Alabama

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Tercera parte » Capítulo 41

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Unos días después Jack se encontraba en su habitación y fue avisado por su madre de que Brenda estaba en la puerta de la casa esperándole. Era casi de noche y el sol comenzaba a hundirse en el crepuscular horizonte.

     Lo primero que hizo el mulato fue fijarse en el pelo y  el  vestido  que llevaba la muchacha. 

    Aquella tarde, cuando salieron de casa de Jack, el muchacho sintió la necesidad de contarle a su amiga todo lo referente a su padre y los extraños sucesos acontecidos en el cementerio, cuando huyendo de sus perseguidores, decidió refugiarse en él.

     La pareja andaba por la transitada calle donde, con frecuencia, eran insultados por ciudadanos blancos que veían con repugnancia que una blanca fuera con un chico mestizo. Para más provocación, Brenda cogió de la mano al joven. Lo que terminó de causar la indignación de los obcecados ciudadanos, quienes no tardaron en mostrar su desacuerdo.

     – ¿Estás loca, quieres que nos hagan algo?

     –No les hagas caso. 

     –¿Se puede saber dónde vamos?

     – Deja de hacer tantas preguntas y sígueme.

     – No querrás secuestrarme, ¿verdad?

     – ¿Estás de broma?

      Llegaron a la puerta de la biblioteca y la hija de Louise extrajo unas grandes llaves que mostró a Jack. Tras abrir la pesada puerta y cerrarla con rapidez, ambos penetraron en la biblioteca.

     La joven apretó el interruptor y la luz no tardó en inundar el lugar.

     – Creo que estás mal de la cabeza, si se enterara tu madre... No me gustaría estar delante si llegara a saber que hemos venido a la biblioteca sin estar ella y  sin su consentimiento. 

     – No tiene porque saberlo, o ¿se lo vas a contar tú?

     – No seré yo quien se lo diga. Puedes estar tranquila. Nunca haría algo así – dijo Jack con una sonrisa.

Se sentaron en unos peldaños de una escalera, donde reinaba la penumbra. De pronto el mulato se dio cuenta de que su amiga estaba casi llorando y se preocupó por ella.

     – ¿Te encuentras mal?

     – No.

     – Estás llorando.

     – No es nada, no te preocupes por mí.

     – Te pasa algo y deberías contármelo. Soy tu amigo, ¿no?

    Al cabo de unos segundos, Brenda rompió el silencio:

     – Hoy hace dos años que murió mi padre.

     – Lo siento, no sé qué decir.

     – Gracias, Jack. Cuando pienso en él siempre lo recuerdo sufriendo. Seguro que ahora estará descansando.

     – Bebió de ser espantoso. Bueno, será mejor que hablemos de otra cosa... No quisiera molestarte y hacerte sentir incómoda.

     – No te preocupes, de verdad – la chica le acarició la cara –, también es bueno hablar y desahogarse de vez en cuando. Y más con un gran amigo. Con mi mejor amigo.

     Al oír las últimas palabras los ojos de Jack brillaron en la penumbra.

     – Quizás tengas razón.

     – Mi madre fue y sigue siendo quien más lo echa en falta, es la más afectada. Ha sufrido mucho desde su partida. Muchas veces, me despierto en mitad de la noche y la oigo llorar en su habitación. Es terrible. Da mucha impotencia el saber lo poco, que en verdad, puedes hacer por ella. Pero no podemos devolverle la vida a mi padre. Es algo que debemos asumir con entereza, aunque en algunas ocasiones sea complicado.

     – Me imagino… – Jack esperaba el momento apropiado para poder contar a su amiga lo ocurrido en el cementerio pero, para su desgracia, este se resistía en llegar – .No debió de ser nada fácil.

     –  Hace mucho tiempo, mi padre  fue al hospital  y le diagnosticaron un terrible cáncer – empezó a  hablar Brenda –. Le dieron radiología, pero a los seis meses los médicos nos dijeron que no había nada que hacer. Nos aseguraron que en aquellos momentos lo principal era que no sufriera. Por el día, se despertaba con fuertes e insoportables dolores, y tras administrarle la dosis de morfina, que tenía pautada, remitían las molestias. Pero no tardó en llegar el momento en que los dolores se le hicieron, cada vez, más intensos e insoportables  y tuvieron que aumentarle la dosis de medicación. Si  lo hubieras visto, daba mucha pena verlo a todas horas durmiendo, con  cara de felicidad y bienestar provocados por la droga. Un día fue mi madre a despertarlo y no hubo forma, llamamos al médico y nos confirmó los peores pronósticos, que había entrado en coma y que el inminente fallecimiento era cuestión de horas o incluso minutos.

     Brenda dejó escapar un llanto y volvió a retomar la conversación:

     – No sabes lo que daría por poder abrazarlo otra vez.

     – Te entiendo.

     – Aunque muchas veces me da la impresión de que continúa entre nosotros. Es una sensación muy extraña, no sabría cómo explicarlo.

     – ¿Te han pasado cosas que no tienen ninguna explicación?

     – Sí, Jack y estoy convencida de que mi padre, de vez en cuando, viene a nuestra casa. Que de alguna forma, continúa vinculado a nosotras. No son pocas las noches que me he acostado y he sentido como alguien se sentaba en la cama junto a mí. Y aunque te parezca difícil de creer, es una agradable sensación. Es como si mi padre quisiera decirme que continúa a mi lado y que quiere seguir protegiéndome.

      Por un momento Jack  no supo que decir, pero sin saber cómo ocurrió, las palabras brotaron, sin apenas poder contenerlas, de su interior:

    – Te voy a contar algo. El otro día, cuando fui perseguido por todas esas personas, me oculté en el cementerio y atravesándolo tropecé con una tumba y caí al suelo perdiendo el conocimiento, o eso creo – continuó su relato, viendo como su interlocutora no perdía detalle de lo que decía –. Entonces, sucedió algo muy extraño. Soñé que veía una extraña y pequeña luz y la perseguía por todo el camposanto hasta que el haz me llevó hasta un hombre que portaba un sombrero y una pala, luego el personaje entró en un panteón, después de dirigirme a este, entré y lo vi.

     – ¿Y qué me quieres decir con eso?

     – Pues que el señor que vi en el cementerio, era el mismo, que el que sale en la fotografía que tienes en tu casa, sobre una mesita en el pasillo. Tu padre, Brenda.

     – Vamos, Jack, ¿Qué pretendes insinuarme, que te encontraste con mi padre en el cementerio? Es una broma de mal gusto...

     – No sé por qué te asombras hace un momento me has dicho que sientes su presencia...

     – Tienes razón, estoy muy confundida. No me hagas mucho caso.

     – Hizo algo que me llamó mucho la atención – dijo el muchacho haciendo que su amiga volviera a mostrar interés y se volviera a sentar –. El enterrador, porque ese fue el único nombre que me dijo, sacó una gran hoja de un árbol y me enseñó como escribía en ella. Incluso me acuerdo perfectamente de cómo eran sus ojos.

     – Oh, Dios mío.

     – ¿Qué sucede?

     – Eso, lo hacía mi padre. Él solía escribir en el dorso de las hojas.

     – Ves como no te estoy mintiendo. Todo esto es muy extraño, lo reconozco, pero nunca te mentiría con algo así.

     – Sí, es muy raro.

     – Nunca me había ocurrido nada igual. Pensé que no me ibas a creer.

     – ¿Por qué dices eso? Yo siempre he pensado bien de ti.

     – Lo sé.

     – Pues a mí también me gustaría contarte algo que es muy importante para ti – dijo enigmática la muchacha.

    –¿Sí?

    –Una  calurosa tarde,  antes de tu desaparición, tu madre fue a tomar café a mi casa. Yo me encontraba en la cocina merendando cuando me acerqué a la puerta del salón y escuché la conversación, sé que está mal hecho, pero si no hubiera sido así, quizás ahora no estaría contándote esto. Lo que escuché fue algo  que  hacía  referencia  a  tu padre – al oír las palabras el muchacho se removió inquieto –.Tu madre no paraba de echarse las culpas de tus desgracias y aseguró que tu padre es el juez Carter, pero que era incapaz de contarte que él y ella eran amantes, hace muchísimo tiempo, pues temía alguna represalia por tu parte, que te pondría, de seguro, en algún serio aprieto.

     – Maldito, lo voy a matar – interrumpió el muchacho.

     – Déjate de bobadas, ¿estás tonto? No te das cuenta de todo lo que ha hecho tu madre y callado por ti? No seas estúpido y compórtate como un hombre. Lo que tienes que hacer es quedarte callado y que tu madre nunca se entere de nuestra conversación. Si mi madre se llegara a enterar de que la espié, nunca me lo perdonaría. Y ya tiene bastante con la muerte de mi padre como para encima ocasionarle más disgustos.

     – Puedes estar tranquila. No le contaré nada a nadie. 

     – No basta, me lo tienes que jurar.

–Te lo juro. Debes creerme nunca haría nada que te pudiera poner en un compromiso y menos con tu madre. Después de todo lo que habéis pasado.

     – Vale, te creo.

     – Lo sé. Somos buenos amigos...

 

     Un fuerte estruendo interrumpió la frase de Jack. Los jóvenes se levantaron y salieron de la biblioteca alarmados por el extraño ruido. Una gran muchedumbre corría de una parte a otra en medio de la confusión.

     Brenda logró parar a un transeúnte, que intentaba huir del desconcierto.

     – ¿Qué ha ocurrido?

     – Ha habido una fuerte explosión en el hogar de una familia de judíos. Según parece ha sido un atentado.

     – Espere un momento – Brenda no pudo sujetar al hombre que reanudó la huida integrándose entre el gentío.

     – Déjalo, Brenda, será mejor que nos dirijamos al lugar del siniestro.

     – Sí, vamos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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