Alien

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Capítulo 10

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Dallas estaba estudiando el oxígeno restante por última vez, con la esperanza de que algún milagro hubiese añadido otro cero al implacable número del marcador. Al observar al contador concluir su trabajo, el último dígito de la línea pasó de 9 a 8. Hubo un sonido grave en la entrada y Dallas se dio vuelta; se relajó al ver que eran Parker y Brett. Parker dejó caer toda una serie de tubos de metal al piso. Cada uno era aproximadamente del doble de diámetro del pulgar de un hombre. Resonaron huecamente. Su apariencia era de armas. Brett se desembarazó de varios metros de red; parecía satisfecho de sí mismo.

—Aquí están las cosas. Todo ya probado y dispuesto.

Dallas aprobó con la cabeza.

—Llamaré a los demás.

Hizo una llamada general al puente y mientras la tripulación llegaba se dedicó a inspeccionar, con aire de duda, la colección de tubos. Ash fue el último en llegar, pues era el que estaba más lejos.

—¿Vamos a tratar de atrapar al enemigo con eso? —dijo Lambert señalando los tubos; su voz no dejó dudas respecto a su opinión sobre su eficacia.

—Dales una oportunidad —dijo Dallas—. Que cada quien tome uno.

Todos se alinearon, y Brett les pasó las unidades. Cada una era de cerca de metro y medio de largo. En un extremo había una instrumentación compacta, y formaba un burdo mango. Dallas esgrimió el tubo como un sable para sentir su peso. No era demasiado pesado, lo que le hizo sentir mejor. Deseaba algo que pudiera poner entre él y su enemigo, por si hacía apresuradas emisiones de ácido, o por alguna otra forma inimaginable de defensa. Al sentir una macana, hay en ello algo ilógico y primitivo, pero reconfortante.

—Puse tres cargas portátiles en cada uno —dijo Brett—. Las baterías le darán una buena descarga. No hay que volver a cargarlas a menos que se mantenga oprimido el botón de descarga durante largo tiempo, y quiero decir realmente largo tiempo.

Indicó luego el mango de su propio tubo:

—No tengan miedo de usarlo. Está completamente aislado aquí el mango, y esta parte hasta el tubo. Si tocan el tubo cuando esté encendido, tendrán que tirarlo, pero hay otro tubo en el interior, que conduce el superfrío; es allí donde se da la mayor parte de la descarga. Casi el ciento por ciento de la energía descargada va al otro extremo. Así pues, tengan mucho cuidado de no poner la mano ahí.

—¿Nos haces una demostración? —preguntó Ripley.

—Sí, claro.

El técnico en ingeniería tocó con su tubo un conducto que corría a través de la pared más cercana. Una chispa azul brotó del tubo, hubo un ruido como de un latigazo y un ligero olor a ozono. Brett sonrió.

—Tendrán que probarlo todos ustedes. Todos funcionan bien. Tienen bastante jugo en esos tubos.

—¿Hay alguna manera de graduar el voltaje? —quiso saber Dallas.

Parker negó con la cabeza.

—Quisimos hacer, dentro de lo posible, algo que ataque, pero que no mate. No sabemos nada acerca de esta variedad de la criatura, ni teníamos tiempo para instalar cosas como reguladores de corriente. Cada tubo genera una sola carga invariable. No hacemos milagros, ¿sabes?

—Primera vez que te oigo reconocerlo —dijo Ripley.

Parker le echó una mirada dura.

—No le hará daño al pequeño monstruo a menos que su sistema nervioso sea bastante más sensible que el nuestro —les dijo Brett—. De eso podemos estar seguros. Su padre era más pequeño, y bastante duro.

Luego blandió el tubo como un antiguo gladiador que se preparaba a entrar en la arena.

—Esto solo le dará un pequeño sobresalto. Desde luego, no lo sentiré si logra electrocutar al pequeño monstruo.

—Quizás resulte —reconoció Lambert—. Así pues, esa es nuestra posible solución al problema uno. ¿Qué me dicen del problema dos, encontrarlo?

—Me he encargado de eso.

Todo el mundo se volvió, con sorpresa, a ver a Ash que mantenía un pequeño aparato comunicatorizado. Sin embargo, Ash tan solo se dirigía a Dallas. Incapaz de sostener la mirada del científico, Dallas mantuvo su atención enfocada exclusivamente en el pequeño aparato.

—Como es claramente necesario localizar la criatura en cuanto sea posible, he hecho algo por mi parte. Brett y Parker han logrado algo admirable, concibiendo un medio para manipular a la criatura. Bueno, aquí está mi medio de encontrarla.

—¿Un rastreador portátil? —dijo Ripley, admirando el compacto instrumento. Parecía haber sido ensamblado en una fábrica y no ser algo apresuradamente reunido en el laboratorio de un remolcador comercial.

Ash asintió con la cabeza.

—Se le pone en marcha para que busque un objeto móvil. Su alcance no es muy grande, pero cuando llega a cierta distancia empieza a sonar, y el volumen aumenta proporcionalmente a la distancia decreciente del blanco.

Ripley tomó el rastreador de manos del científico y le dio vuelta. Lo examinó con ojo profesional.

—¿Cómo se sintoniza? ¿Cómo distingue a los compañeros del enemigo?

—De dos maneras —explicó Ash, orgulloso—. Como ya dije, su alcance es corto. Eso podría considerarse una desventaja, pero en este caso resulta a nuestro favor, ya que permite a dos grupos buscar sin que el rastreador delate al otro grupo; y, algo más importante, tiene incorporado un sensible monitor de densidad del aire. Todo objeto que se mueva lo afectará. En el aparato pueden ver en qué dirección está avanzando el objeto. Simplemente, manténganlo hacia adelante. No es un instrumento tan avanzado como yo hubiera querido, pero fue lo mejor que pude hacer en un tiempo limitado.

—Lo hiciste estupendamente, Ash —volvió a reconocer Dallas, y tomó el rastreador de manos de Ripley—. Esto debe ser más que suficiente. ¿Cuántos hiciste?

Por toda respuesta, Ash puso un duplicado en la palma de la mano del capitán.

—Eso significa que podemos dividirnos en dos equipos. Magnífico. Bueno, no tengo ningunas instrucciones complicadas que dar; ustedes saben tan bien como yo lo que hay que hacer. El que lo encuentre tratará de cogerlo con la red, luego llevarlo a la escotilla y enviarlo hasta Rigel tan rápidamente como pueda. No me importa si quieren utilizar los cerrojos explosivos de la escotilla exterior. Nosotros saldremos en nuestros trajes si tenemos que hacerlo.

Echó a andar por el corredor; hizo una pausa para mirar a su alrededor a la habitación llena de instrumentos. Parecía imposible que algo se hubiese deslizado allí sin ser notado, pero si ellos iban a emprender una búsqueda sistemática, mejor sería no hacer excepciones.

—Para empezar, asegurémonos de que no está en el puente.

Parker llevaba uno de los rastreadores. Lo encendió, y con él señaló todo el puente, manteniendo su atención en la aguja burdamente hecha que había enfrente de la unidad.

—Seis desplazamientos —anunció después de completar el registro en todas direcciones—. Todos ellos aproximadamente en la dirección en que está cada uno de nosotros.

—Aquí parece estar limpio… Si esta maldita cosa funciona.

Ash habló sin ofenderse.

—Sí funciona. Tú mismo acabas de demostrarlo.

Unos a otros se pasaron el equipo adicional. Dallas observaba a sus compañeros que esperaban.

—¿Todos listos?

Se oyó un par de murmullos «No», y todos sonrieron. La trágica muerte de Kane ya se había desvanecido, o casi, en sus memorias. Esta vez estaban prevenidos para enfrentarse al ser extraño y se consideraban provistos con armas apropiadas para la tarea.

—Los canales están abiertos en todos los puentes —dijo Dallas avanzando decidido por el corredor. Nos mantendremos en contacto constante. Ash y yo iremos con Lambert y un rastreador. Brett y Parker integrarán el segundo equipo. Ripley, tú serás su jefa con el otro rastreador. A la primera señal de la criatura, la prioridad es capturarla y luego echarla en la cámara. Notificar al otro equipo es una consideración secundaria. ¡Manos a la obra!

Desfilaron por el puente.

Los corredores del nivel A nunca les habían parecido tan largos ni tan oscuros. A Dallas le eran conocidos como la palma de su propia mano y, sin embargo, el saber que algo mortal podía hallarse oculto en los rincones o en las cámaras de almacenamiento, le hizo dar pasos precavidos donde de otra manera habría caminado con confianza aun con los ojos cerrados. Todas las luces fueron encendidas, pero eso no iluminó mucho el corredor. Eran luces de servicio, tan solo para uso ocasional. ¿Para qué desperdiciar energía iluminando todos los rincones de una nave de trabajo como el Nostromo, cuando su tripulación pasaba poco tiempo despierta? La luz suficiente para ver durante la partida y la llegada y durante alguna ocasional emergencia de vuelo. Dallas podía estar agradecido por la luz que tenía, pero eso no le impedía lamentar que no hubiese allí unos reflectores.

Lambert sostenía el otro lado de la red, frente a Dallas. La red se extendía de un lado a otro del corredor. Dallas aferró su extremo un poco más fuertemente, y le dio un tirón. La cabeza de Lambert se volvió hacia él, sorprendida, con ojos muy abiertos. Luego Lambert se relajó, le hizo una señal con la cabeza y volvió su atención a los puntos oscuros del corredor. Había estado soñando, hundiéndose en una especie de autohipnosis; su mente estaba tan llena de posibilidades horribles que había olvidado por completo lo que traía entre manos. Debía estar buscando en los nichos y los rincones de la nave, no en su imaginación. La mirada de alerta volvió a su rostro y Dallas volvió su atención a la próxima curva del corredor.

Ash los seguía de cerca, con la mirada fija en la pantalla del rastreador. Se movía en sus manos de lado a lado, detectando de pared a pared. El instrumento era silencioso salvo cuando el científico lo movía demasiado hacia la izquierda o hacia la derecha; detectaba a Lambert o a Dallas, y emitía entonces un sonido «bip» quejumbroso, hasta que Ash tocaba un botón para acallarlo.

Se detuvieron ante una escalera que descendía en forma de caracol.

Lambert se inclinó y luego llamó en voz baja.

—¿Hay algo allá abajo? Aquí arriba estamos tan limpios como la reputación de su madre.

Brett y Parker aferraron más fuertemente la red y mientras Ripley se detenía frente a ellos, apartaba la mirada del aparato y gritaba hacia arriba:

—¡Nada aquí abajo!

En el nivel superior Lambert y Dallas siguieron avanzando, seguidos por Ash. Su atención estaba fija en la próxima curva del corredor; no les gustaban aquellas curvas, ofrecían lugares para ocultarse. El dar vuelta a uno y descubrir tan solo un corredor vacío que se extendía ante ellos, fue para Lambert como encontrar un tesoro.

El rastreador empezaba a parecer más pesado en las manos de Ripley, cuando una minúscula luz roja parpadeó de pronto bajo la pantalla principal. Ripley vio que la aguja vibraba, y se aseguró que fuera la aguja, no sus propias manos. Entonces la aguja hizo un movimiento definitivo, apartándose del cero de la escala del indicador.

Ripley se aseguró de que el rastreador no estaba detectando a Brett o a Parker.

—¡Alto! He encontrado algo.

Dio unos cuantos pasos hacia adelante.

La aguja saltó a través de la escala, y la luz roja se encendió y permaneció encendida.

Ripley se quedó mirándola pero no hizo ningún otro movimiento, aparte de minúsculos cambios en la dirección en que se movía. La luz roja permanecía bien clara.

Brett y Parker contemplaban el suelo del corredor; inspeccionaban también las paredes y el techo. Cada uno recordaba cómo el primer ser extraño, aunque muerto, había caído sobre Ripley. Nadie tenía deseos de descuidar la posibilidad de que esta nueva versión también pudiese trepar. Así pues, mantenían la mirada constantemente tanto en el suelo como en el techo.

—¿De dónde viene? —preguntó Brett en voz baja.

Ripley contemplaba el aparato con el ceño fruncido. La aguja del indicador había empezado súbitamente a recorrer toda la escala. A menos que la criatura pudiera viajar a través de paredes sólidas, el comportamiento de la aguja no correspondía a los movimientos de un ser vivo. Ella lo sacudió con ambas manos. Pero la aguja siguió su extraño comportamiento y la luz roja permaneció encendida.

—No lo sé, la máquina se ha vuelto loca, corre por toda la escala.

Brett dio un puntapié a su red, y maldijo entre dientes.

—¡Diablos! No podemos permitirnos errores de funcionamiento. Yo le enseñaré a Ash…

—Espera —dijo ella con apremio, y puso de cabeza el aparato; la aguja se estabilizó inmediatamente.

—Está trabajando bien, simplemente está confuso. O mejor dicho, yo lo estaba. La señal viene de debajo de nosotros.

Ambos miraron a sus pies. Nada surgió del suelo para atacarlos.

—Es en el nivel C —gruñó Parker—. Estrictamente mantenimiento. Mal lugar para buscar.

—¿Quieres que no le hagamos caso?

Él la contempló, pero esta vez sin verdadera ira.

—Eso no tiene gracia.

—No. No la tiene —dijo ella, compungida—. Vayan adelante. Los dos conocen ese nivel mejor que yo.

Parker y Brett, sosteniendo cuidadosamente la red entre los dos, la precedieron por una escalera poco usada. El nivel estaba mal iluminado, aun para las normas humildes del Nostromo. Se detuvieron en la base de la escalera para dejar que sus ojos se adaptaran a la casi oscuridad reinante.

Ripley tocó una pared por accidente, y retiró la mano con repugnancia; todo estaba cubierto por una viscosa capa de limo. «Viejos lubricantes», murmuró. Una nave transespacial habría sido clausurada si un inspector descubriera en ella tales condiciones; pero nadie se preocupaba de tales deslices en una nave como el Nostromo. Los lubricantes no preocupaban a ningún alto personaje. ¿Qué importaba aquel desorden a la tripulación de un remolcador?

Ripley se prometió que cuando hubiesen concluido aquel viaje, ella pediría su cambio a un transespacial o renunciaría al servicio. Pero recordó que ya se había hecho la misma promesa una docena de veces antes; sin embargo, esta vez se mantendría firme.

Ripley apuntó con el rastreador al piso del pasillo. Nada. Cuando lo levantó apuntando a la pared de enfrente, la luz roja volvió a encenderse. La aguja iluminada registraba una percepción clara.

—Bueno, vamos.

Echó a andar confiada en la pequeña aguja, porque sabía que Ash realizaba bien su trabajo, porque hasta entonces el aparato había funcionado bien, y porque no tenía alternativa.

—Pronto daremos con algo —le avisó Brett.

Transcurrieron varios minutos. El pasillo se bifurcó. Ripley siguió valiéndose del rastreador, y empezó a avanzar por el pasaje de la derecha. La luz roja empezó a debilitarse. Ella se dio vuelta y se encaminó hacia el otro corredor.

—Por aquí.

Las luces eran aún más escasas en aquella sección de la nave. Sombras profundas los rodeaban, sofocantes pese al hecho de que nadie entrenado en aquella nave del espacio profundo había sentido nunca claustrofobia. Sus pasos resonaban sobre el puente de metal, tan solo opacados cuando atravesaban pequeños charcos de fluido acumulado.

—Dallas debe exigir una inspección —murmuró Parker disgustado—. Cerrarían el 40 por ciento de la nave, y entonces la Compañía tendría que pagar la limpieza.

Ripley sacudió la cabeza y echó al ingeniero una mirada escéptica.

—¿Quieres apostar algo? A la Compañía le resultaría más fácil y más barato comprar al inspector.

Parker luchó para ocultar su decepción. Otra de sus ideas brillantes que fracasaba. Lo peor del caso era que la lógica de Ripley casi siempre era irrefutable. Su resentimiento y su admiración por ella crecieron, en proporción uno de la otra.

—Hablando de arreglar y de limpiar —continuó Ripley—, ¿qué pasa con las luces? Yo dije que no conocía bien esta parte de la nave, pero tú apenas puedes verte aquí tu propia nariz. Yo creía que ustedes se encargaban del Módulo Doce. Debiéramos tener mejor iluminación, aun aquí abajo.

—¡Pero si la arreglamos! —protestó Brett.

Parker se apartó para revisar un panel contiguo.

—El sistema de abastecimiento debe hacerse con cautela. Algunos de los circuitos no han estado recibiendo su corriente habitual, ¿sabes? Fue bastante difícil devolver la energía sin volar cada conductor de la nave. Cuando las cosas se complican, los sistemas afectados limitan su entrada de energía para evitar sobrecargas. Sin embargo, este está exagerado. Pero podemos arreglarlo.

Tocó un interruptor del panel y modificó un contacto. La luz del corredor se hizo más poderosa.

Siguieron avanzando un buen tramo hasta que Ripley se detuvo de pronto levantando una mano:

—Esperen.

Parker estuvo a punto de chocar con ella, en su prisa por obedecer y Brett se tropezó con la red. Nadie rio.

—Estamos cerca —murmuró Parker, esforzando sus ojos para penetrar en la negrura.

Ripley revisó la aguja, con la escala hecha a mano por Ash en el metal, dentro de la pantalla iluminada:

—Según esto, está a menos de quince metros.

Parker y Brett afianzaron con mayor fuerza la red sin que nadie les dijera nada. Ripley levantó el tubo y lo encendió. Avanzó precavidamente, con el tubo en la derecha y el rastreador en la izquierda. Sería difícil imaginar tres personas que hicieran menos ruido que Ripley, Parker y Brett avanzando por el corredor. Hasta su jadeo anterior, antes acompasado, dejó de oírse.

Recorrieron cinco metros, luego diez. Un músculo de la pantorrilla izquierda de Ripley saltó como una langosta, causándole dolor; no le hizo caso y siguieron adelante. La distancia, a juzgar por el rastreador, se reducía irrevocablemente.

Ahora Ripley avanzaba casi en cuclillas, dispuesta a saltar hacia atrás en el instante en que cualquier fragmento de las tinieblas pareciera moverse. El rastreador, con el sonido intencionalmente bajo, les hizo detenerse, al cabo de los quince metros. Allí la luz seguía siendo mortecina, pero suficiente para mostrarles que nada se ocultaba en el corredor maloliente.

Dando vuelta lentamente al rastreador, Ripley trató de ver simultáneamente a él y al extremo del pasaje. La aguja se movía con lentitud en el cuadrante. Ripley levantó la mirada y notó un pequeño casillero en la pared del pasaje. Estaba apenas entornado.

Parker y Brett notaron dónde se había concentrado su atención. Se colocaron, tanto como fue posible, frente al casillero. Ripley les hizo una señal con la cabeza, tratando de enjugarse parte del sudor que cubría su rostro. Aspiró profundamente y dejó el rastreador en el suelo. Con la mano libre, tomó el mango del casillero. En su mano ya húmeda lo sintió frío y pegajoso.

Levantando el tubo, oprimió el botón que había en el extremo del mango, y se arrojó contra la pared del corredor dejando caer el tubo de metal dentro de la cerradura. Un chillido horrible sonó por todo el corredor. Una pequeña criatura, toda ojos saltones y garras brillantes pareció explotar en el pequeño espacio. Aterrizó limpiamente en la mitad de la red, mientras el par de ingenieros luchaban frenéticamente por enredarla en tantas capas de hilo como fuese posible.

—¡Sosténlo, sosténlo! —gritaba Parker, triunfante—. ¡Tenemos al pequeño canalla, tenemos…!

Ripley estaba revisando ansiosamente la red. Una enorme oleada de decepción la recorrió. Apagó el tubo y recogió el rastreador.

—¡Maldita sea! —dijo cansadamente—. Cálmense, ustedes. Miren.

Parker soltó la red al mismo tiempo que Brett. Ambos habían visto lo que habían atrapado y murmuraban furiosos. Un gato malhumorado se libró como pudo de la red y se alejó bufando por el corredor antes de que Ripley pudiera protestar.

—¡No, no! —dijo ella, demasiado tarde—. ¡No le dejen ir!

A lo lejos alcanzaron a ver cómo se desvanecía su piel anaranjada.

—Sí, tienes razón —dijo Parker—. Debimos matarlo. Ahora volverá a aparecer en el rastreador.

Ripley le dirigió una dura mirada, y no hizo ningún comentario. Luego volvió su atención a Brett, que mostraba instintos menos asesinos.

—Ve tú por él. Debemos discutir más tarde lo que haremos. Pero sería buena idea mantenerlo encerrado en su caja para que no pueda confundir a la máquina, o a nosotros.

Brett asintió con la cabeza.

—Correcto.

Se dio vuelta y trotó por el pasaje, siguiendo al gato. Ripley y Parker siguieron avanzando lentamente, en la dirección opuesta, con Ripley llevando el rastreador y el tubo y ayudando a Parker al mismo tiempo con la red.

Una puerta abierta lo condujo a una gran crujía de mantenimiento de equipo. Brett echó una última mirada arriba y abajo del corredor y no vio ninguna señal del gato. Por otra parte, aquella cámara con pocos materiales era ideal para que en ella se ocultase algún gato. Si no estaba allí dentro, él iría a reunirse con los otros. El animal podía estar en cualquier parte de la nave, pero la crujía de mantenimiento era buen lugar para refugiarse.

Había luz en el interior, aunque no más brillante que en el pasillo. Brett no hizo caso a la hilera de instrumentos alineados, a los recipientes de módulos de reemplazos de estado sólido ni a las herramientas sucias. Unos paneles luminiscentes identificaban el contenido.

Se le ocurrió entonces que probablemente sus dos compañeros ya no podrían oírlo. Aquella idea le hizo temblar. Cuanto más pronto pusiese las manos en aquel maldito gato, mejor.

—Jones, ven, micho, micho… Jones, ven a ver a Brett, gatito.

Se inclinó para ver en la oscuridad una gran rendija entre dos recipientes. El lugar estaba desierto. Irguiéndose se limpió el sudor de la frente, primero del lado izquierdo, luego del derecho.

—¡Maldito Jones! —murmuró en voz baja—, ¿dónde diablos te escondiste?

En lo profundo de la crujía se oyó que algo raspaba las paredes. El ruido fue seguido por un vago, pero tranquilizador sonido inconfundiblemente felino. Brett dejó escapar un suspiro de alivio y avanzó hacia el lugar.

Ripley se detuvo, miró cansadamente la pantalla del rastreador. La luz roja se había apagado, la aguja estaba nuevamente en cero y ningún sonido salía del aparato. Mientras ella miraba, la aguja vibró un momento, luego quedó inmóvil.

—Aquí nada —le dijo al reciario que le quedaba—. Creo que no hay nada aquí, aparte de nosotros y de Jones.

Echó una mirada a Parker:

—Acepto cualquier sugestión.

—Volvamos. Lo menos que podemos hacer es ayudar a Brett a atrapar a ese maldito gato.

—No la tomes contra Jones —dijo Ripley, asumiendo automáticamente la defensa del animal—. Está tan asustado como todos nosotros.

Dieron vuelta y avanzaron por el corredor maloliente. Ripley dejó encendido el rastreador, por si acaso.

Brett se había abierto paso entre pilas de equipo, y no podía avanzar mucho más. Zancos y soportes para la superestructura del Nostromo formaban un intrincado laberinto de metal a su alrededor. Estaba desalentándose ya cuando otro murmullo familiar llegó hasta él. Apartando un pilón de metal, vio dos pequeños ojos amarillos que brillaban en la oscuridad. Vaciló durante un momento. Jones era poco más o menos del tamaño de lo que había brotado del pecho del pobre Kane. Otro maullido le hizo sentir mejor. Tan solo un gato ordinario podía producir semejante sonido.

Al avanzar más trabajosamente, se agachó para encender su rayo y alcanzó a ver una piel de gato y unos bigotes: era Jones.

—Ven, gatito… me alegro de verte, maldito gato peludo.

Extendió la mano hacia Jones. El animal bufó, amenazándolo, y retrocedió más profundamente al rincón.

—¡Vamos, Jones! Ven a Brett. No hay tiempo para tonterías.

Algo no tan grueso como el rayo que el técnico de ingeniería acababa de arreglar, llegó hasta abajo. Descendió en completo silencio, produciendo la sensación de una enorme energía mantenida al acecho. Unos dedos se extendieron, asieron y envolvieron por completo la garganta del ingeniero, cruzándose uno sobre otro. Brett alcanzó a proferir un grito, llevándose ambas manos a la garganta. Por el efecto que tuvieron sobre él aquellos dedos de acero bien podían haber estado soldados.

Fue levantado en el aire por aquella mano; sus piernas quedaron bailando en el aire. Jones saltó por encima de él.

El gato pasó como un tiro a Ripley y a Parker, que acababan de llegar. Sin pensarlo, se lanzaron dentro de la crujía de equipo. Pronto estuvieron donde un momento antes se acababan de ver colgando las piernas de Brett. Mirando profundamente en la oscuridad, tuvieron al fin un breve atisbo de unas piernas colgando y un dorso que se debatía en lo alto. Por encima de la figura inerte del ingeniero alcanzaron a ver un tenue contorno, algo hasta cierto punto humano, pero que definitivamente no era un hombre. Algo enorme y malévolo. Fue una visión de una fracción de segundo, una luz que se reflejaba en unos ojos demasiado grandes para ser de un hombre así hubiese tenido una cabeza enorme. Luego, al mismo tiempo el ser extraño y el ingeniero desaparecieron en los niveles superiores del Nostromo.

—¡Cristo! —murmuró Parker.

—Creció —dijo Ripley, mirando su tubo y considerándolo en relación con la enorme masa que acababa de desaparecer allá arriba.

—Creció pronto. Todo el tiempo que estuvimos buscándolo del tamaño de Jones, ya se había convertido en eso…

De pronto, se dio cuenta del espacio limitado, de las tinieblas y de los embalajes que parecían oprimirlos, de los incontables pasajes que había entre las latas y los gruesos soportes de metal.

—¿Qué hacemos parados aquí? Puede regresar.

Levantó el tubo, que ahora le pareció un juguete, pensando en el poco efecto que podría tener sobre una criatura de aquel tamaño.

Apresuradamente salieron de la crujía. Por mucho que lo intentaran, el recuerdo de aquel último grito no los abandonaría, quedaría pegado a sus cerebros. Parker era amigo de Brett desde hacía largo tiempo, pero aquel último grito le hizo correr tan rápidamente como Ripley…

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