Alex

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Segunda parte » Capítulo 43

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—¿Las cosas se aceleran o estoy viendo visiones? —pregunta Le Guen.

—No, es el ritmo normal —responde Camille—. Hay que acostumbrarse, eso es todo.

Habla con fingida despreocupación, pero verdaderamente esa historia se está complicando. Han hallado el cuerpo de un tal Félix Manière, asesinado en su domicilio. Un compañero de trabajo dio la alarma cuando no se presentó a una «reunión crucial» que él mismo había convocado. Lo encontraron muerto, con la cabeza prácticamente arrancada del tronco, el cuello fundido con ácido sulfúrico, y el caso fue a parar directamente a manos del comandante Verhoeven, a quien el juez convocó a última hora del día. El caso es grave.

El circuito es rápido. El móvil del muerto conserva el registro de sus llamadas. La última, recibida la noche de su muerte, procedía de un hotel de la rue Monge. Comprueban que se trata del hotel donde se alojó la chica a su regreso de Toulouse. Lo citó a cenar esa misma noche. Eso es al menos lo que la futura víctima dijo a uno de sus colegas al abandonar precipitadamente la oficina.

Excepto por el peinado y los ojos, la recepcionista del hotel de la rue Monge ha reconocido el retrato robot, está segura. La chica desapareció a la mañana siguiente. Se registró con un nombre falso. Pagó en efectivo.

—Ese pájaro, el tal Félix, ¿quién es? —pregunta Le Guen.

Sin esperar la respuesta, hojea el informe de Camille.

—Cuarenta y cuatro años…

—Sí —confirma Camille—. Técnico en una empresa de informática. Separado. En trámites de divorcio. Alcohólico, a buen seguro.

Le Guen calla, revisa el documento a toda velocidad, exclamando unos «hummm» que a veces parecen gemidos. Podría gemirse por menos que eso.

—¿Qué es ese asunto del ordenador portátil?

—Ha desaparecido. Pero está meridianamente claro que no lo han asesinado a golpes de estatuilla y le han vertido medio litro de ácido en el gaznate para robárselo.

—¿Ha sido ella?

—Sin duda. Tal vez se enviaran correos electrónicos, o quizá haya utilizado el ordenador y no ha querido que viéramos lo que había consultado…

—¿Y ahora? ¿Ahora, qué?

Le Guen se pone nervioso, no es su estilo. La prensa nacional, que apenas había prestado atención a la noticia de la muerte de Jacqueline Zanetti (el asesinato de una hotelera en Toulouse queda un poco provinciano), finalmente se acaba entusiasmando. El decorado del Sena-Saint-Denis carece de espectacularidad, pero el acabado con ácido gusta. Es solo un suceso, pero el método constituye una novedad, casi algo exótico. De momento, dos muertos. No constituyen una serie, todavía no, y se habla del tema sin regocijo. Una tercera víctima y brincarán de alegría. El caso llegará a los titulares de los informativos de la televisión, Le Guen saldrá disparado al último piso del Ministerio de Interior, el juez Vidard al último piso del Ministerio de Justicia y las broncas caerán en cascada. Por no mencionar la posibilidad de un soplo que informe a la prensa de los crímenes precedentes en Reims y Étampes… Pronto se vería un mapa de Francia (el mismo más o menos que tiene Camille en su despacho claveteado con chinchetas de colores) con una emocionante biografía de las víctimas y la promesa de una road movie criminal «a la francesa». Alegría. Alborozo.

Por el momento, Le Guen solo sufre «fuertes presiones de los de arriba», no es lo peor, pero ya empieza a ser difícil de soportar. Para eso Le Guen es un buen jefe, y se guarda para él las discusiones con la jerarquía. Solo las deja entrever cuando ya está casi hasta las narices, y hoy Camille ve que está desbordado.

—¿Te están tocando los huevos los de arriba?

Le Guen parece fulminado por la pregunta.

—Vamos, Camille, pero ¿qué te pensabas?

Es el problema de las parejas, las escenas son algo repetitivas.

—Tenemos a una chica raptada y encerrada en una jaula rodeada de ratas, cuyo secuestrador se suicida y bloquea el cinturón periférico en plena noche…

Esta, por ejemplo, Le Guen y Camille la han interpretado al menos cincuenta veces a lo largo de su carrera conjunta.

—… la chica a la que secuestró escapa antes de que demos con ella, y descubrimos que ya se ha cargado a tres tipos con ácido sulfúrico…

A Camille le parece una comedia de situación, y está a punto de decirlo en voz alta cuando Le Guen prosigue:

—… y en el tiempo de hacernos con el caso, envía a una hotelera de Toulouse al paraíso de los hoteleros, regresa a París…

Camille aguarda el final, previsible y ya escrito.

—… y liquida a un soltero que sin duda se proponía tirársela tan ricamente, y vas y me preguntas…

—¿… si te están tocando los huevos los de arriba? —acaba Camille en su lugar.

Camille se ha puesto en pie, llega hasta la puerta y la abre, visiblemente cansado.

—¿Adónde vas? —grita Le Guen.

—Ya puestos a que alguien me eche una bronca, prefiero al juez Vidard.

—Realmente, mira que tienes mal gusto.

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