Alien

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Capítulo 4

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Mientras el sol oculto continuaba subiendo, el color rojo de la atmósfera empezó a iluminarse. Ahora era un amarillo mustio, sucio, en lugar de la conocida aurora brillante de la Tierra; pero ya era mucho mejor que lo anterior.

La furia de la tormenta se había reducido un poco y el polvo omnipresente había empezado a asentarse. Por primera vez, los tres exploradores, con los pies cansados, pudieron ver unos cuantos metros más allá. Durante un tiempo habían ido en ascenso. El terreno seguía siendo irregular, pero salvo los aislados pilares de basalto, este seguía compuesto por flujo de lava. Había unas cuantas protuberancias agudas que en su mayoría se habían convertido en suaves curvas y cañadas a causa de innumerables eones de viento continuo y polvo en el aire.

Kane iba al frente, seguido de cerca por Lambert. Ahora esperaba que ella anunciara en cualquier momento haber recobrado la señal. Asomó la cabeza por encima de una pequeña protuberancia y miró al frente esperando ver más de lo que hasta entonces había encontrado, como rocas alisadas que condujeran a un terraplén más alto.

En cambio, su mirada descubrió algo completamente distinto, lo bastante distinto para que sus ojos se agrandaran tras el visor transparente del casco; lo bastante distinto para que gritara ante el micrófono:

—¡SANTO CIELO!

—¿Qué pasa? ¿Qué rayos?

Lambert se detuvo a su lado, seguida por Dallas. Ambos quedaron tan asombrados por aquella visión inesperada como el propio Kane.

Habían supuesto que la llamada de auxilio era generada por una maquinaria de algún tipo, pero en sus cerebros no se habían formado cuadros de la fuente transmisora. Habían estado demasiado ocupados con la tormenta y con la simple necesidad de mantenerse unidos. Ahora, ante la verdadera fuente, considerablemente más impresionante de lo que ninguno de ellos se había atrevido a pensar, ni temporalmente, perdieron su objetividad científica.

Era una nave, casi intacta, y más extraña de lo que ninguno de ellos hubiese creído posible. Dallas no la habría llamado horrible, pero era inquietante, de modo tal que la tecnología no hubiera podido crear. Las líneas del macizo aparato abandonado eran claras, pero antinaturales, dando a todo su diseño una perturbadora anormalidad.

Se elevaba por encima de ellos y sobre las rocas circundantes. Por lo que podían ver de ella, pensaron que había aterrizado, en cierta forma como el Nostromo, sobre su barriga. Básicamente tenía la forma de una «U» metálica enorme, con los dos cuernos de la U ligeramente apuntando uno hacia el otro. Uno de los brazos era ligeramente más corto que el otro, y más torcido hacia adentro. Si esto se debía a daños o a algún concepto extraño de lo que constituía una grata simetría, no tenían manera de averiguarlo.

Al acercarse más vieron que la nave se hacía ligeramente más gruesa en la base de la U, con una serie de protuberancias concéntricas, como gruesas placas que se elevaban hacia una cúpula final. Dallas llegó a la conclusión de que los dos cuernos contenían las secciones de ingeniería y maquinaria de la nave, en tanto que el frente más grueso albergaba las cabinas, posiblemente el espacio de carga y el puente. Por lo que ellos sabían, todo podía ser también al revés.

La nave yacía inmóvil, sin dar ninguna señal de vida o de actividad. En aquella proximidad, la transmisión era ensordecedora y los tres se apresuraron a bajar el volumen de sus escafandras.

Cualquiera que fuese el metal de que estaba construido el casco, brillaba a la luz creciente de una manera extrañamente vidriosa, como dando a entender que no había allí ninguna aleación debida a la mano del hombre. Dallas ni siquiera estaba seguro de que fuese de metal. La primera inspección no reveló nada parecido a una juntura, una unión, un sello o algún otro método reconocible de unión de placas o secciones separadas. La extraña nave producía la impresión antes bien de haber crecido allí que de haber sido creada.

Desde luego, todo aquello era extraño; fuese cual fuese el método de construcción, lo importante era que, indiscutiblemente, era una nave.

Tan asombrados se habían quedado ante aquella visión inesperada que ninguno de ellos pensó por un momento en lo que aquello pudiera representarles, fuese por el salvamento, fuese por la bonificación.

Los tres gritaron al mismo tiempo ante su micrófono:

—¡Sí, una especie de nave! —Kane lo repetía insensatamente una y otra vez.

Lambert estudiaba el brillo lustroso, casi húmedo de aquellos costados curvos, la ausencia de todo rasgo exterior conocido y sacudía la cabeza asombrada.

—¿Estás seguro? Podría ser quizás una estructura local… es fantástico…

—No —dijo Kane, cuya atención estaba fija en los cuernos gemelos que formaban la parte trasera del vehículo—. No está fijo. Aun suponiendo ciertos conceptos arquitectónicos extraños, es claro que no forma parte del paisaje. Es una nave, con toda seguridad.

—Ash, ¿puedes ver esto?

Dallas recordó que el científico podía ver claramente por medio de los videos de sus respectivos trajes y que probablemente había descubierto la nave en el momento en que Kane se asomó sobre aquella protuberancia y profirió su grito de asombro.

—Sí puedo verla. No muy claramente, pero sí lo bastante para darle la razón a Kane: es una nave.

La voz de Ash vibraba de excitación dentro de sus cascos. Al menos, mostraba tanta excitación como la que él era capaz de sentir.

—Nunca había visto cosa igual. No se retiren, esperen un minuto.

Ellos aguardaron mientras Ash estudiaba los datos y hacía un par de rápidas preguntas al cerebro de la nave.

—Tampoco Madre sabe qué es —informó—. Es de un tipo completamente desconocido, y no corresponde a nada que hayamos visto antes. ¿Es tan grande como parece desde aquí?

—Más grande —informó Dallas—. Es una construcción maciza y hasta ahora no hay pequeños detalles visibles. Si ha sido construida a la misma escala que nuestra nave, los constructores tienen que ser increíblemente más grandes que nosotros.

Lambert dejó escapar una risita nerviosa.

—Ya descubriremos si hay alguno de ellos a bordo para darnos la bienvenida.

—Estamos cerca y en línea —dijo Dallas a Ash, sin hacer caso del comentario de la navegante—. Debió haber recibido una señal de nosotros mucho más clara. ¿Qué hay de la llamada de auxilio? ¿Algún cambio? Estamos demasiado cerca para saberlo.

—No. Lo que esté produciendo la transmisión está ahí adentro, estoy seguro. Así tiene que ser. Si estuviese más lejos, nunca la habríamos recibido a través de esa masa de metal.

—Si es metal —dijo Dallas que continuaba examinando el extraño casco—. Casi parece plástico.

Kane frunció el ceño.

—O hueso —sugirió un pensativo Kane.

—Bueno, suponiendo que la transmisión venga de adentro, ¿qué hacemos ahora? —quiso saber Lambert.

El ejecutivo dio un paso adelante:

—Entraré a echar una ojeada y les informaré.

—No te retires, Kane. No seas imprudente. Uno de estos días tendrás dificultades.

—Yo iré dentro. Miren, tenemos que hacer algo. No podemos quedarnos aquí, esperando que alguna revelación mágica de la nave aparezca en el aire.

—¿Están sugiriendo que no debemos entrar?

—No, no. Pero no hay necesidad de apresurarse.

Luego añadió, dirigiéndose al lejano oficial de ciencias:

—¿Aún puedes vernos, Ash?

—Más débilmente ahora que están sobre el transmisor —llegó la respuesta—. Hay cierta interferencia inevitable. Pero aún los oigo claramente.

—Muy bien. No veo luces ni señales de vida. Ningún movimiento como no sea el del maldito polvo. Aprovecha nuestra posición para esta visión en la misma línea, a más distancia; prueba con tus sensores. A ver si descubres algo que nosotros no podamos ver.

Hubo una pausa mientras Ash se apresuraba a obedecer la orden. Continuaban maravillados ante aquellas líneas, elegantemente curvadas, de la enorme nave.

—Ya lo he probado todo —finalmente informó el científico—. No estamos equipados para este tipo de problemas. Somos un remolcador comercial, no una nave de exploración. Necesitaría muchos aparatos caros, que no llevamos, para una lectura apropiada.

—Así pues… ¿qué puedes decirme?

—Desde aquí, nada, señor. No he obtenido ningún resultado y está emitiendo tanta energía que no logro una lectura aceptable. Sencillamente, no tenemos los instrumentos necesarios.

Dallas trató de disimular su desencanto:

—Comprendo. De todos modos, no importa mucho. Pero sigue probando. Y cuando encuentres algo, sea lo que sea, hazlo saber. Especialmente alguna indicación de movimiento. No entres en detalles. Al final haremos los análisis.

—De acuerdo. Tengan cuidado.

—¿Y ahora, qué hacemos, capitán?

La mirada de Dallas recorrió la longitud de la enorme nave y luego volvió para descubrir a Kane y Lambert que lo observaban. El ejecutivo tenía razón, desde luego. No bastaba con saber que aquella era la fuente de la señal. Había que seguir el rastro hasta su generador, intentar descubrir la causa de la señal y de la presencia de la nave en aquel pequeño mundo. No había que pensar siquiera en haber llegado hasta allí y no explorar las entrañas de la nave desconocida.

Después de todo, la curiosidad era la que había movido a la humanidad desde aquel mundo aislado poco importante, y entre los golfos que separaban a las estrellas. Y también recordó que la curiosidad mató al supuesto gato. Llegó entonces a una decisión; la única lógica.

—Desde aquí, parece muerto. Primero nos acercaremos a la base. Después, si nada se presenta…

Lambert lo miró fijamente…

—Después… ¿Qué…?

—Después… veremos.

Echaron a andar hacia el casco; el rastreador colgaba inútilmente del cinturón de Lambert.

—En este punto —empezó a decir Dallas al acercarse a la curva de la nave— solo puedo pensar una cosa…

A lo lejos, a bordo del Nostromo, Ash seguía cuidadosamente cada palabra. De pronto, sin advertencia, la voz de Dallas se desvaneció. Luego volvió, con bastante fuerza, una vez más, antes de perderse por completo. Al mismo tiempo, Ash perdió el contacto visual.

—¡Dallas!

Frenéticamente, Ash manipuló los botones del tablero, movió interruptores y dio una mayor actividad al ya agotado micrófono.

—¡Dallas! ¿Puedes leerme? ¡Los he perdido! Repito, los he perdido…

Tan solo el constante zumbido termonuclear del sol local sonaba quejumbroso sobre la multitud de magnavoces…

Allá arriba, cerca del casco, la escala colosal de la extraña nave era más evidente que nunca. Se curvaba sobre los exploradores, elevándose sobre el aire cargado de polvo y dando la impresión de ser más sólida que la roca sobre la que descansaba.

—Aún no hay señales de vida —murmuró Dallas, como para sí mismo, observando el caso—. Ni luces ni movimientos.

Hizo un gesto hacia la supuesta proa de la nave.

—Y no veo cómo entrar. Tratemos de subir por allá.

Mientras trepaban cuidadosamente sobre rocas extrañas y guijarros sueltos, Dallas tuvo conciencia de lo pequeño que le hacía sentirse la extraña nave. No pequeño físicamente, aun cuando el arco que cubría a los tres humanos les hacía parecer enanos, sino insignificante en la escala cósmica. La humanidad aún conocía muy poco del universo; solo había explorado una fracción de uno de sus rincones. Era emocionante y producía cierta alegría especular sobre lo que podía yacer allí a la espera, en los negros golfos, cuando alguien se hallaba al otro extremo de un cinescopio; otra cosa muy distinta era hacerlo aislado en un mundo pequeño y desagradable como aquel, ante una nave de fabricación no humana que, de manera inquietante, parecía una protuberancia, no una máquina ordinaria para manipular y superar las claras leyes de la física.

Tuvo que reconocer que eso era lo que más le preocupaba de la nave. Si se hubiese conformado a las conocidas líneas y composición, entonces su origen no humano no habría parecido tan amenazador. Sus sentimientos no se reducían a simple xenofobia. Básicamente, no habría esperado que lo extraño fuese tan completamente extraño.

—Algo viene.

Dallas vio que Kane señalaba el casco delante de ellos. Se dijo a sí mismo que era hora de dejar a un lado toda especulación ociosa y enfrentarse a la realidad.

Aquella extraña forma con cuernos era una nave espacial que, después de todo, solo de modo superficial se distinguía del Nostromo. No había nada maligno en el material del que estaba hecha, nada ominoso en su diseño. Uno era resultado de una tecnología distinta, el otro posiblemente de ideales estéticos, como de cualquier otra cosa. Vista de tal manera, la nave adquiría una especie de belleza exótica. Sin duda, Ash ya estaría muriéndose de curiosidad por el extraño diseño de la nave y deseando estar aquí entre sus compañeros.

Dallas advirtió la expresión fija de Lambert y supo que al menos había un miembro de la tripulación que, sin vacilar, habría cambiado su lugar por el del científico.

Kane había señalado un trío de sombras negras en el costado del casco. Al acercarse, trepando sobre las rocas, las manchas se convirtieron en aperturas ovales exhibiendo profundidad, además de altura y anchura.

Finalmente, se encontraron de pie exactamente debajo de las tres marcas que se destacaban en el metal (o plástico)… ¿o qué cosa? De más cerca, se podían ver otras aberturas secundarias, aún más oscuras, debajo de los óvalos exteriores. El viento lanzaba polvo y pedrisco hacia dentro y afuera de las aberturas, señal de que aquellos huecos llevaban cierto tiempo abiertos.

—Parece una entrada —murmuró Kane, con las manos en las caderas, mientras observaba los orificios—. Quizás esa sea la idea que alguien tiene de una escotilla. ¿Ven las aperturas internas atrás?

—Si son escotillas, ¿por qué tres tan juntas? —dijo Lambert, mirando aquella apertura con desconfianza—. ¿Y por qué abiertas las tres?

—Quizás a los constructores les guste hacer las cosas por tríos —dijo Kane encogiéndose de hombros—. Si puedo encontrar alguno, te prometo que le preguntaré.

—¡Muy chistoso! —dijo Lambert sin sonreír—. Acepto eso, pero ¿por qué dejar abiertas las tres?

—No podemos estar seguros de que estén abiertas —dijo Dallas, fascinado por los óvalos tersos, tan distintos a las protuberantes entradas cuadradas del Nostromo. En cambio, estas parecían integradas en la textura del casco en lugar de haber tenido que ser posteriormente abiertas sobre la construcción mediante fundiciones y sellos.

—En cuanto a lo de estar abiertas, si en realidad lo están —continuó Dallas—, quizás la tripulación tuvo que salir a toda prisa.

—¿Para qué habrían de necesitar tres escotillas?

Dallas la interrumpió irritado.

—¿Cómo demonios debo saberlo?

Inmediatamente añadió:

—Lo siento… No debí decir eso.

—Lo comprendo —respondió ella y otra vez sonrió ligeramente—. Fue una pregunta tonta.

—Es hora de que conozcamos alguna respuesta.

Manteniendo la mirada fija en el piso, cuidándose de los guijarros sueltos, Dallas avanzó sobre una ligera inclinación que conducía a las aperturas.

—Ya hemos esperado bastante. Entremos… si podemos.

—Quizás esta sea la idea que alguien tiene de una cerradura —dijo Kane estudiando el interior de la abertura por la que estaban entrando—. No es mi idea.

Dallas ya se hallaba en el interior.

—La superficie es firme. La puerta secundaria o escotilla o lo que sea también está abierta.

Luego, hizo una pausa:

—Aquí en el interior hay una gran sala.

—¿Cómo es la luz? —preguntó Lambert, palpando su propia barra de luz colocada en su cinturón del otro lado de la pistola.

—Parece que es suficiente por ahora. Ahorren energía mientras puedan. Entren.

Kane y Lambert lo siguieron y entraron por un breve pasillo y salieron a una sala de techo alto. Si había máquinas, controles y algún tipo de instrumentos en aquella sección de la nave, seguramente estarían ocultos tras sus paredes grises. Aquello se parecía notablemente al interior de una caja torácica humana; unas redondeadas abrazaderas de metal abarcaban el techo, el piso y las paredes. Una luz fantasmal llegaba del exterior y danzaba en las partículas de polvo suspendidas en el aire casi inmóvil de aquel salón misterioso.

Dallas miró interrogante al funcionario ejecutivo.

—¿Qué crees?

—No sé qué pensar. ¿Será una sala para el cargamento? ¿O parte de un complicado sistema de seguridad? Sí, eso debe ser. Acabamos de pasar por una doble puerta y esta es la auténtica cerradura.

—Demasiado grande para una cámara de aire —dijo la voz de Lambert, opaca tras el casco.

—Es solo una suposición. Si los habitantes de esta nave son de la misma escala que nosotros en proporción a nuestro Nostromo, probablemente necesitarán una cámara de este tamaño. Pero reconozco que la idea de un depósito de carga parece tener más sentido. Podría explicar la necesidad de las tres entradas.

Se volvió entonces y vio a Dallas que se inclinaba sobre un agujero negro en el suelo.

—¡Eh! ¡Mira allí, Dallas! No puede saberse qué habrá allá abajo, ni hasta dónde llegue.

—La nave sigue abierta al exterior y nada parece haberse enterado de nuestra entrada. No creo que haya aquí nadie vivo.

Dallas se quitó de la cintura su barra de luz, la encendió y dirigió hacia abajo el rayo brillante.

—¿Ves algo? —preguntó Lambert.

—Sí —respondió Kane sonriente—. ¿Quieres ver algo así como un conejo con un reloj? —Su voz era esperanzada.

—No puedo ver absolutamente nada —dijo Dallas paseando la luz lentamente de un lado a otro. Era un rayo estrecho pero poderoso, capaz de mostrar cualquier cosa que estuviese a una distancia razonable debajo de ellos.

—¿Qué es? —dijo Lambert que se había acercado para quedar junto a él a una distancia razonable del abismo—. ¿Otro depósito de carga?

—Desde aquí no puede saberse. Sencillamente, desciende. Veo paredes lisas hasta donde llega mi rayo. No hay indicación de abrazaderas, de un ascensor, de alguna escalera o de algún medio de descender. No puedo ver el fondo; mi luz no alcanza. Debe ser una cámara de acceso de algún tipo.

Apagó entonces su luz y se apartó un metro del agujero; luego empezó a sacar aparatos de su cinturón y de su mochila. Los dejó en el suelo, se irguió y dio un vistazo alrededor de la cámara gris tenuemente iluminada.

—Bueno, lo que haya abajo puede esperar. Primero miraremos por aquí. Quiero asegurarme de que no habrá sorpresas. Quizás podamos encontrar una manera fácil de bajar.

Volvió a encender su luz e iluminó las paredes cercanas. Pese a su parecido con el interior de una ballena, las paredes permanecían tranquilizadoramente inmóviles.

—Esto se extiende… pero no demasiado lejos. Por ningún motivo se aparten tanto que no puedan verse el uno al otro. Recorrer esto debe necesitar un par de minutos.

Kane y Lambert activaron sus barras de luz. Avanzando en hilera, empezaron a explorar el vasto salón.

Por doquier yacían dispersos fragmentos de algún material gris. Gran parte se hallaba enterrado bajo minúsculas dunas de polvo y piedra pómez desmenuzada que había invadido la nave. Kane no hizo caso a aquel material; buscaba algo que estuviese intacto.

La luz de Dallas se posó inesperadamente en una forma que no era parte de las paredes ni del suelo. Acercándose, se valió de su rayo para ver sus contornos. Parecía un pequeño vaso o ánfora de color marrón y aspecto resbaloso. Al acercarse se inclinó sobre la tapa rota y mellada e iluminó el interior.

Vacío.

Decepcionado, Dallas se apartó sorprendido de que algo, al parecer, hubiese permanecido casi intacto, mientras otras sustancias más duraderas se habían deshecho o quebrado. Aunque, por lo que sabía, la composición de aquel vaso podía poner a prueba la capacidad de su pistola de fundición.

Se disponía ya a volver al agujero del suelo, cuando su luz se posó en algo complejo y al parecer mecánico. Dentro de los límites semiorgánicos de la extraña nave, su apariencia, tranquilizadoramente funcional, constituyó un alivio aun cuando el diseño mismo fuese totalmente inexplicable.

—¡Aquí!

—¿Algo malo? —se oyó la voz de Kane.

—No. He descubierto un mecanismo.

Lambert y Kane corrieron para acercársele; sus botas levantaron nubéculas de polvo. Unieron sus luces a las de Dallas; todo parecía tranquilo y muerto, aunque Dallas tuvo la impresión de una leve energía que estuviese funcionando apaciblemente tras aquellos paneles de tan extraños contornos. Y la vista de una sola barra de metal que se movía continuamente de un lado a otro fue prueba de una vida mecánica, aun cuando los sensores de sus trajes no revelaban ningún sonido.

—Parece que todavía estuviese funcionando. Quisiera saber cuánto tiempo lleva trabajando así —dijo Kane mientras examinaba fascinado, aquel aparato—. Y también quisiera saber qué hace.

—Yo puedo decírtelo —dijo la voz de Lambert.

Lambert confirmó lo que Dallas ya había supuesto. Lambert empuñaba su rastreador, el mismo instrumento que los había conducido ahí desde el Nostromo.

—Es el transmisor. Una llamada automática de socorro, tal como imaginamos que sería. Parece limpio, por lo que debe ser nuevo, aun cuando yo diría que ha estado emitiendo esa señal durante años —dijo encogiéndose de hombros—, o quizás décadas, o más tiempo aún.

Dallas hizo pasar un pequeño instrumento sobre la superficie del extraño aparato.

—Repulsión electrostática. Eso explica la ausencia de polvo. ¡Lástima! Aquí no entra mucho viento y la altura del polvo nos habría dado una clave sobre el tiempo que lleva aquí la nave.

Parece portátil.

Luego apagó el rayo y volvió a colocárselo a la cintura.

—¿Alguien más ha encontrado algo?

Ambos negaron con la cabeza.

—Simplemente unas paredes con abrazaderas y mucho polvo —dijo la voz de Kane, descorazonada.

—¿Ninguna indicación de otra abertura que conduzca a otra parte distinta de la nave? ¿Ningún otro agujero en el suelo?

De nuevo, la doble respuesta negativa.

—Eso nos deja con el primer agujero; o tratamos de hacer un hoyo en la pared más cercana… Probemos lo primero, antes de empezar a romper cosas.

Luego, Dallas notó la expresión de Kane:

—¿Quieres abandonar?

—Todavía no; querré abandonar si recorremos hasta el último centímetro de esta cosa gris sin encontrar más que paredes desnudas y máquinas selladas.

—Eso no me preocuparía nada —dijo Lambert con acento sincero.

Volvieron sobre sus pasos y se colocaron cuidadosamente cerca del borde de aquella abertura circular que había en el puente. Dallas se arrodilló moviéndose lentamente en su traje, y pasó su mano por el borde de la abertura.

—No puedo tocar mucho con estos malditos guantes, pero todo parece normal. Esa columna parece ser una parte integrante de la nave. Había pensado que quizá la hubiese causado una explosión. Que esa era la causa de la llamada de auxilio.

Lambert estudió el agujero.

—Una descarga no habría podido hacer un agujero tan limpio como este.

—Haces lo que sea para que los demás se sientan bien, ¿verdad? —dijo Dallas, desalentado—. Sigo creyendo que es una parte normal de esta nave. Los lados son demasiado regulares aun para una forma cambiada, por poderosa que fuese la descarga.

—Tan solo te daba mi opinión.

—De todos modos, tenemos que ir abajo, ya sea haciendo un agujero en la pared o yendo hacia atrás, para buscar otra entrada.

Miró hacia Kane, del otro lado de la columna.

—Esta es tu gran oportunidad.

El ejecutivo se quedó indiferente.

—Si así lo quieres. A mí me conviene. Si me siento generoso, hasta te hablaré de los diamantes.

—¿Cuáles diamantes?

—Los que voy a encontrar brotando de unos extraños cráteres allá abajo.

Y con un ademán señaló al fondo.

Lambert le ayudó a asegurarse la unidad del pecho, vio que el arnés estaba firme sobre sus hombros y su espalda. Tocó un perno de verificación, y fue recompensada por un tenue «bip» en el magnavoz de su casco.

Una luz verde se encendió y luego se apagó en el frente de su unidad.

—Tenemos energía. Estoy listo —dijo, echando una ojeada a Dallas—. ¿Y tú?

—Un momento.

El capitán había ensamblado un trípode de metal, sacándolo de unas cortas patas. El aparato parecía frágil, demasiado delgado para soportar el peso de un hombre. En realidad, podía sostener a los tres sin siquiera doblarse.

Cuando estuvo armado, Dallas lo movió de modo que su ápice quedó colocado en el centro de la columna. Unas abrazaderas sujetaron las tres patas al puente. De una pequeña polea y un malacate sujeto al ápice salía un delgado cable. Dallas manualmente desenrolló uno o dos metros de la brillante línea vital y tendió el extremo a Kane. El ejecutivo fijó el cable a una argolla de su traje, le dio dos vueltas para asegurarlo y dejó que Lambert lo revisara, girando con todo su peso. Se sostuvo firmemente.

—No te desenganches del cable por ningún motivo —dijo Dallas severamente—. Aun si ves pilas de diamantes brillando casi a tu alcance.

Luego revisó la unidad de cables. Kane era un buen oficial. La gravedad de allí era inferior a la de la Tierra, pero más que suficiente para acabar con Kane en caso de una caída. No tenía la menor idea de hasta dónde descendía aquella columna en las entrañas de la nave. O quizás la columna descendiera pasando por debajo del casco, hasta la tierra. Aquel pensamiento condujo a otro e hizo sonreír a Dallas. Quizás, después de todo, Kane podría encontrar sus diamantes.

—Debes salir en menos de diez minutos —dijo, en su tono más autoritario—. ¿Me entiendes?

—Sí.

Kane se sentó cuidadosamente y dejó colgar sus piernas por el agujero. Asiendo el cable con ambas manos, se empujó y quedó colgado por el cable, en mitad de la abertura. Su cuerpo parecía envuelto en aire negro.

—Si no subes en diez minutos, yo tiraré de ti.

—Cálmate. Me portaré bien. Además, sé cuidarme.

Kane había dejado de balancearse de lado a lado, y ahora colgaba inmóvil en el vacío.

—Muy bien. Mantennos informados al descender.

—De acuerdo.

Kane activó la unidad de descenso. El cable se desenrolló silenciosamente, haciéndole bajar por la abertura. Balanceando las piernas, él logró hacer contacto con los costados lisos. Inclinándose hacia atrás e impulsando sus pies contra la muralla vertical, podía caminar hacia abajo.

Manteniéndose inmóvil, encendió su barra de luz y la apuntó hacia abajo. Vio diez metros de metal oscuro antes de disolverse en la nada.

—Aquí hace más calor —informó después de una breve inspección al equipo sensorio de su traje—. Debe ser aire caliente que sube. Podría ser parte del complejo de máquinas, si todavía está funcionando. Ya sabemos que algo está dando energía a ese transmisor.

Impulsándose con los pies, se apartó del muro y, tirando del cable, empezó a descender ya de continuo.

Después de varios minutos de bajar pegándose a la columna se detuvo para recobrar el aliento. Hacía cada vez más calor conforme descendía. El súbito cambio era toda una prueba para el sistema de enfriamiento de su traje, aun cuando la unidad de su casco mantenía claro el visor. Su respiración le sonaba más alta dentro del casco, y se preocupó por lo que pudiesen oír Lambert y Dallas. No deseaba que le ordenaran subir.

Inclinándose hacia atrás, miró hacia arriba para ver la boca del agujero, redondo círculo de luz en un marco negro. Apareció un punto negro, que oscureció un bordo redondo. Una luz lejana pareció el reflejo de algo brillante y liso.

—¿Estás bien allá abajo?

—Muy bien, Sin embargo, hace calor. Puedo verte. Aún no he llegado al fondo.

Aspiró una profunda bocanada de aire y luego otro, hiperventilándose. El regulador del tanque chirrió, como protestando.

—Este es trabajo duro. No puedo hablar más.

Doblando las rodillas, con los pies se apartó nuevamente de la pared, desenrollando más cable; ya había ganado cierta confianza con respecto al medio. La columna seguía bajando continuamente. Hasta ahora no había mostrado ninguna inclinación ni cambio de sentido. No le preocupaba que llegara a ensancharse.

La siguiente vez se impulsó más fuertemente con los pies y empezó a girar más y más fuertemente de la cuerda, cayendo cada vez con mayor velocidad en las tinieblas. Su barra de luz iluminaba allá abajo. Seguía sin revelar nada más que la misma noche monótona e invariable, debajo de él.

Sin aliento, hizo una pausa en su descenso para inspeccionar los instrumentos de su traje.

—Es interesante —dijo ante el micrófono—. Estoy por debajo del nivel del suelo.

—Te entendemos —replicó Dallas. Pensando en minas, preguntó:

—¿Algún cambio a tu alrededor? ¿Las mismas paredes?

—Hasta donde puedo ver, sí. ¿Cuánto me queda de cable?

Hubo una breve pausa mientras Dallas revisaba el cable que quedaba en el carrete.

—Aún bastante. Más de cincuenta metros. Si la columna sigue descendiendo, tendremos que aplazar eso hasta que podamos traer mayor material de la nave. No habría creído que descendiera tanto.

—¿Por qué?

La voz de Dallas fue la de un hombre pensativo.

—La nave estaría totalmente desproporcionada.

—¿En proporción a qué? ¿Y respecto a qué ideas de proporción?

Dallas no tuvo respuestas para eso.

Ripley habría abandonado la investigación si hubiese tenido algo mejor que hacer. Pero no tenía. Trabajar ante el tablero de ECIU era mejor que pasearse por una nave vacía o contemplar los asientos que la rodeaban.

Inesperadamente, una realineación de prioridades en sus preguntas produjo algo en el depósito brobdingnagiano de información de la nave. El resultado apareció tan súbitamente que ella estuvo a punto de borrarlo y continuar con la siguiente serie antes de percatarse que había recibido una respuesta con sentido. Pensó: «Lo malo de las computadoras es que no tienen sentido de intuición, tan solo el sentido deductivo». Había que planear la pregunta exacta.

Ripley estudió la respuesta ávidamente, frunció el ceño y buscó más profundidad. A veces, Madre podía ser evasiva sin proponérselo. Había que saber distinguir las sutilezas confusas.

Sin embargo, aquella vez la lectura era suficiente y clara; no quedaba lugar a equívocos. Ripley deseó que hubiese lugar a confusiones. Dio un golpecito al aparato de intercomunicación. Una voz le respondió inmediatamente.

—Cámara de ciencias. ¿Qué pasa, Ripley?

—Esto es urgente, Ash.

Ripley hablaba entrecortadamente:

—Finalmente obtuve algo del Banco, por vía de ECIU. Pudo salir espontáneamente. No lo sé, eso no es lo que importa.

—Mis felicitaciones.

—Olvídate de eso —atajó Ripley, preocupada—. Al parecer, Madre ha descifrado una parte de la transmisión extraña. No está segura, pero a juzgar por lo que oí, temo que esa transmisión no sea un S.O.S.

Aquello hizo enmudecer a Ash, pero solo por un momento. Cuando contestó, su voz era tan controlada como siempre, pese a la importancia del anuncio de Ripley. Ella se maravilló de su dominio de sí mismo.

—Si no es una llamada de auxilio, entonces, ¿qué es? —preguntó Ash quedamente—. ¿Y por qué estás tan nerviosa? Estás nerviosa, ¿verdad?

—¡Puedes apostar lo que quieras! Peor que eso, si Madre tiene razón; como te dije, no está segura. Pero cree que esa señal puede ser una advertencia.

—¿Qué clase de advertencia?

—¿Qué importa la diferencia?

—No hay razón para gritar.

Ripley respiró un par de veces y contó hasta cinco.

—¡Tenemos que ponernos en contacto con ellos! ¡Tienen que saber esto inmediatamente!

—De acuerdo —convino Ash—. Pero será inútil. En cuanto entraron en la nave extraña, los perdimos por completo. Desde hace un rato no estoy en contacto con ellos. La combinación de la cercanía del transmisor extraño y la composición peculiar del casco de la nave ha impedido restablecer la comunicación, y créeme, Ripley, lo he tratado.

El siguiente comentario de Ash sonó como un reto:

—Puedes tratar de comunicarte con ellos, si tú quieres. Yo te ayudaré en todo lo que pueda.

—Mira, no estoy dudando de tu competencia. Si tú dices que no podemos ponernos en contacto con ellos es que no podemos, pero ¡maldición! ¡Tenemos que informarles!

—¿Qué sugieres?

Ripley vaciló, luego dijo con firmeza:

—Yo iré tras ellos. Les diré en persona.

—No creo que sea posible.

—¿Es una orden, Ash?

Ella sabía que en una situación de emergencia de aquella índole, el científico era de un grado superior al suyo.

—No, es cosa de sentido común. ¿No puedes entender? Usa la cabeza Ripley —dijo Ash—. Ya sé que no te simpatizo mucho, pero trata de ver esto racionalmente. No podemos sacar de la nave más personal. Contigo y conmigo, además de Parker y Brett, tenemos ahora la mínima capacidad de despegue; tres fuera y cuatro dentro. Esas son las reglas. Por eso nos dejó Dallas a nosotros a bordo. Si corres tras ellos por alguna razón, nos quedaremos aquí estancados hasta que alguien regrese. Y si nadie regresa, tampoco sabrá nadie lo que sucedió aquí.

Ash hizo una pausa y luego añadió:

—Además, no hay ninguna razón para suponer nada. Probablemente están bien.

—De acuerdo —reconoció Ripley, de mala gana—. Tienes razón, pero esta es una situación de emergencia. Sigo pensando que alguien debiera ir tras ellos.

Ripley nunca había oído suspirar a Ash, y tampoco esta vez lo oyó, pero tuvo la impresión de un hombre resignado a enfrentarse a grandes alternativas.

—¿Qué objeto tendría? —dijo Ash en tono objetivo, como si fuera la cosa más obvia del mundo—. En el tiempo que se necesitaría para que uno de nosotros llegara hasta allí, ya sabrían que se trata de una advertencia. ¿Tengo razón o no?

Ripley no contestó; sencillamente se quedó sentada mirando fijamente a Ash en el monitor. El científico la miró lentamente en respuesta. Lo que Ripley no pudo ver fue el diagrama que había en el monitor de su tablero, y le habría parecido del mayor interés…

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