Alicia

Alicia


Capítulo 3

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No tenía prisa para abrir los ojos. Su olfato no estuvo en orden hasta pasados unos segundos y aún con los ojos cerrados recordó la noche anterior y se estremeció. Olía a sexo que apestaba. Hizo una mueca y palpó las sábanas con las manos sin encontrar a nadie.

Lo primero que vio fue un molesto chorro de luz entrando por la ventana y su cuerpo desnudo entre ropa de cama revuelta. Cerró los ojos de golpe y volvió a intentarlo unos segundos después, separando los párpados despacio para dejar entrar la luz poco a poco. Ni rastro de Alina o Marcia. Se oía música lejana, voces y risas. No tenía ni idea de cuánto tiempo había dormido. Notaba los músculos encogidos y perezosos, y la boca reseca.

La puerta del dormitorio estaba cerrada. Se fue incorporando lenta y sigilosamente, como si no quisiera despertar a nadie aunque sabía que posiblemente era a ella a quien no deseaban despertar. Sin embargo, el rumor de fondo no cesaba. Se sintió pegajosa. Necesitaba una ducha. Fue al baño. Todo estaba como antes. Su pijama sucio en el suelo junto a la toalla. La recogió y la dejó en una percha antes se meterse bajo el agua. Los malditos y dichosos pezones se irguieron y le escocieron al contacto con la espuma. Sintió de nuevo placer al recorrer su entrepierna. Se mordió el labio inferior al ver que la llama aún no se había extinguido del todo. ¿Le había gustado?. Sacudió la cabeza para quitarse la idea. Dejó que el jabón se llevase los restos de la batalla mientras pensaba en lo que debía hacer a continuación. En lo que le había sucedido desde su llegada. Desde… «¡Lo que tenía que hacer era largarse de allí inmediatamente!», le dictó su conciencia.

Se secó lo mejor que pudo y salió al dormitorio. Sobre un sillón había ropa plegada. Abrió el armario y lo encontró atestado de vestidos, pero solo necesitaba ropa interior. Tuvo suerte con el segundo cajón. No hizo caso de las bragas y sostenes que caían al suelo mientras buscaba algo cómodo, no pensaba estar allí para recogerlo. El sujetador le apretaba y lo dejó donde lo había encontrado. Ignoró la ropa que le habían dejado. Cogió unos pantalones y se los probó. Demasiado ajustados. Descolgó un vestido. Le estaba holgado y, sin sujetador, iba a ir rozándose los pezones. No, sería una tortura. Encontró un sostén elástico como los que ella usaba para hacer deporte, le iba grande pero… Vio unas zapatillas. Se las puso. Le iban flojas. Nada que no se pudiese solucionar con más calcetines. Se puso dos pares. Se contempló en el espejo. No era lo que hubiera deseado, pero sería suficiente.

Abrió la puerta con sigilo. No había nadie. Pensó que si se comportaba como una fugitiva la tratarían como a una fugitiva, así que decidió ser una más. Terminó de bajar la escalinata y buscó a Alina o a Marcia. No las vio. Tampoco preguntó por ellas. Había tanta gente que podían estar en cualquier sitio. Caminó entre las mesas picoteando aquí y allá. Los canapés estaban buenísimos, había muchos y, además, de muchas clases.

Procuró que no se notase demasiado que tenía hambre. Devoró lo que pudo y aceptó una copa que un tipo alto de espaldas interminables le ofrecía. Temió que le diera conversación pero no lo hizo. Se marchó con una sonrisa. Probó el brebaje. Estaba bueno y no demasiado dulce.

Llevaba unos diez minutos engullendo bocados y ni rastro de sus ¿amigas?. Oyó una voz potente y masculina y una campanilla. El rumor creció. Dos señores delante de ella comentaron que era la hora de pasar al comedor. Miró por la ventana. El sol estaba muy bajo. No tenía intención de quedarse. Se hizo la remolona y se quedó atrás. Nadie reparó en ella. Cogió unos cuantos panecillos, un paquetito de lo que parecía fiambre y un pequeño tarro de mermelada, e hizo un paquete. No necesitó disimular porque ya no quedaba nadie. Salió por la puerta como si la casa fuese suya y bajó los escalones. Los árboles quedaban a apenas unas decenas de metros.

Las alargadas sombras la engulleron. Siguió un sendero ancho que serpenteaba. Apenas se oía el viento entre los árboles, nada que le infundiera temor. En su niñez había sido exploradora y había pasado muchas noches al raso. El crepúsculo se hizo interminable y la noche acabó llenándolo todo lentamente. No sabía qué hora era, pero estaba segura de que se había alejado suficiente de la casa. Continuó caminando. ¿Suficiente para qué?. El sendero estaba bien marcado y no podía perderse, le llevase donde quiera que fuese. Al paso que iba posiblemente habría recorrido unos ocho o diez kilómetros por lo menos. Continuó hasta unas ruinas y allí se sentó en la hierba. Desenvolvió el paquete y cenó. Devoró lo que llevaba y entonces se percató de lo cansada que estaba. No, era la digestión y la caminata. Ambas cosas. Decidió que aquel era tan buen lugar como cualquier otro para pasar la noche y se tumbó en la hierba sin poder evitar que sus pensamientos volvieran a Alina y a Marcia. A sus besos y sus caricias. Sacó la mano de entre sus piernas. No era el momento ni el lugar. Intentó relajarse y dormir.

Abrió los ojos de repente, asustada, le costaba respirar. El sol estaba ya alto en el cielo. Dio un grito. ¡Sus pechos no cabían dentro del vestido! El sujetador le oprimía demasiado. Con enorme sorpresa vio que sus pechos habían aumentado de tamaño hasta hacerse gigantescos y pugnaban por romper la tela. Se desabrochó el vestido para hacer un poco de hueco y alzó el sostén por encima de los enormes globos para aliviar la presión. Los pechos se descolgaron y ella los contempló con horror, sujetando cada seno con una mano. ¿Cómo podía ser? ¿De dónde habían salido semejantes ubres? Si ella nunca… ¡Si hasta se había planteado alguna vez pasar por el quirófano para agrandarse el pecho! Bueno, Roberto la disuadió porque a él le gustaban así, que le cupieran en las manos… Más bien pequeñas que grandes. Sin embargo, esas eran… ¡Monstruosas!

—Si quieres, te las sostengo yo.

Alicia dio un respingo al oír aquella voz y descubrir a un joven que sonreía a pocos metros de distancia. Intentó cubrirse como pudo y su gesto provocó una carcajada aún mayor en el recién aparecido.

—¿Quién eres? ¿Qué quieres? —balbuceó.

El joven aún tardó unos segundos en dejar de reír.

—Perdona si te he asustado pero no todos los días ve uno a una joven tan… Desarrollada. Me llamo Alonso, soy pastor y suelo trabajar por aquí. —El joven se acercó y le tendió la mano en un signo de amistad.

La primera intención de Alicia fue estrechársela, pero enseguida se dio cuenta de que, si lo hacía, dejaría al descubierto uno de los senos.

—No puedo… —Intentó disculpar su falta de cortesía mirando los enormes globos de su torso.

—¡Oh! Lo entiendo. Tus pechos…

—Estos no son mis pechos. Yo no los tengo tan grandes.

—Pues, por lo que yo veo… Parece que sí.

—No sé cómo ha sido. Me han crecido durante la noche, mientras dormía, yo… Yo… —Una lágrima afloró en sus ojos.

—Quizá si me cuentas qué haces aquí, y cómo has llegado… —solicitó él mientras miraba alrededor como si buscase algo.

—Llegué ayer. No sé… Conocí a Alina…

—¿Te besó?

—Bueno, sí…

—¡Oh, es incorregible esta Alina! Te besó, te hizo el amor…

Alicia abrió la boca estupefacta.

—¿Conoces a Alina?

—Y luego huiste de la casa. Es un poco descortés marcharse sin decir adiós, ¿no crees?. Y más, después de que Alina te diera tanto placer. Porque te lo dio, estoy seguro. Alina es una amante maravillosa.

—¿Tú… La conoces?

—¡Por su puesto! Todo el mundo conoce a Alina. Nadie puede resistirse a los besos de una chica tan preciosa, con unas tetas tan dulces y un pene tan encantador. Es insaciable, ¿sabes?. Nunca se cansa. Ella y Marcia, su novia… ¿Conociste a Marcia? —Hizo una pausa que no necesitó respuesta al ver los ojos de su interlocutora—. Ya veo que sí. Y seguro que te hicieron el amor hasta dejarte exhausta.

La cara de Alicia mostraba una mezcla de sorpresa y vergüenza mientras la lágrima brotó al fin y resbaló por su mejilla. Alonso se acercó, recogió la lágrima con delicadeza y se la llevó a la boca saboreándola. Entonces reparó en el pequeño tarro de cristal que ella se había llevado de la fiesta. Lo recogió y lo olió.

—¿Esto es lo que comiste anoche? —Alicia asintió con la cabeza—. Pues ya está. Por eso tienes los pechos tan grandes hoy. ¿Te duelen? ¡Oh, seguro que sí! Debes tener cuidado con esta mermelada porque luego pasa lo que pasa.

—Pero yo no… ¿Cómo puede ser?

—La mermelada está hecha con unas bayas que producen ese efecto. —Alonso estaba a su lado, de pie ante ella—. Las mujeres las toman para agrandarse el pecho durante un tiempo. No es permanente, pero hay que tener cuidado con ello porque puede resultar doloroso. Y si se toma demasiado… —En lugar de terminar la frase señaló sus pechos.

—¿Y… Cuánto dura?

—Bueno, en dosis normales, unas horas pero ¡te has tomado el tarro entero!

—¿Y qué puedo hacer? ¡No puedo ir así a ningún sitio!

—Bueno, te puedo decir lo que hacen las mujeres cuando la toman para sus maridos. Verás ellas toman un poco y, cuando sus pechos tienen el tamaño deseado, hacen el amor…

—Estás insinuando…

—Sin embargo… —continuó él levantando un dedo—, ellas procuran que sus amantes eyaculen en su boca. El semen tiene un componente que anula… —Los ojos de Alicia estaban abiertos como platos.

—¡Pretendes que te haga una mamada! —le interrumpió.

—¡Oh, vamos! Yo no pretendo nada. Yo no tengo los pechos monstruosos por haberme zampado todo un tarro de mermelada de bayas y tengo quien me lo haga. No seas desagradecida. Solo te estoy dando una solución. De otra manera tendrás que esperar, pero no sé cuanto tiempo.

Las lágrimas volvieron a inundar sus ojos. Alicia las apartó con la mano y dejó un pecho descolgarse.

—Está… Esta bien. Lo haré.

Alargó las manos y se olvidó de que sus pechos quedaban expuestos por completo. Se sorbió los mocos ruidosamente mientras desabrochaba el pantalón. Le miró buscando algo de comprensión pero recibió un encogimiento de hombros como única respuesta.

El pene de Alonso no era grande. Al menos no lo era en el estado de flacidez en que se encontraba. Trató de recomponerse un poco para afrontar la tarea. No es que fuese una mojigata o que le disgustasen las felaciones porque con su marido practicaba sexo oral regularmente y lo disfrutaba. Ambos lo disfrutaban. A Alina se lo había hecho, pero había sido por el embrujo de sus besos. Ahora… Ahora se veía obligada… Por las circunstancias. Alonso ciertamente no la estaba obligando.

Cogió el miembro. Cerró los ojos e imaginó que era Roberto a quien se lo hacía. Se metió la verga en la boca y le sintió crecer entre sus mejillas. Pensó que le haría eyacular lo antes posible para terminar aquel asunto de una vez. El pene creció de manera considerable. Grueso y duro. No le cabía en la boca. Lo sacó. Lo contempló un instante sujetándolo por la base «¡Joder, vaya polla!», pensó.

—A las chicas les gusta así. Grande y duro. Ellas me lo dicen. ¿A ti?

En lugar de responder se concentró en la tarea. Recogió la gota de líquido preseminal que brotaba del glande. ¡Era dulce! Puso sus labios alrededor del glande y extrajo más de ese delicioso néctar. Quizá fuese suficiente con ello para que sus pechos… Pero tenía un sabor muy agradable que le recordaba a las grosellas y otros frutos parecidos. Sin darse cuenta se vio lamiendo y succionando sin poder controlarse. Miró hacia arriba y vio la sonrisa y los ojos llenos de gratitud Alonso.

—Eres un ángel caído del cielo. Tus labios son maravillosos —la halagó.

Ella respondió moviendo la cabeza y gimiendo. Metiéndose una y otra vez el pene en la boca, Deleitándose con su dulce sabor mientras sentía, sin poder evitarlo, una fuente de fuego crecer entre sus piernas.

Alonso aguantaba con dificultad, la miraba y sonreía, pero ella sabía que estaba a punto de darle todo de un momento a otro. Cuando lo hizo, un gemido largo recorrió el bosque mientras la riada de miel le llenada los carrillos. Alicia lo engulló todo y siguió lamiendo, embriagada ya de placer. Con una mano dentro de las bragas moviéndose frenéticamente.

Alonso entonces se salió de ella. Alicia extrajo la mano de entre las piernas con un poco de rubor y lo observó. La empujó suavemente para que se tumbase en la hierba, apartó la tela del vestido y tiró de las braguitas para quitárselas. Ella solo miraba, incapaz de reaccionar, deseosa al mismo tiempo de tener el orgasmo al que sus dedos había estado llamando. Le separó las piernas y se inclinó ante ella para llevar la boca a la vulva.

Alicia sintió el placer inundarla de repente. La lengua de Alonso se movía como si tuviera vida propia sobre sus pliegues y castigaba el clítoris sin darle respiro. Se retorció y gimió hasta que el orgasmo la cegó haciéndola temblar y encogerse.

Abrió los ojos. Alonso estaba sentado a su lado y la miraba sonriente. Se había vestido. Ella, no. Ella tenía las bragas alrededor del tobillo y el pecho desnudo. Su pecho… ¡Dios, sus tetas tenían el tamaño de siempre! Miró a su amante y este le respondió con la mirada un «Te lo prometí».

El joven se levantó y le tendió una mano. Ella aceptó la ayuda y se incorporó. Se puso las bragas y el sostén de nuevo antes de componerse el vestido.

—¡Ni siquiera me das las gracias! —Le reprochó—. Anda ven, te enseñaré algo. —Alicia le siguió hasta lo alto de la colina. Descendieron un poco y se paró ante unos arbustos—. ¿Ves estas bayas? Las hay de dos colores, rojas y negras. Si comes las rojas, como aún no están maduras, tus tetas… —Hizo un gesto con las manos de aclaraba el crecimiento que había sufrido sus pechos—. Si comes de las negras, el efecto remite y los pechos vuelven a su estado natural.

—Entonces la… ¡Me has engañado! ¡Has abusado de mí!

—Un momento. —Levantó un dedo—. Te dije que el semen haría volver tus pechos a su estado normal. —Apuntó el dedo alzado hacia el torso de Alicia—. No te mentí. Tus pechos ahora son normales, creo. Además, no creo que te haya disgustado a juzgar por el orgasmo tan intenso que has tenido.

—¡Ya. Vaya caradura estás hecho!

—El efecto de las bayas en más lento —explicó al fin—, tarda horas y tú parecías tener cierta urgencia. ¿Quieres que te acerque a algún sitio? Tengo el «cuad» por ahí.

—No tengo ni idea de a dónde ir. ¿Puedo ir contigo?

—¡Oh, no! Sería un escándalo que nos vieran juntos. Te dejaré cerca del pueblo.

—Vale. Esta bien. Lo que digas. Y, oye… Gracias.

—Ha sido todo un placer.

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