Amelia

Amelia


Capítulo 16

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Quinn distinguió el coche de King a lo lejos y espoleó a su caballo. Había cabalgado hasta Látigo y allí se había enterado de que Amelia había ido al cementerio con King para visitar la tumba de su padre. Por fin, después de horas sobre el caballo, había dado con ella. Desmontó y Amelia se arrojó en sus brazos.

-Oh, Quinn, papá ha muerto... -sollozó.

Quinn le acarició el cabello e intentó tranquilizarla susurrándole palabras afectuosas.

-Hola, King -saludó fríamente cuando éste descendió del coche.

King asintió en silencio! Quinn estaba muy serio. Quizá lo sabía todo y, de ser así, aquello podía significar el fin de su larga amistad. Pero King no quería perder la estima de su joven amigo.

-Todo ocurrió muy deprisa -dijo Amelia-. Ya ha dejado de sufrir, Quinn. El doctor dice que el dolor se habría hecho tan insoportable al final que él mismo ha-bría deseado su propia muerte.

-¿Y tú? -preguntó Quinn al notar el vendaje que cubría su espalda-. ¿Te encuentras bien?

-No te preocupes, no es nada - contestó Amelia sin atreverse a mirar a King.

-Sé lo que ocurrió -repuso Quinn y clavó la vista en su amigo-. ¿Acaso no sabes que las habladurías se extienden como la pólvora en una ciudad tan pequeña como El Paso? Quiero saberlo todo.

King tomó aire y hundió las manos en los bolsillos.

-Está bien, como quieras. Fui a ver a tu padre y le conté un montón de mentiras sobre Amelia. Él se puso furioso y le pegó una paliza que casi le cuesta la vida. Todo lo que ha ocurrido a tu familia es culpa mía.

-Pero... ¿cómo has podido cometer un acto tan despreciable? Eres un malvado y un...

-Estoy de acuerdo -admitió King-. Por si te sirve de consuelo, te diré que mi hermano no me habla y mis padres se avergüenzan de mí.

-Y Amelia... ¿cómo es que está aquí contigo?

-Amelia se niega a casarse conmigo -replicó King apretando los dientes.

-¿Y eso te resulta extraño? -exclamó Quinn-. ¡Dios mío, King.!. !

-No la culpo, pero no puedo permitir que tenga a nuestro hijo ella sola.

Quinn palideció e, instintivamente, se llevó la mano derecha al revólver!

-Adelante -le animó King, señalando con un gesto el revólver y sonriendo cínicamente-. Puede que me hagas un favor! Prefiero la muerte a tener que cargar con mis culpas durante el resto de mis días.

Amelia se interpuso entre los dos hombres y puso su mano sobre la de Quinn.

-Debemos arreglar esto como personas civilizadas -dijo.

-Amelia tiene razón -coincidió King-. La violencia no nos conducirá a ninguna parte! La situación es complicada v ahora tú eres una de las pocas personas que sabe toda la verdad!

-Entonces, ¿él...? –preguntó Quinn, incrédulo, mirando a King fieramente Amelia asintió y bajó los ojos

-¡Eres un maldito hijo de.. . ! -exclamó Quinn intentando zafarse de la mano de Amelia.

-¡No, Quinn -exclamó Amelia, tajante-! Ya es suficiente. ¡No te atrevas a dispararle!

Sorprendido, King enarcó las cejas. Quinn la miraba de hito en hito

-Todos sabemos que King es un desvergonzado sin escrúpulos -continuó Amelia-, pero se ha ofrecido a hacer algo noble para reparar el daño que ha causado!

-¡A buena hora! -replicó Quinn-. Después de haberse aprovechado de ti, en lugar de antes, como debe ser. ¿Cómo se explica que; estando prometido a Darcy Valverde, hayas deshonrado a mi hermana?

-Quería evitar que Alan y ella se casaran -contestó King encogiéndose de hombros-! ¿Sabes que tu hermana el otro día me arrojó un vaso a la cabeza?

-añadió con una sonrisa!

-¡Desgraciadamente fallé! La próxima vez probaré suerte con un ladrillo.

Quinn observó con suspicacia aquel curioso intercambio de acusaciones! Ahora que su padre había muerto, Amelia volvía a ser la misma de siempre. Sí, hubo de reconocer que cuando se le pasara la rabieta sería la .mujer perfecta para su impulsivo amigo! El pobre King no se imaginaba dónde se había metido.

-Darcy nunca se atrevería a amenazarme con un ladrillo -le dijo King a su amigo- No hagas caso a tu hermana. Nos casaremos el domingo y será una boda como Dios manda.

-Pues yo he dicho que no me caso -repuso Amelia con tozudez. Le repugnaba la idea de entrar en la iglesia del brazo del hombre que la había obligado a anticipar los votos del matrimonio.

-Tú no tuviste la culpa de lo ocurrido, Amelia -le recordó King-. La iglesia es el mejor lugar para acudir cuando nos remuerde la conciencia.

-Supongo que tienes razón -admitió Amelia.

-Mi madre se llevará un gran disgusto si insistes tanto en que se celebre una ceremonia civil -continuó King.

-¡Pero si yo no he dicho nada! -protestó Amelia-. Eres tú el empeñado en casarse conmigo. ¡Y te recuerdo que nos habríamos ahorrado muchos problemas si no te hubieras entrometido en la vida de todo el mundo!

King se ruborizó, hizo una mueca de disgusto y apartó la vista del tenso rostro de Amelia.

-Amelia tiene razón-intervino Quinn-. Has cometido un grave error pero afortunadamente estás dispuesto a repararlo cuanto antes. Si no actuamos deprisa las habladurías arruinarán definitivamente el buen nombre de nuestras familias.

-Esta mañana he ido a ver al pastor-dijo King, sorprendiéndoles-. Hemos acordado que la ceremonia se celebrará el domingo por la mañana. Le he dicho que la muerte de vuestro padre ha dejado a Amelia en una situación muy precaria y que si no nos casamos corre peligro de quedar desamparada.

-No tiene por qué casarse contigo -dijo Quinn ofendido-. Podría vivir conmigo.

-¿En el cuartel con el resto de tu unidad? -replicó King burlonamente- ¿Es así cómo quieres salvar su reputación?

-No digas tonterías. Estaba pensando en comprar una casa.

-¿Con tu paga de soldado? -dijo King mientras sus brillantes ojos plateados presagiaban tormenta-! Escúchame bien, tu hermana no se moverá de mi lado!

Si no te parece bien, ya sabes lo que hay que hacer.

-Estoy preparado -repuso Quinn y entornó los ojos. Amelia suspiró y miró furiosamente a los dos hombres.

-¿Es que no se os ocurre una manera más civilizada de resolver los problemas?

-preguntó indignada-! La violencia no conduce a ninguna parte.

-¿Y entonces por qué demonios me arrojaste el vaso a la cabeza? -se burló King.

Amelia sintió ganas de insultarle pero se mordió la lengua mientras lágrimas de rabia asomaban a sus ojos. -La boda se celebrará el domingo -sentenció King-. Si Quinn tiene algo que objetar estaré encantado de resolverlo aquí mismo.

-Mi padre ha muerto por tu culpa. -masculló Quinn con los ojos chispeantes de furia y venganza!

-Lo sé -admitió King . Mi castigo será vivir con ese peso sobre mi conciencia durante el resto de mis días.

-Quinn, papá estaba muy enfermo -intervino Amelia-. El médico dijo que le quedaba muy poco de vida y que una muerte rápida era la mejor manera de ahorrarle sufrimientos inútiles. Incluso podría haberme matado si hubiera vivido durante algunos meses más.

-¡Y casi lo hizo, por culpa de King!

-No estoy defendiendo a King -replicó Amelia-, pero sabes que el mínimo contratiempo era suficiente para hacerle perder los estribos! La noche que regresamos de Látigo después del viaje que realizó con el señor Culhane me abofeteó sin motivo.

-¿Por qué no me lo dijiste? -protestó King.

-En las últimas semanas se había vuelto extremadamente violento -murmuró ella con la vista fija en su tumba-. Lo siento por el padre amable y bondadoso que fue cuando yo era una niña pero me alegro por el hombre torturado en que se había convertido.

-Eso no resuelve tu problema, Amelia-dijo su hermano.

-Ya te he dicho que nos casaremos el domingo -repitió King- Fin del problema.

-He dicho que no -replicó Amelia con impaciencia-. Si hiciera una lista de todos los insultos que he tenido que escuchar desde que puse los pies por primera vez en tu rancho, sería tan larga que llegaría hasta El Paso.

-Alan y tú pasabais demasiado tiempo juntos -se justificó King-. Por cierto, deberías verle ahora-añadió dirigiéndose a Quinn-. Cada vez que Amelia enseña las uñas corre a esconderse. ¡Menuda cara habría puesto si a la semana de casados hubiera descubierto que su dulce mujercita era en realidad un auténtico sargento!

-¿No se te ha ocurrido que tal vez yo podría estar enamorada de él? -replicó Amelia, sabedora de que King tenía razón

-Si hubieras estado enamorada de mi hermano no me habrías permitido que te tocara -contestó King con una amplia sonrisa!

-¡King Culhane, eres un...! -exclamó ella, incapaz de encontrar un calificativo apropiado.

-Cálmate, ¿quieres? Todavía no estás en condiciones de hacer grandes esfuerzos, ni siquiera verbales -replicó King tomándola en sus brazos-. Vamos Quinn, ven a Látigo con nosotros. Allí podrás comer algo y descansar un poco. Por el amor de Dios, Amy, estate quieta.

-¡No me llames... Amy! -protestó Amelia forcejeando por zafarse de su abrazo.

-¿Por qué no? Suena muy bien -le dijo King dirigiéndose al coche mientras disfrutaba de la cálida cercanía de su cuerpo.

Finalmente Amelia se dejó instalar en el coche dócilmente temerosa de que King la dejara caer al suelo. Cuando él la depositó sobre el asiento y su rostro se acercó al de ella, Amelia volvió a sentir las inquietantes sensaciones que le habían llevado a entregarse a él, King la miró a los ojos y volvió a sentir la pasión que le había encendido unos días antes. Temeroso de descubrirse, se apartó rápidamente de Amelia.

Amelia entrelazó las manos sobre su regazo con altivez. Conque King no soportaba tocarla, pensó. Pues se lo tenía bien merecido. Por su propia culpa, se veía obligado a casarse con ella. Sabía que él intentaría representar el papel de amante esposo lo mejor que pudiera pero que no la quería. King nunca podría corresponder sus sentimientos!..

-He decidido regresar a Atlanta... -empezó.

-Tú no vas a ir a ninguna parte, excepto a la iglesia para casarte conmigo

-replicó King instalándose en el pescante.

Quinn cabalga junto a Amelia, que parecía acongojada.

-Quinn, haz algo -suplicó-. No quiero casarme con él! Sálvame, por favor.

Quinn se caló el sombrero, le aseguró que era King quien necesitaba que le salvaran y espoleó su caballo. Amelia dirigió una última mirada a la tumba de su padre y se dispuso a volver a Látigo!

El anuncio de la boda de King y Amelia causó sorpresa en Látigo.

-¡Estoy tan contenta! -exclamó Enid, abrazando a Amelia cariñosamente-. Sabía que estabais hechos el uno para el otro. Todas aquellas miradas cruzadas, tanto ner-viosismo y timidez... ¡Oh, mi tímido King!

-Exageras, madre -gruñó King.

-Yo creía que su hijo me odiaba -dijo Amelia.

-Pues ya ves que no es así -intervino Brant-. ¿Crees que si te odiara te pediría en matrimonio?

Amelia no se atrevía a mirar a King.

-¿Has encontrado a Rodríguez? -preguntó a su hermano.

-Seguí su pista hasta Sonora... -vaciló.

-¿Y...?

-Nada. Le perdí -mintió encogiéndose de hombros.

-Vaya suerte -se quejó King-. Espero vivir lo suficiente para ver a ese maldito bandido colgado de una soga.

-Los mejicanos le adoran-replicó Quinn-. Ellos le consideran un santo.

-Los santos no despedazan a la gente y la abandonan en el desierto para que los buitres celebren un festín -contestó King-. Eso fue lo que hizo con mi prometida.

Amelia le miró sorprendida. No sabía que King había estado prometido antes y que esa mujer había muerto en tan trágicas circunstancias. Seguramente ese desgraciado episodio explicaba sus intenciones de casarse con una mujer tan fría como Darcy Valverde. Había perdido al amor de su vida y ahora se disponía a embarcarse en un matrimonio destinado al fracaso. A Amelia se le encogió el corazón.

-Rodríguez asaltó el coche en que viajaban mi prometida y un... amigo suyo

-relató King-. Les robó, les despojó de sus ropas y les cortó en pedazos!

Perdóname

por ser tan crudo, madre, pero es la verdad. Cualquiera que hubiera visto esa horrible estampa no descansaría hasta ver a Rodríguez colgado de una soga.

-¿Cómo puedes estar tan seguro de que fue Rodríguez? -preguntó Quinn, sorprendido por la terrible historia que King acababa de relatar.

-Tengo un testigo! Un mejicano llamado Manolito Pérez

.

haberla abandonado en un burdel. Quinn consider ó más prudente ocultar que había estado con Rodríguez. Brant tenía buenos amigos entre los oficiales del ejército de Texas y, como todos los granjeros de la región que habían sufrido robos de ganado por parte de los bandidos mejicanos, odiaba a Rodríguez. Quinn tuvo que morderse la lengua para no revelar todo lo que sabía sobre el tal Manolito, que acababa de ser asesinado por haber drogado a su querida María Amelia desvió la mirada al descubrir en el rostro de King las huellas del dolor que le atormentaba. No le cabía duda de que todavía lloraba la muerte de la mujer que había amado. Suspiró y miró a su hermano, quien, curiosamente, tenía peor aspecto que King.

-¿Te preocupa algo? -le preguntó.

-No es nada-contestó Quinn forzando una sonrisa-. La muerte de nuestro padre me ha cogido por sorpresa, eso es todo. Le echaré de menos. Como bien dices, los recuerdos de nuestra niñez son los mejores. Entonces era un buen padre.

-Y como tal debemos recordarle.

King miraba su plato sin despegar los labios. El recuerdo del cuerpo mutilado de Alice le agobiaba, pero ahí estaba Amelia dispuesta a ocupar su lugar. La miró y en ese momento se dio cuenta de la realidad de la situación. La vida sin Amelia no tenía sentido. Si algún día ella le faltaba sería su fin!

Era un hecho demasiado difícil de aceptar para un hombre tan orgulloso como él. Apartó aquel inquietante pensamiento y centró toda su atención en la taza de café casi frío que tenía delante!

-¿Por qué no pasas la noche aquí, Quinn? -sugirió Enid.

-Le agradezco mucho su ofrecimiento, señora -se excusó-, pero debo regresar a El Paso para ocuparme de los asuntos pendientes que mi padre dejó.

Amelia se entristeció cuando surgió la cuestión de la herencia. Le deprimía pensar que la vida de su padre se reducía a unos pocos objetos personales.

-Creo que deberías conservar su reloj -dijo Quinn-. Yo tengo su revólver.

-Eso es todo lo que nos queda de él -suspiró Amelia-. Un viejo reloj y un revólver.

-Intenta conservar los buenos recuerdos, querida - intervino Enid-. Si lo haces, te durarán para siempre.

-Tiene razón, señora. Me quedan los recuerdos.

Cuando Quinn se hubo marchado, Amelia se sentó en la escalinata del porche y se puso a contemplar las estrellas mientras reflexionaba. El ganado y los caballos se preparaban para dormir y un lobo aullaba a lo lejos. La oscura silueta de los árboles que se distinguían en el horizonte le hizo recordar tiempos mejores.

-Hace demasiado frío aquí fuera -dijo King a sus espaldas-. Entra.

Amelia se rodeaba el cuerpo con los brazos para protegerse del viento helado.

-Me quedaré aquí fuera cuánto me plazca -replicó Amelia.

-¡Dios mío, y yo que te consideraba una mosquita muerta! -dijo King riendo.

-¿Qué quieres?

-Lo mismo podría preguntarte yo a ti -repuso King sentándose junto a ella-.

¿Acaso te arrepientes de haberme salvado la vida? Quinn estaba dispuesto a matarme allí mismo.

-Tu muerte no habría ayudado demasiado. Y Quinn y tú sois amigos desde hace mucho tiempo -añadió.

-Puede que después de lo que ha ocurrido ya no lo seamos -observó King-. Tu hermano no está dispuesto a olvidar. Y yo tampoco.

-El tiempo lo cura todo -dijo Amelia levantándose lentamente.

-Espera.

King la tomó de un brazo y la obligó a mirarle a los ojos. Sus nudillos rozaron la curva de su pecho y Amelia sintió que las piernas le temblaban. Clavó las uñas en su mano y King la soltó.

-Puedes rechazarme todo lo que quieras pero no te servirá de nada --dijo-.

Pienso casarme contigo.

-Me caso contigo porque no tengo elección, pero apuesto a que cualquiera de tus empleados es más hombre que tú.

-Ten cuidado. Cualquier mujer en tu situación estaría encantada de recibir una propuesta de matrimonio tan ventajosa.

-¡Y cualquier hombre en tu situación estaría avergonzado de sí mismo!

-Créeme, Amelia, estoy avergonzado y me desprecio a mí mismo, pero todo mi dolor no cambiará lo que ha ocurrido entre nosotros. Debemos enfrentarnos al futuro.

-Ya! ¿Cuándo piensas comunicar a la señorita Valverde que se le ha escapado la maravillosa fortuna de los Culhane?

-Eres peor que una víbora -replicó King-. Darcy es asunto mío.

-¡También será asunto mío si te atreves a volver a verla cuando estemos casados!

-Eres injusta conmigo. El matrimonio es una promesa ante Dios que nunca me atrevería a romper. -Entonces asegúrate de dejárselo bien claro ala señorita Valverde.

-Y tú asegúrate de dejárselo bien claro a tu querido Alan -repuso King desdeñosamente.

-¿Olvidas que a Alan no le intereso?

-No me extraña. Lo que mi hermano necesita es un dócil corderito, no un abejorro rencoroso.

-¿Cómo te atreves...?

Hizo ademán de abofetearle pero King fue más rápido. Le sujetó el brazo y no la soltó hasta que se quedó sin aliento y dejó de forcejear! La mano de King había adquirido la solidez del acero tras años de duro trabajo en el rancho y a Amelia le resultaba imposible librarse de su presa, pero no sintió ningún daño sino una agradable sensación de seguridad.

-Yo no soy rencorosa-dijo apretando los dientes.

-Conmigo sí lo eres. Siempre estás a la defensiva. ¿Por qué, Amelia?

-Porque me odias -contestó ella-. Siempre me has odiado y desde que puse los pies en Texas no has hecho más que demostrármelo, incluso... aquel día! Sólo querías humillarme para que Alan me rechazara. ¡Te aprovechaste de que estaba sola y temía por mi padre. .. ! -Las lágrimas asomaron a sus ojos y le impidieron continuar! King la obligó a reclinar la cabeza en su pecho y le acarició el cabello, las mejillas y los labios suavemente mientras le susurraba dulces palabras al oído.

El contacto fue tan inesperado y breve que Amelia no se sintió amenazada hasta que la boca de King se posó sobre la suya! Aquel gesto le trajo inquietantes recuerdos mientras su abrazo la envolvía! Amelia clavó las uñas en aquellos fuertes brazos y King gimió mientras la cabeza le daba vueltas. Bajó las manos a sus caderas en un intento por acercar más sus cuerpos. Era evidente que estaba excitado y no se esforzaba por disimularlo.

-¡Basta! ¡Para! -gritó Amelia, forcejeando por liberarse del abrazo de él.

King estaba fuera de sí. Le brillaban los ojos pero el resto de su rostro parecía tan inescrutable como una piedra.

-Me deseas -dijo bruscamente.

-Deseo…. -dijo Amelia, esforzándose por contener las lágrimas- ¿No puedes ver otra cosa en una mujer? Me odias pero quieres hacerme el amor. ¡Eres... repulsivo!

¡Es degradante que te aproveches de mis sentimientos para satisfacer tus bajos instintos!

-¿Y qué esperas de nuestro matrimonio? ¿Una unión sagrada sin otro contacto que el roce de nuestras manos?

-¡Exacto! -exclamó Amelia, furiosa-. ¡No pienso compartir mi cama contigo!

¿Acaso crees que podría amar al asesino de mi padre? -Pronunció estas palabras impulsivamente, buscando librarse de la inquietante proximidad de King, pero resultaron un arma de doble filo!

King palideció y el brillo que iluminaba sus ojos desapareció. Se mesó su oscuro cabello y suspiró profundamente.

-Está bien, tú ganas -masculló con voz ronca-. Si tanto me detestas, no te importunaré más.

Giró sobre sus talones y se encaminó a la caballeriza sin volver la cabeza. junto a Amelia sólo quedó el puro, todavía encendido, que King había arrojado al suelo unos minutos antes.

Amelia entró en la casa lentamente, arrepentida de haber sido tan dura con él. Le había hecho daño! Su intención había sido evitar que King descubriera sus verdaderos sentimientos y volviera a burlarse de ella, pero sólo había conseguido destruir el poco cariño que King parecía sentir por ella a veces.

Se encerró en su habitación, se sentó sobre la cama y lloró hasta quedarse sin lágrimas. Oyó el galope de un caballo a lo lejos y se preguntó si habría empujado a King a los brazos de Darcy Valverde. Teniendo en cuenta las circunstancias, eso supondría un grave contratiempo. La reputación de sus familias estaba en juego y debían casarse cuanto antes. Además, no había necesidad de ser desagradable el uno con el otro. Bastante enrevesada era ya la situación.

Debía admitir que lo que le sacaba de quicio era no poder disimular su amor por él y saber que King nunca podría corresponderle. ¿Cómo iba a casarse con un hombre que no tenía la intención de hacer ningún esfuerzo por que su matrimonio funcionase?

Se cepilló el cabello, se puso el camisón y se metió en la cama. Ahora King iba a odiarla más que nunca y ella era la única culpable.

¿Qué habría ocurrido si en vez de herirle con sus palabras le hubiera rodeado con sus brazos y le hubiera besado? El rostro de King había reflejado un profundo dolor al hablar de la mujer que había amado y perdido. Quizá nunca más fuera capaz de amar a otra persona, pero Amelia estaba segura de que todavía deseaba casarse con Darcy, a pesar de no amarla. Darcy estaba empeñada en conseguir a King porque le convenía su fortuna y su posición social. Amelia deseaba casarse con él porque le amaba.

Apoyó la cabeza en la almohada, cerró los ojos y se quedó dormida.

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