Alabama

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Primera parte » Capítulo 6

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    El haz de luz desapareció en cuanto el auto se detuvo en la puerta de la vivienda. Una vez en el exterior, se percataron de que el porche estaba iluminado. Se dirigieron al interior de la casa y en ese mismo instante fueron sorprendidos por una voz femenina.

El corazón de John comenzó a latir con ritmo frenético. La voz de la muchacha lo hizo palpitar. En un momento, para su sorpresa, todos sus deseos se materializaron.

Alabama sonrió al ver a John, este enmudeció al ver a la joven e intentó a toda costa disimular los nervios para no hacer el ridículo.

–¿Qué haces aquí tan pronto, padre? – preguntó la hermosa muchacha, que estaba sentada en un balancín y sostenía entre sus manos un libro que apoyaba contra su pecho –. En verdad,  no te esperaba tan pronto. ¿Ha sucedido algo?

–No ha pasado nada.

–Me ha extrañado verte tan pronto.

–Me dejé aquí la cartera y hemos vuelto a por ella. Lo sé soy muy despistado, siempre me dejo algo olvidado.

–No tienes remedio – aseguró Alabama –. No sé que voy a hacer contigo. Algún día vas a perder la cabeza.

  – No me extrañaría nada – admitió –. Por cierto, ¿y tu hermano?

–Estoy aquí papá – contestó Robert, que a pesar de tener quince años tenía la edad mental de un niño de mucha menos edad.

Alabama se levantó del balancín y su pelo rubio platino se encendió bajo la luz del porche.

El hijo menor de los Carter no podía dejar de mirarla.

–Hola John. Cada vez estás más guapo.

–Pues entonces deberías ponerte gafas – intervino Mike, observando cómo Larry reía su ocurrencia.

–Te equivocas, tengo muy buena vista.

–Será mejor que lo dejes estar. Mira a mi hermano, que rojo se está poniendo. ¿No querrás que le ocurra algo, verdad? – continuó Mike –. Observa que cara de bobo se le pone cuando le miras.

–De eso nada. No hagas caso, John, estás esplendido. Te lo aseguro – afirmó Alabama.

–¿Qué os parece si saco la guitarra y nos quedamos aquí tomando unas cervezas? – propuso el padre de Alabama, cortando la conversación, porque no le estaba agradando el rumbo que esta estaba cogiendo.

  – Nos parece genial – coincidieron los hermanos al unísono.

–¿Cómo te va el trabajo en el autobús? – preguntó Mike a Larry, que aparecía con la guitarra y la bebida prometida.

–Muy bien, gracias, muchacho. El lunes para mi desgracia vuelvo al trabajo, después de haber tenido vacaciones. Ahora a disfrutar lo poco que me queda. Voy a tocar algo. Ahora, como comprenderás, no me apetece nada hablar del trabajo, prefiero divertirme.

–Te entiendo muy bien y me pongo en tu lugar, ahora solo tienes que descansar y preocuparte de disfrutar del poco tiempo que te queda de estar libre. Aprovecha el descanso – coincidió Mike.

–Ya era hora de que dijeras algo sensato. Llegué a pensar que nunca serías capaz – afirmó Alabama, dirigiéndole una sonrisa irónica.

–Dejad las tonterías a un lado. No me fastidiéis la fiesta – exclamó Larry.

–Está bien. Vamos, Larry, toca alguna de esas viejas canciones que conoces tan buenas y que tienen tanto ritmo. Me muero por escuchar una – solicitó John.

El guitarrista arqueó su espalda sobre el instrumento musical y no tardaron en aparecer, para satisfacción de todos, los primeros acordes.

Larry acompañaba el ritmo dando potentes golpes en el suelo con el tacón de su bota campera y de vez en cuando dejaba escapar estridentes aullidos. Los demás acostumbrados a estas excentricidades, no hicieron otra cosa que sentir los acordes, que se fueron mezclando progresivamente entre la oscuridad en lo más profundo de la noche.

 

 

Al rato, mientras la música y el cansancio fueron decayendo se oyó un ruido que provenía de la parte de atrás de la casa. John se levantó alarmado por el sonido y dirigió sus pasos hacia el lugar de donde procedía el extraño sonido.

Al llegar vio como algo se apresuraba a esconderse entre los arbustos.

–Debe de tratarse de algún coyote – la voz de Alabama sorprendió al muchacho –. No es extraño verlos por aquí. En esta parte de la ciudad, al estar en las afueras, abundan porque vienen en busca de comida a los contenedores de basura y saben muy bien que es muy fácil que puedan encontrar algún roedor. Son animales muy oportunistas y siempre están al acecho esperando alguna posible víctima.

El joven de los Carter se giró y se encontró con la hermosa cara de la joven. La luz de la luna acariciaba su rostro redondeado, llenándolo de efímera plenitud y dotándolo de una apariencia casi mística.

Tras un largo silencio en el que John aprovechó para contemplar el semblante de Alabama, tomó la palabra:

–Tienes la cara como la luna. Eres muy hermosa – confesó el muchacho satisfecho por su perspicaz ocurrencia.

–Nunca me habían dicho algo así. Tan  bonito.  No  tengo palabras... – para sorpresa de John, Alabama se acercó y le besó en la mejilla.

El hechizo del instante fue roto por la voz de Mike:

–Perdonad, no quería interrumpir la bonita velada. De verdad, no era mi intención molestar – las palabras sonaron sarcásticas –. Será mejor que nos marchemos. Mañana no seremos capaces de levantarnos de la cama.

–Sí, me duele admitirlo, pero tienes razón – afirmó John que continuaba embriagado por el cálido beso.

–Bueno, podemos vernos otro día – sugirió con pesadumbre Alabama.

–Será  un  placer  volver  a verte – exclamó John con mostrada sinceridad.

–Lo mismo pienso. Ha sido un verdadero placer y espero poder volver a verte pronto – admitió la muchacha.

–Me parece que esta noche, te vas a mear en la cama, hermanito. Y cuando te levantes, habrá que cambiar las sábanas – Mike volvió a reír.

–No le hagas caso, John – dijo la chica  mientras  le  acariciaba  la cara –. Lo mejor es ignorarlo. Tiene muchos celos.

–¿Celos? – se extrañó Mike.

–A veces, se comporta como un auténtico idiota. Cómo un niño. Cuando se pone así, es insoportable. No hay quién lo aguante – afirmó John.

–Ha  llegado  la  hora de marcharnos – observó Larry –. Os acercaré en un momento a vuestra casa.

–Vamos, mocoso, que tengo sueño – exclamó Mike.

El joven se despidió de la muchacha y de Robert y subió al coche de Larry que, tras accionar el motor de arranque, los llevó de vuelta al hogar.

Después de despedir al conductor de autobuses, John fue a su habitación y se quedó por un momento contemplando desde su ventana el cielo estrellado.

Gracias a su imaginación, la imagen del rostro de Alabama, parecía flotar en la bóveda celeste, entre todas aquellas hermosas estrellas. Cómo una más, mostrando todo su esplendor.

La silueta de una lechuza cruzó por la ventana con su vuelo vacilante. El sueño hizo acto de presencia, como el más agradable de los narcóticos.  

Al instante, el muchacho dormía mientras fuera de su casa y entre la penumbra reinaban las criaturas de la noche.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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