Algo

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De Horacio I

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DE HORACIO

I

Libro II, Oda 18

No á mis techos sujeto

está el marfil y el oro, ni labradas

las bigas del Himeto

pesan sobre columnas cinceladas.

Heredero no he sido

del de Atalo cuantioso patrimonio;

ni mi traje ha teñido

el múrice que guarda el mar Laconio.

Tan sólo me dio el cielo

inspiración y canto melodioso

y corre con anhelo

a buscarme, á mí, pobre, el poderoso.

Con ruegos no fatigo

a Dios, ni son mis súplicas tormento

del potentado amigo:

con mi granja Sabina estoy contento.

Los días á los días

empujan, y á morir corren los meses,

y tú, loco, porfías

ocupado en los vanos intereses;

tú que el sepulcro olvidas,

casas construyes, y en la riente Bayas,

tus ansias desmedidas

del Ponto tratan de invadir las playas.

Aun más: tus propiedades

quieres engrandecer, y, hollando lindes,

las del vecino invades,

y á la miseria y al dolor le rindes.

De su choza lanzados

se llevan los Penates, que aún imploran,

y al huir desconsolados

los padres sufren y los hijos lloran.

El Orco que te aterra

no mirará que el oro aquí te sobre:

¡igual se abre la tierra

para el cuerpo del rico y el del pobre!

En vano Prometeo

intentó sobornar con su tesoro

a Carón. El Leteo

ni aun se vuelve á cruzar con puente de oro.

El barquero temido

a Tántalo y su raza allí mantiene,

y nunca presta oído

al llanto, ni en su marcha se detiene.

En cambio, á los mortales

cuando la Parca quiere, sin que dude

entre dichas y males,

llámenla ó no la llamen, siempre acude.

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