Alma

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XVIII. Johnnie abre la puerta

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—Está bien —dijo Cormick después de unos segundos—. Es un caso triste. Al parecer, ese hombre tenía dos hijos, muy jóvenes e impresionables. Parece que… bueno, por lo que ha dicho la policía, fallecieron. El hombre estaba bastante trastornado.

—¿Fallecieron? —preguntó Rebecca, confusa—. Pero… ¿por qué…? ¿Qué tiene que ver Johnnie en todo eso?

—Bueno, los encontraron… muertos. Parece ser que estaban practicando espiritismo —exclamó Cormick en voz baja.

—¿Qué? —exclamó Rebecca.

—Ese hombre… —siguió diciendo Cormick, ahora con rapidez—… le echó la culpa a Johnnie. Bueno, su libro estaba allí, junto a los cuerpos, con el capítulo seis abierto, donde se explica todo el proceso para realizar espiritismo. Creo que… debió de juzgar con las variables equivocadas y rumiar una especie de venganza… absurda.

—Dios mío —susurró Rebecca.

—Ha sido una serie de desafortunados incidentes en cadena. Creo que no hay por qué preocuparse…

Pero Rebecca no estaba tan segura.

—Asesino… —musitó, pensativa.

Mientras Cormick parloteaba sobre el azar y la exposición de Johnnie a la masa anónima e indeterminada, y trataba de quitarle de la cabeza la idea no sólo de que habían estado en peligro, sino de que podrían estarlo en el futuro, ella se retrajo en sus pensamientos. Aparte del hecho de que odiaba profundamente que su marido pudiera acabar como un John Lennon, víctima de las tribulaciones mentales de un perturbado (con o sin razón), recordó también las palabras del experto; y eso, unido al hecho de que la segunda parte de

La puerta contenía mucho mucho más que simples sesiones de espiritismo, le produjo de pronto una inquietud sobrenatural tan fuerte que, por unos instantes, fue incapaz de moverse del sitio. No lo hizo, por mucho que estuviera deseando reunirse con su marido.

La palabra, quizá, no era inquietud. Tampoco era miedo.

Era terror.

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