Alien

Alien


Capítulo 3

Página 5 de 16

3

Habría sido mejor para la paz mental de todos ellos dejar que la emergencia continuara. Nuevamente con luces y energía y sin nada que hacer salvo mirarse las caras, las cinco personas del puente se pusieron cada vez más inquietas. No había espacio para extenderse y relajarse. Un solo pasillo habría ocupado todo lugar del puente. Así pues, se quedaron en sus puestos bebiendo cantidades excesivas de café servido por el autochef y tratando de pensar en algo que evitara a sus activos cerebros concentrarse en la desagradable situación. En cuanto a lo que había fuera de la nave, posiblemente allí cerca, preferían no hacer especulaciones en voz alta. De todos ellos, solo Ash parecía relativamente contento. Su única preocupación momentánea era el estado mental de sus compañeros. No había verdaderas instalaciones recreativas en la nave. El Nostromo era un remolcador, una nave de trabajo, no de placer. Cuando no estaba desempeñando las tareas necesarias, su tripulación debía pasar su tiempo libre en la confortable matriz del hipersueño. Era natural que un tiempo libre, de vigilia, los pusiese nerviosos aun en las mejores circunstancias, y las circunstancias del momento no eran precisamente las mejores.

Ash podía plantear una y otra vez problemas teóricos a las computadoras sin aburrirse nunca. Para él, el tiempo de vigilia era estimulante.

—¿Alguna respuesta a nuestras llamadas? —preguntó Dallas inclinándose en su silla para ver de cerca al oficial en ciencias.

—He probado todo tipo de respuestas del manual, además de la asociación libre. También hice que Madre probara un enfoque codificado estrictamente mecanólogo —dijo Ash sacudiendo la cabeza, decepcionado—. Nada, aparte de aquella llamada de emergencia, repetido a intervalos, todos los demás canales están en blanco, salvo un continuo telerrumor en 0.3-3.

—Madre dice que esa es la descarga característica de la estrella central de este mundo. Hay por aquí alguien o algo vivo, pero no sabe hacer nada más que pedir auxilio.

Dallas hizo un ruido vulgar.

—Bueno, ya tenemos la energía de vuelta. Veamos dónde estamos.

Ripley encendió un interruptor. Por la escotilla pudo verse una cadena de luces poderosas, como perlas brillantes en el costado oscuro del Nostromo. Ahora eran más evidentes el polvo y el viento que a veces formaba pequeños remolinos en el aire y otras soplaba en línea recta y con fuerza considerable a través de su línea de visión. Rocas aisladas, escarpamientos y cañadas eran los únicos rasgos de aquel paisaje desolado. No había señales de nada viviente ni un manchón de liquen, una mata, nada. Solo viento y polvo girando en una noche extraña.

—No fue un oasis —dijo Kane para sí mismo.

Todo era yerto, monótono, inhospitalario.

Dallas se levantó, avanzó hacia una escotilla y contempló la tormenta que continuaba; vio pasar ante el cristal fragmentos de roca. Se preguntó si alguna vez la atmósfera estaría tranquila en aquel pequeño mundo. Por lo que sabía de las condiciones locales, el Nostromo igualmente habría podido posarse en mitad de un tranquilo día de verano, mas no era probable. Aquel globo no era lo bastante grande para producir un clima realmente violento como, por ejemplo, el de Júpiter. Lo consoló un poco pensar que el tiempo, allá afuera, probablemente no podía ser mucho peor.

Los avatares del clima local eran el principal tema de la conversación.

—No podemos ir a ninguna parte en esto —dijo Kane, señalando la nave— al menos, no en la oscuridad.

Ash desvió la mirada del tablero. No se había movido, evidentemente estaba tan tranquilo física como mentalmente. Kane no podía comprender cómo lo hacía el oficial de ciencias. Si él no hubiese abandonado su puesto de vez en cuando para pasearse un poco, ahora ya estaría loco.

Ash levantó la mirada y le ofreció una información útil:

—Madre dice que el sol local saldrá dentro de veinte minutos; donde vayamos, ya no será en la oscuridad.

—Eso ya es algo —reconoció Dallas aferrándose a aquella nueva esperanza—. Si los que pidieron auxilio ya no pueden o no quieren llamar más, de todos modos tendremos que ir a buscarlos o a buscarlo, si la señal fue producida por un rayo automático. ¿A qué distancia estamos de la fuente de la transmisión?

Ash estudió sus datos y activó, para su confirmación, un planeador automático.

—A cerca de tres mil metros, en su mayoría de terreno plano, por lo que dicen los exploradores; poco más o menos, al nordeste de nuestra posición actual.

—¿La composición del terreno?

—Parece ser la misma que determinamos al descender. Ahora estamos posados sobre algo duro. Basalto sólido con variantes menores, aun cuando no descartemos la posibilidad de encontrar algunas bolsas amigdaloidades aquí y allá.

—Entonces, tendremos cuidado al avanzar.

Kane comparaba mentalmente la distancia con el tiempo.

—Al menos está lo bastante cerca para poder ir andando.

—Sí —dijo Lambert, al parecer complacida—. No me agradaría nada tener que mover la nave. Un descenso directo de la órbita es más fácil que un cambio de superficie a superficie con este tiempo.

—Muy bien. Ahora sabemos que tendremos que caminar. Veamos a través de qué habrá que avanzar. Ash, danos un análisis atmosférico preliminar.

El oficial de ciencias oprimió unos botones. Una pequeña escotilla se abrió en la piel del Nostromo. Un pequeño frasco de metal surgió al viento durante un minuto, absorbió una porción del aire de aquel mundo y volvió a hundirse en la nave.

Esa muestra fue proyectada a una cámara al vacío. Avanzadísimos instrumentos procedieron a desmenuzarla. En muy poco tiempo, aquellas piezas de aire aparecieron en forma de números y símbolos en el tablero de Ash.

Ash los estudió brevemente, pidió un doble análisis de uno de ellos y luego informó a sus compañeros:

—Es casi una mezcla primordial. Mucho nitrógeno inerte, algún oxígeno, alta concentración de bióxido de carbono libre, hay metano y amoniaco, parte de este último en estado de congelación. Allí afuera hace frío. Ahora estoy trabajando sobre los elementos, pero no espero ninguna sorpresa. Todo parece bastante normal, pero irrespirable.

—¿Presión?

—De diez a la cuarta de dina por centímetro cuadrado. No nos sostendrá, a menos que el viento realmente nos levante.

—¿Qué contenido de humedad? —quiso saber Kane, y de su mente desaparecieron las imágenes de un supuesto oasis terrenal.

—Noventa y ocho doble P. Quizás no huela bien, pero es húmedo. Mucho vapor de agua. Es una mezcla extraña. Nunca pensé encontrar tanto vapor coexistiendo con el metano. ¡Oh, bueno! No recomendaría beber de ninguna fuente, si es que existen. Probablemente no hay agua.

—¿Hay algo más que debamos saber? —preguntó Dallas.

—Solo que hay una superficie de basalto, con mucha lava endurecida. Y aire frío muy por debajo de la línea —les informó Ash—. Necesitaremos ropas para enfrentarnos a esa temperatura. Aunque el aire sea respirable, no es probable que haya nada vivo allí.

Dallas pareció resignado:

—Supongo que resulta irrazonable esperar algo más. Quiero creer que hay unas fuentes eternas. Ya hay una atmósfera que hace que la visión sea mala. Habría preferido que hubiera aire; en fin, nosotros no diseñamos estas rocas.

—Nunca se sabe —dijo Kane filosofando de nuevo—. Quizás esa sea la idea que alguien tenga de un paraíso.

—No tiene ningún objeto maldecir —les aconsejó Lambert—. Habría podido ser mucho peor.

Luego estudió la tormenta de afuera. Todo iba iluminándose conforme se aproximaba el amanecer.

—Desde luego, prefiero esto a tratar de aterrizar en algún gigante gaseoso, donde habríamos tenido vientos de trescientos kilómetros por hora en períodos de calma, y diez a veinte gravedades a las que hacer frente. Por lo menos, podremos pasearnos sin soporte de generador y estabilizadores. No saben lo bien que nos ha ido.

—Es curioso, pero no me siento muy bien —replicó Ripley—. Preferiría estar en el hipersueño.

Algo pasó junto a sus tobillos y ella se agachó para acariciar el lomo de Jones. El gato ronroneó agradecido.

Kane dijo animado:

—Oasis o no, yo me ofrezco a salir primero. Quiero tener oportunidad de ver de cerca al de la llamada misteriosa. Nunca se sabe qué se puede encontrar.

—¿Joyas y dinero? —dijo Dallas, sin poder contener una sonrisa; Kane era un notable soñador.

Él se encogió de hombros.

—¿Por qué no?

—Bueno, ya te oí. Muy bien.

Quedó aceptado que Dallas sería miembro de la pequeña expedición. Dio un vistazo alrededor del puente en busca de un candidato que completara el grupo:

—¿Vienes tú también, Lambert?

Lambert no pareció muy contenta.

—Bueno. Pero ¿por qué yo?

—¿Por qué no tú? Eres nuestra especialista en orientación. Veamos qué tal lo haces sin tus instrumentos.

Echó a andar por el corredor y luego se detuvo y dijo en tono objetivo:

—¡Ah! Algo más. Seguramente nos encontraremos ante un cadáver abandonado y un rayo de repetición, o por el contrario en estos momentos ya habríamos oído algunos sobrevivientes. Pero aún no podemos estar seguros de lo que veremos. Este mundo no parece pulular de vida, hostil o no, pero no correremos riesgos innecesarios. Saquemos algunas armas.

Luego vaciló cuando Ripley se apresuró para reunirse a ellos.

—Tres es el máximo que pueden salir de la nave, Ripley. Tú tendrás que aguardar turno.

—No iba a salir —le dijo Ripley—. Me gusta estar aquí. Simplemente, he hecho ya todo lo que he podido. Parker y Brett van a necesitar ayuda con el trabajo delicado al tratar de arreglar esos duelos.

Allá en el cuarto de máquinas, hacía demasiado calor pese a los mejores esfuerzos de la unidad de enfriamiento del remolcador. El problema se debía a la cantidad de fundiciones que Parker y Brett tenían que hacer y al minúsculo espacio en que habían de trabajar. El aire cerca de los termostatos seguiría comparativamente frío, mientras que alrededor de la propia fundición todo se calentaría rápidamente.

El fundidor láser no era problema. Generaba un rayo relativamente frío. Pero donde el metal se fundía para formar un sello nuevo, generaba calor, como un derivado. Ambos trabajaban sin camisa y el sudor corría por sus torsos desnudos.

Por allí cerca, Ripley se apoyó contra una pared y se valió de una herramienta peculiar para sacar un panel protector. Complejos agregados de alambres de color y minúsculas formas geométricas quedaron expuestos a la luz. Dos pequeñas secciones se habían carbonizado. Con otra herramienta, Ripley sacó los componentes dañados y buscó en la funda que llevaba bajo un hombro los reemplazos adecuados.

En el momento en que colocaba el primero de ellos en su lugar, Parker cerró el rayo láser. Luego, con ojo crítico, examinó la fusión.

—Me atrevo a decir que no está mal. —Luego se volvió para examinar a Ripley. El sudor hacía que la túnica se le pegara al busto.

—¡Eh! Ripley, tengo una pregunta para ti.

Ella no levantó la mirada de su trabajo. Un segundo módulo nuevo entró en su lugar, con un chasquido, junto al primero, como un diente que se coloca en su cavidad.

—¿Sí? Estoy escuchando.

—¿Tenemos que ir con la expedición o nos quedaremos aquí hasta que todo pase? Ya hemos arreglado la energía. El resto de estas cosas —e indicó con un amplio ademán el desordenado cuarto de máquinas— es de cosméticos. Nada que no pueda esperar unos cuantos días.

—Los dos conocen las respuestas —dijo Ripley volviendo a sentarse y frotándose las manos mientras los miraba—. El capitán escogió a un par, y allí queda todo. Nadie más podrá salir hasta que vuelvan a informar. Tres fuera, cuatro dentro. Esa es la regla.

Luego se detuvo al pensar súbitamente en algo y los miró intencionadamente:

—No estás pensando en eso ¿verdad? Lo que te preocupa es lo que puedan encontrar. O bien todos te hemos juzgado mal y realmente eres un buscador de conocimientos, un verdadero devoto dedicado a hacer retroceder las fronteras del universo conocido.

—¡Diablos, no! —dijo Parker que no parecía ofendido en lo más mínimo por el sarcasmo de Ripley—. Estoy verdaderamente dedicado a hacer retroceder las fronteras de mi cuenta bancaria. Así pues… ¿Qué me dices de una repartición en caso de que encontrasen algo valioso?

Ripley parecía aburrida.

—No te preocupes. Los dos recibirán lo que les corresponda.

Luego empezó a buscar en la bolsa de herramientas cierto módulo en estado sólido, para llenar la última sección dañada en la pared de la nave.

—No trabajo más —anunció Brett súbitamente— hasta que se nos garanticen partes iguales.

Ripley encontró la pieza que buscaba para colocarla en la pared.

—A cada uno de ustedes su contrato les garantiza que recibirán una parte de todo lo que encontremos. Ambos lo saben. Ahora, déjense de eso y vuelvan a trabajar.

Luego se dio vuelta y empezó a asegurarse de que los módulos recién asegurados funcionaran bien.

Parker la miró duramente y abrió la boca para decir algo, pero lo pensó mejor. Ella era la encargada de las garantías. Echársela en contra no serviría de nada. Él había planteado su argumento sin éxito. Más valía dejar las cosas allí, por mucha rabia que sintiera. Sabía proceder lógicamente cuando la situación lo exigía.

Con violencia encendió el rayo láser y empezó a sellar otra sección del conducto roto.

Brett, encargado de la energía de la fundición, dijo sin dirigirse a nadie en particular:

—Correcto.

Dallas, Kane y Lambert avanzaron por un estrecho corredor. Ahora llevaban botas, chaquetas y guantes, además de sus pantalones aislantes de trabajo. Llevaban pistolas láser, versiones en miniatura del fundidor que estaban usando Parker y Brett.

Se detuvieron ante una maciza puerta, marcada con símbolos y palabras:

CÁMARA DE PRESIÓN: SOLO PERSONAL AUTORIZADO.

A Dallas siempre le resultaba divertidamente redundante la advertencia, pues a bordo de la nave no podía haber más que personal autorizado, y cualquier autorizado para estar a bordo podía penetrar en la cámara de presión.

Kane tocó un interruptor. Surgió de la pared un escudo protector y reveló tres botones ocultos debajo. Los oprimió en sucesión.

Hubo un chirrido y la puerta se apartó. Todos entraron.

Siete trajes al alto vacío se hallaban dispuestos en las paredes. Eran voluminosos, incómodos y absolutamente necesarios para aquel paseo si los cálculos de Ash acerca de lo que podía haber en el exterior eran siquiera aproximados. Se ayudaron unos a otros a entrar en aquellas pieles artificiales y revisaron las funciones unos de otros.

Luego, llegó el momento de ponerse los cascos; esto se hizo con la debida solemnidad y cuidado; cada uno, a su vez, se aseguró de que tanto él como su vestido estuviesen herméticamente colocados.

Dallas revisó el casco de Kane, Kane revisó el de Lambert y ella lo hizo con el del capitán. Llevaron a cabo aquel juego con la mayor seriedad; los viajeros del espacio parecían tres simios que se imitaran unos a otros, por último se acomodaron los reguladores automáticos. Pronto los tres estuvieron respirando el aire inerte, pero saludable, de sus respectivos tanques.

Con una mano enguantada, Dallas activó el comunicador interno del casco:

—Estoy transmitiendo. ¿Me oyen?

—Estamos recibiendo —anunció Kane, y luego hizo una pausa para adaptar la energía de su propio micrófono—. ¿Me oyes?

Dallas asintió con la cabeza y se dirigió hacia Lambert que aún no había hablado.

—Estoy recibiendo —dijo, sin tratar de ocultar su descontento. No se había reconciliado con formar parte de la expedición.

—Vamos, Lambert —dijo Dallas, tratando de animarla—. Te escogí por tus habilidades, no por tu alegre carácter.

—Gracias por el cumplido —dijo ella secamente—. ¿Por qué no pudiste escoger a Ash o a Parker? Probablemente a ellos les habría encantado ir.

—Ash tiene que permanecer a bordo; ya lo sabes. Parker tiene quehacer en el cuarto de máquinas y no podría orientarse sin instrumentos en una bolsa de papel. No me importa si maldices a cada paso que des. Simplemente asegúrate que encontremos la fuente de esa maldita señal.

—Sí, divertidísimo.

—Muy bien, en eso quedamos, entonces. Mantente lejos de las armas a menos que te diga lo contrario.

—¿Esperas encontrar tipos amistosos? —preguntó Kane, dudando.

—Esperamos lo mejor, antes que lo peor —dijo Dallas, y luego tocándose los controles externos del traje, abrió otro canal—. Ash ¿estás ahí?

Fue Ripley la que respondió:

—Va camino a la cámara de ciencias. Dale un par de minutos.

—Con cuidado —dijo Dallas volviéndose hacia Kane—. Cierra la escotilla interna.

El ejecutivo tocó los controles necesarios y la puerta se deslizó tras ellos, hasta quedar cerrada.

—Ahora, abre la exterior.

Kane repitió el procedimiento que les había dado entrada a la esclusa. Después de oprimir el último botón, permaneció de pie junto con los otros y esperó. Inconscientemente, Lambert oprimió su traje contra la puerta interna de la cámara, en reacción instintiva a lo desconocido que podía haber afuera.

La escotilla exterior se deslizó hasta quedar abierta. Nubes de polvo y de vapor aparecieron girando ante los tres seres humanos. La luz de la preaurora era del color de una naranja quemada. No era el jovial y reconfortante color amarillo del sol, pero Dallas tenía esperanzas de que aquello mejorara cuando el sol siguiera subiendo. Les daba luz suficiente para ver, aunque no había gran cosa que ver en aquel aire denso y lleno de partículas.

Salieron a la plataforma de un ascensor que corría entre zancos de soporte. Kane tocó otro interruptor. La plataforma descendió, y unos sensores colocados en su interior indicaron dónde estaba el suelo. Computó la distancia, y se detuvo cuando su base parecía besar el punto más alto de una piedra negra.

Encabezados por Dallas, más por hábito que por un procedimiento formal, avanzaron cuidadosamente hasta llegar a la propia superficie. La lava era dura bajo sus botas. Vientos con fuerza huracanada los azotaban mientras observaban el panorama barrido por el viento.

Por el momento no pudieron ver nada más que lo que pasaba entre sus botas, formando parte de una neblina color anaranjado y marrón.

«¡Qué lugar tan deprimente!», pensó Lambert. No era precisamente aterrador, aunque la incapacidad de ver lejos sí resultaba desconcertante. Le hizo pensar en un chapuzón nocturno en aguas infestadas de tiburones. Nunca se sabía lo que podía salirle a uno de entre las tinieblas.

Quizás estaba prejuzgando, pero no le pareció. En toda aquella tierra no había ni un solo color vivo. Ni un azul, ni un verde; tan solo una continua mezcla de amarillo, anaranjado y marrones y grises cansados. Nada para animar el ojo mental que, a su vez, puede tranquilizar los propios pensamientos. La atmósfera era del color gris de un experimento fallido, el terreno del de las excrecencias compactas de una nave. Sintió lástima de todo lo que pudiera vivir allí. Pese a la falta de pruebas en algún sentido, tenía la sensación de que nada vivía por entonces en aquel mundo.

Quizás no tuviese razón. Quizás aquel fuese el concepto del paraíso que pudiera tener alguna criatura desconocida. Si tal resultaba el caso, pensó que no le gustaría mucho la compañía de semejante criatura.

—¿En qué dirección vamos?

—¿Qué? —La neblina y las nubes se habían mezclado con sus pensamientos, pero logró deshacerse de ellos.

—¿Por dónde tomamos, Lambert? —dijo Dallas, contemplándola fijamente.

—Estoy bien. Pensaba demasiado. —En su mente había visualizado su puesto a bordo del Nostromo. Aquel asiento con sus instrumentos de navegación, tan sofocante y limitado en condiciones normales, y ahora le parecía un pedazo del paraíso.

Verificó una línea que había en la pantalla de un pequeño aparato que tenía sujeto a su cintura.

—Por allí. En esa dirección —dijo, señalando.

—Te seguimos —dijo Dallas colocándose detrás de ella.

Seguida por el capitán y por Kane, echó a andar en mitad de la tormenta. En cuanto abandonaron la masa protectora del Nostromo, la tormenta los rodeó por todos lados.

Ella se detuvo, molesta, y manipuló los instrumentos de su traje.

—Ahora no puedo ver nada.

La voz de Ash sonó, inesperadamente, en su casco.

—Enciende el buscador. Está sintonizado con la llamada de auxilio. Déjate guiar, y no interfieras. Yo ya lo he hecho.

—Ya está encendido y sintonizado —respondió ella con violencia—. ¿Crees que no conozco mi trabajo?

—No quise ofender —respondió el científico.

Ella gruñó y echó a andar entre la neblina.

Dallas habló dirigiéndose al micrófono de su casco:

—El rastreador está trabajando bien. ¿Seguro que nos oyes bien, Ash?

Dentro de la cámara de ciencia de la parte baja de la nave, Ash desvió su mirada de las figuras oscurecidas por el polvo que se alejaban lentamente y contempló el tablero brillantemente iluminado que tenía enfrente. En la pantalla aparecían claras y nítidas las imágenes estilizadas. Tocó un control y hubo un ligero ruido cuando la silla corrió ligeramente sobre sus rieles, alineándose precisamente con la pantalla iluminada.

—Te veo claramente en la burbuja. Leo claramente, y los sonidos son altos. Buena imagen en la pantalla de aquí. No creo perderte. La niebla no es lo bastante espesa, y no parece haber mucha interferencia aquí en la superficie. La señal de auxilio está en una frecuencia distinta, por lo que no hay peligro de interferencia.

—Me parece bien —dijo la voz de Dallas, deformada por el micrófono—. Estamos recibiendo claramente. Hay que asegurarse de mantener abierto el canal.

No queremos perdernos aquí.

—Verificaré. Si es necesario les daré instrucciones a todos a cada paso. No se preocupen, mientras no pase nada.

—Bueno, Dallas fuera. —Dallas dejó abierto el canal de la nave y vio que Lambert lo observaba desde el visor de su traje.

—Estamos perdiendo el tiempo. Hay que moverse.

Lambert se dio vuelta sin decir palabra, su atención volvió a concentrarse en el rastreador, y echó a andar por el limo flojo. La gravedad ligeramente inferior eliminaba el peso de los trajes y los tanques aun cuando todos seguían preguntándose por la composición de un mundo tan pequeño que, sin embargo, podía generar tanta gravitación. Mentalmente, Dallas se reservó tiempo para hacer un análisis geológico profundo. Quizás fuera la influencia de Parker, pero la posibilidad de que aquel mundo contuviera grandes depósitos de valiosísimos metales pesados no podía pasarse por alto.

Desde luego, la Compañía se arrogaría todo el descubrimiento, pues la expedición se había hecho con equipo de la Compañía y con el tiempo de la Compañía. Pero podía significar alguna generosa bonificación. Su parada no intencional podía resultar provechosa, después de todo. El viento los empujaba, azotándolos con polvo y piedrecillas como una lluvia sólida.

—No puedo ver más allá de tres metros en cualquier dirección —murmuró Lambert.

—Deja de quejarte —se oyó la voz de Kane.

—Me gusta quejarme.

—¡Vamos! Dejen de actuar como dos niños. Este no es el lugar.

—Sin embargo, es un bonito lugarcillo —dijo Lambert, sin dejarse intimidar—. No estropeado por el hombre ni por la naturaleza. Muy buen lugar para estar… si fueras una roca.

—Dije que ya basta.

Lambert se calló, pero no dejó de quejarse entre dientes. Dallas podía ordenarle dejar de hablar, pero no dejar de refunfuñar.

De pronto, a sus ojos llegó una información que momentáneamente apartó sus ideas de sus quejas del lugar. Algo había desaparecido de la pantalla del rastreador.

—¿Qué pasa? —preguntó Dallas.

—Espera.

Lambert realizó un ligero ajuste del aparato, con dificultad, por causa de los guantes voluminosos. La línea que había desaparecido en el rastreador volvió a aparecer.

—La había perdido, ya la tengo de nuevo.

—¿Dificultades? —sonó en su casco una voz lejana. Ash manifestaba su preocupación.

—Nada importante —le informó Dallas.

Lentamente se dio vuelta, tratando de localizar algo sólido en la tormenta.

—Sigue habiendo mucho polvo y viento. Empieza a hacerse borrosa la imagen en el rayo del rastreador. Por un segundo, perdimos la transmisión.

—Pues aquí todavía es clara —dijo Ash revisando sus instrumentos—. No creo que sea la tormenta. Quizás estén entrando en terreno ondulado. Eso podría bloquear las señales. Tengan cuidado. Si la pierden y no pueden recuperarla, hagan que el rastreador busque mi canal hasta la nave mientras recuperan la transmisión. Entonces trataré de dirigirlos hasta aquí.

—Lo tendremos presente; pero hasta ahora no es necesario. Te haremos saber lo que pase.

—De acuerdo. Corto.

De nuevo reinó el silencio. Iban sin hablar a través de un limo anaranjado cargado de polvo.

Después de un rato, Lambert se detuvo.

—¿Lo perdiste de nuevo? —preguntó Kane.

—No, cambió de dirección —dijo Lambert haciendo un gesto en dirección a su izquierda—. Ahora por ahí.

Siguieron avanzando sobre la nueva ruta; toda la atención de Lambert estaba fija en la pantalla del rastreador, Dallas y Kane observaban a Lambert. A su alrededor la tormenta cobró, momentáneamente, mayor intensidad. Las partículas de polvo hacían ruidos insistentes cuando el viento las lanzaba contra el visor de sus cascos, formando pautas mentales en sus cerebros:

—Tick, tick… déjennos entrar… flick, pock… déjennos entrar, déjennos entrar…

Dallas se estremeció. Silencio, la desolación de aquellas nubes, el halo anaranjado, todo empezaba a afectarlo.

—Queda cerca —dijo Lambert; los monitores de su traje momentáneamente informaron al lejano Ash de una súbita intensificación de su pulso—. Muy cerca.

Siguieron avanzando. Algo apareció en la lejanía, al frente, por encima de ellos. El aliento de Dallas pudo notarse ahora en breves jadeos, tanto por la emoción como por el cansancio.

Desilusión… tan solo era una gran formación rocosa, grotesca y protuberante. Estaba resultando atinado el diagnóstico de Ash acerca de la posibilidad de que llegaran a un terreno más alto. Por un momento se refugiaron junto al monolito pétreo. Al mismo tiempo, la línea se desvaneció del rastreador de Lambert.

—La perdí de nuevo —informó a los demás.

—¿La hemos pasado? —preguntó Kane estudiando las rocas, tratando de ver por encima de ellas.

—No, a menos que sea subterránea —dijo Dallas, apoyándose en la pared de piedra—. Podría estar tras esto.

Y golpeó la piedra con su puño enguantado.

—O quizás sea tan solo un desvanecimiento debido a la tormenta. Quedémonos aquí y veamos.

Aguardaron en el lugar mientras descansaban apoyados contra la pared de piedra. Polvo y niebla aullaban a su alrededor.

—Ahora estamos a ciegas —dijo Kane.

—Pronto deberá amanecer —dijo Dallas ajustándose su micrófono—. Ash, escúchame. ¿Cuánto falta para el amanecer?

La voz del oficial de ciencias llegó tenue, distorsionada por los sonidos atmosféricos:

—El sol deberá ascender aproximadamente en diez minutos.

—Podremos ver algo entonces.

—O al revés —intervino Lambert que no trataba de ocultar su falta de entusiasmo. Estaba cansada y aún tenía que localizar la fuente de la señal. Su debilidad no era física. La desolación y el extraño colorido del lugar estaban afectándola. Anhelaba la limpia y brillante familiaridad de su tablero.

La claridad creciente no ayudaba; en lugar de levantar su espíritu, la salida del sol los alarmó al cambiar el color anaranjado del aire por un rojo sangre. Quizás fuese menos intimidador cuando las débiles estrellas estuviesen en lo alto…

Ripley se pasó una mano por la frente y dejó escapar un suspiro de cansancio. Cerró el último panel de la pared tras la que había estado trabajando después de asegurarse de que los nuevos componentes funcionaban bien y dejó sus herramientas en los compartimientos de su bolsa.

—Debes poder arreglar lo demás. Yo ya terminé con el trabajo delicado.

—No te preocupes. Lo lograremos —la tranquilizó Parker, manteniendo un tono cuidadosamente objetivo. No miró en su dirección y continuó concentrado en su propio trabajo. Aún estaba pensando en la posibilidad de que él y Brett fueran dejados al margen de lo que se descubriera en la expedición.

Ripley echó a andar hacia la escalera más cercana:

—Si encuentran dificultades y necesitan ayuda, yo estaré en el puente.

—De acuerdo —dijo Brett en voz baja.

Parker la vio alejarse y observó su esbelta figura desaparecer allá arriba.

—Perra —murmuró.

Ash oprimió su control. Un trío de formas que se movían se hicieron agudas y regulares, perdiendo su halo, cuando el ensamblador cumplió con su trabajo. Ash revisó los otros monitores. Las tres señales de las ropas continuaban llegándole claramente.

—¿Cómo van las cosas? —quiso saber una voz por el intercomunicador.

Rápidamente Ash apagó la pantalla y dio su respuesta:

—Hasta ahora, todo bien.

—¿Dónde están? —preguntó Ripley.

—Acercándose a la fuente de información. Han llegado a un terreno rocoso y la señal a veces se pierde, pero están tan cerca que no veo cómo podrían dejar de encontrarla. Pronto debemos tener noticias de ellos.

—Y a propósito de esa señal, ¿no hemos recibido nada nuevo aún?

—Todavía no.

—¿Has tratado de hacer la transmisión por ECIU, para un análisis detallado? —dijo Ripley, y en su voz hubo un dejo de impaciencia.

—Mira, estoy tan ansioso de conocer los detalles como tú. Pero Madre aún no los ha identificado; así, ¿qué objeto tiene que yo me meta en eso?

—¿Te importa si doy un vistazo?

—Estás en tu casa —dijo Ash—. No causará ningún daño, y ya sabes qué hacer. Solo infórmame en el momento en que encuentres algo, si tienes suerte.

—De acuerdo. Si tengo suerte.

Y Ripley apagó.

Ella se hundió un poco más profundamente en su silla del puente. Ahora parecía extrañamente espacioso, pues el resto de la tripulación del puente estaba fuera, y Ash en su cámara. En realidad, era la primera vez que ella recordaba haber estado sola en el puente. Se sentía extraña, y no del todo tranquila.

Bueno, si iba a tomarse la molestia de hacer un análisis con ECIU, tenía que empezar inmediatamente. Al tocar un interruptor llenó el puente con los extraños gemidos de la tormenta. Se apresuró a bajar el volumen; ya era bastante perturbador oír aquello a bajo volumen.

Fácilmente podía Ripley concebir que aquello fuera una voz, como había sugerido Lambert; sin embargo, ese era un concepto más fantástico que científico. «¡Domínate, mujer! Ve qué puede decirte la máquina y deja a un lado tus reacciones emocionales».

Consciente de lo improbable de lograr algo allí donde Madre no encontraba nada, activó un panel al que se daba poco uso. Pero, como había dicho Ash, ya era algo que hacer. No podía soportar estar sentada, ociosa, en el puente vacío. Sus pensamientos se volvían incontrolables. Era mejor hacer algo inútil que no hacer nada.

Ir a la siguiente página

Report Page