Alma

Alma


Primera parte. París » Capítulo 9

Página 12 de 33

Capítulo 9

 

 

Durante los días siguientes, procuraron no quedarse solos. Ella salía a pasear por cubierta por las noches, él la vigilaba en la distancia para que no tuviera problemas con los marineros, pero no se dejaba ver. Algunas veces coincidían en la comida o la cena; otras, buscaban cualquier excusa para hacerlo por separado. Alma pasó la mayor parte del tiempo en compañía de Louis, al que ya llamaban Guy para acostumbrarse y no delatarse en un descuido. Sophie les acompañaba. Se había encariñado con el niño, del que desconocía su procedencia y con quien compartía muchos juegos.

El barco se deslizaba por el océano Atlántico camino de Ferrol.

Faltaba ya muy poco. Estaba previsto llegar al día siguiente. Esa mañana el sol había decidido aparecer. Brillaba en el cielo y les proporcionaba una luz radiante. Francisco Suárez se acercó a Alma, que había subido a cubierta con el niño para que este disfrutara del aire puro.

—Se ha adaptado muy bien a usted —comentó el oficial, que había observado cómo ambos se llevaban muy bien.

—Es un buen chico. Pascal ha hecho un buen trabajo como preceptor.

—Usted también lo hará. La Corona de Francia estará siempre en deuda con usted.

Aquello le producía escalofríos. Prefería pensar que se ocupaba de un niño, sin ir más allá de las obligaciones de una madre.

—Espero poder habituarme a las costumbres españolas.

Francisco sabía que estaba preocupada por eso y por el idioma.

—Verá como en poco tiempo aprende español. Conseguirá que la entiendan y entenderá —la animó.

—¿Es verdad que tienen costumbres muy rígidas? Estoy acostumbrada a vivir a mi aire.

—Es posible que note algún cambio. Las mujeres en España no tienen la libertad de la que usted gozaba en París. De todas formas, comprobará que no están tan relegadas a un segundo plano como parece. Simplemente, tienen un lugar diferente en la sociedad. —Pensó en Elisa y en cómo su madre quería que se plegara a sus deseos de casarla con alguien influyente. No quiso entrar en detalles y asustarla, ya se daría cuenta por sí misma de cómo funcionaban las cosas.

—¿Estará usted en la ciudad mucho tiempo?

—No lo sé. Por el momento, dispondré de unos días de permiso hasta que su tío disponga mi nuevo destino.

—¿Le gusta su vida? ¿Estar siempre de un sitio para otro?

Él lo pensó durante un rato. Siempre le había gustado, pero desde que había puesto los ojos en Elisa, cada vez le costaba más trabajo salir por largas temporadas.

—Siempre me ha gustado; sin embargo ahora… —dejó la frase a medias. Ella captó algo que se apresuró a aclarar.

—¿Una mujer?

Él sonrió con tristeza.

—Puede.

—No lo veo muy animado. ¿Hay problemas?

—Algunos.

—Pues si acepta el consejo de una extranjera que no sabe mucho del amor, arréglelos cuanto antes.

Esa vez la sonrisa fue más abierta.

—Creo que es lo que voy a hacer.

 

 

Estaba preparada; al menos, todo lo preparada que podía estar. En cubierta, con la mano de Guy en la suya, observaba cómo el bergantín se aproximaba al puerto. Había pasado malos y buenos momentos, había aprendido a disfrutar del mar, hasta de esas rachas de viento que movían la embarcación tanto que pensaba que iba a volcar. En esos días que solo había tenido grandes cantidades de agua a su alrededor, se había encontrado a sí misma. Si ponía en una balanza lo acontecido en ese trayecto, ganaría, sin lugar a dudas, lo mucho que había aprendido. La mujer que iba a bajar de ese barco ya no era la misma que había subido en Rouen. Seguía teniendo los mismos sueños, lucharía por defenderlos y lucharía por esas personas que consideraba que la necesitaban. Su lealtad hacia ellas era indiscutible. Su prioridad estaba en la protección del pequeño que se agarraba a ella temeroso. El pobre no lo decía, pero la fuerza con que la apretaba, indicaba que tenía tanto miedo como ella. Se prometió que haría todo lo posible para que fuera feliz mientras estuviera bajo su amparo.

—¿Lista para bajar?

Aquella pregunta implicaba mucho más que el hecho de abandonar el barco.

Se volvió hacia el hombre que la había llevado hasta allí para contestarle. Durante unos segundos, se olvidó de respirar. Armand había cambiado sus ropas por otras más formales. Su imagen difería por completo de la que había mostrado hasta entonces. Con el cambio, su atractivo no había disminuido ni un ápice; solo había sustituido ese aspecto algo salvaje por otro más refinado, lo que no lo hacía menos peligroso para ella.

—Parece que usted si lo está —respondió, haciendo referencia a su indumentaria.

—Tengo que ponerme presentable para entregarla a su tío.

Habría cambiado la forma de vestir, pero seguía tan impertinente como siempre.

—Supongo que está deseando deshacerse de mí, aunque imagino que por mucho que le haya molestado, se habrá sacado un buen dinero por hacer este trabajo.

Notó como los ojos azules se enfriaban y su cuerpo se tensaba. No era posible que le sentara mal, al fin y al cabo había dicho la verdad. Se había ocupado de ella por dinero. ¿O no?

Él no respondió nada. Se limitó a mirarla con una calma helada que la hizo sentirse diminuta. Se irguió y le mantuvo la mirada. No estaba dispuesta a que la hiciera sentirse mal.

—Será mejor que nos pongamos en marcha —dijo al fin—. Su familia nos espera.

Todo estaba preparado. Sophie se había hecho cargo de sus equipajes y les esperaba en el pequeño embarcadero junto a un carruaje. Ella asintió y comenzó a caminar hacia la escalerilla que la llevaba a una nueva etapa de su existencia.

Ir a la siguiente página

Report Page