Amelia

Amelia


Capítulo 17

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17

Hacía muchos meses que King no se emborrachaba. Aquella noche, mientras las palabras de Amelia le martilleaban el cerebro, se dirigió a El Paso y bebió hasta casi quedar inconsciente. Antes del amanecer montó en su caballo y emprendió el camino de regreso a Látigo sin organizar ninguna de las algaradas a las que tenía acostumbrados a los taberneros de la ciudad.

El viento helado de la mañana le devolvió la sobriedad y aumentó su mal humor.

Amelia no tenía ningún derecho a hablarle así, no señor, y así se lo iba a decir en cuanto llegara a casa. ¿Quién se había creído que era? Después de todo, iba a casarse con ella para salvar su reputación.

Cuando llegó a Látigo se dejó caer del caballo y, sin siquiera molestarse en conducirlo a la caballeriza, entró en la casa y se dirigió directamente a la habitación de Amelia. La llave estaba echada pero King llevaba consigo una llave maestra y no le costó esfuerzo abrir la puerta.

Casi prendió fuego a la habitación al intentar encender la lámpara de queroseno pero al tercer intento lo consiguió. La luz invadió la espaciosa estancia y reveló el esbelto cuerpo de Amelia bajo las sábanas, su abundante cabello rubio desordenado sobre la almohada, sus sonrosadas mejillas y su tentadora boca entreabierta.

-Amy -llamó mientras la sacudía-. ¡Amy, despierta! Amelia abrió los ojos y dio un respingo.

-¡King! ¿Qué haces aquí?

King depositó la lámpara sobre la mesilla de noche y se dejó caer pesadamente sobre la cama. Gracias a sus rápidos reflejos, Amelia se salvó de ser aplastada.

-Escúchame bien, Amy -dijo él con voz pastosa-. No lo hice a propósito. Yo no quería matar a tu padre.

-¡King, estás borracho! -exclamó Amelia arrugando la nariz al oler su aliento de whisky.

-Sólo una pizca, Amy... ¿Qué estaba diciendo? ¡Ah, sí, tu padre! Quiero que sepas que no le conté que nos habíamos acostado. Sólo dije que lo habrías hecho si yo te lo hubiera propuesto. Quería que dejara de empujarte hacia Alan de una vez por todas pero nunca pensé que podría hacerte daño. Había... -dijo contrayendo las facciones -sangre en el cinturón y en tu espalda. Es una imagen que me persigue allá adonde voy. Y todo por mi culpa.

¡Y ella creía que King no tenía sentimientos y que sus duras acusaciones le habían dejado indiferente! Le sorprendió descubrir que aquel hombretón también tenía su corazón.

-Oh, King -gimió sentándose en la cama.

Él se mesó el cabello y sacudió la cabeza intentando pensar con claridad.

-No sé por qué lo hice... Estaba obsesionado con evitar tu matrimonio con Alan.

-Pareces cansado -dijo Amelia escogiendo sus palabras cuidadosamente-. ¿Por qué no intentas dormir un poco?

-Dormir -suspiró King-. Hace semanas que no pego ojo, Amy. Me tumbo sobre la cama, cierro los ojos y te veo tendida en el suelo con la espalda ensangrentada.

Amelia le contemplaba fascinada. Bajo aquel caparazón de hombre duro y frío se escondía un corazón capaz de sentir remordimiento, vencer el orgullo y pedir perdón.

-Ya estoy recuperada -dijo suavemente-. Y ahora dime la verdad. No quieres casarte conmigo, ¿me equivoco?

-Escúchame bien -dijo él mirándola fijamente con los ojos inyectados en sangre a causa del alcohol-. La situación es la siguiente: os he deshonrado a ti y a mi familia. Me temo que ninguno de los dos está en posición de elegir. Si te vas con tu prima, ¿evitarás así tener un hijo? ¿Y tu prima qué dirá? Te das cuenta de que la pondrás en un compromiso, ¿no?

-Tienes razón-admitió Amelia con la mirada baja. King contempló sus polvorientas botas antes de volver a hablar.

-Me gustan los niños -dijo-. Me hizo gracia oír a Alan contar que jugabas a indios y vaqueros con tus hermanos. Por supuesto, no me creí ni una palabra.

-Eran unos niños encantadores -suspiró Amelia-. Yo cuidé de ellos desde el día que nacieron. Su muerte fue un duro golpe.

-No has tenido una vida fácil, ¿eh? Toda esa responsabilidad cuando eras casi una niña y luego tu padre tan enfermo... Supongo que veías en Alan a un auténtico caballero y que por eso te agradaba.

-Así es.

-Pues Alan tiene tan mal genio como yo. De hecho, es peor porque casi nunca pierde los estribos. Yo me enfado y me desahogo pero Alan se lo guarda todo y cuando estalla el enfado le dura días.

-Ya me he dado cuenta de que las cosas entre vosotros no van bien desde que llegué aquí.

-Tu hermano también me da la espalda -suspiró-. Como ves, no estás sola. Todo el mundo me odia.

-Yo no te odio, King.

-Tienes motivos para hacerlo.

-Es posible, pero no te odio -repitió Amelia encogiéndose de hombros-. Todos hacemos cosas de las que luego nos arrepentimos. Mi padre estaba a punto de morir e intentar alargarle la vida habría sido un esfuerzo inútil. Yo también he cometido muchos errores.

-En cambio, hay cosas que volvería a hacer... -dijo King mirándola fijamente-.

Nunca me he arrepentido de lo que ocurrió entre nosotros aquel día.

Amelia se ruborizó pero una extraña fuerza le obligó a sostener la mirada de King.

-Todavía te deseo -continuó King-. Ahora más que nunca, porque has sido mía una vez. No debes escandalizarte, Amelia. Soy esclavo de mis pasiones, como el resto de los mortales.

-La pasión es... degradante -murmuró Amelia.

-Cuando no va acompañada de sentimientos más nobles, desde luego -replicó King-. Pero entre tú y yo existe una fuerte atracción física y espiritual. Creo que tenemos mucho en común. Ahora que empiezo a conocer a la verdadera Amelia me atrevo a asegurarlo.

-Puede que no te guste lo que conozcas.

-Me encanta ese mal genio que sacas de vez en cuando -dijo King riendo-.

Puedes practicar el tiro al blanco conmigo cuanto te apetezca. Pero la próxima vez

-añadió con voz profunda- habrá consecuencias, no lo olvides.

Amelia se estremeció. No entendía lo que estaba ocurriendo pero le asustaba.

King apoyó una mano sobre la suya, que descansaba sobre su regazo.

-La mayoría de los matrimonios comienzan henchidos de buenos propósitos.

Nosotros hemos empezado con mal pie pero aún estamos a tiempo de solucionarlo.

-King, sé que no deseas casarte conmigo -insistió Amelia.

-Yo no deseo casarme con nadie -dijo King llevándose la mano de Amelia a los labios-. Pero tengo treinta años. Debo empezar a sentar la cabeza.

-Es verdad. Siempre olvido que eres mayor que Quinn.

-Yo fui el mayor de mi promoción. Me di cuenta demasiado tarde de que un hombre necesita una buena educación para labrarse un porvenir. El futuro de este país requiere hombres preparados -añadió, acariciando la mano de Amelia-.

Hombres que sepan sacar partido de las oportunidades que se les presentan. Quiero ampliar el negocio de cultivos y cría de ganado y así entrar con buen pie en el siglo veinte.

-¿Eso es un deseo para el futuro?

-Más o menos -dijo él tras besarle la mano de nuevo-. Estoy borracho, Amy

-suspiró.

-Ya lo veo -repuso Amelia con una sonrisa-. Vamos, vete a dormir.

-¿Sabes una cosa? Darcy no soporta mis caricias. Esta tarde, cuando he intentado abrazarte, me has apartado como si te disgustara. ¿Por qué?

-No me agrada lo que... me haces sentir cuando estás demasiado cerca

-contestó ella evasivamente.

-¿Qué quieres decir?-preguntó King enarcando una ceja, aunque lo había comprendido perfectamente.

-Prefiero no hablar sobre eso -contestó Amelia. King sonrió ampliamente y se limitó a contestar:

-Ya.

-¡Y que no se le suba a la cabeza, señor mío! -protesto Amelia-. Estoy segura de que sentiría exactamente lo mismo con cualquier otro que tuviese tanta experiencia como tú.

-Me temo que no tendrás ocasión de comprobarlo -replicó King-. Te recuerdo que el domingo es nuestra boda y que a partir de entonces yo seré el único hombre en tu vida.

-¿Me amenazas?

-Tómalo como quieras. Eres mía, Amelia -susurró clavando la mirada en su esbelto cuerpo-. Y no pienso compartirte con nadie. Nunca, ¿me entiendes?

¡Nunca!

-¡Yo no soy propiedad de nadie!

-¿ Ah, no? -replicó King con fulgor en la mirada.

-¡Y no pienso permitir que te pases el día vigilando mis movimientos!

-Me temo, Amy, que será así durante algún tiempo -dijo inclinándose sobre ella-. Creo que voy a tener que darte unas cuantas lecciones sobre cómo complacer a un hombre en la cama.

-¡Bruto, cómo te atreves...!

No pudo continuar porque King ahogó su exclamación con un beso largo y profundo. Amelia sintió que se estaba dejando llevar demasiado lejos y apoyó la mano contra el pecho de King, protestando débilmente.

-¿Y todavía dudas que estemos hechos el uno para el otro? -preguntó King casi sin respiración-. Cada vez que te beso pierdo la cabeza.

-King, no deberíamos...

-Vamos, Amy, intenta ser más convincente -replicó King besándola de nuevo.

Amelia se abandonó en sus brazos y se aferró a su nuca como un náufrago a una tabla.

Ninguno de los dos oyó abrirse la puerta de la habitación ni una tos de cortesía.

Finalmente Enid decidió dar un fuerte portazo.

Los dos dieron un respingo y se separaron de inmediato. King parecía sorprendido y Amelia estaba encendida y resplandeciente como una rosa. Se cubrió con las sábanas hasta la barbilla y se sentó en la cama con los ojos como platos.

-¡Parecéis tan culpables como dos colegiales! –exclamó Enid, divertida-.

Supongo que todo esto tiene una explicación.

-Desde luego -contestó King-. Dame cinco minutos para pensar una.

-Tomate diez -replicó su madre-. Es lo que tardaré en terminar de hacer las galletas.

King se llevó la mano a la sien y ahogó un gemido mientras se ponía en pie lentamente!

-Apestas -dijo Enid-. Me sorprende que Amelia pudiera soportar tu presencia a una distancia tan corta. Amelia se ruborizó.

-Sólo he bebido un par de copas -se defendió King.

-Un par de botellas, querrás decir -replicó su madre-. ¿No te da vergüenza?

-¡Ha sido por su culpa! -exclamó King señalando a Amelia-. ¡Dice que no quiere casarse conmigo!

-Quizá desee algo más que una propuesta de matrimonio hecha a regañadientes.

-Entonces será mejor que me emplee a fondo si quiero obtener su consentimiento -dijo mirándola amorosamente.

-Buena idea -convino su madre.

-¡Su hijo es un novio muy rebelde! -protestó Amelia-. El tampoco quiere casarse conmigo.

-Perdóname, Amelia, pero por lo que acabo de ver me resulta difícil de creer.

-Eso es verdad -convino King.

-Cierra la boca, King -replicó Amelia-. Desde que puse los pies en este rancho no has dejado de insultarme. ¿Y ahora quieres casarte conmigo? No lo comprendo.

-Pero eso era antes de que intentaras atizarme en la cabeza -contestó King sonriendo con malicia-. Esta fierecilla me gusta más que el manso corderito que conocí hace unos meses.

-Ya es suficiente, King -dijo Enid, empujando a su hijo hacia la puerta-. Esta situación es muy poco formal.

No deberías haber entrado aquí sabiendo que Amelia estaba sola.

-¿Y cómo iba a besarla estando tú delante? -replicó antes de salir!

Enid cerró la puerta y se volvió hacia Amelia, que parecía más radiante y feliz que nunca.

-Nadie habría dicho que tiene corazón -confesó Amelia.

-Desde luego que lo tiene. Sin embargo, tras la muerte de Alice se acostumbró a ocultar sus sentimientos ante los demás.

-Supongo que la quería mucho -murmuró Amelia. -Eso es lo que él creía

-respondió Enid.

-Debió resultarle muy duro perderla de manera tan trágica.

-Por supuesto. Estuvo fuera de casa durante tres semanas buscando a Rodríguez día y noche. Pero Alice no le hubiera hecho feliz -añadió-. No le amaba más que Darcy. King es especialista en escoger a la mujer equivocada. Hasta ahora no ha tenido mucha suerte.

-King no me ha escogido por su propia voluntad -señaló Amelia-. Sólo me considera buena... para una cosa. El nuestro no será un matrimonio feliz!

-A partir del domingo tu obligación será hacer todo lo posible porque lo sea, Amelia. El te ha demostrado que no es un desalmado y que te quiere. Debes intentarlo!

Afortunadamente, Enid no sospechaba la verdadera razón de aquella boda tan precipitada; por su parte, Amelia se la negaba a sí misma. Se limitó a sonreír a su futura suegra, y esperanzada en que todo saliera bien!

Quinn estaba sentado en su despacho contemplando el anuncio de la generosa recompensa por la cabeza de Rodríguez que debía distribuir por El Paso! La fotografía era muy buena. Demasiado buena.

Había mentido al decir que no había encontrado rastros del bandido, pero la brillante estrella que lucía en su guerrera le recordaba que había roto la solemne promesa de velar por la ley y el orden. Rodríguez había violado la ley y su obligación era llevarle ante la justicia, a pesar del alto precio que ello supondría.

Sabía que iba a perder a María pero quizá eso fuera otra jugarreta del destino.

Se ajustó el correaje y salió del despacho decidido a capturar al bandido. Iría solo e intentaría no poner en peligro a los habitantes del poblado, especialmente a María y Juliano.

-¿Adónde va? -preguntó el capitán!

-A México. A traer a Rodríguez.

-¿Ha descubierto dónde se encuentra? -preguntó el capitán, sorprendido.

-Lo he descubierto cuando he visto su fotografía-mintió Quinn-. Creo que vi a este hombre en Del Río. -¡Magnífico! Mis hombres le acompañarán. -Prefiero ir solo, capitán. Hay niños con él y no quiero que sufran ningún daño! Confíe en mí, señor.

A pesar de que Quinn sólo llevaba dos años en el cuerpo, el capitán Baylor le conocía perfectamente y confiaba en él.

-Está bien, como quiera. Tenga cuidado

-Lo tendré.

Quinn salió de El Paso bajo una fina lluvia con el corazón encogido. Iba a traicionar a la única mujer que había amado de verdad.

A la mañana siguiente King bajó a desayunar con los ojos enrojecidos pero ya sobrio.

-¿Dónde estuviste anoche? -inquirió Brant.

-Emborrachándome en El Paso -contestó King!

-¡Oh, no! -se lamentó su padre-. ¿Cuánto me va a costar esta vez?

-Tranquilízate, padre. No rompí nada. Me emborraché y regresé a casa, eso es todo.

-No está mal, para variar -intervino Alan, que dirigía la palabra a su hermano por primera vez en varios días-. ¿Qué ocurrió? ¿Acaso Amelia se ha arrepentido de casarse contigo?

-Todavía no -replicó King dedicándole una mirada fulminante.

-El día acaba de empezar y ya estáis riñendo -les reprendió Amelia, enfadada porque ambos hermanos no se habían molestado en preguntarle su opinión.

-¿Serías capaz de dejarme en la estacada y abandonarme cuando más te necesito? -le susurró King zalameramente.

Amelia enrojeció de rabia. Lo mismo podría decir ella. Apretó los labios y se sirvió el desayuno mientras Alan los contemplaba sin comprender nada.

-¿Se lo has dicho ya a la señorita Valverde? -preguntó Amelia.

-Todavía no -suspiró King-. Había pensado hacerlo esta misma mañana.

-No te envidio -comentó Alan-. Apuesto a que la oirán hasta en El Paso.

Alan tenía razón. Darcy se puso histérica, gritó, lloró y acusó a King de arruinar el buen nombre de su familia. King aguantó el chaparrón estoicamente, como si la cosa no fuera con él.

-Dijiste que la detestabas -sollozó Darcy-. ¡Te casas con ella porque todo El Paso se ha enterado de su desliz! ¡Además de ser una mujer sin clase es una perdida!

King borró su socarrona sonrisa y miró a Darcy amenazadoramente.

-Si vuelves a repetir eso te arrepentirás.

-¿Ah, sí? -le retó Darcy-. ¿Y qué piensas hacer?

-Comprar la hipoteca de tu padre y dejaros a ti y a tu familia en la más absoluta ruina -contestó King sin levantar la voz.

Darcy palideció y se apresuró a disculparse.

-Lo siento. Mira, King, no quiero perderte. Ha sido un golpe muy duro pero yo...King descendió por los escalones del porche, montó en su caballo y se alejó del rancho dejando a Darcy con la palabra en la boca. Hasta entonces no había com-probado el irreparable daño que había sufrido la reputación de Amelia por su culpa. La gente en El Paso hablaba demasiado y eso había creado una especie de bola de nieve.

Cuando regresó a Látigo encontró a Amelia en el salón cosiendo su propio vestido de novia.

-¿Querrás venir conmigo a la iglesia para poner fin a las habladurías que se han creado por mi culpa? -preguntó con humildad-. Si lo prefieres podemos casarnos en Georgia.

Amelia no supo qué decir. King parecía verdaderamente preocupado por sus sentimientos.

-Bueno... -titubeó-. No temo a unas cuantas lenguas venenosas.

King la contemplaba embelesado, admirando su belleza. Después de todo, era un hombre afortunado. Amelia encontró sincero afecto en sus ojos y le correspondió con una cálida sonrisa.

-Me tiene sin cuidado lo que diga la gente.

-A mí también-replicó King-, pero haría cualquier cosa por ahorrarte semejante humillación.

-¿Cómo se lo ha tomado la señorita Valverde? -preguntó ella, cambiando de tema.

-Fatal -replicó King y se dejó caer en un sillón-. Supongo que se había hecho ilusiones. Más de una vez dejé entrever que mis intenciones eran serias. -¿Cómo de... serias?

-Un par de besos no son suficientes para mantener una relación seria -contestó King-. Darcy sólo está interesada en mi dinero. Mis sentimientos no le importan en absoluto.

-Háblame de Alice -pidió Amelia.

King frunció el entrecejo. Nunca había tratado ese tema con nadie. Encendió un puro y acercó un cenicero. -Quiero saberlo todo -insistió Amelia-. Si tu corazón está enterrado junto a ella no me casaré contigo, King. El apagó la cerilla y la depositó en el cenicero mientras su mirada recorría aquel rostro maravilloso.

-Por lo que veo, no sólo estás interesada en salvar tu reputación.

-No estoy dispuesta a compartirte con nadie, esté vivo o esté muerto -replicó Amelia-. Todo o nada. Yo soy así.

-Está bien -suspiró King arrellanándose en el sillón-, ¿qué quieres saber?

-¿La amabas?

-¿ Quién sabe? Yo creía que sí. También creía que ella me amaba, pero cuando estuve a punto de perderlo todo no dudó en abandonarme. Desgraciadamente, uno de los hombres de Rodríguez se cruzó en su camino. Se me revuelve el estómago cada vez que recuerdo aquella escena dantesca.

-Lo siento. Supongo que fue un golpe muy duro. -Mi padre fue miembro de la caballería durante los años setenta y formó parte de la partida que encontró los restos del general Custer y sus hombres. La escena que me describió se parece bastante a la masacre que presencié aquel día. Sé que muchos indios se han unido a Rodríguez.

-Los indios no son los únicos que cometen asesinatos brutales -replicó Amelia-. ¿Acaso no has leído lo que dicen los periódicos sobre la guerra de los Bóers?

-Tienes razón -contestó King y siguió con la mirada el humo que se elevaba hacia el techo-. Enterramos a Alice y a su amigo y partimos en busca de Rodríguez.

Hasta el ejército de Texas lo intentó pero es un tipo demasiado escurridizo.

Acabé refugiándome en las montañas para hacerme a la idea de lo que había ocurrido. Me llevó mucho tiempo.

-¿Ella te amaba?

-Como Darcy, adoraba mi dinero -contestó King entornando los ojos-. Tú eres diferente. No pareces ambiciosa y te abres como una rosa en flor cada vez que te toco. Me... estimulas. Sí, querida Amelia, tú me estimulas.

Ella se alisó la falda para eludir su escrutadora mirada.

-Ya sabes lo que pienso sobre eso. Te he dicho muchas veces que cualquier otro con tu experiencia...

-La experiencia no cuenta cuando la acompaña un profundo sentimiento de repulsión -replicó King-. No puedes negar que mis besos te encantan. Ni la mejor actriz del mundo podría fingir tan bien.

Amelia carraspeó nerviosamente. King estaba poniendo al descubierto sus puntos débiles y eso la dejaba sin defensa.

-¿Cómo puedes estar tan seguro? A lo mejor yo también estoy fingiendo.

-¿Tú? ¡Venga ya! -replicó con una amplia sonrisa. Amelia estaba tan confundida que se pinchó con la aguja. Ahogó un gritito y se llevó el dedo a la boca. -¿Sabes montar, Amelia? -preguntó King.

-Sí.

-Mañana debo supervisar la marca de ganado. ¿Te gustaría acompañarme o crees que será demasiado para ti.

-Soporto esas cosas bastante bien-contestó Amelia.

-Bien. He de arreglar unos papeles antes de irme a dormir -dijo King poniéndose en pie-. No te quedes hasta muy tarde, querida.

El tono cariñoso empleado por King la emocionó. Levantó la vista y él se inclinó para besar aquella boca apetecible. Sus dedos acariciaron suavemente la tersa piel de su garganta antes de apartarse.

-Que duermas bien.

Ella fue a contestar pero King inclinó la cabeza y volvió a besarla. Amelia elevó una mano y le acarició la mejilla! King le apretó la mano con fuerza y la miró con fulgor.

-Yo también lo deseo, Amelia -murmuró-! Deseo estrecharte entre mis brazos, sentir tu boca abandonada en la mía. Pero si no me detengo no habrá manera de arrancarme de tus brazos hasta el amanecer y eso no va a volver a ocurrir.

La próxima vez que estemos juntos me aseguraré de que Dios haya bendecido antes nuestra unión. Que Él me perdone, Amelia, nunca quise causarte esta vergüenza y humillación -añadió, besándole la mano.

Luego salió de la habitación y ella se quedó a solas intentando ordenar sus pensamientos. Estaba claro que King sentía algo más que remordimiento y culpa.

Pero si nunca había amado a Alice, ¿cómo iba a quererla a ella? ¿Qué podía esperar de un matrimonio sin amor?

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