronto a casa para encontrar una novia entre los tuyos?

Malik sonrió para sus adentros; Farid había preparado bien el terreno.

—Lo dudo —dijo con tono indiferente—. ¿Qué prisa hay?

—Muy sensato, muy sensato. Algunas veces yo también desearía haber esperado. Pero ¿no sientes la necesidad de formar una familia ahora que aún eres joven?

—Oh, supongo que todos los hombres sienten lo mismo, pero como digo, ¿qué prisa tengo?

—Cierto, cierto, tienes mucho tiempo. —Sus ojos ya no estaban tristes y su tic era mucho menos perceptible.

—Seguramente he pasado demasiado tiempo en Francia, Manir, y me he contaminado de las costumbres francesas. —Malik explicó que los franceses tardaban en casarse, no sólo los hombres sino también las mujeres. No era raro que las francesas se casaran a los veinticinco, o incluso a los treinta—. No, no me mires así, Mahir. Es cierto.

—¿Pero quién se casaría con una mujer de esa edad, a menos que sea muy viejo o que ella sea rica?

—Bueno, ¿y por qué no? Las francesas se conservan muy bien, mucho mejor que nuestras mujeres, me avergüenza tener que decirlo. Además, incluso a los treinta pueden tener tantos hijos como quieran.

—¿Cómo puede ser eso? —Sus ojos eran los de un hombre enfebrecido y el tic había desaparecido por completo.

—Es una simple cuestión de ciencia médica —contestó encogiéndose de hombros—. Desgraciadamente, aquí no tenemos nada parecido. —Hizo una pausa para dar mayor efecto a sus palabras—. Se han dado casos en los que mujeres de avanzada edad tenían otras dificultades, pero los médicos franceses han podido remediarlas.

Los ojos febriles parpadearon rápidamente mientras Mahir intentaba asimilar las maravillas que le describía Malik.

—Milagros —siguió éste—, son milagros lo que hacen en Francia. Con la gracia de Dios, los médicos asistieron a un conocido mío. Su semilla, ay, era débil, pero los médicos la fortalecieron. Ahora él y su esposa tienen un hijo. —Malik sonrió ante la feliz conclusión de su cuento, que era cierto, aunque había convertido una inseminación artificial en una explicación bastante simplista.

—¿Es eso cierto, Malik ibn Ornar? ¿Es realmente cierto?

—Así como lo digo, así es.

Durante unos segundos, Mahir hubiera podido pasar por hermano pequeño de Antar. Luego se desplomó lentamente.

—En Francia deben de ser todos millonarios —dijo—, para poder pagar a esos médicos.

Era el momento que Malik estaba esperando.

—Bueno, ahí está


la cuestión —observó, haciendo señas para que les sirvieran más café—. En Francia, el patrón acostumbra pagar las facturas médicas de los que trabajan para él. —No era estrictamente cierto, se dijo; pero sería la costumbre de un patrón al menos.

Poco después, Mahir declaraba que, parientes o no, maldito camión de agua, él siempre había querido ver mundo, y mencionó una cifra.

Cuando dieron fin al placer de regatear, Mahir invitó a Malik a su casa.

—Para saborear la cocina que disfrutarás en Francia, y para ver a la pequeña, claro está.

—Eres muy amable. No quisiera molestar a tus parientes.

—Eres mi patrón. Si me haces el honor de visitar mi casa, ¿qué tienen ellos que decir?

Finalmente, en la casa de Mahir, pequeña y calurosa pero inmaculadamente limpia, no había parientes. Sólo Salima apareció al ser llamada por su marido, mirándole inquisitivamente y hallando respuesta en su rostro.

Pero Malik apenas se dio cuenta, pues en los brazos de Salima estaba Laila, cuyos ojos negros le miraban con lo que, a partir de entonces y para siempre, lo hubiera jurado, era un eterno reconocimiento.

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