Algo

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Cuatro palabras

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Agotóse á poco de haber salido, hace cosa de un año, la primera edición de estas poesías. Así era de esperar ya que el tiraje fué muy corto, según me consta, y son muchos mis amigos, según dicen.

Bautizólas entonces el parecer del público llamándolas pesimistas ó escépticas, ó cosa así, y antes de que en tal conceptos confirme, al verlas reimpresas y aumentadas, no juzgo del todo innecesaria una explicación previa.

Si se vé en alguna de mis composiciones, según afirman, un tinte de escepticismo débese á que en ellas me fue propuesto (sin duda no alcanzándolo) reflejar el malestar moral que, á mi modo de ver, produce en nosotros la lucha sin tregua que sostienen dentro de nuestro ser el sentimiento y la razón.

Yo creo que en el hombre, como en la serie zoológica de que es el último eslabón, aparece antes que la razón el sentimiento. Los animales inferiores, las últimas capas sociales, el niño (las mujeres viven en perpetua niñez) todo al sentimiento lo subordinan. Es esto un legado fatal que en virtud de una misteriosa ley de herencia recibimos de nuestros padres, como éstos lo recibieron de los suyos. ¡Peregrina herencia por cierto! Cuánto más gastamos de ella tanto más dejamos á nuestros hijos. Únicamente lo que se economiza se pierde.

Al desarrollarse en el hombre la razón encuentra ocupados sus dominios por el sentimiento, y ha de combatir con él á brazo partido y encarnizadamente hasta que ó renuncia impotente á la pelea ó domina al fin este sentimiento innato, que vive en nosotros aun contra nuestra voluntad, y del que no somos por completo responsables ya que no nos hemos nacido.

Esta íntima lucha intenté retratar en alguno de mis pobres ensayos. Campo es de ella la inteligencia de cuantos viven en la actual época de transición.

Llegarán otros tiempos, á buen seguro, en que tal estado de intranquilidad moral se considerará como un caso patológico digno de estudio. No obstante, más, mucho más quisiera haber escrito poesías para el presente que haber preparado piezas anatómicas para el porvenir.

Lo que en verdad temo es que el fallo del público me inhabilite para el porvenir y para el presente, y aun dé á mi condena efecto retroactivo. Sea en tal caso considerada como causa atenuante esta franca confesión.

REUS—ENERO 1817.

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