Alex

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Segunda parte » Capítulo 49

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En la habitación, Alex gira lentamente sobre sí misma, desnuda, en silencio. Con los ojos cerrados, extiende el brazo y sostiene su camiseta como la cinta de una gimnasta, y deja que los recuerdos vuelvan a ella, y ve a sus víctimas de una en una, en un orden extraño y aleatorio. Mientras su camiseta, su estandarte, roza a su paso las paredes de la habitación trazando amplios remolinos, regresa a su memoria el rostro abotargado y los ojos desorbitados de aquel tipo del bar de Reims. Ha olvidado su nombre. Alex baila, gira, gira y su estandarte se convierte en su arma, ahí está ahora el rictus asustado del camionero. Se llamaba Bobby, recuerda. La camiseta envuelve su puño como una bola que se abate sobre la puerta de la habitación y resbala lentamente, como si quisiera clavar un destornillador en un ojo imaginario, y luego aprieta y hurga para que penetre aún más, el pomo de la puerta parece gritar bajo la presión, opone resistencia, Alex gira vigorosamente la muñeca, el arma se hunde y desaparece. Alex se siente feliz, gira y vuela, baila y ríe durante un buen rato, con su arma sujeta como una bola alrededor de su puño, Alex mata una y otra vez, vive y revive. Finalmente, la danza se agota, al igual que la bailarina. ¿De verdad la desearon todos esos hombres? Sentada sobre la cama, con la botella de whisky entre las rodillas, Alex los imagina. De Félix, por ejemplo, recuerda los ojos febriles. Henchidos de deseo. Si lo tuviera ante ella, lo miraría al fondo de los ojos, con los labios ligeramente entreabiertos, y con su camiseta en las manos, acariciaría lentamente, como una experta, la botella de whisky que sujeta entre sus piernas como si fuera un falo gigante. Félix estallaría, y de hecho es lo que le sucedió, estalló en pleno vuelo, la ojiva se separó del cuerpo del cohete y salió disparada al otro lado de la cama.

Alex imagina ahora que su camiseta está ensangrentada, la arroja al aire y aterriza suavemente, como un ave marina, sobre el sillón hundido, junto a la entrada.

Más tarde, se ha hecho completamente de noche. El vecino ha apagado el televisor y duerme junto a la habitación de Alex ajeno al milagro que supone seguir vivo.

De pie ante el lavabo, lo más lejos posible para poder verse de cuerpo entero en el espejo, desnuda, seria e incluso algo solemne, Alex se mira sin hacer nada, solo para verse.

Así que Alex es eso. Solo eso.

Es imposible no echarse a llorar cuando uno se halla frente a uno mismo.

Siente que se resquebraja, que se hunde, se ve atrapada.

Su imagen en el espejo la impresiona.

De repente, se vuelve de espaldas al espejo, se arrodilla y, sin titubear, se golpea violentamente la parte posterior del cráneo contra la porcelana del lavabo, una vez, dos, tres, cuatro, cinco veces, muy fuerte, cada vez con más fuerza que la anterior, en el mismo lugar del cráneo. Alex emplea toda su energía y los golpes producen un ruido infernal, como un gong. Con el último, se queda aturdida, desorientada, cubierta de lágrimas. En ese cráneo hay cosas resquebrajadas y rotas, pero no por los golpes de hoy. Llevan mucho tiempo rotas. Se pone en pie tambaleándose, avanza y cae sobre la cama. Le duele muchísimo la cabeza, el dolor llega en sucesivas oleadas, cierra los ojos, se pregunta si está sangrando sobre la almohada. Con la mano izquierda atrapa, con toda la precisión de la que aún es capaz, el tubo de barbitúricos, lo deja sobre su vientre, vuelca con cuidado (¡qué tortura siente en la cabeza!) el contenido en su mano y se lo traga de una vez. Se apoya torpemente en el codo, se vuelve hacia la mesita de noche, vacila, agarra la botella de whisky, la aprieta con fuerza, tan fuerte como puede, y bebe a gollete, bebe y bebe, tanto tiempo como su respiración le permite, vacía más de la mitad de la botella en unos segundos, la suelta y la oye rodar sobre la moqueta.

Retiene a duras penas las náuseas.

Rompe a llorar sin darse cuenta.

Su cuerpo sigue en esa habitación, pero su mente está ya en otro lugar.

Rueda sobre sí misma. Todo se enrosca alrededor de su vida y lo que queda de ella se repliega.

Su cerebro, en una reacción puramente neuronal, es presa del pánico.

Lo que va a suceder a continuación ya no incumbe más que a su envoltorio; unos instantes contados, unos instantes sin retorno y la consciencia de Alex está en otro lugar.

Si existe otro lugar.

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