Alex

Alex


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-¿Qué tengo que decirle? –preguntó, sin más. Lilian ya conocía de sobra como era la madre de Emily. No es que hubieran estado en una situación como aquella antes, pero su mejor amiga sabía que su madre haría todo lo posible por saber exactamente qué estaba haciendo Emily, donde estaba y con quien. Así que, mejor era asegurarse.

-Le he dicho que estaba haciendo un trabajo de escuela contigo –le contestó, rápidamente.

-¿Qué curso? –preguntó Lilian.

-No especifiqué –contestó-. Y le dije que no encontrabas tu celular, pero no le dije de donde la llamé, así que invéntate algo bueno –agregó.

-De acuerdo -aceptó Lilian-. Suerte. ¡Y luego me cuentas todo! –gritó, a último momento, haciendo que Emily tuviera que apartar el celular de su oído para que no le rompiera el tímpano.

Se rió y cortó la llamada. Suspiró. Ahora si lo tenía todo solucionado.

-¿Tu mamá de verdad va a llamarla? –la pregunta de Alex interrumpió sus pensamientos y recién pasó a acordarse de su presencia.

Miró por la ventana, no queriendo realmente hablar sobre su madre en aquel momento.

-Si –contestó, tranquilamente.

-¿No te cree? –preguntó Alex, aparentemente no queriendo dejar ir el tema.

-No es eso –dijo Emily, rápidamente-. Digamos que tengo una mamá un tanto... –comenzó a explicar, pero no hallaba la palabra correcta-. Estricta –finalizó.

-¿Qué quieres decir? –le preguntó Alex.

Parecía que estaba lleno de preguntas ahora.

Emily aprovechó el momento para mirarlo, mientras él se concentraba en la autopista. Era guapo, pero eso ya lo sabía. Aún no se acostumbraba a su extrañamente intimidante presencia. Ni siquiera podía creer que realmente estaba en su auto, camino a Dios sabe dónde.

¿Cómo es que confiaba tanto en él como para dejarlo llevarla a dónde él quisiera?

-Le gusta que todo salga perfecto, no le gustan las mentiras y le gusta estar cien por ciento segura de todo –explicó, rápidamente, cuando se dio cuenta de que había estado perdida en las bellas facciones de Alex-. Eso es en resumen –agregó, sintiéndose ligeramente incómoda

Alex se removió en su sitio y sus ojos se dispararon hacia Emily un segundo. Ella rápidamente apartó la vista, al verse atrapada mirándolo. Y él la imitó, aunque Emily pudo ver la sonrisa que se formó en su rostro, mientras comenzaba a hablar de nuevo.

-De acuerdo –replicó-. Entonces, ¿la llamará para estar cien por ciento segura de que estás ahí? –preguntó.

Emily asintió, maldiciéndose a sí misma por siempre andar sonrojándose.

-Podrías decir eso –contestó.

-Vas a tener que contarme más sobre ella –comentó Alex, pasado un momento de silencio.

Emily hizo una mueca. No le gustaba hablar de su madre. La única persona con la que había hablado sobre ella, era Lilian. Y la madre de Lilian, en alguna ocasión, pero fuera de eso, con nadie.

Aun así, contarle un tanto a Alex no sonaba tan mal.

Definitivamente estaba demente. Ni siquiera lo conocía y ya confiaba en él hasta ese punto. Podía darse cuenta de que lo estaba dejando entrar a su vida. O, de hecho, ya lo había dejado.

Se encontró a sí misma regresando a la realidad cuando Alex se detuvo frente a la puerta de garaje de la casa más grande que Emily alguna vez había visto en su vida. Incluso era más grande que la de Lilian y eso en definitiva, era bastante.

¿Iban a comer en su casa?

-¿Algún problema? -preguntó él, sus celestes ojos viajando hacia Emily y haciéndola enrojecer.

-¿Estamos en tu casa? –preguntó ella, a su vez, intentando ocultar su sonrojado rostro.

Alex sonrió y avanzó con el auto, para ingresar al garaje. Y Emily observó, atónita, como entraban en su campo de visión, dos autos más.

Sabía de sobra que Alex tenía dinero. Ya se había comenzado a dar cuenta. Primero ofreciéndole un libro para que comiera con él. Es decir, era un libro, pero la gente no andaba por ahí ofreciendo libros a cambio de un almuerzo juntos. Luego su enorme auto. Y su enorme casa. Ahora sus dos autos más.

Diablos. ¿Con quién diablos estaba?

Decidió buscar algo sobre él después, cuando estuviera en la protección de su casa. O en la de Lilian. Quizás sería mejor idea hacerlo cuando estuviera con ella. Porque si lo hacía en su casa, no había duda de que su madre iba a enterarse. Y entonces sí que tendría muchas explicaciones que dar.

-Si –escuchó a Alex contestar, pero ella estaba muy pendiente de los autos.

Definitivamente estaba con un chico… corrección: hombre, que tenía mucho dinero. Y no estaba del todo segura de si aquello le gustaba.

-¿Por qué? -preguntó, aun sin poder quitarse de la mente el hecho de que estaba en la casa de un hombre que aparentemente era un millonario.

Y no estaba exagerando.

-Para almorzar -contestó él, tranquilamente y finalmente apagó la camioneta negra

Emily lo observó bajarse y no pudo evitar quedarse sentada un momento más, aún sorprendida por los otros dos autos que había en el garaje. De hecho, había espacio para uno más, como si planeara comprar algún otro.

Sintió su puerta abrirse y giró su atención hacia Alex, que ahora estaba parado a su lado, esperando a que ella se bajara del auto. Emily sintió sus mejillas sonrojarse y rápidamente se bajó del auto, colgándose su mochila al hombro.

-¿Son tuyos? –no pudo evitar preguntar, a pesar de lo obvia que era la respuesta.

Alex asintió.

-Lo son –contestó, de un momento a otro cogiendo la maleta de Emily de su hombro. Ella se giró hacia él, sorprendida. Pero Alex siguió con su camino hacia los autos-. A Abigail ya la conociste –comentó, señalando hacia la camioneta negra-. Ella es Danielle –continuó, señalando el auto rojo-. Y esa es Anne –finalizó, dirigiéndose a la camioneta gris.

Emily sintió una sonrisa formándose en sus labios sin que pudiera evitarlo.

-Y tienen nombres –murmuró, más para sí que para él.

Sacudió la cabeza y no pudo evitar reírse a carcajadas

-Por todos los cielos, Emily –replicó Alex, entonces-. No tienen nombres, me acabo de inventar todos –explicó, logrando que Emily se sonrojara.

¿Es que le gustaba burlarse de ella, o qué?

- ¿Por qué almorzaremos aquí? –preguntó, entonces.

Estaba segura de que Alex preferiría ir a comer a algún lugar lujoso, que ordenar para comer en casa.

Él se encogió de hombros.

-Quería cocinar –replicó y Emily alzó las cejas con sorpresa

¿Cocinar?

No pudo evitar reírse.

-¿Cocinas? –preguntó, incrédula.

-Claro -dijo él, rodando los ojos-. ¿Parezco alguien a quién le gusta que hagan las cosas por él? –preguntó, entonces.

Emily entrecerró los ojos y se cruzó de brazos.

-Si –contestó, sinceramente.

Alex la observó por un largo momento, antes de reírse suavemente y sacudir la cabeza.

-No me conoces lo suficiente –replicó, comenzando a caminar hacia una puerta, que Emily supuso, daba paso a la casa.

No pudo evitar darse cuenta de lo gracioso que resultaba ver a Alex con una mochila de mujer al hombro. Estaba usando su ropa formal, después de todo.

-Son excusas –replicó ella, después de un momento-. Tenías planeado traerme aquí desde un comienzo –agregó, logrando que Alex se girara hacia ella.

Él le mostró una sonrisa.

-Quizás –replicó, tranquilamente y procedió a continuar con su camino hacia la puerta-. Después de todo, nadie que te conozca sabe que te he traído aquí –agregó y con eso, desapareció por la puerta.

Y Emily no pudo evitar sonreír. Por algún extraño motivo, no desconfiaba de Alex. Era extraño e incomprensible, pero lo único que podía esperar era no estar equivocándose.

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO 7

 

 

Estaba intentando cerrar la boca. Pero realmente le estaba resultando difícil, siendo que la casa de Alex era impresionante. Y no solo porque era completamente gigante, sino que estaba perfectamente decorada. El lugar tenía un aire a superioridad y elegancia, al igual que Alex. Era como ver a Alex en todos lados. Y Emily se sentía un tanto tonta por pensar de ese modo, pero era cierto. En el poco tiempo que conocía a Alex, siempre había percibido aquella forma de ser tan seria y centrada que tenía. Y ahora lo veía todo representado en la forma en que tenía su casa. Eran tres enormes pisos llenos de elegancia, orden y… y algo más. No estaba segura del que.

La cocina, claro, no era una excepción. Era, fácilmente, una de las habitaciones más grandes de la casa. Y en aquel momento, ambos estaban ahí, Alex comenzando a sacar las cosas para “cocinar” y Emily sentada sobre la mesa. Si, había una mesa en la cocina, era un tanto más pequeña, pero, de todas formas, Emily no le encontraba el sentido a que estuviera ahí. Alex vivía solo, después de todo.

¿O es que acaso ella estaba sacando conclusiones demasiado pronto?

Se vio distraída, de pronto, cuando volvió a centrar su vista en Alex. Se había puesto cómodo, en el momento en que habían ingresado a la casa. Se había remangado la camisa hasta los hombros. Y su había soltado los dos primeros botones. Su corbata la había lanzado por ahí, lo cual le resultó gracioso a Emily, visto que tenía todo demasiado ordenado como para pensar que dejaría algo tirado por ahí. Se quitó los zapatos, también. Y en aquel momento estaba caminando por la cocina, deslizándose por el suelo de momento a momento.

Emily no pudo evitar pensar en lo extraño que era verlo actuando como un niño. Es decir, era un empresario de veintiséis años. Serio, ordenado y un tanto controlador. Parecía imposible que pudiera divertirse de verdad. Pero, ella estaba muy equivocada. Y estaba intentando por todos los medios no seguir juzgándolo antes de realmente conocerlo.

Alex se giró, entonces. Y sus ojos se encontraron con los de Emily. Ella rápidamente sintió su corazón comenzar a latir con más rapidez. Aquella reacción ya estaba sucediendo demasiadas veces para su gusto.

-¿Por qué estas sentada sobre la mesa si hay sillas? -le preguntó él, ladeando ligeramente el rostro.

Emily se forzó a mirarlo, a pesar de que sabía que aquello la afectaba de formas que no quería aceptar. Alex se había apoyado en la mesa, casualmente.

Emily fue completamente consciente de la cercanía de su cuerpo al de ella.

-Me gusta más la mesa –replicó, intentando no lucir afectada por él.

Alex entrecerró los ojos, pero una sonrisa se abrió paso en sus labios rápidamente.

-De acuerdo -dijo, finalmente-. ¿Qué te gustaría comer? -preguntó, finalmente apartándose de su lado y caminando por la cocina-. Podría hacer pasta… -comenzó a decir, pero Emily se encontró a sí misma interrumpiéndolo de inmediato.

-Lo sabía –dijo, cruzándose de brazos-. Tu concepto de cocinar se basa en hervir fideos –explicó.

Alex se río. Y su ronca risa pareció vibrar en el interior de Emily.

-No –replicó él, sencillamente-. Esa era una de las opciones, no me has dejado continuar –explicó, sacudiendo la cabeza y apoyándose en el repostero, exactamente frente a Emily-. Además, pareces el tipo de chica que ama la pasta –agregó, a último momento.

Emily entrecerró los ojos. ¿Cómo exactamente sabía que le gustaba la pasta?

Alex le mostró una sonrisa de suficiencia y Emily rápidamente apartó la mirada, centrándola en sus pies, colgando a pocos centímetros del suelo.

-Pues ya he comido pasta ayer –mintió, por un extraño motivo que ni ella misma logró comprender.

Alex sonrió ampliamente. Pero aquella vez, su sonrisa parecía sincera. O quizás era de burla. Entonces Emily no pudo evitar recordar las socarronas sonrisas de Alex de aquel día en que se había conocido en el café. Lo había odiado por ellas. Pero no había podido evitar verse hipnotizada por las sonrisas seductoras que el hombre también poseía. Sobre todo cuando había intentado besarla.

No había esbozado una de esas sonrisas desde aquel día. Y una parte de Emily lo agradecía, porque no estaba del todo segura hasta qué punto podría seguir resistiéndose cuando era claro que le había comenzado a gustar.

-Pero puedo hacer cuatro salsas y así puedes comer las que quieras –dijo Alex, de pronto lanzándola fuera de sus pensamientos confusos-. Puedo hacer roja, verde, blanca y a lo Alfredo –agregó, aparentemente sin darse cuenta del momento de idiotez de Emily.

Necesitaba dejar de distraerse tanto por la culpa de Alex.

-De acuerdo –aceptó, porque la idea de comer pasta con cualquiera de esas cuatro salsas era increíblemente llamativa.

Él sonrió, claramente satisfecho con su respuesta y empezó a moverse por la cocina nuevamente. Y Emily se encontró a sí misma observándolo de nuevo.

-¿Qué tal la escuela? –preguntó Alex, abriendo un cajón.

Emily no pudo evitar darse cuenta de lo mucho que parecía afectarle a Alex el hecho de que ella aún estaba en la escuela. Además, aquella pregunta sonaba un tanto extraña saliendo de los labios de Alex.

-Bien -contestó. Realmente había sido un día como cualquier otro hasta que él hizo su maravillosa e inesperada aparición y alborotó todo-. ¿Qué tal el trabajo? –preguntó, a su vez.

-Bien –contestó Alex, aunque lucía ligeramente distraído por lo que estaba haciendo.

Estaba picando tomates. Emily se encontró a sí misma sonriendo ampliamente y de inmediato se bajó de la mesa para ir donde él.

No todos los días tenías la oportunidad de ver a un gran empresario picando tomates.

-¿Qué haces? –preguntó en un susurro, a pesar de que era bastante claro lo que él estaba haciendo.

-La salsa roja –respondió él, también en un susurro.

Emily se dio cuenta de que aún no había comenzado con la labor y se había detenido, para poder mirarla, ladeando el rostro hacia ella.

-¿Necesitas ayuda? –preguntó ella, entonces, nuevamente susurrando.

No estaba del todo segura de porque estaba susurrando, pero sí sabía que no podía evitarlo.

Alex se río, entonces. Y nuevamente, su risa logró hundirse bajo la piel de Emily, logrando que el calor llegara a sus mejillas.

-¿Por qué susurramos? –preguntó.

Emily se sonrojó aún más, aunque no pudo evitar reírse.

-Perdona –se disculpó, apartándose de Alex, al darse cuenta de que había estado prácticamente pegada a su brazo, intentando ver como picaba tomates.

-¿Estás nerviosa? –lo escuchó preguntar, entonces.

Nuevamente había hecho la pregunta en un susurro. Emily se giró, sorprendida por su pregunta, pero cualquier cosa que pudo haber salido por sus labios, nunca salió cuando se dio cuenta de que ahora Alex estaba frente a ella, mirándola fijamente a los ojos.

¿Qué exactamente podía contestar ante aquello?

Sintió sus mejillas teñirse de rojo de nuevo. Y bajó la vista, pero Alex posicionó su dedo índice debajo de su barbilla y la obligó a alzar el rostro hacia él.

Estaban tan cerca que Emily podía sentir el aliento de Alex, rozando sus labios.

-Puede que sí –contestó, finalmente. Los ojos de Alex se oscurecieron, pero Emily ya estaba hablando de nuevo-. ¿Qué sucede si me matas con tu comida? –preguntó, intentando bromear para detener la clara tensión que se estaba estableciendo.

Alex rodó los ojos, entonces y se apartó de ella. Emily se rió, a pesar de que habría deseado que él no se apartara de ella tan pronto.

Una parte de ella deseaba saber lo que habría sucedido si hubiera aceptado que estaba nerviosa por él. Por su cercanía. Por el simple hecho de estar en su casa, a solas.

-Muy gracioso –replicó Alex, continuando con su labor. O, más bien, recién comenzando con ella.

Emily continuó riéndose, porque realmente no podía evitarlo. O quizás era porque simplemente no quería arriesgarse a pensar hacia donde se habrían dirigido las cosas si no hubiera agregado aquella pregunta.

Había estado tan distraída que no se dio cuenta de que Alex nuevamente estaba frente a ella, hasta que sintió su calor corporal atravesando las capas de ropa que ella tenía puestas.

¿Acaso eso era posible?

-Emily –lo escuchó susurrar, la risa rápidamente desapareció y se encontró a sí misma paralizada por la repentina cercanía de Alex-. Tienes un poco de salsa de tomate en la cara –susurró, entonces.

Emily tragó saliva, aun aturdida por su repentina cercanía. ¿Cómo había llegado la salsa a su cara? ¿De qué estaba hablando?

-¿Dónde? -preguntó, en voz baja. La nariz de Alex casi rozaba la suya y no confiaba lo suficiente en sí misma para hablar sin que su voz temblara.

Entonces, Alex sonrió ampliamente.

-Ahí -contestó y de un momento a otro cogió el rostro de Emily entre sus manos.

Ella no lo vio venir, realmente. Se quedó inmóvil al sentir el tomate resbalando por su cara.

¿Es que era idiota, o qué?

-¿En serio? –preguntó, más para sí misma que para él-. Muy infantil, Alexander –murmuró, satisfecha ante la mueca que Alex hizo entre risas, al escuchar su nombre-. Buscaré el baño -agregó, enfadada y salió de la cocina sin mirar atrás.

Podía sentir el tomate en todo su rostro e hizo una mueca. Pero se encontró a sí misma sonriendo, de pronto. Alex definitivamente era como un niño cuando no estaba todo serio y controlador.

Rápidamente sacó a Alex de sus pensamientos y se centró en encontrar el baño en la enorme casa de Alex. Estaba segura de que debía haber algún baño en el primer piso, por lo cual no subió por las escaleras. Se dirigió a único pasillo que había visto cuando habían ingresado a la casa y comenzó a caminar por él.

El pasillo parecía no tener fin y había demasiadas puertas. Suspiró y continuó con su camino, dispuesta a encontrar aquel baño que tanto necesitaba. Abrió la primera puerta que hubo en su camino y se encontró con un cuarto de visitas. O, al menos eso quería creer que era, porque lucía como una habitación principal. La cama en el centro era de dos plazas, había un enorme televisor plasma y una puerta que ella comprobó que no era el baño, sino que un walking closet.

¿Quién diablos necesitaría un closet tan grande si estaba de visita?

Sacudió la cabeza y cerró esa puerta para dirigirse a la siguiente. Y esa habitación al parecer era la sala de películas. Literalmente todas las paredes estaban llenas de estanterías, con películas. Había una enorme pantalla que parecía estar pegada a una de las paredes de la habitación. Era como una sala de cine. Había un sillón enorme frente a la pantalla y detrás de este había un  gran espacio en el que parecía encontrarse la zona de dulces. Había un refrigerador pequeño y unos gabinetes, que cuando abrió, se dio cuenta de que estaban llenos de dulces y bolsas de piqueos.

¿Usaría Alex aquel cuarto?

No parecía ser una persona con mucho tiempo. Probablemente no había ingresado a aquella habitación en meses. Quizás hasta años.

Para cuando llegó a la tercera puerta y se dio cuenta de que no era el baño, comenzó a sentirse irritada. ¿Cuántas habitaciones podía tener la casa de Alex?

Estaba ante la cuarta puerta y no pudo evitar preguntarse si finalmente aquella habitación sería el baño. Se encogió de hombros y abrió la puerta. Y sí resultó ser el baño. Sonrió e ingresó, cerrando la puerta detrás de sí. Se detuvo un momento, entonces, para observar el enorme baño.

¿Es que todo tenía que ser tan malditamente sobresaliente en la casa de Alex?

Había una tina. ¿Quién ponía una tina en el baño que claramente era para visitas? Y había dos lavabos. ¿En serio?

Se encontró a sí misma riéndose. No entendía del todo porque la estaba afectando tanto si la casa de Lilian era bastante grande también. De acuerdo, quizás no tanto como la de Alex estaba resultando ser, pero si un tanto.

Sacudió la cabeza y finalmente se permitió a sí misma mirarse en el enorme espejo colgado de la pared. Su cara no estaba tan roja como había creído que estaría, pero sí estaba un tanto sucia. Así que se lavó lo mejor que pudo y salió del baño, intentando recordar que estaba en la tercera puerta de la derecha.

Volvió a sacudir la cabeza. No necesitaba recordar aquello, porque de todas formas no volvería a ir a la casa de Alex. ¿Cierto?

No estaba del todo segura de aquello.

Podía escuchar a Alex aun moviéndose por la cocina. Incluso sonaba como si estuviera cantando, aunque no parecía tan probable.

Miró al final del pasillo, repentinamente curiosa sobre que habría detrás de la última puerta, la puerta a la que no había llegado. Decidió que ir a ver qué había detrás de ella no le haría daño. Así que caminó sigilosamente hasta la puerta y la abrió, lentamente.

Al instante la inundó un olor que reconocería en cualquier parte y rápidamente dio un paso dentro de la habitación, queriendo descubrir si realmente era lo que creía que era.

Y sí que lo era. Era lo más hermoso que había visto en su vida. La habitación estaba también repleta de estanterías, pero estas estaban repletas de libros, libros y más libros. Había libros en cada rincón del cuarto. Y era como estar soñando. Nunca creyó que vería una habitación que le gustara tanto como aquella.

En el centro había un sofá rojo, increíblemente grande y que claramente le pertenecía a Alex. Al lado había una pequeña mesita y sobre esta había un libro. Se encontró a sí misma sonriendo ampliamente y rápidamente corrió a sentarse en el sofá, aunque resultó ser demasiado grande para ella. Estaba hecho a la medida de Alex. Era obvio. Después de todo, sus pies casi no llegaban a tocar el suelo y eso no solía sucederle.

El lugar repleto de libros la hacía sentirse como en su propio mundo. Era reconfortante. Era emocionante. ¿Cuántos libros habría dentro de aquella habitación? ¿Existían realmente habitaciones tan grandes como esa? ¿O era todo simplemente un sueño?

Se puso de pie dando un saltito, queriendo verificar si aquello era real. Corrió hacia una estantería al azar y pasó sus dedos sobre los libros, ordenados perfectamente. Definitivamente eran reales. Realmente Alex tenía una habitación tan grande como aquella llena de libros. Era perfecto.

Pero no lo era, realmente. Porque faltaba la música y Emily recién fue consciente de ello cuando una canción comenzó a sonar en el fondo. La reconoció vagamente. Stay. Una canción que le pertenecía a Rihanna, pero que en aquel momento estaba siendo cantada por alguien más.

Frunció el ceño y se giró en redondo, para darse cuenta de que Alex estaba sentado en su sofá, con un control en la mano. Definitivamente el sofá había sido hecho a su medida.

-Esperaba que encontrarás este lugar –dijo, dejando el control sobre la mesita y poniéndose de pie.

Emily no pudo evitar sonreír ampliamente.

-Es hermoso -murmuró, suspirando y mirando a su alrededor nuevamente.

Nunca iba a cansarse de apreciar el lugar.

-Creí que te gustaría –escuchó a Alex decir y volvió a centrar su atención en él.

-Entonces –comenzó, permitiéndose a sí misma mirarlo-. ¿También lees? –preguntó, sonriendo ante la idea de Alex sentado en aquel sillón, leyendo algún libro.

-Si –contestó él, acercándose a ella y deslizando sus dedos por los libros también-. Aunque no he tenido mucho tiempo últimamente –agregó.

Claro que no tenía tiempo ahora. Era un empresario, probablemente pasaba la mayor parte de su día leyendo documentos importantes sobre su trabajo.

-No sé cómo haces para no estar aquí todo el día –comentó, regresando su vista a los libros. Si por ella fuera, estaría ahí las veinticuatro horas del día-. Estar aquí es como estar en un lugar perfecto- susurró, más para sí misma que para él.

Alex sonrió.

-Lo sé –concordó con ella.

Emily se giró, entonces y lo miró a los ojos. Estaba intentando no pensar mucho en el hecho de que estaba cerca de ella de nuevo.

 

Round and round and round and round we go.

 

-Es hermoso –repitió, porque seguía sin poder salir de la sorpresa de aquella habitación.

 

Now, tell me now, tell me now, tell me now you know.

 

Alex la miró por un largo momento y Emily sintió su corazón acelerarse. ¿Por qué tenía que mirarla de aquella manera?

¿Y de qué manera la estaba mirando, exactamente?

A los ojos de cualquiera, simplemente la estaba mirando.

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