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1. Un genio en pañales

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Un genio en pañales

 

 

 

Es más difícil ser amable que inteligente.

LAWRENCE PRESTON «POP» GISE

 

 

Primero quiso ser arqueólogo, mucho antes de que Indiana Jones marcase la infancia de millones de niños. Más tarde astronauta, físico o ingeniero informático. A pesar del múltiple abanico de posibilidades y aspiraciones que le rondaban por la cabeza a Jeff Bezos, el fundador de Amazon, la tienda online más grande del mundo, siempre tuvo como referencia al vaquero que aún lleva dentro de adulto. «Creo que todavía hay algo de ello en mí»,4 ha afirmado el propio Bezos en múltiples ocasiones. Uno de los legados que su abuelo materno, Lawrence Preston Gise, dejó en manos de su nieto cuando éste apenas levantaba un metro del suelo. Por aquel entonces, con cuatro años de edad, un chiquillo rubio con botas y sombrero de cowboy trasteaba por el inmenso rancho que los Preston poseen en Cotulla, Texas, escoltado siempre por Spike, el fiel perro de caza al que posteriormente hubo que amputarle la cola.

Un vasto terreno de más de 100 km2 rodeado de robles y poblado de ciervos de cola blanca, ovejas, palomas, codornices y cerdos salvajes donde Bezos aprendió una de las lecciones más valiosas de su vida: ser autosuficiente. Prueba de ello es que, cansado de dormir en una cuna, el pequeño Jeff se hizo con un destornillador y consiguió desarmarla como señal de protesta. Una característica que define a la perfección el linaje de los Preston como lo hizo su antepasado, el coronel Robert Hall,5 cuando en los albores del siglo XIX decidió mudarse de Tennessee a San Antonio. Con casi dos metros de altura, los allí presentes no podían evitar darse la vuelta y apartarse cuando Hall deleitaba a sus paisanos con su imponente figura y un atuendo repleto de pieles de una variopinta selección de animales. A día de hoy, una avejentada imagen con tonalidades sepia preside el salón de Michael y Jackie Bezos, los padres de Jeff.

Precisamente, el bisabuelo de Jackie, Bernhardt Vesper, fue el encargado de comprar Lazy G, la finca donde posteriormente Jeff no sólo desarrolló una admiración casi celestial por «Pop», como cariñosamente se refería a su abuelo, sino que también pudo apreciar los frutos de incesantes jornadas de trabajo. Quizá Thomas Edison o Walt Disney son los héroes biográficos de Bezos; sin embargo, Lawrence marcó desde muy temprano la personalidad de este pequeño gran genio, que durante los primeros años de su vida prescindió de una figura paterna.

Jackie, en la actualidad la matriarca del clan, demostró su valentía al pasar por la vicaría cuando todavía era una adolescente. En un momento donde una muchacha de diecisiete años embarazada necesitaba de un compañero masculino para no convertirse en la comidilla del lugar, la madre de Bezos no dudó en separarse de su progenitor biológico no mucho después de aquel 12 de enero de 1964, cuando dio a luz su primer retoño, Jeffrey Preston. Jeff, curioso por naturaleza, nunca desarrolló interés alguno por contactar con aquel hombre que se esfumó rápidamente de su vida. «La única vez que este asunto sale a la luz es cuando acudo al médico y me preguntan por mi historial —ha reconocido Bezos en múltiples entrevistas—. Simplemente, digo que desconozco esa parte de mí.»6

Para Jeff su verdadera figura paterna es Miguel «Mike» Bezos. El hombre que lo crió desde que cumplió cuatro años y quien le entregó su apellido, cuya pronunciación en inglés equivale a la palabra «besos». Mike consiguió abandonar Cuba allá por 1962 cuando apenas rondaba los diecisiete años gracias a la ayuda de la afamada misión católica, conocida como Operación Pedro Pan. Orquestada por el padre Bryan O. Walsh, dicha intervención se convirtió en uno de los rescates políticos más importantes de la historia. Desde su comienzo el 26 de diciembre de 1960 hasta su fin en octubre de 1962, alrededor de 14.000 niños y niñas cubanos de entre seis y diecisiete años fueron trasladados a tierras estadounidenses.

Cuando puso pie sobre territorio norteamericano, Miguel ni siquiera sabía chapurrear inglés, pero consiguió dominar la lengua al mismo tiempo que acudía a un instituto en Delaware, y encadenaba variopintos empleos que le permitieron continuar con su educación y licenciarse en la Universidad de Alburquerque, Nuevo México. Fue en uno de los turnos de noche como oficinista en un banco local donde conoció a Jackie. Pronto surgió el amor y ambos se casaron poco después.

La relación entre Jackie y Mike estuvo influenciada de distinta manera por la Guerra Fría contra Rusia y el comunismo. Para Mike, supuso escapar de Cuba para aspirar a un nuevo futuro en la cuna del capitalismo. Para Jackie, era parte de su vida cotidiana ya que su padre fue nombrado por el Congreso de Estados Unidos para capitanear la Comisión de Energía Atómica de la región del oeste del país. Con sede en Alburquerque, Preston supervisaba a los más de 26.000 empleados en los laboratorios nucleares de Sandia, Los Álamos y Lawrence Livermore.

Cuando Mike consiguió licenciarse como ingeniero y logró fichar por la petrolera Exxon, la familia se mudó de Alburquerque a Houston, Texas. Por aquel entonces, Jeff ya apuntaba maneras trasteando con el magnífico kit eléctrico que su abuelo le compró en un Radio Shack, la minorista de productos electrónicos que durante décadas se convirtió en su santuario particular. Cuando Jeff rondaba los seis años hubo de acomodarse a la llegada de su hermana Christina, y un año después, al nacimiento de Mark, el pequeño de la familia Bezos. Acostumbrado a la soledad de su alcoba, Jeff tuvo que desarrollar un enrevesado sistema eléctrico que activaba una alarma cada vez que uno de los traviesos chiquillos osaba poner el pie en su habitación.

Básicamente, la casa de los Bezos se convirtió en una gran trampa eléctrica. De hecho, Mike y Jackie llegaron a temer que, en algún momento, al abrir un armario de la casa detonase algún tipo de artefacto que acabase con un montón de tornillos sobre sus cabezas. Y es que el garaje familiar se convirtió más bien en una feria científica donde Jeff llegó a desarrollar un centenar de inventos, entre ellos un microondas solar, compuesto por un paraguas y papel de aluminio. Por aquel entonces, la madre de Bezos, con una paciencia de santa, conducía a diario al mayor de sus hijos hasta Radio Shack en busca de nuevos cachivaches para culminar sus últimas innovaciones. Dicho esto, la euforia y la incesante creatividad de Jeff se convertía a menudo en motivo de pelea entre él y su madre. «¿No puedes hacer una lista con todo lo que necesitas? No podemos permitirnos más de un viaje diario a Radio Shack»,7 acostumbraba reprenderlo Jackie, resignada.

En el colegio Montessori, donde cursó primaria, Jeff solía quedar completamente absorbido por la tarea de turno, ya que la única forma de hacerle cambiar de labor era levantarlo, silla incluida, y obligarlo al siguiente quehacer. Poco después, mistress McInerney, se convertiría en una de las profesoras favoritas de Jeff, especialmente en su reconocida pasión por las matemáticas. Más tarde vendrían mister Bohr, profesor de cálculo; miss Del Champs, responsable de química, o miss Ruehl, quien consiguió atraer al joven Jeff al mundo de la física. «Me siento bendecido por haber contado con profesores trabajadores y muy inteligentes», afirma Bezos cuando se le pregunta por sus maestros.

Durante su tiempo libre, Jeff y sus amigos no sólo pasaban horas viendo la serie Star Trek sino también jugando a encarnar sus personajes de ficción. Por supuesto, todos querían meterse en la piel del señor Spock o del capitán Kirk. Pero, curiosamente, cuando no había otra alternativa, Bezos prefería asumir el papel del ordenador en lugar de otro personaje. Como cualquier niño de su edad, Jeff también cometía alguna que otra trastada. Sin embargo, sus padres lo tenían difícil a la hora de imponerle un castigo adecuado, ya que no había nada más reconfortante para él que permanecer horas en su cuarto absorto en cualquier libro. Precisamente, su pasión por la lectura lo convirtió en asiduo visitante de la biblioteca local, donde Jeff tuvo algún que otro problema al no poder contener su característica carcajada. Una risa que en más de una ocasión avergonzó a sus hermanos pequeños, cuando solían ir al cine a ver alguna de las últimas películas de Disney.

Este alumno ejemplar devoraba todos y cada uno de los libros que caían en sus manos, desde títulos agraciados con el Premio Newbery, pasando por la trilogía de El Señor de los Anillos de Tolkien, hasta obras de Isaac Asimov o Robert Heinlein. A la temprana edad de ochos años, y tras destacar en uno de los exámenes estandarizados, Bezos fue elegido para formar parte de un programa para niños prodigio, en la escuela elemental River Oaks. Fue allí donde Julie Ray pudo entrevistar al pequeño Jeff para su libro Encendiendo mentes brillantes. En dicho estudio, se define al fundador de Amazon como «amistoso pero serio», al mismo tiempo que también se destaca «su falta de dotes para el liderazgo».

Sin embargo, poco después fue el joven Jeff quien lideró a un grupo de amigos para trastear con un procesador informático donado a la escuela por parte de una empresa local. Sin demasiado esfuerzo, esos chiquillos consiguieron conectar con el ordenador a través de una máquina de teletipos situada en uno de los pasillos. En medio de esta forma autodidacta de programar, los alumnos consiguieron encontrar un videojuego basado en Star Trek. Ni que decir tiene que los chavales dieron con su nuevo pasatiempo. Dicho esto, ni Mike ni Jackie estaban dispuestos a dejar que su hijo pasase horas y horas delante de una computadora o absorbido en la lectura. Es por ello que Jeff lo intentó como lanzador en un equipo de béisbol antes de probar suerte con el fútbol americano. En los Jets, donde consiguió entrar de chiripa ya que rozaba el límite de peso y altura, Bezos echó mano de su cabeza para memorizar estrategias, posiciones y demás información que pudiera salvarlo de ser literalmente arrollado por el oponente, un talento que su entrenador captó enseguida y por ello lo nombró defensivo. Pese a su falta de interés en el juego, Jeff puso en práctica su voraz espíritu competitivo.

De Alburquerque, en Nuevo México, a Houston, haciendo una parada de dos años en Pensacola, Florida, finalmente la familia Bezos se mudó a la soleada y variopinta ciudad de Miami, donde Mike fue trasladado para desempeñar su labor como ejecutivo a bordo de la petrolera Exxon. A punto de entrar en la adolescencia, Jeff estudió en el Palmetto Senior High, muy cerca de la nueva casa de cuatro habitaciones y con piscina privada. Un retrato que se aleja del Miami de aquella época, cuando la incesante llegada de cubanos exiliados y el truculento contrabando de drogas dominaban la acalorada urbe. Sin embargo, Bezos vivió su adolescencia aislado de esa cruda realidad.

Elegido para dar el discurso final de graduación en 1982, Jeff, becado por la National Merit Scholarship Corporation y ganador del prestigioso galardón Silver Knight gracias a sus trabajos científicos, aseguró por aquel entonces al Miami Herald que su objetivo era «construir hoteles espaciales, parques de atracciones, yates y colonias de dos o tres millones de personas que orbitasen alrededor de la Tierra». Ursula Werner, su novia por aquel entonces, recuerda al adolescente que ya soñaba con la idea de amasar una fortuna: «Jeff siempre quiso hacer un montón de dinero. No por el propio dinero en sí, sino para poder invertirlo en cambiar el futuro».8

Bezos y Werner fueron los protagonistas de un reportaje publicado en el rotativo más popular de Miami, donde ambos promocionaron un importante proyecto liderado por la imparable mente de Jeff. «The Dream Institute» o «el Instituto de los Sueños», se convirtió en uno de los primeros éxitos de Bezos. Un campamento de diez días de duración, donde él y Ursula debatían junto a chavales de diez años temas tan variopintos como Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift, los agujeros negros en el espacio, la guerra nuclear o cómo funcionaban ciertos aparatos electrónicos. Por aquel entonces, Jeff se preparaba para poner rumbo a la prestigiosa Universidad de Princeton, considerada una Ivy League, término con el que se conoce a las universidades más antiguas de la nación. La idea de crear un campamento de verano no surgió por ciencia infusa. Durante el hastío veraniego de 1981, Jeff trabajó en un McDonald’s, una experiencia que llegó a aborrecer tras aprender, por ejemplo, cómo cascar un huevo con una sola mano, y de ahí que optase por crear un «instituto de soñadores» cobrando 600 dólares a todos aquellos que decidieran inscribirse.

Otros de los excéntricos trabajos de Bezos fue, por ejemplo, ayudar a su vecina a criar hámsteres. Sin embargo, Jeff pasaba más horas escuchando los problemas sentimentales de su nueva jefa que limpiando jaulas. Un papel de confidente que alcanzó extremos insospechados cuando la vecina llegó a presentarse un día en el instituto para debatir con Jeff un nuevo drama en su vida. Por supuesto, la madre de Bezos al enterarse de este extraño comportamiento, finiquitó esa curiosa actividad extracurricular.

Rudolf Werner, el padre de Ursula, recuerda una charla con Bezos sobre la vida en el espacio: «Estaba convencido de que el futuro de la humanidad no se hallaba en este planeta, ya que podríamos sufrir el impacto de cualquier otro elemento, por lo que lo más seguro era crear una nave espacial». A día de hoy, Bezos conserva su interés por la industria espacial. En el año 2000 fundó una compañía de vuelos espaciales llamada Blue Origin y ha participado activamente en la recuperación de las naves utilizadas durante las misiones de exploración a la Luna. Joshua Weinstein, el mejor amigo de Bezos en Palmetto, sin embargo, cree que no había nada «de alienígena» en Bezos: «Jeff era siempre una compañía formidable». De ahí que cuando Jeff decidió postularse para dar el discurso de graduación de su promoción, los demás aspirantes sabían que tenían la batalla perdida. Bezos fue el mejor alumno de los 689 que formaron parte de su promoción.

Aunque su currículum era envidiable, como cualquier otro adolescente, Jeff también mantuvo sus pulsos con sus padres. Como bien apunta Brad Stone en su libro sobre Bezos y Amazon, durante una acalorada discusión, cuando Jeff rozaba los dieciocho años, el joven se marchó de casa a media noche. Eso sí, consciente de la preocupación de sus padres no dudó en llamar desde una cabina de teléfono cercana para informarles de que estaba bien y que sólo necesitaba algo de tiempo para pensar. Esa misma noche, después de que Jackie fuera a buscarlo y ambos pasaran horas hablando en un diner, Bezos escribió una carta a su padre que colocó en su maletín para asegurarse de que éste la leería a la mañana siguiente. Cuentan quienes conocen a Mike que esa misiva siempre va con él y su maletín de trabajo.

Desde los cuatro años hasta aproximadamente los dieciséis, los veranos de Jeff solían ser especiales. Durante los meses estivales, el primogénito de los Bezos solía trasladarse a Lazy G, donde ayudaba a Pop Gise y a su abuela, Mattie Gise, a castrar al ganado, reparar el mastodóntico tractor D-6 Caterpillar Bulldozer cuando era necesario —algo que requería construir grúas para poder levantar las pesadas piezas—, y otros quehaceres que hicieron su infancia «única y excepcional». Sin embargo, una de las lecciones más importantes en su vida se produjo cuando Jeff apenas rondaba los diez años. Fue durante uno de los viajes en la caravana Airstream con la que sus abuelos solían recorrer parte de la geografía estadounidense. En las múltiples horas que Jeff pasaba pensativo decidió calcular la tasa de mortalidad para los fumadores, como Mattie, a partir de algunos datos que escuchó en la radio. Apoyando su cabeza entre el resquicio que separaba los asientos del conductor y el copiloto, Jeff informó a su abuela de que su insistente vicio podría restarle nueve años de vida. Mattie se puso a llorar desamparada. Pese a haber luchado valientemente durante años contra el cáncer, finalmente sucumbió a la enfermedad.9

El propio Bezos utilizó este amargo recuerdo como inspiración durante uno de sus discursos en Princeton, ya como capitán de la minorista online más grande del mundo. «Paró el coche, salió y abrió mi puerta esperando a que lo siguiera —relató el fundador de Amazon—. Mi abuelo era un hombre muy inteligente, extremadamente silencioso, que nunca me había hablado en un tono agresivo.» Y de hecho, no lo hizo. Tras un incómodo momento de silencio, Pop Gise miró fijamente a su nieto y le dijo: «Jeff, algún día entenderás que es más difícil ser amable que inteligente».

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