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4. Bezos e internet, flechazo a primera vista

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Bezos e internet, flechazo

a primera vista

 

 

 

Lo peligroso es no avanzar.

JEFF BEZOS

 

 

Alegre y pizpireto, Bezos afrontaba las infinitas jornadas laborales en D. E. Shaw con el mejor optimismo o, mejor dicho, «estoicismo» posible. Por aquel entonces, los que trabajaron con él y acudían con frecuencia a alguna de las múltiples fiestas que el joven organizaba en su apartamento, lo describen como amable y poco conflictivo. Las anécdotas de aquella época son algo dispersas, ya que el paso del tiempo ha borrado muchos detalles. Sin embargo, hay quien recuerda a Jeff probándose un sombrero algo estrambótico que hacía juego con el color de su pelo, que era castaño rojizo antes de que la edad diera paso a la alopecia. Quien disfrutó de su compañía, por obra del destino o por obligación laboral, no recuerda a Jeff como un líder con madera de emprendedor, sino más bien como alguien con una capacidad sin igual para entender y moldear la forma de pensar de los ordenadores que pasaban por sus manos. Uno de sus últimos proyectos a bordo del hedge fund, bautizado con el nombre de «Tercer Mercado», consistió en crear un mercado no bursátil de renta variable que compitiera en cierta forma con la Bolsa de Nueva York. El objetivo era sacar provecho al conocer, antes que el parqué, el precio de compra ofrecido y aceptado por los traders convencionales; de algún modo, era una extensión de las plataformas ensambladas por la tenacidad de Bezos cuando militó en Bankers Trust y Fitel. Eso sí, el avance no tuvo precedentes y The Wall Street Journal llegó a calificar el software automatizado de D. E. Shaw como «la vanguardia de los sistemas de compra de acciones». Por su parte, la revista Fortune definió a la compañía como «la entidad más sofisticada, tecnológicamente hablando, de Wall Street».

Aun así, otras de las tareas adosadas a su contrato implicaban explorar nuevas áreas de negocio para expandir los jugosos ingresos de D. E. Shaw. No hay que pasar por alto que como buen depredador de la Calle del Muro, el fondo de cobertura, capitaneado por David Shaw hasta 2001, gestiona más de 30.000 millones de dólares y entre sus filas han militado no sólo genios como Bezos sino también otras cabezas de cartel de la economía contemporánea como el polémico Lawrence Summers, quien fue presidente del Consejo Económico Nacional de Barack Obama, secretario del Tesoro durante el mandato de Bill Clinton y presidente de la Universidad de Harvard, el Santo Grial de las Ivy Leagues. Fue durante una de sus incesantes búsquedas cuando Bezos quedó perplejo y anonadado por una cifra o, mejor dicho, por un porcentaje: 2.300 por ciento al año. Ése era el ritmo de crecimiento anual que en aquel momento cosechaban los nuevos usuarios de internet, un número casi imposible de concebir desde el punto de vista empresarial. De hecho, Jeff, incrédulo, rehízo una y otra vez el modelo de cálculo antes de digerir completamente su descubrimiento. Es importante tener en cuenta que, a comienzos de los años noventa, cualquier tipo de actividad online era casi el resultado de un conjuro para el ciudadano de a pie. De ahí su descomunal potencial de crecimiento.

Hasta entonces, el verdadero desarrollo de cualquier red que se conectase a un grupo de ordenadores estaba ligado al Departamento de Defensa de Estados Unidos, que experimentó con los primeros compases en este tipo de actividades durante la década de los sesenta. Sus avances llegaron a crear lo que se conoció como Agencia de Redes Avanzada para Proyectos de Investigación (ARPANET, por sus siglas en inglés). La primera conexión a larga distancia se realizó el 29 de octubre de 1969, cuando la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) compartió su base de datos con el Instituto de Investigación de la Universidad de Stanford. Una laboriosa tarea que creó tendencia entre otras agencias federales y otros centros universitarios que comenzaron esta vía para intercambiar información. Sin embargo, no fue hasta 1988 cuando el primer servicio de correo electrónico empezó a desarrollar sus posibilidades comerciales como producto de consumo masivo. Dicho esto, otros cinco años tuvieron que pasar antes de que la navegación en red se agilizara a través de nuevos programas informáticos, lo que facilitó el entendimiento para aquellos que no estaban familiarizados con la enrevesada ingeniería que rodeaba esta novedosa forma de comunicación. En 1994, el año en que Amazon pasó de ser una simple idea a materializarse en un garaje de Seattle, la Universidad de Illinois desarrolló el primer navegador de internet, un software bautizado como Mosaic, que tiempo más tarde se convirtió en Netscape, una de las compañías que mordió el polvo tras el estallido de la burbuja de las dot.com. Aun así, Mosaic llegaría a ser el primer navegador de cabecera para los sistemas operativos de Macintosh y Windows, ya que la integración de gráficos facilitó enormemente el uso de hyperlinks, es decir, la capacidad de colocar el cursor sobre un texto o foto y poder surcar los mares virtuales de internet.

El incalculable valor de negocio que internet ofrecía era casi infinito, y Bezos no estaba dispuesto a dejar escapar la jugosa oportunidad. En medio de la euforia, comenzó a elucubrar sobre posibles productos que podrían casar a la perfección con una distribución en línea. Una veintena de cachivaches de lo más variopinto inundó su cabeza, desde software hasta música o cualquier otro producto inmortalizado en los centenares de catálogos convencionales que el joven revisó hasta la saciedad. Por supuesto, en el caso de la música, Bezos pronto desechó la idea, puesto que la batalla contra la docena de casas discográficas que defenderían con uñas y dientes su territorio podría resultar en un esfuerzo inútil. No debemos olvidar que no fue hasta el año 2000 cuando Apple se hizo con SoundJam MP, un programa desarrollado por Bill Kincaid, cuando las librerías musicales comenzaron a implantarse en la vida diaria de millones de personas a través de sistemas operativos como Windows y su Windows Media Player, o el iOS de Apple. Aunque iTunes cuenta a día de hoy con la bendición de los grandes sellos discográficos y genera más de 12.000 millones de dólares a la compañía capitaneada por Tim Cook pero ingeniada por Steve Jobs y Steve Wozniak, también ha obligado a la industria musical a reinventarse. De hecho, desde que se estrenase la tienda iTunes, allá por el 28 de abril de 2003, las ventas de discos se han desplomado más de un 60 por ciento, según los datos que maneja la Asociación Americana de la Industria Discográfica.

Si bien Jeff no decidió aprovechar el fructífero negocio musical, con canciones a 99 centavos, hasta mucho más adelante, su dote para los negocios le hizo fijarse en otro elemento de la vida cotidiana de todo ser humano contemporáneo, los libros. No sólo se imprimían cerca de 3 millones de unidades en aquel entonces, sino que los ejemplares contaban, como lo siguen haciendo a día de hoy, con un número de serie o Número Internacional Estándar de Libro (ISBN) que facilitaría cualquier tipo de indexación o categorización virtual. Otra ventaja sustancial era la ausencia de competencia. En aquel momento, el comercio electrónico evidentemente era inexistente, y sólo compañías como Computer Literacy Bookshops, BookStacks Unlimited o WordsWorth comenzaron en 1991 a vender libros a través de correos electrónicos. Eso sí, estas publicaciones sólo estaban orientadas a grupos especializados. Es decir, la falta de un catálogo universal de libros abría una excelente posibilidad para Bezos, que pronto comenzó a enumerar las ventajas del negocio. La capacidad de poder ordenar los libros por título, autor, género y editorial, o simplemente poder buscar una palabra o frase, tiraban por tierra las librerías convencionales. Pero aunque los libros se convertirían en el epicentro de Amazon, Bezos ya elucubraba ambiciones mucho más amplias. «Con la extensa gama de productos disponibles, se podría crear una tienda online que sería imposible de replicar de ninguna otra forma»,21 explicó años después el fundador de la mayor tienda de comercio electrónico del mundo.

Sin perder de vista el potencial a largo plazo, Bezos continuó centrando sus esfuerzos en los libros. En aquella época, en Estados Unidos, Barnes & Noble y la hoy desaparecida cadena de librerías Borders dominaban la cuarta parte de los 30.000 millones de dólares que generaba el mercado literario —recordemos que estamos hablando de hace aproximadamente dos décadas—. Aun así, emulando la leyenda de David contra Goliat, Jeff tenía claro que podría derrotarlas fácilmente gracias a una mejor selección de títulos y un menor coste de operaciones. Su instinto fue más allá, especialmente después de descubrir en 1994, durante la Convención Anual de Libreros Americanos, que los mayoristas contaban con listas electrónicas de todos los libros que posteriormente distribuían. Con los inventarios ya organizados en formato electrónico, lo único que se necesitaba para comenzar a desarrollar una librería virtual era acceder a dichos archivos, generar un programa que permitiese su búsqueda según determinados parámetros y dar vida a una página online que posibilitara el acceso al público. A día de hoy esta receta parece de lo más sencilla con servicios como Tumblr, WordPress o SquareSpace, que permiten en cuestión de minutos generar páginas y blogs con plena capacidad de realizar funciones de venta en línea. Sin embargo, hace veinte años, con internet todavía en pañales, el proceso prometía ser complicado.

A su regreso de Los Ángeles, donde se celebraba la convención, Jeff presentó con bastante ímpetu su descubrimiento a su jefe, David E. Shaw. Sin embargo, éste se mostró bastante escéptico y reacio a embarcarse en un negocio desconocido. Una tienda online de libros parecía tener gran potencial, sí, pero los riesgos eran demasiado elevados para perder tiempo y energía en dichos menesteres. De hecho, Shaw prefería que su vicepresidente ocupara sus horas de trabajo en otras áreas de negocio mucho más rentables. Pero Bezos continuó obsesionado con la idea, ya que estaba convencido que podía conectar al consumidor y a los mayoristas de una manera totalmente distinta a la convencional. Internet abría una puerta desconocida para el consumo. «Era como el Salvaje Oeste… una nueva frontera», recordó posteriormente Jeff. Convencido de haber encontrado el proyecto perfecto para desarrollar su madera de emprendedor, Bezos comunicó a Shaw su intención de sacrificar su empleo a cambio de conseguir su sueño. Algo que no resultó sencillo, ya que Shaw pronto intentó persuadir al joven genio para que no abandonara el hedge fund. Al fin y al cabo, ¿quién estaba dispuesto a tirar por tierra un sueldo millonario y la estabilidad de un trabajo como el que tenía en D. E. Shaw? Jeff y MacKenzie eran conscientes de que una decisión de dicho calibre implicaría sobrevivir sin un ingreso fijo durante un tiempo, y quizá enfrentarse a la cruda realidad de una derrota. David Shaw pidió encarecidamente a Bezos que reconsiderase su decisión detenidamente antes de abandonar el hedge fund.

Por supuesto, Jeff, fiel a su instinto, hizo lo que mejor sabe hacer: analizar los pros y los contras de la situación. Para ello echó mano de una nueva fórmula para «minimizar su arrepentimiento»,22 una vía que le permitió discernir qué le haría más feliz: mantener su lucrativo empleo en Nueva York o desarrollar un negocio cuyos retornos se prometían inimaginables. Su razonamiento fue de lo más sencillo, simplemente se preguntó si cuando cumpliera ochenta años se arrepentiría de las decisiones tomadas. Ni que decir tiene que un puesto de trabajo como el que ostentaba en D. E. Shaw, siempre podría volver a conseguirlo, al fin y al cabo Wall Street y los más que suculentos alicientes no iban a desaparecer. Sin embargo, la posibilidad de fundar su propia compañía, y conseguir que ésta despegase y tuviera éxito, era algo de lo que su osamenta octogenaria seguramente no se arrepentiría nunca. «Sabía que cuando llegase a los ochenta no me habría arrepentido de haberlo intentado. No iba a arrepentirme de haber participado en eso llamado internet, que sabía que sería algo grande. También sabía que, si aquello fallaba, no iba a arrepentirme de haberlo intentado, pero de lo que sí me arrepentiría es de no haberlo hecho, eso me perseguiría para el resto de mi vida, por lo que la decisión fue bastante fácil de tomar.» Con las ideas claras, Bezos estaba seguro de que un futuro basado en los libros e internet era algo por lo que valía la pena luchar y, cómo no, MacKenzie lo apoyó al cien por cien sin duda alguna. Es por ello que ambos y su fiel golden retriever Karala, cuyo nombre rinde tributo a un personaje de Star Trek, pusieron rumbo a la costa Oeste.

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