Amelia

Amelia


Capítulo 18

Página 22 de 24

18

Al día siguiente King y Amelia salieron de Látigo tan de mañana que el rocío todavía brillaba sobre la hierba. King observó a Amelia montar diestramente y alabó su estilo sobre la silla.

A pesar de los miedos de la noche anterior, Amelia se sentía más vital que nunca! Era como si hubieran dejado atrás su tormentoso pasado y hubiesen decidido comenzar de nuevo. King estaba de un humor excelente y parecía más joven. Camuflada bajo el ala de su sombrero, Amelia estudió con cariño aquel rostro. El fantasma de Alice se había desvanecido con la luz del día y aquella inesperada invitación a pasar un día en el campo le había emocionado. King se había convertido repentinamente en el centro de su vida. Amelia estaba decidida a aceptar lo que él le ofreciera, aunque fueran los despojos de su corazón destrozado por la muerte de su amada. Sin King, su vida no tenía sentido!

King reparó en aquella mirada y sonrió. Amelia se sonrojó intensamente. King se echó a reír y levantó el rostro para recibir los rayos del sol.

-¿Sabes una cosa? -dijo-. Cuanto más te conozco más me gustas. ¿Quién iba a decir que eras una experta amazona?

-Siempre me ha gustado montar -repuso Amelia-. También adoro el campo y la vida al aire libre. Odio vivir rodeada de edificios y gente que siempre tiene prisa. Esto es el paraíso -añadió respirando con satisfacción la brisa de la mañana.

King tuvo que hacer esfuerzos para desviar la vista del rostro de Amelia y concentrarse en el camino. Se había ganado su cariño y admiración día tras día! El pensamiento de pasar junto a ella el resto de su vida y protegerla hasta que la muerte les separara no se apartaba de su mente. Nunca había conocido a una mujer que aceptara su cariño sin ánimo de lucro. King sentía que había vuelto a nacer.

-King -dijo Amelia. -Dime.

-¿No notaste nada extraño en Quinn el otro día cuando mencionaste a Rodríguez?

King detuvo su caballo y la miró.

-Pues sí -contestó él-. Ahora que lo mencionas, me sorprendió. Al principio pensé que estaba preocupado por ti pero creo que hay algo más. No tengo ni idea de qué le ocurre.

-No es propio de Quinn sentir simpatía por los criminales -añadió Amelia jugueteando con las riendas. -Estoy de acuerdo -convino King-. Por cierto, sólo faltan dos días para nuestra boda. ¿Has terminado ya tu vestido?

-Sí. Tu madre me ha ayudado mucho.

-Mis padres están muy contentos con nuestro matrimonio. Ellos siempre te han considerado una más de la familia.

Amelia hubiera querido añadir algo pero se abstuvo. Le hubiera gustado saber si King opinaba lo mismo pero temía una respuesta negativa. Ella siempre iba a estar allí para recordarle, aun involuntariamente, que un día había perdido el control y que iba a tener que pagar por su error durante el resto de su vida. No le hubiese extrañado que King no la quisiera.

King avanzó hasta alcanzar a Amelia y alargó una mano para tomar las suyas.

-Quizá este matrimonio no sea exactamente lo que yo había planeado, pero has de saber que no tengo ninguna duda sobre mi decisión.

Amelia sabía que estaba hablando de su sentido de la responsabilidad. Forzó una sonrisa y contestó:

-Yo tampoco.

-¿Qué te ocurre, Amelia?

-No te he dejado elección -replicó Amelia, a punto de llorar.

-Te equivocas -dijo King-. Tenía todas las opciones... Sabes que no me gusta hablar de lo que ocurrió aquel día, pero ¿no comprendes que dejé que fuéramos demasiado lejos a propósito? Podía haberme detenido. Sin embargo, elegí no hacerlo.

-¡Porque querías separarme de Alan! -exclamó Amelia.

-¡Eso no es verdad! -contestó King apretándole la mano-. Lo hice porque te quería para mí, a costa de lo que fuera. ¿No lo comprendes? Estaba celoso de Alan.

-¿Celoso de tu hermano por mí? -preguntó ella, incrédula.

-¿Qué hombre en su sano juicio no estaría celoso por una mujer que se derrite entre sus bazos, que anhela sus besos y que le hace sentir maravillosamente cuando están juntos? -contestó King.

Amelia sintió un impulso de poner en entredicho todas esas afirmaciones pero no pudo. King no había dicho nada más que la verdad! Era asombroso cómo le abandonaba la fuerza de voluntad cuando estaba con él.

-Me he dejado llevar por un arrebato -murmuró.

-Sólo cuando fue demasiado tarde -replicó King con una sonrisa-. Lo he estado pensando. ¿Qué otro motivo podías tener para entregarte a mí sin condiciones? Sé perfectamente que no buscas mi dinero y que tus principios morales son intachables. Teniendo todo esto en cuenta, sólo había una explicación lógica.

Perdóname, Amelia -añadió, borrando la sonrisa de su rostro-. Mi comportamiento fue vergonzoso.

Amelia no sabía qué decir. King acababa de poner al descubierto su punto débil. Estaba tan nerviosa que tiró de las riendas con fuerza. Su caballo se encabritó y ella estuvo a punto de salir despedida!

En un segundo, King saltó de su montura y colocó su rodilla contra el caballo de Amelia, casi obligándole a arrodillarse. Cuando consiguió sosegar al animal le calmó con caricias y palabras tranquilizadoras.

King ayudó a una temblorosa Amelia a desmontar. Había actuado con tanta destreza y sangre fría que Amelia se sorprendió al ver que su rostro había pali-decido.

-¿Te encuentras bien? -preguntó en cuanto la depositó en el suelo.

Amelia rió nerviosamente!

-Sí. Lo siento. Ha sido... culpa mía. He tirado bruscamente de las riendas.

¡Pobre animal!

-¡No digas tonterías, podía haberte derribado! Amelia le contemplaba, fascinada. En sus ojos había algo parecido a rabia contenida.

-Estoy bien -dijo apoyando una mano sobre su pecho-. De verdad, King.

King empezaba a tranquilizarse. Amelia todavía podía ver en sus mejillas ruborizadas la tensión recién experimentada.

-¿Estás segura? -insistió.

-Sí -contestó con una sonrisa-. No he tenido nada de miedo. Sé que tratas a los animales como nadie en este rancho! En ningún momento he dudado de que lograras tranquilizarle.

King suspiró. Durante el breve forcejeo con el caballo había temido que Amelia resultara herida. Había reaccionado exactamente igual que el día que la había encontrado herida en el suelo. Se había asustado de verdad. Amelia le importaba mucho

Ella le miró a los ojos y el corazón le dio un vuelco. King no podía seguir ocultando lo que sentía por ella. La alegría que le produjo a Amelia aquel descubrimiento hizo que su rostro se iluminara.

-¡Oh, King! ¿Realmente te hubiera importado si me hubiera ocurrido algo?

-murmuró con voz entrecortada.

-Amelia... -musitó King estrechándola entre sus brazos y besándola apasionadamente.

Ninguno de los dos supo cuánto tiempo permanecieron abrazados bajo un álamo. Cuando la fuerza de su pasión empezó a traspasar los límites permitidos King se apartó y dijo:

-No debemos continuar. -Tomó su rostro entre sus manos y lo recorrió con la mirada-. ¡No podemos cometer el mismo error dos veces! Me temo que tendremos que esperar hasta el domingo.

-Tienes razón -suspiró Amelia.

Reclinó la cabeza en su pecho intentando recuperar la respiración. Dirigió la mirada al horizonte que se extendía ante sus ojos y pensó con alivio que, una vez libre de los fantasmas del pasado, su futuro no podía ser más prometedor.

-No permitiré que te ocurra nada malo -dijo King solemnemente-. Nadie volverá a hacerte daño.

-Nunca más -corroboró Amelia-. Esta vez será distinto, ¿verdad? Quiero decir cuando estemos... juntos.

-Desde luego -contestó King, y su respiración se agitó de nuevo-. Esta vez habrá ternura y tendremos todo el tiempo del mundo. Mis padres y Alan pasarán el fin de semana en Houston en casa de unos amigos, así que tendremos unos días para nosotros solos -añadió y se inclinó para besarla de nuevo-. Amelia... Querría que ya fuese domingo. No puedo esperar...

-El tiempo pasará deprisa, ya lo verás -aseguró Amelia.

-Por el bien de mi cordura y de tu reputación, más vale que sea así -replicó King.

Quinn cabalgaba hacia Malasuerte sintiéndose como un vulgar mercenario. Iba a traicionar a María y a su padre. Pensar que había jurado velar por la ley y el orden que Rodríguez había violado durante tantos años apenas le consolaba. Sin embargo, debía cumplir con su deber. Era lo único que le quedaba. La gente de Rodríguez era pobre pero eso no bastaba para justificar sus robos y crímenes. Su deber era olvidar lo que el bandido había hecho por Juliano y María y concentrarse en el asesinato de la prometida de King y su amigo.

Pero aun así, Quinn no consiguió tranquilizar su conciencia. Todavía se sintió peor cuando María le distinguió a lo lejos y, soltando el maíz que cargaba traba-josamente, corrió a abrazarle con indescriptible alegría! Mientras la veía aproximarse Quinn se dio cuenta de lo solo y triste que se había sentido en Texas.

Bajó del caballo y corrió a su encuentro. La estrechó entre sus brazos, la besó y durante unos minutos olvidó el motivo que le había llevado hasta allí.

De repente oyó un rumor de conversaciones y risas sofocadas. Se separó de María y vio que todo el pueblo se había reunido alrededor de ellos, incluido Rodríguez.

«Soy un traidor», pensó Quinn. No sabía cómo iba a seguir viviendo después de cumplir su misión. Fuera su deber o no, nunca se iba a librar del remordimiento de haber traicionado a alguien que le amaba sinceramente!

Su padre había muerto y su mejor amigo estaba a punto de casarse con su hermana por obligación. María era todo lo que le quedaba y ahora iba a perderla también.

Deseó que ella, cuando se diera cuenta de su traición, le matara con sus propias manos para así librarle de su tormento.

Pensó que no sería una mala idea pasar un par de días en el pueblo y disfrutar de los últimos momentos de felicidad que iba a tener durante el resto de su vida.

-Así que has vuelto -dijo Rodríguez tendiéndole la mano cálidamente-.

Bienvenido, hijo mío. Mi pobre María ha estado muy triste desde que nos dejaste.

-Yo también os he echado de menos -replicó Quinn mirando a María afectuosamente-. Tengo malas noticias. Mi padre ha muerto.

-¡Cuánto lo siento! -exclamó María y se precipitó a abrazarle.

-Lo lamento -secundó Rodríguez-. Es muy duro perder a un padre. El mío era

hacendado, ¿sabes? -añadió-. Provenía de una noble familia española. Se casó con una mestiza y acabó perdiendo todo lo que tenía por culpa de la bebida. El dinero es la ruina de las buenas personas,

¿no es verdad? Es mejor vivir libre como un pájaro con el cielo y la tierra como hogar. ¡Sí,

señor, no existe nada más bello que la libertad! Bueno -añadió tras dirigir una fugaz mirada a Quinn y María-, el amor también es importante.

Quinn asintió mientras María le miraba con preocupación. En los oscuros ojos de Quinn había algo que presagiaba desgracia.

-Has regresado porque algo te preocupa, ¿no es así? -preguntó Rodríguez apoyando su manaza en el hombro del muchacho-.

Bueno, puedes quedarte con nosotros cuanto quieras. Haremos todo lo posible porque olvides tus problemas.

¡Lupita, trae el mezcal! ¡Vamos a brindar por nuestro amigo!

Lupita, una mujer gruesa y bajita de brillantes ojos negros y sonrisa desdentada, salió de detrás de una cortina llevando el mezcal. Rodríguez la cogió y la besó en la mejilla cariñosamente.

-Es mi mujer-dijo a Quinn-. No es muy guapa pero tiene un corazón de oro y cocina las mejores enchiladas del pueblo.

-Ha sido nuestra

mamacita durante estos años -intervino María-. Es una mujer muy buena. ¿Y tu madre ? ¿Vive?

-No -contestó Quinn-. Murió hace unos años.

-¿Qué le ocurrió a tu padre? ¿Le asesinaron.

-No. Tenía una enfermedad del cerebro.

-¡Qué

terrible!-exclamó María santiguándose. ¡Lo

siento mucho!

-Mi hermana llevó la peor parte -replicó Quinn-. . Al final fue muy cruel con ella. No fue culpa suya, no sabía lo que hacía.

-¿Cómo era la enfermedad que tenía? -quiso saber Rodríguez.

-Tenía un bulto dentro de la cabeza -explicó

-¡Ah,

ya sé, un bulto! ¿Fue muy doloroso?

-Mucho -contestó Quinn tomando el mezcal que Rodríguez le ofrecía Bebió un sorbo e instantáneamente sintió desvanecerse sus preocupaciones.

-¿Cómo es tu hermana Amelia?

-Podríamos ser gemelos-contestó Quinn con una sonrisa-. Es una mujer muy valiente y, como vuestra Lupita, tiene un gran corazón.

-Algo que vale su peso en oro,

te lo digo yo_ -R odríguez-. Me alegro de que hayas vuelto! problema y necesito ayuda,

compadre!

-Cuente conmigo,

señor!

-Sé que han puesto precio a mi cabeza -dijo mirando fijamente el fondo de su taza de mezcal-. Las autoridades de Texas desean colgarme de un árbol y acabo de saber que han enviado al ejército en mi busca. Ya no soy el de hace unos años

-añadió, confundido por la crítica expresión de Quinn-. Me hago viejo y estoy perdiendo facultades. También debo pensar en el bienestar de mi familia. He pensado que, por su bien, será mejor que me entregue.

-¡No! -gritó María y se arrojó en sus brazos-. ¡No lo hagas, papá, por favor! ¡Te matarán!

-Ya sé que me quieres -dijo Rodríguez palmeando la espalda de la muchacha-.

Yo también te quiero,

mi niña, pero temo que el ejército dé conmigo aquí. No quiero que mueran personas inocentes por mi culpa. Esos soldados luchan como fieras, nunca se rinden y no quiero que mi pueblo sufra por mí. Prefiero entregarme pacíficamente que arriesgar las vidas de los que quiero.

Quinn le observaba atónito. No sabía qué decir! Estaba claro que los rumores se habían extendido desde El Paso. Por una vez, los rumores le estaban ayudando. Ya le tenía en sus manos. ¡Aquello sí era un golpe de suerte!

-¿Qué puedo hacer por usted,

señor?

-Quiero que vengas conmigo a El Paso -contestó Rodríguez-. Si voy acompañado por un gringo tendré más oportunidades de llegar vivo a la oficina del sheriff.

-Eso es verdad -admitió Quinn.

-Entonces... ¿harás lo que te pido?

Quinn vaciló pero María insistió con la mirada.

-Por favor, Quinn -imploró-. Haz lo que te pide.

-Está bien-condescendió finalmente- ¿cuándo desea marchar?

-Mañana -contestó Rodríguez-. Quiero pasar una última noche con mi familia.

Todas esas acusaciones contra mí son falsas -añadió-. Es cierto que he asaltado un par de bancos pero no he matado a ningún gringo. Esas carnicerías que los americanos me imputan no las he cometido yo. Quiero tener un juicio justo y la oportunidad de defenderme. Yo no soy un asesino. Quiero borrar mi pasado e iniciar una nueva vida... ¿cómo

se dice… ? pasar la página. Me ayudarás, ¿verdad?

-¿No cree que es un poco tarde?

-Mira, tarde o temprano los gringos acabarán atrapándome y me colgarán.

Quiero tener la oportunidad de dar mi versión de lo ocurrido, poder negar que he asesinado a sangre fría a una joven americana. No quiero que mis hijos y mis nietos se avergüencen de mí. ¿Lo comprendes?

-Desde luego, pero si espera un juicio justo...

-¿Y por qué no? Soy inocente.

-Usted es mejicano -replicó Quinn-. Ha habido muchos problemas en la frontera y ahora los americanos ven a los mejicanos con malos ojos. Tiene pocas posibilidades.

-Toda mi vida he tenido que tomar decisiones arriesgadas -contestó Rodríguez encogiéndose de hombros-. ¿Qué importa una más?

-Está bien, le acompañaré a El Paso. Ya veo que está decidido a todo.

-Sé que cuidarás de mí,

compadre. No tengo miedo. Quinn hubiera deseado poder decir lo mismo! Sabía que en cuanto pusieran un pie en El Paso Rodríguez comprendería que le había engañado. Perdería su respeto y la adoración que le profesaba su hija. Él se convertiría en el malo de la historia cuando Rodríguez fuera colgado. Nunca había estado en una encrucijada así.

Intuyendo su desasosiego, María le abrazó y reclinó la cabeza sobre su hombro.

-No te preocupes -le susurró-. Papá es un zorro viejo. No se dejará atrapar tan fácilmente.

Mientras le acariciaba su sedoso cabello negro, Quinn no podía dejar de pensar en cómo se las iba a arreglar para evitar que eso ocurriera.

La noche transcurrió apaciblemente. Quinn despertó al amanecer y salió a dar un paseo por el pueblo. Los demás habitantes, acostumbrados a su presencia, le consideraban uno más y le saludaron afablemente. Rodríguez dormía en su choza.

Quinn se detuvo junto a la puerta deseando reunir el valor necesario para entrar y contárselo todo.

María le oyó y se apresuró a salir envuelta en un chal para protegerse del frío de la mañana.

-Buenos días-dijo.

Quinn la besó en la mejilla, pero su mente estaba ocupada en el largo viaje de regreso a El Paso. María advirtió su preocupación y, tomándole de la mano, le hizo alejarse unos pasos de la entrada de la choza.

-Cuéntame qué te preocupa.

-No soy lo que todos creéis -contestó Quinn haciendo una mueca.

-Ya sé lo que vas a decir -le interrumpió María- Tú eres un bandido, como mi papá, y temes que te encarcelen cuando llegues con él a El Paso. Pero mi padre tampoco lo hará esta vez -añadió riendo-. Ya lo ha intentado otras veces, pero en cuanto divisa El paso, se da la vuelta y regresa a casa. No pasa nada. Tú síguele la corriente...

En ese momento Rodríguez salió de la choza y María se interrumpió. Quinn apretó los labios y se resignó a recibir el odio de todo un pueblo cuando supieran la verdad.

Esperó pacientemente hasta que Rodríguez hubo ensillado su caballo y se hubo despedido de su familia y amigos. Quinn tuvo que hacer esfuerzos para no disua-dirle cuando Juliano se echó a sollozar. Se estaba comportando como un hombre sin corazón ni sentimientos! Iba a cumplir con su deber pero a costa de traicionar a Rodríguez y a María. La miró a los ojos y se preguntó por enésima vez de dónde iba a sacar fuerzas para seguir viviendo cuando su misión hubiera finalizado.

-Ve con Dios -se despidió María

-Me va a hacer más falta de la que crees -replicó Quinn.

-Adiós, mi niña -dijo Rodríguez dirigiéndole una cariñosa sonrisa.

-Hasta luego -le corrigió María-. Sé que muy pronto volveremos a tenerte entre nosotros.

Rodríguez no replicó y Quinn guardó silencio. Los dos jinetes abandonaron el pueblo lentamente. Quinn no encontraba el momento de revelarle la verdad. Era la primera vez que mentía deliberadamente pero también era la primera vez que se enamoraba de verdad.

La boda de King y Amelia fue todo un acontecimiento. Rancheros de todos los puntos de Texas acudieron a presenciar la sencilla ceremonia que tuvo lugar en la pequeña iglesia metodista. Después todos se trasladaron a Látigo para disfrutar de un espléndido banquete. La comida era abundante y Rosa preparó un magnífico pastel de bodas.

Alan felicitó a su nueva cuñada con una mezcla de alegría y celos pero hizo lo posible para no estropearle el día a nadie.

-Será mejor que mi hermano sea bueno contigo -se limitó a decir con una sonrisa.

-Estoy segura de que así será -replicó Amelia, recordando su solicitud cuando dos días antes había estado a punto de caer del caballo.

Aunque King no la quisiera, estaba claro que le importaba su bienestar. Quizá con el tiempo ese sentimiento se convertiría en amor.

King le pidió el primer vals. Todos los invitados coincidieron en señalar que Amelia estaba preciosa con su vestido de satén y encaje. Los ojos de King traslucían tanto deseo y cariño que Amelia sintió cierto embarazo.

-Mi pequeña... -le susurró King-. Nunca pensé que me sentiría tan dichoso el día de mi boda ni que encontraría una mujer con la que no me importara pasar el resto de mi vida.

-Durante mucho tiempo pensaste que la señorita Valverde era la persona más indicada.

-Un hombre debe sopesar a muchas candidatas antes de encontrar a la mujer perfecta -replicó King.

-No la he visto en la iglesia.

-¿Acaso me creías capaz de invitarla a nuestra boda? -No me hubiera importado. Después de todo, tus padres son amigos de los Valverde.

-Era una amistad muy interesada por su parte. Estoy seguro de que, ahora que no tienen posibilidad de emparentarse con mi familia, no les veremos demasiado.

Amelia no se atrevió a añadir que esperaba que fuera así.

Ir a la siguiente página

Report Page