Alma

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XX. Inevitabilidad

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—¿Carol? —la llamó Pete. Empezaba a parecerle que se alejaba, y esa sensación estaba conduciéndolo por senderos de inquietud que ni siquiera creía posible. Se acercó a la reja tanto como pudo, implorante—. ¡Carol!

El amor te salva, cada una de las veces. Así ha sido muchas veces antes, y será todavía muchas veces más. Ahora también.

—Carol —sollozó Pete—. ¿Qué quieres decir?

El amor, cariño. Recuerda cuánto amor tienes.

Y úsalo.

—¿Carol?

Se iba, se desvanecía, confundiéndose con el blanco pálido de la pared del patio. De repente, ya no estaba. Pete extendió la mano como si quisiera retenerla, pero ésta chocó con la reja de los gatos, oxidada por las inclemencias del tiempo y el devenir de los días, y no pudo impedir que su rastro desapareciese por completo.

Cerró los ojos y unas lágrimas saladas corrieron a resbalar por sus mejillas. Cuando volvió a abrirlos, estaba otra vez en su habitación, su vieja habitación de matrimonio, todavía, a veces… demasiado solitaria y fría.

10

Unas semanas después de la publicación de ALMA, el libro se había convertido en un bestseller histórico, sin precedentes. Todo el continente americano, Inglaterra, Alemania, Francia, Italia y Australia contaban con sus propias traducciones, y el dinero entraba a espuertas en el Grupo Nostromo. Cormick, como responsable máximo de operaciones, se compró un coche nuevo de alta gama, estaba negociando la compra inminente de una villa de lujo en el extrarradio de Londres y empezaba a invertir a lo grande. Una tarde, cuando se detuvo a echar gasolina en una estación de servicio en las afueras de Leeds, un hombre se puso a su espalda, le arrancó el dispensador de las manos y lo orientó hacia él. Cormick chilló de pura sorpresa mientras la gasolina mojaba su carísimo traje de mil setecientas libras. Iba a protestar cuando el hombre sacó un mechero Zippo del bolsillo, lo encendió, y lo arrojó contra él. Cormick dio varias vueltas sobre sí mismo aullando de dolor. Luego avanzó varios pasos hacia la carretera y cayó de rodillas al suelo. Cuando su cabeza chocó contra el asfalto ya estaba muerto.

Los ingresos provenían, esta vez, de los libros. En su totalidad. No hubo explotación comercial que licenciar; el tema de los demonios y las posesiones era demasiado delicado como para que un grupo de empresas como Nostromo se viera involucrado en algo así. Había… implicaciones teológicas y sociales que resultaban demasiado escabrosas incluso para la gran promesa de una nada desdeñable cantidad de pasta.

Los primeros en huir fueron los pájaros. Se alejaban de las ciudades formando grandes bandadas con rumbo desconocido. A veces, sobre todo cerca de los parques más grandes, había tantos en el aire que ocultaban parcialmente el sol. Los hombres, consumidos en sus quehaceres diarios, caminando cabizbajos mientras miraban el asfalto de las interminables calles y carreteras de las grandes megalópolis, no prestaron demasiada atención aparte de la ocasional mirada de curiosidad. Pero olvidaban poco después.

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