Alex

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Primera parte » Capítulo 17

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17

Aunque el mes de septiembre estaba siendo bastante agradable, Alex ha pasado mucho frío. No se mueve y apenas come. Y la situación ha empeorado. Porque de repente, en cuestión de horas, se ha impuesto el clima otoñal. El frío que sentía a causa del agotamiento se debe ahora al brusco descenso de la temperatura. A juzgar por la escasa luz que penetra por los ventanales, el cielo está cubierto y el día ha oscurecido. Alex ha oído las primeras ráfagas de viento adentrarse en las salas, ululando dolorosamente, como los gemidos de un desesperado.

Las ratas también han alzado la vista y sus bigotes tiemblan como nunca. Súbitamente, una tromba de agua ha caído sobre el edificio, que ha crujido y bramado como un barco al irse a pique. Antes de que Alex se dé cuenta, todas las ratas han descendido en busca del agua de lluvia que se escurre por las paredes. Esta vez ha contado nueve. No está segura de que sean siempre las mismas, pero entre ellas hay una recién llegada gorda, negra y rojiza que las otras temen; la ha visto abrevarse en un charco, uno para ella sola, y ha sido la primera en volver a subir por la cuerda. Es una rata que hilvana una idea con otra.

Una rata mojada es aún más asquerosa que una rata seca, el pelaje parece más sucio y la mirada más aguda, al acecho. Mojada, su larga cola tiene algo de viscoso, como si fuera por sí sola un animal, como una serpiente.

Tras la lluvia llega la tormenta y el frío da paso a la humedad. Alex está petrificada, no puede moverse, le castañetean los dientes y siente oleadas de escalofríos que barren su piel y la estremecen.

El viento penetra en las salas con tal virulencia que la jaula comienza a girar sobre sí misma.

La rata negra y rojiza sube por la cuerda, recorre la tapa, se detiene y se yergue sobre las patas traseras. Sin duda, ha emitido una señal para reunir a la colonia. En apenas unos segundos, las ratas trepan y están por todas partes: sobre la tapa, a izquierda y derecha, en la cesta que se balancea.

Un relámpago ilumina la sala y las ratas se yerguen, con el hocico apuntando al cielo en un movimiento simultáneo, como electrizadas, y comienzan a corretear de un lado a otro en una especie de danza. La tormenta no las asusta. Es como si las hubiera estimulado, en un estado de exaltación incontrolable.

Solo la rata negra y rojiza permanece inmóvil sobre la tabla más próxima al rostro de Alex. Alarga la cabeza hacia ella, abre mucho los ojos, y por fin se yergue y muestra su vientre pelirrojo hinchado y enorme. Chilla y sus patas delanteras gesticulan sin parar. Son de color rosado, pero Alex solo ve las garras.

Esas ratas son estrategas. Han comprendido que basta con sumar el terror al hambre, la sed y el frío. Chillan a coro para impresionarla. El agua de lluvia helada arrastrada por el viento cae sobre el cuerpo de Alex. Ya no llora, tiembla. Pensaba en la muerte como una liberación, pero la perspectiva de los mordiscos de las ratas, la idea de ser devorada…

¿Cuántos días de alimento representa un cuerpo humano para una docena de ratas?

Aterrorizada, Alex grita.

Pero, por primera vez, de su garganta no sale sonido alguno.

El agotamiento la abate.

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