Alma

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III. Elvenbane

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III

ELVENBANE

1

Elvenbane Lake era, en opinión de cualquiera, un lugar idílico para vivir. Resultaba sencillo dejarse cautivar por sus atardeceres dorados, preñados de la frescura queda y embriagadora del lago alrededor del cual se levantaba el pueblo. La vegetación era generosa, y se encaramaba a las fachadas y a los techos de las casitas, haciendo que de ellos colgaran jazmines y enredaderas colmadas de flores, creando toda suerte de rincones acogedores, más mediterráneos que británicos. Las calles, por ejemplo, por lo general estrechas y empedradas, se esforzaban por luchar contra los esquemas lineales y discurrían describiendo giros inesperados, o fluyendo alrededor de un árbol milenario que había sido respetado durante su construcción. Cada casa era única, vestida por lo general con maderas oscuras y muros de ladrillo visto o de piedra, impredecibles en su desarrollo, como si hubieran sido improvisadas sobre la marcha, y asimétricas en su concepción. No en vano Elvenbane fue construido a principios de los setenta por un grupo de artistas, la mayoría venidos del norte de Europa, a principios de los setenta. Cada uno construyó su casa con un criterio estético exquisito, buscando producir sensaciones visuales y anímicas. Las calles podían recorrerse en un sentido y luego en otro y parecer lugares diferentes. Esas características únicas, muchas veces incluso románticas, hacían que resultase demasiado sencillo enamorarse perdidamente del lugar, o más concretamente, de las sensaciones que producía.

La noche del veintinueve de octubre de aquel año, sin embargo, la armonía y la paz que Elvenbane despertaba entre todos los que paseaban por sus calles se congeló en el tiempo, se retrajo, y pareció retirarse a algún sumidero lúgubre y oscuro mientras Laureen y sus amigas disfrutaban de su noche de chicas.

O mejor dicho, debido a ello.

En esa época del año, el sol se ocultaba alrededor de las cinco y media de la tarde. Eran las seis menos cuarto y todo lo que quedaba del día era una película grisácea, prácticamente opaca, que parecía envolverlo todo. Esa pátina tan evidentemente otoñal tenía un claro efecto en Jenny, que miraba por la ventana sintiéndose algo melancólica.

—Emy me ha estado contando cosas —dijo de pronto.

Laureen, a quien todas llamaban simplemente Lol, dio una vuelta sobre la cama para mirarla. Chelsea, indolente y vestida con un pijama rosa, seguía tumbada a su lado, escribiendo frenéticamente en el móvil.

—¿Emy? —preguntó Lol—. ¿Qué tipo de cosas puede contar alguien como Emy?

—Cosas… raras —dijo Jenny, volviéndose para mirarla.

—¡Desde luego! Pero… ¿por qué hablas con Emy, para empezar? Esa tía me da escalofríos.

—No sé. Las dos esperábamos a que nos recogieran después de clase. Era tarde, no había nadie más, y… se me ocurrió acercarme a ver qué pasaba por su cabeza.

Laureen soltó un bufido.

—¿Eso hiciste? Madre mía. No estoy segura de querer oírlo —exclamó, terminando de darse la vuelta para quedar tendida, mirando el techo—. No me gusta esa tía, de veras… Es… ¡es muy rara!

—No, estuvo… bien. Me contó cosas un poco flipantes.

—Vale, ¿qué tipo de cosas? —preguntó Lol después de unos segundos. Entonces reparó en su amiga, tendida a su lado, y extendió el brazo para darle un breve empujón en el hombro—. Chelsea, ¿quieres dejar el puñetero móvil? ¡En serio!

—Un segundo —contestó ésta, escribiendo con energía.

—Bueno —dijo Jenny—, le pregunté por qué vestía siempre así, tan… oscuro, y por qué usaba ese maquillaje blanco tan espantoso.

—¿En serio le preguntaste eso? —quiso saber Lol, dándose la vuelta con rapidez para mirarla con una expresión divertida—. ¿Le dijiste que parece una muerta? ¿Se lo dijiste?

Jenny arrugó la nariz.

—No es… En realidad no parece tan mala chica —exclamó de pronto, dubitativa.

Chelsea levantó la mirada del móvil, uniéndose a Lol en su expresión entre incrédula y divertida.

—Vale —exclamó Chelsea, dejando el móvil a un lado—. ¿Qué pasa aquí?

—Jenny se ha vuelto rara —soltó Lol, sacando la lengua hacia un lado y sonriendo con picardía.

—No tenía que haber dicho nada —protestó Jenny—. ¡Tampoco lo entenderíais!

Lol dejó escapar una pequeña exclamación que pretendía ser una risa, pero se detuvo a medio camino. De pronto, le pareció que su amiga estaba hablando en serio.

—Hey, vale —exclamó entonces—. ¿Qué te dijo Emy?

Jenny había vuelto a girarse para mirar por la ventana. Las farolas de la calle, que colgaban altas de las fachadas recorridas por balcones asimétricos, acababan de encenderse, y en el cielo, fuertemente contrastado, las nubes se apretujaban en una maraña algodonosa. Las hojas de las enredaderas y los arbustos se estremecían a ratos, entre ráfagas de un viento creciente.

Se frotó ambos brazos con las manos.

—¿Qué te contó, tía? —insistió Chelsea.

Jenny suspiró antes de responder.

—Me dijo que… que vestía así porque se siente… diferente. Es callada porque no consigue conectar con nadie.

—Vaya —exclamó Lol—. ¿En serio? Qué sobredosis de información.

—Dijo que… —añadió Jenny, como si no la hubiera escuchado—… que podía percibir cosas.

—¡Hostia! —exclamó Chelsea.

—¿Percibir cosas? ¿Qué cosas?

—Bueno, ella ve y oye «cosas».

Chelsea puso los ojos en blanco, sacudió la cabeza y recuperó su móvil.

—Uuuh —dijo, rebosante de ironía mientras deslizaba el dedo por la pantalla—. Yo percibo que mi whatsapp me reclama.

—¿Qué cosas, tía? —preguntó Lol.

—Bueno… —repuso Jenny—. Cosas. Voces, ya sabes, cosas de…

—No me jodas —susurró Lol. De pronto soltó una carcajada—. Voces de… ¿fantasmas? ¿Es eso? ¿En serio?

—Jolín —dijo Jenny—. ¿Cómo lo sabes?

Lol se revolvió sobre la cama.

—Parece un pollo, huele a pollo y sabe a pollo… ¿qué otra cosa puede ser?

Chelsea soltó una pequeña carcajada.

—No cuela tía —exclamó—. Emy va a todas partes con ese libro, La puerta, por eso lo sabe.

—¿En serio?

—A mí esas cosas me dan miedo —comentó Chelsea. Acababa de hacerse una foto con el móvil y estaba subiéndola a su cuenta de Instagram.

—Qué flipada —dijo Lol, ahora pensativa—. Así que la pirada de Emy dice que ve y oye fantasmas. ¡Qué más quisiera ésa! Debe de haberse leído el libro como diez millones de veces. Colgada estúpida… ¿Qué te dijo? ¿Qué tipo de cosas oye?

—Bueno… —respondió Jenny—. Me contó algunas cosas sobre… familiares muertos que la tocan y hablan con ella por las noches. Dijo que a través de los sueños conecta con ellos. Que le hablan. Que puede sentirlos, a su alrededor, a nuestro alrededor, por todas partes.

—¡La leche! —exclamó Chelsea sin apartar la mirada de su móvil—. La tocan de noche. Alucino. De verdad.

Lol tenía la mirada fija en su amiga, un runrún mental en su pequeña cabeza adolescente.

—¿Ha hecho ouija alguna vez? Como se describe en el libro, quiero decir —preguntó al fin, desafiante. Estaba captando cierta fascinación en su amiga, como si algo ajeno y distante tirase de ella y la alejase de su atracción, y eso no le gustaba. Lol quería que Jenny estuviese cerca, y más aún: la quería concentrada en ella. Era la única manera que conocía de sentirse especial a través de su amistad, que era, en esencia, genuinamente buena y pura. Así la percibía, y así era. Jenny no era solamente una buena amiga; era, además, demasiado buena para ella. En las raras ocasiones en las que su monumental ego conseguía callarse unos instantes, Lol sentía ese hecho inequívoco como cierto, y eso la sacaba de sus casillas. Entonces se rebelaba, creciéndose de manera ficticia y superficial y comportándose de forma altanera y orgullosa, como la pataleta de un bebé.

—Bueno —comentó Jenny, ahora bajando el tono—. De hecho hablamos un poco sobre eso. Dijo que lo hizo una vez, pero que… no fue demasiado bien.

—Es una cagada —soltó Lol—. Apuesto a que yo he hecho ouija muchas más veces que ella.

Jenny la miró con paciencia. Era la clásica respuesta de Lol. Si había algo interesante que hacer en el mundo, Lol lo había hecho ya. Dos veces, más rápido y mejor. Pero Jenny tenía sus propias percepciones, y cuando habló con Emy sintió veracidad en sus palabras. Hablaba suave y despacio, y no había tratado de convencerla en absoluto, simplemente contaba las cosas tal y como las sentía. Lol, en cambio, se manejaba de manera muy diferente. Era desafiante, como si viviese en una competición constante. Jenny sentía que Lol tenía tanto que ver con el mundo espiritual como su padre con el mundo de la moda femenina. Una frase que había oído una vez en una película le vino a la cabeza como un mazazo: «Las cosas bonitas no buscan llamar la atención».

—Dijo que es muy peligroso —susurró Jenny.

—Hagámoslo —soltó Lol de repente.

—Llevo queriendo hacerlo desde principio de curso —comentó Chelsea, con el rostro iluminado por la pantalla de su móvil—. Con Tom Hiddleton, por ejemplo. Le daría cabecero hasta que vaya a la universidad.

—Calla ya, idiota —exclamó Lol sin dejar de mirar a Jenny. Sabía que Chelsea haría cualquier cosa que ella y Jenny decidiesen. El problema era Jenny. Si Emy había dicho que hacer la ouija era peligroso, entonces tenía que conseguir que hicieran precisamente eso. Sería una forma de restar poder a aquella idiota—. ¿Qué dices, Jenny? ¿Te da miedo?

Jenny se encogió de hombros.

—No lo sé. Me parece que… podría haber algo.

—¿Algo como qué?

—Creo que… podría ser peligroso de veras. Lo dicen en la tele, que no se debería tomar a la ligera. Hay gente que se está quedando muy tocada. O sea, la ouija funciona, sobre todo si… si se hace como dice el libro.

Lol soltó una carcajada.

—Vamos a ver, ¿a esa tía rara de Emy le chorrea esquizofrenia por las orejas y a ti te entra cagalera?

—No es…

Chelsea rompió a reír. Cuando soltaba una carcajada como aquélla, era como el aullido de una especie de lobo. La risa era, cuando menos, contagiosa, y Lol se apresuró a unirse a ese brote repentino de carcajadas para reforzar su plan de recuperar a Jenny.

Ésta se encogió de hombros.

—No me da miedo —dijo, ahora a la defensiva—. Es sólo que…

—¡Venga, vamos a hacerlo!

—¡A follar! —bramó Chelsea, aullando como una loca.

—¡Calla, imbécil! —soltó Lol, riendo ahora con más ganas.

Jenny no pudo resistirse. Las risas eran definitivamente contagiosas y acabó accediendo, aunque sólo fuera por prolongar ese momento.

Unos instantes más tarde habían escrito letras en un folio y recortado cuadrados que habían dispuesto alrededor del tablero del Monopoly. Lol dijo que los dibujos podían confundir a los fantasmas, así que le dieron la vuelta al tablero. Un pequeño vaso de vino, con los bordes lo suficientemente redondeados como para permitir el deslizamiento, fue colocado en el centro. Tres trozos de papel más grandes contenían las palabras SÍ, NO y ADIÓS. Por último, copiaron los diseños runa que aparecían impresos en el libro en las esquinas del tablero: cuatro sellos, cuatro dibujos que supuestamente potenciaban la comunicación.

—Qué paranoia, tía —opinó Chelsea—. Sí que os ha dado fuerte.

—Cállate —dijo Lol—. He hecho esto muchas veces.

—¿En serio? —preguntó su amiga—. Pero ¿así, como dice el libro?

—Muchas más veces que esa momia, te lo aseguro.

—No me gustan esos símbolos —susurró Jenny, pero nadie pareció escucharla.

—¿Y nunca ha pasado nada? —quiso saber Chelsea.

—Esto va de fortaleza mental. Si eres fuerte, no pasa nada. ¿Eres bastante fuerte, Jenny? —preguntó.

Jenny no respondió.

—¿Y qué se hace? ¿No deberíamos encender velas? Creo que en el libro se encienden velas.

Lol inclinó la cabeza.

—Las velas están bien —dijo—. Velas negras. Pero no tenemos, así que…

—¡¿Velas negras?! ¡Qué chungo!

—Y una de nosotras debería desnudarse para que el espíritu pueda tocarla.

Chelsea le dirigió una mirada perpleja.

—¿Qué?

Lol soltó una carcajada.

—Era broma, imbécil —respondió—. Venga, vamos a empezar. Poned los dedos sobre el vaso. Si descubro que alguien hace trampa y mueve el vaso, yo misma lo llenaré de meado y se lo haré beber.

—Meado. ¡Qué malota! —bromeó Chelsea.

Las chicas pusieron el dedo en el vaso, y en ese mismo instante Jenny soltó un largo suspiro. En realidad, no le gustaba la situación en absoluto: extender y colocar el dedo sobre el vaso no había hecho que se sintiera mejor, pero era como ajustarse el cinturón de seguridad de una montaña rusa para la que ha hecho cola durante horas. Las cosas habían ido demasiado lejos como para empezar a protestar. Al fin y al cabo, sabía demasiado bien que Lol la haría objeto de sus bromas durante semanas, sino meses, así que se dejó llevar.

—Vale —dijo Lol, interrumpiendo su línea de pensamientos—. Voy a empezar.

Se produjo un silencio. Lol tenía los ojos cerrados, como si se concentrara. Jenny sabía que se trataba de una mera maniobra teatral, parte de un juego, y eso, más que molestarla, consiguió relajarla. Laureen, se dijo, era demasiado frívola como para que aquella pantomima llegase a alguna parte. Seguramente, haría alguna broma en mitad de la sesión, gritaría o se haría la poseída mientras daba tumbos en la cama; casi podía imaginarla diciendo que el espíritu de James Dean quería poseerla, y luego ella y Chelsea se reirían desaforadamente encima de las letras recortadas dando por terminado el juego.

Entonces, Lol empezó a hablar.

—Si hay algún espíritu por aquí cerca, por favor, que se manifieste moviendo el vaso hacia el SÍ.

Esperaron. La habitación, decorada con pósteres de ilustraciones de fantasía medieval, estaba en penumbra con la luz anaranjada de la mesita de noche arrojando sombras que se contrastaban contra los rostros de las chicas.

Lol repitió su llamada todavía un par de veces.

—Si hay algún espíritu por aquí cerca… que se manifieste moviendo el vaso hacia el SÍ.

Los dedos extendidos acariciaban la superficie del vaso, rozándolo apenas con la punta.

Chelsea parecía a punto de decir algo cuando el vaso empezó a deslizarse suavemente, desplazándose sin ruido sobre la superficie del tablero.

Chelsea miró con suspicacia a las chicas. No dijo nada, pero su expresión divertida decía claramente: «Tías, estáis moviendo el puñetero vaso, ¿no, cabronas?».

Lol miraba el vaso con perplejidad. Estaba describiendo una lenta y lánguida trayectoria hacia el SÍ. Y cuando estaba bastante cerca, se detuvo.

Las tres amigas se miraron.

—¿Ya está? —preguntó Chelsea con una voz susurrante.

—Ajá —asintió Lol—. Ya está. Estamos conectados.

—¿Y ahora qué, tía?

—¿Queréis preguntar algo?

Jenny negó rápidamente con la cabeza.

—¡Pregunta si le gusto a Alan! —soltó Chelsea, riendo entre dientes.

—¡No seas idiota! —susurró Lol. Luego se quedó pensativa un rato—. Vale. De acuerdo. Dime, espíritu, ¿desde cuándo estás muerto?

El vaso permaneció inmóvil un par de segundos. Luego realizó un movimiento lateral tan inesperado como decidido y se apresuró a dirigirse hacia el NO. Tocó suavemente el borde del papel y se detuvo.

—¿No? —graznó Chelsea—. ¿Qué quiere decir?

—Que no —dijo Lol—. ¿No estás muerto?

El vaso describió un semicírculo para luego volver, por la vía más rápida, hacia el NO.

—No lo entiendo —dijo Chelsea.

Jenny miraba la escena sin decir nada. Había una suerte de fascinación hipnótica en la manera en la que el vaso se movía. Ese último movimiento lo había realizado de una manera tan fulminante y enérgica que el dedo de Chelsea había perdido contacto con él por unos breves instantes. Eso la dejaba fuera de la cuestión fraude. Puesto que sabía, por descontado, que ella no estaba forzando el movimiento en medida alguna, sólo quedaba Lol como duda razonable.

—No está muerto —dijo Lol—. ¡Qué flipe!

—Si no está muerto, ¿quién es? —preguntó Chelsea.

—Qué es… —exclamó Jenny de pronto.

El vaso inició un periplo a través del tablero, describiendo un círculo perfecto y pasando por debajo de las letras. Cuando hubo hecho ese movimiento por tercera vez, Lol arrugó la nariz.

—¿Qué eres? —preguntó.

El vaso continuó su movimiento sin detenerse.

—¿Qué pasa, tía? —susurró Chelsea.

—A lo mejor… Creo que son las letras —opinó Lol—. Son unas letras de mierda, tía. Deberíamos dibujar un tablero mejor.

—¿Y cómo? —preguntó Chelsea.

Lol levantó el dedo del vaso, que continuó su movimiento como si no pasara nada. En ese punto, Jenny sintió un ramalazo de miedo. Eso descartaba a Lol como autora de un posible fraude y revelaba que el vaso se movía empujado por una fuerza desconocida.

De repente, sintió como si la temperatura de la habitación hubiera bajado varios grados.

Lol cogió el vaso y lo puso a un lado, para a continuación barrer todos los trozos de papel fuera de la superficie. Con el bolígrafo en la mano, empezó a dibujar las letras directamente sobre el tablero de juego.

—¡Tía! ¡Ése es mi Monopoly!

—Ahora es el Ouijapoly —soltó Lol mientras escribía, concentrada.

Chelsea se cruzó de brazos. Parecía mucho más niña de lo que era, con su pijama rosa y el pelo recogido con una cinta blanca.

—Listo —dijo Lol cuando hubo terminado. Había escrito también, en el centro del tablero, las palabras SÍ, NO y ADIÓS, y, por supuesto, los cuatro sellos laterales, cada uno en una esquina, ligeramente inclinados hacia el centro.

Luego colocó el vaso en mitad del tablero y puso el dedo encima.

—¡Va, va, va! —dijo, visiblemente excitada.

Jenny y Chelsea la imitaron.

—¿Estás todavía con nosotras? —preguntó entonces.

El vaso permaneció inmóvil.

—¿Se ha ido? —preguntó Chelsea.

—Mierda —exclamó Jenny—. Esto no se hace así. Teníamos que haberlo despedido.

—¿Qué?

—No se ha ido —replicó Laureen, seca—. Por eso no lo hemos despedido.

Jenny quiso añadir algo, pero no lo hizo. Daba igual lo que pensase sobre el asunto; Lol era la ejecutora y estaba demasiado emocionada con el juego como para que escuchase lo que tenía que decir, pero estaba segura de haber leído en alguna parte que los espíritus tenían que despedirse después de una sesión o se corría el riesgo de dejarlos conectados a tus vidas. Estaba realmente segura: era la trampa mediante la cual les permitías entrar en tus vidas.

Se estremeció, aunque de una manera demasiado sutil como para que sus amigas lo advirtieran.

Miraron el vaso durante un rato todavía. Lol estaba a punto de repetir la llamada cuando, de pronto, otra vez con cierta lentitud, el vaso describió un suave movimiento hacia el SÍ.

Lol sonrió complacida.

—Hola de nuevo —dijo—. Di… ¿qué eres?

El vaso se dirigió hacia la «y» y luego hacia la «o».

YO.

Chelsea soltó una breve risa nerviosa.

—Qué cachondo —dijo, pero Jenny advirtió un deje de nerviosismo en su voz.

—¿Tienes un nombre por el que podamos llamarte? —preguntó Laureen.

El vaso se quedó inmóvil durante un par de segundos y luego empezó a acelerar hacia el NO.

—Vale —dijo Lol—. No estás muerto y no tienes nombre. ¿Qué eres, en realidad?

El vaso describió una palabra con movimientos precisos y rápidos.

T-O-D-O.

—¡Uau! —exclamó Lol—. ¡Esto es raro!

El vaso se movió hacia el SÍ.

Chelsea y Laureen soltaron una pequeña risa nerviosa. Jenny tenía sus propias sensaciones y estaba muy lejos de reírse.

—¿Quieres decirnos algo? —preguntó Lol entonces.

El vaso empezó a moverse de nuevo. A Jenny le pareció que cada vez lo hacía más rápidamente.

V-E-N-I-D.

Las tres amigas se miraron.

—Ni de coña —soltó Jenny.

—¿Qué pasa? —preguntó Lol.

—¿Ir a dónde?

—¿Cómo que vayamos? —preguntó Chelsea, inquieta—. Me he perdido.

—Quiere que vayamos —comentó Lol—. Que vayamos donde está él…

—¿Qué? ¿Estás flipada? —soltó Chelsea, retirando el dedo del vaso.

—¡No hagas eso! —exclamó Jenny—. ¡No puedes romper el círculo sin avisar!

—¿Cómo? ¿Qué círculo, tía? —preguntó Chelsea.

—¡Este círculo!

El vaso empezó a moverse otra vez.

T-O-D-O-S-S-O-M-O-S.

—¿Todos somos? —preguntó Lol, mareada de tanto deletrear y perseguir el movimiento del vaso.

—¿Qué está diciendo? —quiso saber Chelsea. Su expresión era tan perpleja como asustada—. Tías, ¿no estáis moviendo el vaso vosotras, no?, porque me está empezando a dar yuyu.

—No seas idiota —dijo Lol—. ¿Todos somos? ¿Qué quiere decir que todos somos?

T-O-D-O-S-V-E-N-I-D.

—¡Uau! —exclamó Chelsea.

—Chelsea, ¡pon el dedo en el vaso! —le ordenó Jenny.

—No quiero, tía… Me estoy acojonando de veras.

—¡Pon el dedo, lo despedimos, y ya está!

Lol seguía atenta a las palabras, deletreando a medida que el vaso las iba señalando.

N-I-D-V-E-N-I-D-A-L-A-F-U-E-N-T-E.

—¿Venid… a la fuente? —preguntó en voz baja, confusa.

—¡Chelsea! —sollozó Jenny.

T-O-D-O-S-U-N-O.

—¿Qué pasa? —preguntó Chelsea, encogida sobre sí misma—. ¡No voy a jugar más a eso! ¡No entiendo lo que dice y no me está gustando nada!

Pero Laureen, que se había sentado ahora sobre sus propias rodillas y se inclinaba sobre el tablero como si fuera un estanque en el que se reflejase, alzó la voz y gritó:

—¡ESTÁ BIEN, IREMOS, QUEREMOS IR!

Jenny se quedó paralizada. Chelsea se encogió aún más, como si le hubieran aplicado una pequeña descarga eléctrica. Lol miraba el tablero, expectante, y mientras lo hacía, el vaso dejó de moverse.

Se quedaron calladas unos instantes.

—¿Qué has hecho…? —susurró Jenny con un hilo de voz.

—¡Hala! —exclamó Laureen, con los ojos brillantes.

—¿Qué has hecho, Lol…?

—¿Qué ha pasado? —preguntó Chelsea, con la tez lívida como una pared encalada.

Jenny retiró el dedo lentamente, como con desgana. Realmente, todo había acabado; no había círculo que romper ni despedida que hacer.

—¡No! —pidió Lol—. ¡Espera, quiero seguir!

Jenny ni siquiera contestó.

—¿Por qué has dicho eso? —quiso saber Chelsea. Estaba perpleja y tenía la mirada clavada en su amiga.

—¿Qué? ¡Es sólo un juego! —protestó ésta.

—¡No lo es! —chilló Chelsea—. ¡Ha sido escalofriante! ¡El vaso se movía de verdad!

—Sí, ¿verdad? —exclamó Laureen, recuperando la sonrisa—. ¡Os dije que podía hacerlo mejor que esa tonta de Emy!

Jenny iba a decir algo, pero permaneció callada. Todas lo hicieron. En la habitación, los pósteres de fantasía bañados en penumbra parecían adquirir una dimensión nueva, más oscuros, lúgubres. Ni siquiera el pijama rosa de Chelsea parecía darle color a la escena.

—Hace como más frío… —dijo ésta.

Y era cierto. Lol estaba moviendo los dedos porque los tenía entumecidos, y era raro, porque la excitación siempre le provocaba pequeños ataques de calor. Jenny tenía los brazos cruzados sobre el pecho, con los hombros encogidos. Hacía frío, sí.

—Voy a… tener que irme —dijo Jenny.

—¿Qué? —se sorprendió Lol—. ¿Por qué?

—Porque… porque sí.

—¡Tía! —protestó Chelsea.

—En serio —dijo Jenny poniéndose de pie—. Esto ha sido una tontería. No deberíamos haberlo hecho.

—¡Es un juego! —insistió Lol.

—No lo es —susurró Jenny. Estaba mirando los cuatro símbolos laterales, los que el libro de Johnnie Balmori describía con tanta exactitud. Los trazos temblorosos de Lol parecían ahora un poco más gruesos, como si los hubiera recalcado con el rotulador no una sino varias veces.

«Pero no lo hizo —pensó—. Los dibujó una sola vez, así que, ¿por qué parecen TAN negros?».

Nada de lo que Laureen o Chelsea dijeron a partir de entonces pudo convencer a Jenny de quedarse. Lol se había puesto realmente pesada, y les puso su mejor cara de estar dolida, pero Jenny conocía demasiado bien todo su infantil chantaje emocional y no hizo ningún caso: por una vez, sabía lo que quería hacer y lo hizo, porque se sentía extraña, con una sensación apremiante de urgencia, de intranquilidad. Se sentía culpable no sólo por haberse dejado arrastrar a practicar aquel lo-que-fuese, sino, precisamente, por haber sido ella quien había sacado el tema.

Algunas cosas, había aprendido, no eran para compartirlas con Chelsea y Laureen.

Salió a la calle empedrada y las viejas enredaderas de los muros permanecieron inmóviles mientras sus pasos despertaban ecos en la calle vacía. Tan vacía. Tan oscura. Tan… fría. ¿Las farolas siempre habían alumbrado tan poco? Era, desde luego, la primera vez que Elvenbane se le antojaba lúgubre.

Lúgubre y frío.

2

Jenny hacía tiempo que se había marchado y la noche se hacía vieja. A decir verdad, la fiesta había decaído desde que la estúpida de Jenny había decidido marcharse a casa con papá y mamá. Era tan cobarde…, y a veces se ponía tan estúpida con según qué cosas que empezaba a preguntarse si no sería mejor dejarla ir con la metomentodo de Emy. Oh, esa tonta se las iba a pagar todas juntas. Cuando llegara el lunes… Bueno, cuando llegara el lunes, Jenny se iba a enterar de quién era Laureen Banyard.

Chelsea se había dormido. Lol había querido que repitieran la experiencia, pero Chelsea también había resultado una cobarde y había alegado tener sueño. ¿Sueño? ¡Y una mierda! No entendía cómo podía tener sueño; ¡era todo tan excitante! ¡Habían contactado con un espíritu o alguna otra maldita cosa, por todos los santos, como en el puñetero libro! Era como una central eléctrica en miniatura, impaciente y tan nerviosa que no podía dejar las manos quietas. Se había quedado sentada en la cama mientras Chelsea, abrazada a la almohada, se había hecho un ovillo y vuelto de costado para conciliar el sueño. Lol estaba enfurruñada, segura de que su amiga mentía; la había espiado, observándola durante un buen rato sólo para poner en evidencia esa mentira; sin embargo, a los pocos minutos, su amiga ronroneaba como un pequeño gatito.

Se había dormido de veras.

¡Dormido!

A la mierda.

Perdió la paciencia. En realidad estaba segura de que no necesitaba a ninguna de ellas para obtener resultados similares. Lo haría ella misma. Como en el libro. Exactamente como decía el libro.

Excitada y temblorosa de pura emoción, Lol colocó el tablero en el suelo y se sentó frente a él, con las piernas recogidas bajo su cuerpo. En sólo unos instantes, tenía el dedo sobre el vaso y pronunciaba las primeras palabras.

La respuesta no tardó en llegar.

L-O-L-C-A-R-I-Ñ-O-Q-U-I-E-R-E-S-S-E-R-P-O-P-U-L-A-R-D-E-C-O-J-O-N-E-S.

3

El sol hacía poco que había asomado por el horizonte, y los tímidos rayos empezaban a pintarrajear las calles de tonos dorados, naranjas y ocres, devolviendo la vida a las fuentes de piedra, a las plantas y jardines, húmedos de rocío. Las esquinas en sombra protestaban aún y trataban de resistirse como bastiones nocturnos; serían inevitablemente conquistados en pocas horas por la claridad. Las calles que Jenny había encontrado oscuras y aciagas empezaban a dejar de parecerlo.

Douglas Winters salió de su casa a las ocho y media, como cada día. Estaba jubilado desde hacía diez años, así que el hecho de que fuese sábado por la mañana significaba muy poco para su rutina. Caminaría por las calles entre Silhoutte y Green Leaf y se desviaría a la derecha al llegar a la plaza para dirigirse al café (el único que podía encontrarse abierto a esas horas) donde tomaría su desayuno acompañado de prensa gratuita. Le gustaba ese primer café en esas horas tempranas: el pueblo aún dormía los pequeños excesos del viernes noche.

Un coche circulaba despacio entre los edificios, avanzando por la callejuela hacia él. No hacía más ruido que el del roce de los neumáticos sobre las piedras.

—Perdone —dijo el conductor con un marcado acento del sur al pasar a su lado—. ¿Qué tienen para ver en este pueblo?

Douglas se rascó la cabeza.

—Vaya —exclamó—, en todos los años que llevo viviendo aquí nunca me habían hecho esa pregunta. Pues no lo sé. ¿Qué busca usted?

El conductor se quedó mirándolo como si le hubiera hablado en otro idioma. Douglas se fijó en su nariz aguileña y sus rasgos afilados. Casi parecía un buitre.

—No lo sé —dijo despacio—. Nada en concreto.

—Turismo sin rumbo, ¿eh? —apuntó Douglas.

—Eso creo. Esta mañana me he levantado con el nombre de este pueblo en la cabeza y me he dicho: ¿por qué no?

Douglas soltó una pequeña carcajada.

—¡Eso me gusta! —exclamó, risueño—. Hay que seguir el instinto. Bueno, supongo que podría conducir calle abajo hacia el puerto. Es una zona bonita. Hay un pequeño mercadillo, pero no abre hasta más tarde. Es un pueblo tranquilo, ¿sabe? No tenemos muchos turistas por aquí, y que me aspen si sé por qué. Diría que es uno de los pueblos más bonitos de la zona.

—Eso parece —dijo el conductor, forzando una pequeña sonrisa. Douglas se quedó mirándolo unos segundos, como si esperase que el turista fuese a añadir algo más, pero no parecía que eso fuera a pasar. De hecho, parecía confuso y perplejo, como si no tuviera ni puñetera idea de qué hacía allí. Su traje y su corbata, descuidadamente ajustada al cuello, parecían más propios de un lunes por la mañana que de un precioso sábado de ocio.

—Haga eso —dijo Douglas al fin—. Le gustará. Si decide quedarse a comer, hay un par de buenos restaurantes. Busque Te Shrimp en la zona del mercadillo si todavía anda por allí, tienen buen pescado local.

—De acuerdo, ¡gracias!

Se despidió con un gesto vago.

Douglas miró cómo el coche se alejaba calle abajo, rodando despacio, como con prudencia. De repente se sintió aliviado. Joder, si hasta le había dado como una especie de escalofrío, una especie de frío cuando aquel hombre se marchó en su coche, con su traje y su aspecto de buitre. Curioso, pensó, pero continuó andando sin dedicarle ni un pensamiento más.

Al cabo de unos instantes, sin embargo, se encontró con una pareja joven que bajaba por la calle. Ella llevaba una cámara al cuello, pero pendía bamboleante como si se hubiera olvidado de ella. Él miraba las fachadas de las casas como si nunca hubiera visto una. Parecían hoscos y huraños, como si alguien los hubiera despertado demasiado pronto con alguna clase de emergencia y estuvieran enfurruñados.

Douglas frunció el entrecejo.

El hombre, que seguramente no había llegado a los treinta, lo saludó con un sencillo gesto de la mano.

—Perdone… —dijo—. Esto es Elvenbane, ¿verdad?

Douglas arrugó la nariz.

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