Alice in Wonderland

Alice in Wonderland


Alice in Wonderland

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Charles cambió su nombre por el de Lewis Carroll y se dedicó a la historia con entusiasmo y dedicación. Entre esas páginas la pequeña Alice se había convertido en inmortal y, sobre todo, podía viajar a ningundonde y romper las barreras de las dimensiones. En su mundo de papel, Alice estaba libre. Lewis no tuvo vida fácil, constantemente acusado de pedofilia y de desviar las mentes de los niños. Pero la gente estaba equivocada.

Lo conocía bien. Después de todo, soy el resultado de su locura. Cuando, después de décadas, Lewis vio Alice Liddell ya grande y casada, se dio cuenta de haber tomado la decisión correcta. Él y ella se habían quedado como niños en ese libro y, con eso, todos aquellos que lo habían leído.

Pero en su corazón albergaba la aflicción y la desolación. Viejo y solo, sentía la necesidad de una compañera con la cuál cruzar una vez más el umbral de Wonderland.

Una bruja, una magia antigua y un libro. Fueron el principio de todo.

Y así nací yo.

Alice.

Capitulo 1

"Edmund, soy yo, Alice."

Sus ojos estaban flotando en el vacío; Podía percibir en ellos una tal pérdida, que tuve miedo que me hubiera olvidado.

"Alice...", susurró, llevándose las manos a las sienes. Movió la cabeza y me miró. Movió apenas sus labios, pero cualquier cosa que estuvo a punto de decir se le quedó atrapada en la garganta, como una pieza de pan que hayas comido con demasiado entusiasmo.

"Sí, Ed. ¿Recuerdas?"

Un grito me desgarró el corazón. Él no se acordaba de mí.

No sabía qué hacer. Actué por instinto. Puse mis brazos alrededor de su cuello y lo apreté, sintiendo mi alma combinarse con la suya, como dos soluciones químicas en un alambique.

"¿Te acuerdas de eso?", Le susurré al oído.

Una descarga eléctrica corrió entre nuestros cuerpos, haciéndome vivir de nuevo con la memoria nuestro pasado, nuestras promesas, nuestros sueños.

Se llama alquimia, ese tipo de energía que vibra entre las personas. Está allí, debajo de la piel. Espera una mirada o un toque para convertirse en materia. Él y yo éramos como hilos invisibles de la misma madeja.

Edmund me apretó también y me dijo: "Loca, loca de atar." Me levantó agarrándome por la cadera y se río como un niño.

Se estaba acordando.

Edmund era el mismo, y sin embargo era diferente. Su rostro estaba demacrado, los ojos más cansados y su ropa que traía puesta siempre tan elegante, ahora estaba llena de parches y agujeros. Pero él iba a volver a ser como antes; hubiera sido suficiente un aguja, hilo y un trozo de tela. Iba a ser otra vez un príncipe loco y hermoso.

Recordé que me estaban persiguiendo. Me volteé, y no vi a nadie.

"¿Cuál es el problema?", Preguntó Edmund.

"Alguien me estaba persiguiendo."

"¿Quién?"

Mi mente comenzó a aclararse. Me pareció irónica la idea de estar tan cerca de descubrir quién era yo.

"Algar". Contesté.

"¿La oruga?"

"Exactamente él."

Caminamos de la mano, mientras que un grupo de nubes se inflaban y suspiraban como una ballena. Una red de rayos cruzó el cielo y empezamos a correr en busca de refugio.

La lluvia goteaba desde los techos y fluía como una cascada desde las canaletas. El tintineo del agua parecía como la danza de una bailarina con zapatillas de cristal. El olor a cobre y asfalto me daba cosquilla en mi nariz. La Torre de Londres parecía una aguja negra suspendida en el cielo.

Faltó poco para que nos mojáramos de pies a cabeza, pero, afortunadamente para nosotros, Edmund encontró refugio debajo de un puente. Se había acostumbrado a adaptarse a todas las condiciones, incluso las más extremas. Nos sentamos sobre dos ladrillos irregulares, mientras que el agua oscura y grasosa fluía por debajo de nuestros pies. Un chillido me hizo estar rápidamente de pie. Miré hacia abajo y vi la carcasa brillante y pulida de una cucaracha que se arrollaba en el agua. Dejé escapar un grito.

"Hey, es sólo una cucaracha," me aseguró el.

"¿Sólo? Es repugnante... “Me estremecí, alejando mi pie de ese ser.

"Si supieras cuántos he visto así."

Mis ojos se abrieron. "¿Dónde?"

"¿Dónde crees que haya estado antes de ahora?"

"No tengo ni idea. Me duele no saberlo”.

Se quedó mirando a un punto en el vacío. Yo seguí la trayectoria de su mirada, tratando de averiguar lo que estaba observando. Mientras tanto, la cucaracha desapareció en el riachuelo.

"No me ha ido muy bien en este periodo, ¿sabes? He vivido en un lugar público que compartía con otras veintitrés personas. Todos amontonados en una habitación como sardinas. ¿Te lo puedes imaginar? Sin agua, sin leña para quemar y calentarnos, ninguna comodidad. Estábamos refugiados allí y nos dirigíamos en las calles con el fin de buscar algo para comer”.

Yo estaba en shock. "¿Por qué no te escapaste?"

"Porque no sabía a dónde ir. Además no recordaba quién era yo".

Enganché mi brazo con el suyo y le toqué la mano. "Lo siento."

Yo había tenido todo, con los Richardson, él no había tenido nada de nadie. Me sentí tonta y chiflada.

Me agaché en su pecho, como cuando nos sentíamos perdidos. Cuando la realidad parecía aniquilarnos y el recuerdo de casa estaba demasiado lejos, para poderlo alcanzar.

"¿Por qué te estaba persiguiendo?" Hacía referencia a Algar.

Su pregunta no tenía respuesta. Yo no lo sabía. Levanté mis hombros y me puse en cuclillas como un gatito.

"Pero, ¿qué nos pasó?", Continuó.

"¿No sabes?"

"Todo está confundido, Alice. Recuerdo nuestro pasado, pero no tengo ninguna idea clara de cómo hemos llegado hasta aquí”.

"Yo sí, o a lo mejor creo saber lo que nos pasó."

"Vamos, dime."

Levanté mi barbilla para mirarlo a los ojos. "Creo que después de la muerte de Lewis cada uno de nosotros haya perdido la memoria. No me preguntes por qué, pero creo que estábamos todos relacionados con él, como sus criaturas. Y una vez que él se salió de este mundo, hemos perdido lentamente los contactos con él y con Wonderland.

"¿Por qué tú sabes y yo no? ¿Y por qué fue suficiente que me tocaras para que todos me volvieran a la mente? "

"No estoy segura, pero creo que tocarte nos ha despertado de una especie de letargo. Después de todo, somos la clave para Wonderland, el país de las maravillas”.

Tomé el colgante en mis dedos y se lo mostré. "¿Te acuerdas de él? Lewis me lo había regalado. Él creó ese lugar para mí, existe para mí. Todo ha sido claro cuando nuestros cuerpos chocaron. ¿También tú has advertido un choque cuando te abracé?

"Él asintió con la cabeza.

Me quedé pensando por qué no funcionó con Algar.

"¿Fue lo mismo con Algar?", Me preguntó como si hubiera sondeado mi mente. Muy seguido él leía adentro de mí y cada vez me desorientaba.

"En realidad no. Me acordé de él desde el momento en que te toqué a ti. Hasta hace unos minutos él era sólo un idiota que me estaba persiguiendo. Y su toque, de hecho, incluso me hacía olvidar... "

"¿Incluso?"

"A ti".

Se quedó desconcertado.

"Me había hecho olvidar que yo era Astrid y no me acordaba de como Mariana había llegado a la Green House. Tal vez su encuentro ha provocado un proceso inverso. Me pregunto si él sabía quién soy”.

"Tú me confundes. Quienes son Astrid y Marianna? "Miró hacia el cielo.

"Discúlpame. Estar al lado de Algar me hizo un terrible efecto”.

"¿Pero por qué estabas con él?"

Un poco de celosía tomó vida en su voz y yo estaba casi satisfecha. Pero al mismo tiempo me daba vergüenza de mí misma. Sin darme cuenta de todo, yo estaba dando mi corazón a otra persona. A alguien que probablemente me estaba mintiendo.

"No puedo explicártelo. Creo haber visto en él un punto de apoyo”.

"¿Un punto de apoyo para qué?"

"Para olvidarte. Y de hecho lo había logrado".

"No te entiendo."

"Mira, desde el momento en que te vi en la sastrería de Masetti, entendí que ibas a ser el único que me podía dar las respuestas que estaba buscando. Sensaciones, nada más. Tú también habías perdido la memoria, como yo. Eras el único que me podía entender. Y así, desde ese día yo esperaba encontrarte, para hablar contigo. Te transformaste en mi obsesión. Cuando me dijeron que habías huido, ya no tenía ninguna razón para permanecer allí donde estaba. Así que yo también me escapé. En busca de ti a lo mejor. O de otra vida, de otro yo. Y cuando llegué a Londres, me encontré con Algar. Él trató de convertirse en mi amigo y... "

Él puso sus manos en las caderas. "¿Y entonces?"

"Entonces, con el paso de los días empecé a olvidar a ese chico conocido en la sastrería. Eso es todo”.

"¿Te tomó tan poco tiempo olvidarme?"

Él, también, me había olvidado. ¿Qué derecho tenía de dirigirse hacia mí con ese tono? Lo más probable es que en su lugar yo habría tenido la misma reacción, aunque sin fundamento. Me sentí aún más culpable de lo que ya me sentía. "Ed, tu habías desaparecido. Pero cuando te vi desde la ventana de la Green House, perseguido por una barra de mantequilla... bueno ', ahora te he encontrado de nuevo, y has dado vuelta a mi pasado. Y, como ves, yo tenía razón a considerarte la clave de todo".

Su expresión se suavizó. "Estamos unidos por la locura. “No era sólo la locura a unirnos, pero no dije nada. Suspiré y volví con el oído en su corazón. Sus latidos perfectos me comunicaban quietud, eran música para mí. Él apoyó su barbilla sobre mi cabeza y nos dormimos, dejándonos mecer por las notas de la lluvia.

Capítulo 2

Guildford, 14 de Enero de 1898

El viento aullaba entre las rendijas de las ventanas. La nieve caía sobre los vidrios y bordaba cortinas blancas helada.

Me levanté de la cama y grité.

Una punzada corrió a través de mi corazón y me sentí morir. Fui a llamar a Edmund en la habitación contigua a la mía, descubriendo que él también tenía el mismo problema.

Me oprimí una mano al pecho y una oleada negra y densa se materializó en la palma de mi mano. Mi corazón de tinta estaba llorando.

Entendí lo que había sucedido.

No quería creerlo, pero tenía que aceptarlo. Lewis estaba muerto.

Corrimos a su habitación y lo vimos sin vida.

Nuestro amigo, padre y hermano Lewis ya no estaba con nosotros. Lloré lágrimas negras en el pecho de Edmund mientras que Rupert y Elfrida se precipitaron en la habitación. Recuerdo que Algar se mantuvo debajo de la puerta. Tal vez no tenía el valor de entrar.

Al día siguiente seguimos el ataúd en el carro negro, que se arrastraba en la nieve. Nos parecía derretirnos. Todos.

Los cascos de los caballos se hundían, dibujando en las calles blancas, surcos profundos.

Cuando llegó el momento de bajar en la tierra húmeda, sus restos, algo en mí se rompió. Me mordí el labio y sentí un frío tan grande en mi alma como si se estuviera congelando. No calculé las consecuencias de mis actos, no pensé que iba a haber alguna.

Simplemente huí.

A partir de ese momento yo fui prisionera del olvido y de la locura. Al igual que yo, los demás también habían olvidado todo.

Fue suficiente la muerte terrenal de Lewis para destruir Wonderland.

* * *

Sin embargo, nosotros creíamos que nada podía alterar la maravilla de nuestra nueva existencia.

El querido Lewis nos había dado la vida dos veces: la primera, escribiendo su libro; la segunda, haciéndonos salir del mismo.

Cada vez que nos contaba cómo nos había transformado en seres reales, sus ojos se iluminaban de un encanto que lo convertían en un niño. Pero, después de todo, él era realmente un niño.

Era una noche de verano cuando Lewis fue en busca de alguien que pudiera hacer realidad su sueño. Sinceramente, creo que él quería materializarme sólo a mí y Edmund y en su lugar se encontró el hogar lleno de todos los personajes de Wonderland. Bueno, quería compañía y fue ampliamente satisfecho.

Le habían hablado bien de dos brujas que ejercían sus mágicas actuaciones en un circo al oeste de Yorkshire. Se decía que cumplían verdaderos milagros. Desesperado, Lewis creyó en esos rumores que gravitaban alrededor de estás misteriosas figuras. Las hermanas Fox, así se llamaban aquellas médium con poderes excepcionales.

Las mujeres lo recibieron con los honores debidos a un hombre de su reputación. El libro había tenido un éxito considerable en Inglaterra y todos hablaban de él en los salones importantes de Londres.

Una de ellas tomó el libro y lo abrió en el medio, sobre una mesa redonda. Lewis nos contaba que el carro nómada donde vivían las médium era oscuro y sombrío, y que los ojos de éstas mujeres brillaban en la oscuridad como pequeñas joyas en un cofre. La mujer tomó la mano izquierda de Lewis y trazó una línea de sangre con un alfiler de oro que tenía en su pelo. Las gotas carmesí llovieron con fuerza sobre las páginas blancas y se derramaron como pequeñas raíces, tiñendo el papel de rojo. Una nube escarlata vaporizó el ambiente y el libro desapareció, desmaterializándose en mariposas rojas y azules.

"Ahora regrésate a tu casa, soñador," le dijeron.

Incrédulo, Lewis se tocó su muñeca que milagrosamente no presentaba ninguna cicatriz. Regresó lleno de esperanzas en su mansión de Guilford; Él nos encontró allí. Cada uno de nosotros había asumido forma humana, o casi.

El conejo blanco, el gato de Cheshire, la oruga y Humpty Dumpty se habían convertido en humanos.

En un primer momento vivimos allí en su casa, pero a las muchas sospechas sobre la conducta moral de Lewis se estaban juntando aquellas relacionadas con la presencia de gente cuestionable en su casa. Por lo tanto, nuestro amigo encontró para cada uno de nosotros un lugar en el mundo. Bueno, algunos de nosotros quisieron quedarse con él, como yo, Edmund, la Reina Roja y Algar.

Rupert había abierto una pequeña tienda de relojes en Londres. Brent, Rent, Lawrence y Wade habían encontrado asistencia en el circo de las hermanas Fox.

Todos los demás estaban dispersos por toda Inglaterra y poco a poco cada uno se olvidó del otro. Así como me pasó a mí con Edmund.

Capitulo 3

Las campanadas del reloj del Big Ben nos despertaron con un sobresalto.

"Y ahora, ¿qué propones hacer, Edmund?"

"Eres tú la que siempre tiene buenos consejos."

"Bueno, esta vez no tengo ninguno. ¿A dónde iremos? "

"Yo me preocuparía más en descubrir porque Algar te estaba persiguiendo."

Levanté una ceja. "¿Celoso?"

Él se rascó la nariz. "¿Quién?"

"Tu"."

"¿Yo?"

"Sí."

"¿Por qué crees que yo sea celoso?"

"Dímelo tú."

"La celosía es una forma de obsesión hacía las cosas y las personas. Creo que, incluso, sea fascinante estar obsesionado por algo. Tener una fijación es muy cerca de tener un propósito".

"¿Con esto quieres decir que yo soy tu propósito?"

"No, yo sólo expresé mi visión de la celosía. Pero ahora que no sé qué hacer ni a dónde ir, no me parece muy útil tener una obsesión".

"Creo que no te entiendo."

"Que extraño, sin embargo estás en frente de mí."

"Quiero decir, no creo entender tu discurso."

"Lo que tu mente no entiende es de lo cual te defiende."

"¿Mi mente quiere protegerme de tus discursos?"

"Ah, yo quisiera que me defendiera a mí de mis discursos."

Resoplé.

Casi nunca salía ilesa de sus razonamientos. La mayoría de las veces terminaba con un gran dolor de cabeza. Creo que lo hacía a propósito, me confundía, porque no quería que habláramos de ciertas cuestiones. ¿Cuándo iba a dejar sus esquemas para dejarme entrar?

Nunca entendí por qué tenía tanta dificultad en expresarme sus sentimientos, a pesar de que eran tan claros y límpidos como gotas de rocío expuestas al sol. Los dos sabíamos que lo que nos unía iba más allá de la mera amistad. Sin embargo se quedaba callado y continuaba a comportarse como si fuéramos niños.

"Es sólo que me gustaría entender el por qué. Tal vez a diferencia de nosotros él nunca se olvidó. Tal vez quería que recuperarás tu memoria ", continuó.

"Entre todos nosotros, Algar siempre ha sido el más previsor. Probablemente ha mantenido la memoria como tú dices; y no, no me perseguía porque quisiera ayudarme. Creo que más bien estaba intentando obstaculizarme. Te lo dije, me hacía olvidarme de todo. El humo de su pipa me mareaba".

"¿Todavía fuma?"

"Más que cuando vivía en Wonderland." Y nos pusimos a reír.

"Hey, ¿qué es lo que tienen en común un cuervo y un escritorio?"

"¿Otra vez con este acertijo?"

"Lo que quieres saber, sabrás, si este acertijo adivinarás."

Me sacó la lengua y corrió como una flecha. Lo perseguí y nos encontramos para comportarnos como dos niños. Yo lo amaba con locura, pero no tenía el valor de decirle. Yo no estaba lo suficientemente loca, tal vez. O lo era tanto para mantener todo en la oscuridad. Después de todo, yo no lo podía culpar.

Mientras que estábamos caminando por las calles de Londres, pensé a Prudence.

Le pregunté a Edmund si me quería acompañar a echar un vistazo, así que regresé a ese lugar de miedo. Para mi sorpresa, la Green House parecía la misma del día anterior.

Entramos y el clásico sonido de las campanitas me tranquilizó. El humo había desaparecido. El papel pintado color verde agua brillaba como si hubieran acabado ahora de pegarlo. Prudence nos recibió con una amplia sonrisa.

"Bienvenidos a la Green House".

"Prudencia", dije.

"Disculpe, ¿cómo sabe mi nombre?"

Me detuve respirando con dificultad. Los niños irrumpieron en la sala y pasaron a mi lado sin reconocerme

"¿No te acuerdas de mí?"

"Lo siento, pero no. ¿Qué desean? "

"¿La habitación dieciocho está libre?"

"¿Por qué exactamente la dieciocho? Pero sí, está libre. ¿Quieren reservarla?"

Parecía que Algar había desaparecido y no había dejado ningún rastro. Pensé que si le preguntaba a Prudence de Algar, ella ni lo hubiera recordado.

"Me gustaría echar un vistazo a la diecisiete," comenté.

"Acaba de pedirme la dieciocho", protestó.

"Lo sé, estoy confundida. Podía verla, entonces?

"Prudence frunció el ceño, como quiera agarró la llave detrás de ella y nos acompañó por las escaleras.

La habitación era la misma, nada había cambiado. Incluso me pregunté si debajo de la cama estaba todavía el sombrero de Edmund.

Los niños corrieron en el rellano y, como siempre, comenzaron a bailar y gritar alrededor de nosotros, clientes hipotéticos. La pequeña Linsey me miró fijamente y pareció casi reconocerme.

"Hola pequeñita," le dije, tratando de disipar mi duda.

Ella me hizo una pequeña reverencia. "Buenos días."

"¿Cuál es tu nombre?", le pregunté, sabiendo ya su nombre.

"Lindsey."

"Y mi nombre es...”

"Marianna," ella me interrumpió dejándome en suspenso.

«¿Come lo sabes?»

El grupo de niños continuó persiguiéndose por las escaleras y uno de ellos se cayó hacia abajo.

"Oh, por el amor de Dios", dijo Prudence. "Discúlpenme, vuelvo enseguida."

"Te soñé", dijo ella. De inmediato corrió escaleras abajo hacia los hermanitos.

Me quedé con la boca seca. Ella me había soñado.

"¿Porque le dijiste que te llamas Marianna?", Preguntó Edmund.

"Al rato te explico." Estábamos solos, y ese era el momento adecuado para actuar. "Quédate ahí y dime si llega," le dije.

"¿Qué haces?"

"Estoy buscando tu sombrero."

Su rostro se iluminó y yo fui muy feliz de encontrar su cilindro donde lo había dejado. Lo tomé y se lo di.

Él se lo puso lentamente y con dignidad, como si fuera un rey y su sombrero una corona.

Prudence volvió hacía nosotros, sin aliento.

"Les pido una disculpa, ¿siempre si quieren esta habitación?" Estaba tan cansada por culpa de esos tres pequeños demonios que no se dio cuenta que ahora Edmund traía puesto el sombrero. Pobre mujer.

"Disculpe, volveremos más adelante. Que tenga un buen día," dije.

"Bueno', ¿me quieren volver loca?” Dijo ella.

"Nosotros ya lo estamos, y no está nada mal, ¿sabe?", Dijo Edmund.

Lo agarré por la manga y huimos.

"¿Quieres explicarme?", dijo él.

"Yo vivía allí antes, y ahora nadie se acuerda de mí. ¿No es extraño? "

"¿Qué no lo es, en este mundo?"

"La niña parecía conocerte, sin embargo."

"Sí, no sé cómo. Pero creo que ella piensa haber soñado conmigo".

"¿Tal vez ustedes están conectadas?"

Reflexioné. "Los niños no son tan diferentes de los locos. Son libres, francos, imaginativos. Ella y yo estábamos relacionadas, sí. Y nos entendíamos. Tal vez lo que ella sentía por mí se ha cambiado en la memoria de un sueño, aunque haya estado real tanto como las paredes de la Green House. Y creo que tú tienes razón: Algar me está ocultando algo”.

"¿Qué vas a hacer?"

"Encontrarlo."

"Alice, Londres no es Guildford. Déjalo allí donde está. Más bien, yo buscaría un camino de regreso a casa”.

"¿En la villa de Lewis?"

"No. A Wonderland".

Me quedé inmóvil.

¿Cómo podríamos volver? La idea era una locura, y sin embargo era la única opción para nosotros, siempre demasiado sobre las líneas para una sociedad tan respetable como esa.

Lewis primero había pagado las consecuencias.

"Me encantaría. Si sólo existiera una manera".

"Piénsalo, ¿cómo hizo la Alicia del libro para entrar en el mundo de Wonderland, en el bajo Mundo?"

"Me caí por el agujero del conejo blanco."

"Eso".

Lo miré, desconcertada. "¿Cuál es tu punto?"

"Si Rupert te ha llevado una vez, tal vez pueda hacerlo de nuevo."

En la locura de Edmund siempre había un destello de genio. Después de todo, los locos eran los mejores, según él. Y yo compartía plenamente su pensamiento.

* * *

Rupert... Yo sabía dónde encontrarlo. Que tonta había sido. Yo lo había conocido, cuando Prudence me había enviado con él para arreglar su reloj. El taller de Rupert Wells estaba abierto. Edmund empezó a mirar a su alrededor, con admiración y asombro, pegando las orejas a todos los relojes de péndulo y relojes de cucú, que desde el día de mi visita parecían siempre más.

Rupert abrió los brazos. "Oh, bueno, bueno, bueno. Bienvenida de nuevo! "'Rupert, ¿te recuerdas de mí?”

"¿Su reloj le ha dado más problemas?”, preguntó.

No, no recordaba nada en absoluto.

El Sombrerero y yo nos intercambiamos una mirada. Edmund susurró, ocultando su boca con una mano, "Tócalo, a lo mejor funciona también para él. "De hecho, en el encuentro anterior con Rupert no hubo algún contacto físico y tal vez, como suponía Ed, de esta manera podía acordarse de todo.

Me acerqué al mostrador y alargué mi mano. "Alice, mucho gusto", me presenté.

Rupert me miró, sorprendido. "Pensé que ya habíamos hecho las presentaciones, señorita. Rupert Wells, para servirle.

"Nuestras manos se tocaron, y como en el caso de Edmund, sentí una descarga eléctrica pasar de mi mano a la de Rupert.

Él abrió los ojos y se apartó de mí. Se pasó los dedos por la frente y gritó, "Alice, por mis bigotes y mis orejas, ¿dónde estabas?"

«En un lugar donde no hay memoria.»

"Y yo... ¿qué me pasó?" Se tocó el pecho y levantó sobre la frente las gafas con lentes negros. Sus ojos de color rosa me miraron con sorpresa. Por eso traía puesta las gafas oscuras. Me acordé que cuando salió del libro, Rupert había mantenido los ojos de conejo y también otro pequeño detalle: la cola. Un apéndice blanco y peludo por la cual estaba obligado a que le hicieran los pantalones sobre medida. Edmund se los cocía. 

Wade también tenía un recuerdo de su existencia en Wonderland: un par de orejas puntiagudas, cubiertas de pelo. Además, era el Gato de Cheshire.

Rupert se acercó a mí y me abrazó. "Qué alegría verte, dulce amiga. Perdona si no te muestro mi entusiasmo, pero de repente me siento perdido. La última cosa que recuerdo es el ataúd de Lewis avanzando en la nieve y tu rostro en lágrimas, hacia mí. “Movió hacía adelante la cabeza, como si fuera demasiado pesada.

"Vas a recordar todo, poco a poco," Lo tranquilicé.

Edmund se acercó y le dio una palmada en el hombro. Le contamos todo y él escuchó cada palabra, como si fuera una pieza indispensable del rompecabezas que estábamos reconstruyendo juntos.

Le dijimos lo que había hecho Algar. Él movió su cabeza. "Sinceramente, si me lo esperaba de él."

"¿Por qué dices eso?", pregunté.

"Nada de que tengas que preocuparte, hija. Pero, dime, ¿dónde están los demás? "

"No lo sabemos", dije.

Edmund se aclaró la garganta. "Alice y yo queremos volver a Wonderland. ¿Puedes ayudarnos? "

El relojero frunció el ceño, se humedeció los labios y limpió una lente con un pañuelo que guardaba en el bolsillo.

"Lo que me piden es casi imposible."

"¿Qué quieres decir con casi imposible?" Dijo el Sombrerero. "Nada es imposible, siempre y cuando lo creas así."

"Aquí estamos en el mundo real. Las cosas inverosímiles existen. No es suficiente cruzar una puerta y encontrarse en el otro lado en un mundo de maravilla”.

"¡Pero tiene que haber una madriguera, un agujero o algo así, donde podamos caer adentro!", Estalló Edmund, hurgando en los bolsillos de Rupert.

El relojero se recompuso y se estiró el chaleco. "Por mis bigotes, deja en paz mis bolsillos."

"Lo siento, estaba buscando tu madriguera."

"¿En mis bolsillos?"

El Sombrerero se encogió de hombros.

"¿Me veo como un conejo?" dijo Rupert.

"Bueno, la cola allí está." Se dobló por la risa.

El relojero frunció el ceño y lo miró de soslayo. "No se puede razonar con los locos. No se puede sacar nada bueno de un loco, excepto la locura que te lleva lejos".

"¿En serio no puedes ayudarnos?", Pregunté yo.

"Dulce amiga, no sé cómo. Deberíamos preguntarle a las hermanas Fox, las brujas que nos transformaron en seres reales".

"Vamos con ellas, entonces," Sugirió Ed.

"Cabezón de un sombrerero, loco como un caballo con la fiebre del heno. Ambas están muertas”.

Yo tenía ganas de llorar. No sólo por ellas, que básicamente ni siquiera conocía. ¿Pero cómo íbamos a encontrar una solución sin su ayuda?

"Tal vez no será tan sencillo regresar", admitió Edmund.

"Exactamente, muy bien. A menos que tú no quieras volver atrás en el tiempo y preguntarle, "dijo, con sarcasmo.

Luego se quedó en silencio.

"Ahh, el viejo Leonard sabría qué hacer", suspiró el Sombrerero.

"¡Ese tonto de la Liebre de Marzo!", estalló Rupert.

Yo me acordaba muy bien, él era otro del grupo de los locos. Era uno de los mejores amigos de Edmund. Cuando era la hora del té, ellos se divertían a actuar como malabaristas con las tazas. Una vez Lewis se había vuelto loco, permaneciendo en el tema. Leonard estaba haciendo volteretas en el aire a unas cuantas tazas del servicio precioso que Lewis había recibido como regalo de la reina. Las porcelanas finas resonaban cuando tocaban el aire y caían sobre sus palmas. Una de ellas voló más arriba que las otras, quebrándose en contra del lampadario de cristal, en un puñado de polvo de azúcar.

"Leonard!", Había gritado nuestro creador.

Era muy raro verlo enojado y, después de ver la pequeña taza hecha añico, la cara se le puso toda roja, como si el cuello de la camisa de repente hubiera sido demasiado estrecho.

Leonard y Edmund se habían volteado hacia él y palidecieron, dejando caer ruidosamente todas las otras piezas del juego de porcelana.

La caída de los fragmentos me había puesto la piel de gallina. Sin embargo, eso no sirvió para despertar de su sueño de la tarde a Gaylord. Ese hombre seguía siendo un lirón, aunque no en su apariencia: dormitaba en cualquier lugar.

"¿Pero dónde tienen su cabeza?" Gritó Lewis.

Leonard río. "¡La perdimos!"

Lewis entendió que era inútil enfurecerse, sólo iba a empeorar su sistema nervioso. Había sacudido la cabeza e hizo un gesto con la mano. "A partir de ahora en adelante, los dos tomaran té en tazas de hojalata", comentó, indicando a ambos.

Edmund había reído. "¿Y tú nos quitarías el gusto de la porcelana fina entre los dientes?"

"Ah, locos! ¿Por qué busco razonar con ustedes? "

"Lewis, ¿Te gustaría un poco de té?", le Pregunté.

"Y con cuales tazas, Alice?" Resopló él. "Estos dos han destruido casi todas las piezas."

"¡Podemos siempre beberlo adentro de los zapatos!" Leonard se había quitado un zapato y había vertido adentro un poco del té de la tetera. “Con sabor a sándalo. De hecho, no... A mocasines".

Es inútil decir que todos empezamos a reír, incluso Lewis.

Volví al presente. La tienda estaba animada simplemente por el oscilar de los péndulos y el repiqueteo furioso de las manecillas. Un destello de genio brilló en los ojos de Rupert.

"Viejo zorro, conozco esa mirada", dijo Edmund.

"No pongas en el medio zorros o lobos, para mis oídos."

"Está bien, lo siento. ¿Vieja liebre, es mejor?" Ed aumentó su sonrisa y me contagió, haciéndome reír.

Rupert hizo un gesto con la mano y tocó el reloj que tenía colgando de su bolsa izquierda con una cadenita en latón.

"¿Podemos saber en qué estás pensando?" Preguntó el Sombrerero.

"La paciencia no es la virtud de los locos, ¿eh? Quieren todo y de inmediato, no quieren disfrutar de la espera”.

"Yo no elegí mi cabeza, es mi cabeza que me ha elegido para ser así." Él inclinó su cabeza y sus rizos rojos se agitaron bajo el ala de su sombrero. Había sido una verdadera suerte recuperarlo. Yo no sería capaz de imaginarlo sin bombín.

"Pensaba."

"¿Qué, diablo de conejo?"

"El tiempo...”

"¿Y entonces?", dije yo.

"Puedo hacer retroceder las manecillas del reloj y hacerlos regresar a la época en que las hermanas Fox estaban vivas."

Capítulo 4

"Así que yo sería el loco, ¿entiendes?", Dijo Edmund con una mueca.

"Rupert, por amor de Dios. ¿Qué has dicho? ", Pregunté.

El relojero se fue hacía la esquina y tocó el marco del gran péndulo que Will estaba mirando la mañana en que entregamos el reloj para reparar. Lo levantó con dificultad y lo cargó en sus brazos hacía nosotros.

Él nos hizo señas de seguirlo en la trastienda. "Vengan."

Dejó en el suelo la caja e inspeccionó el bolsillo. Sacó una llave y la insertó en la cerradura cincelada de una puerta, que  no tenía manilla. Las muecas en el dintel de la puerta recordaban las raíces de un árbol que se entrecruzaba, formando diseños concéntricos y perfectos. La llave giró en la cerradura y la chapa se movió hacía adelante. Me quedé mirando sorprendida mientras que Rupert sacaba del bolsillo la misma herramienta que había usado para reparar el reloj de Prudence. O eso es lo que pensaba. Pegó el pequeño cilindro y una pequeña luz de color azul se prendió, produciendo un silbido metálico. La puerta se abrió lentamente y cruzamos el umbral.

"¿No era suficiente una cerradura normal?" preguntó Edmund.

"No, no en absoluto. Nadie debe abrir esta puerta excepto yo. No tienes idea de lo que hay escondido aquí." Él sonrió con los ojos y movió el péndulo. "¡Admiren!"

La tienda que apenas habíamos dejado era sólo la punta de un diamante. La habitación estaba en penumbra, pero sentí que tenía que ser enorme a juzgar por el eco producido por mi respiración. Había un olor penetrante, parecía aceite del motor. Ya lo había olido una vez, cuando el colega de Greg había llegado a la casa por Navidad. Su automóvil sin caballos había crepitado parándose en la entrada y había producido una lumbre de humo. Algunas gotas se habían derramado de lo que Greg me había informado ser el tanque. Y tenía el mismo olor de aquella sustancia que se encontraba ahora en la trastienda.

El relojero bajó una palanca que estaba a la entrada, y nos enseñó algo que nos sorprendió. En las paredes estaban instaladas unas antorchas con base de cobre, y arriba tenían bombillas de forma ojival. Desde su interior iluminaba una chispa azul. Zarcillos de luz se irradiaban por todo el ambiente.

Me quedé con la boca abierta. Di un paso y tuve que esquivar con mis pies un montón de tornillos y pernos que estaban apilados en el suelo, compuesto de azulejos multicolores. Los altos techos te quitaban el aliento y te daban mareos. Tenía la impresión de estar dentro del vientre de un barco porque pilares de acero se extendían desde el suelo y se disparaban hacia arriba.

Rupert sacó una cadena que también se encontraba en la entrada y el techo se abrió. Dos espesos paneles de cobre se separaron y nos mostraron un tragaluz desde el cual se podía ver el cielo. Cada recorte de vidrio era una lente que permitía observar las estrellas como si estuvieran en tu propia mano.

En el centro de la sala grande, cubierto con un paño negro, se encontraba un misterioso objeto de un tamaño considerable.

Rupert se acercó y quitó un faldón, deslizando la tela con un sonido que me recordó el silbido de un reptil.

"Pero qué diablos..." fue la expresión de Edmund que se acercó al monstruo mecánico rascándose la cabeza.

"Está bonito, ¿eh?", Dijo orgulloso nuestro amigo.

Yo tenía mis dudas que esa masa de chatarra fuera bonita, ni siquiera sabía lo que era. Parecía una enorme tetera de cobre con ruedas, cuyas articulaciones habían sido fijadas con pernos de latón. El mango estaba hecho de una serie de ruedecillas, con un complicado sistema de poleas y contrapesos. En el centro estaba un nicho rectangular, probablemente diseñada para insertar algo. A un lado estaba un pequeño panel con botones luminosos y una serie de llaves en forma de mariposa. La cubierta era un cilindro de metal rojo, coronado por una especie de hongo de no sé qué otra liga metálica, conectado con una bobina que estaba conectada con uno de los dos picos de la tetera.

Rupert puso el péndulo en el espacio vacío. Efectivamente, parecía hecho especialmente para eso. Hizo girar la llave, pulsó unos botones y la caratula del reloj se iluminó. Un haz de luz eléctrica pulsó en la espiral, y pudimos oír un sonido argentino que nos hizo temblar. El monstruo de hierro se movió y murmuró, las láminas que lo cubrían raspaban una contra la otra. Bocanadas de gas se levantaban desde el pico, que parecía toser.

"Chavos", dijo, volteándose hacia nosotros. "Esta es mi máquina del tiempo."

Edmund se rió, fastidiando a Rupert con su codo. "¿Tenemos que tomar el té con el ejército británico de la reina Victoria o viajar en el tiempo?"

"Otra palabra sobre mi máquina y te enviaré a tomar el té con Enrique IV."

"Mi viejo amigo, el té no existía en ese tiempo," chirrió, parpadeando.

El relojero lo miró enojado y arrugó la nariz.

* * *

"¿Algar, te das cuenta de tu estado?" Me regañó Alice, ayudándome mientras me levantaba del suelo.

Yo había llegado en el interior de la mansión, a las tres de la mañana, lleno de alcohol como un arrapiezo. No tenía buen aspecto y no culpaba a la expresión indignada de Alice.

Edmund vino en su ayuda y me levantaron por los brazos.

Me pareció humillante ser rescatado por él.

Esa noche me había ido de francachela. Tarde o temprano Lewis me iba a sacar desde Villa Carroll. Pero murió antes de que pudiera hacerlo.

Entre todos nosotros el que peor se había adaptado a la vida mortal era yo, o a lo mejor me había adaptado demasiado bien. En Wonderland yo era un dispensador de respuestas; en el mundo real yo era todo lo contrario. En un cierto momento había perdido el hilo de todo, ya no me reconocía a mí mismo. Justo yo.

Nunca entendí por qué algunos de nosotros habían mantenido sus actitudes y otros las habían perdido, e incluso habían adquirido otras, completamente opuestas.

Bueno, yo no era un santo. Yo era un dandy maldito, demasiado libertino, adicto al alcohol, al tabaquismo y, algunas veces a los libros. Satisfacía así los anhelos de mi alma. Yo pensaba que esos vicios eran un excelente remedio para anestesiar la melancolía.

Pasaba el tiempo en lugares de mala reputación, me entrometía en negocios sucios y apostaba. Cualquier cosa que me mantuviera alejado de Villa Carroll.

Probaba la inocencia de las jovencitas, moldeaba sus formas ingenuas con las manos. Suspiraban cuando yo pasaba y los artistas alababan mi cara con sus pinceles.

Me quedaba bajo las estrellas, así como en los palacios adornados con estucos.

Complacía mi boca de sabores que los dioses hubieran envidiado, así como había renunciado al hambre.

Muchos me habían amado sin que yo probara por ellos ni una onza de amor. Yo me amaba sólo a mí mismo. Y amaba a ella.

¿Pero a Alice qué le importaba de mi amor? Siempre malditamente interesada solo en Edmund.

Sin embargo, yo había creado mundos alternos donde construir una dimensión que sólo fuera nuestra. Modelaba su mente para hacerle creer que me amaba. La engañaba, sí. Pero el verdadero loco era yo. Loco de amor por la única criatura que no me dignaba de su favor.

La noche en que el viejo Lewis había salido de este mundo, se había ido también una parte de mí, la parte tranquila, la parte sabía. Sobre todo había perdido a alguien que me aceptaba sin juzgarme. Él me había creado, obviamente.

Recuerdo el día de su funeral, como si un proyector me enviara cada imagen. Me pasó más adelante, en 1896, asistir a un espectáculo. Los hermanos Lumière acababan de dar a conocer su invención, en París. El hombre había permitido a las máquinas contar sus historias y repetirlas una y otra vez. Cómo me hubiera gustado ver en esa pantalla - hasta que mis ojos no estuvieran satisfechos - todos los momentos en que yo habría sido feliz.

La nieve caía lenta y se colocaba sobre mi abrigo negro. Alice lloraba lágrimas inconsolables. Me quise acercar a ella y darle la bienvenida en mi pecho, pero Edmund me precedió. Y en ese momento yo era el que lloraba, porque sabía que nunca me iba a pertenecer.

Ese día ocurrió otra desgracia que a todos nos sorprendió: Alice huyó, y uno tras otro perdimos la memoria. Excepto yo. Yo sabía exactamente lo que estaba pasando y no entendía cómo podía ser posible.

Perseguí a Alice en cada movimiento hasta cuando se me permitió acercarme a ella. No se acordaba de mí, pero tampoco recordaba al Sombrerero.

Podía ser mía.

Vivimos juntos diferentes vidas, sin que ella conservara ni un rastro de recuerdo.

La segunda vez en que la juzgué estábamos seriamente felices, dejando a un lado el humo que la drogaba, más allá de todo. Yo leía en sus ojos que me amaba, o al menos yo quería que fuera así.

Entonces mi naturaleza me alejó de ella y todo se deslizó de mis manos. Cada paso lejos de mí era un paso en el vacío para ella. Así se olvidó de nuevo y la encontraron sola y delirante en las calles.

Cuando la encerraron en ese hospital psiquiátrico, no pude hacer nada, ya que estaba preso en mi maldito capullo.

Pero cuando salí, rompí las alas y la ayudé a escaparse. Traté de construir otro mundo para nosotros; Tuve éxito por poco tiempo.

Cuando entendí el mal que hacía a su mente, me alejé de forma espontánea y me fui a Londres. Mi pensamiento era siempre por Alice, y cada vez que salía del capullo, tenía la tentación de correr hacia ella, pero no podía. Si yo la amaba, tenía que dejar intacto el equilibrio precario de su mente.

Sin embargo, cuando sentí su presencia en las calles de Londres, mi corazón rugió como un demonio y encendió en el pecho llamas demasiados poderosas, para poderlas extinguir.

Estaba de vuelta para dar forma a su memoria.

* * *

"Rupert, ¿lo que me quieres decir es que con esta herramienta podemos viajar en el tiempo?", Preguntó Edmund.

"Digamos que todavía está en fase de prueba, pero si mis cálculos son correctos yo creo que puedo hacer funcionar esa maquinaria a la perfección." Él dio unas palmaditas en la parte posterior del pico que estornudó un flujo de cenizas. "Bueno, la máquina debe ser puesta a la perfección. Eso es todo".

"Debe ser revisada totalmente," se río Edmund.

El relojero arrugó otra vez la nariz. "Bueno, si tú sabes tanto más que yo, ¡adelante!".

Me quedé viendo la carátula del péndulo. Edmund también tenía una parecida en Wonderland. Pero nunca había entendido qué tipo de reloj podía tener una sola manecilla.

"¿Qué estás mirando?", me preguntó Rupert, atrapando mi mirada.

"La carátula. ¿Por qué solo tiene una manecilla? ¿No has pensado que tal vez la razón por la cual no funciona es porque faltan las dos manecillas? ".

"No se necesitan otras manecillas. Una es más que suficiente, porque cada hora representa un mes. Doce golpes por doce meses. Entonces, una vuelta completa te lleva atrás de un año. Desafortunadamente, no puedo ser más preciso, no tengo la posibilidad de establecer el día y la hora para traer de vuelta al viajero”.

"Tengo mis dudas sobre eso."

"Alice, ¿desde cuando eres experta de viajes en el tiempo?"

"¿Por qué, ¿tú lo eres?"

"Así es, jovencita. No soy sólo un relojero. No construyo relojes, pero fabrico el tiempo. Lo mido, cambio su tamaño, lo expando. Y también puedo viajar sobre sus olas. El pasado es solo una tierra lejana, sin aparente retorno. Pero yo tengo el billete para un viaje que los seres humanos, ni se imaginan. Y esta maquinaria lo demuestra”.

Pensé por un momento, acordándome de una frase de Lewis. Alice, el recuerdo es el arte de viajar en el tiempo, me dijo una vez. Al contrario, Rupert acababa de inventar una manera de hacerlo realmente. El escritor hubiera estado orgulloso de su conejo blanco.

Sin embargo, Lewis tenía razón. Con el pensamiento podía alcanzarlo y correr sobre las corrientes de la memoria como una pequeña golondrina volando en el aire.  No necesitaba de ninguna maquinaria.

Eran hermosos los tiempos cuando todos estábamos juntos. Pero nada nos habría traído de vuelta a nuestro creador. Podíamos mantenerlos con nosotros, acordándonos de él. Y, ahora que recordaba todo, me parecía tenerlo a mi lado.

"Recuerdo tu manía para los relojes, pero nunca iba a pensar que al final podías llegar a modelar el tiempo. ¿Por qué? ", Le pregunté a mi amigo relojero.

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