Alabama

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Segunda parte » Capítulo 29

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    A la mañana siguiente, Jack madrugó mucho más que de costumbre y tras darse una ducha y afeitarse, la escasa barba que tenía, se dirigió hacia la biblioteca, para desempeñar sus funciones.

Con una sudadera con capucha, que sujetaba con una gorra de béisbol y unas gafas de sol, intentaba pasar desapercibido entre los dormidos transeúntes que se dirigían hacia sus puestos de trabajo. Acababa de amanecer y la temperatura era agradable.

Sentado en los escalones y entre las grandes columnas que adornaban el acceso al templo de la cultura, Jack adivinó como la figura de la bibliotecaria se abría paso entre los ciudadanos.

–Buenos días, muchacho.

–Hola – contestó el mulato.

–Sabía que vendrías... y de verdad, me reconforta mucho verte.

–Muchas gracias, señora Louise.

–Te lo digo de verdad. Eres muy trabajador y desde el primer día que te conocí me das muy buenas impresiones.

–Eres muy amable. No sé cómo agradecerte todo lo que estás haciendo por mí.  

–Tampoco exageres. Eres el hijo de mi mejor amiga, no podía ser de otra forma. No hace falta que me des las gracias, eres cómo el hijo que nunca tuve.

–No sé que decir.

–Pues no digas nada y demuéstrame lo que vales, trabajando.

 

 

Louise indicó con un gesto la entrada. Una vez en el interior de la biblioteca, estaba colocando unos libros en sus estanterías correspondientes, cuando oyó la voz de la funcionaria que se dirigía a él:

–Mira, Jack, esta es mi hija Brenda. Vamos baja y salúdala, no te dé vergüenza.

Al ver a la joven, y descubrir su belleza, no supo como reaccionar.

La voz de la mujer lo devolvió a la realidad: 

–¿Conoces a mi hija?

–No... – balbuceó.

–Yo sí que lo conozco. Es el hijo de Lucrecia ¿verdad?

–Sí, hija.

Jack se asombró de que la joven se acordara de él, puesto que había pasado muchísimo tiempo.

–¿Por qué nunca vienes a nuestra casa?

  – Mira Brenda...

–¿Por qué no te he visto en tanto tiempo?

–Déjalo estar.

–Madre, él puede contestarme, tiene boca.

Jack se sintió acorralado y no tuvo otra escapatoria que contar la verdad. En cierto modo, se lo debía a la bibliotecaria, por haberle dado la oportunidad de trabajar.

–Hace mucho tiempo que no me ves, porque no salgo mucho a la calle y cuando me decido lo hago tapado para que no me reconozca la gente.

–Por eso llevas las gafas de sol y la capucha sujetada por la gorra – dedujo la joven.

–Exacto. Cuando era muy pequeño iba a casa de tu madre, yo no me acuerdo porque era un crío. Mi madre siempre me lo ha contado. También me ha hablado mucho sobre tu padre, pero no me acuerdo de él.

Jack paró de hablar al darse cuenta de que quizás había metido la pata hablando del padre de Brenda y haciéndole recordar semejante desgracia.

Al cabo de unos segundos, volvió a intervenir, para intentar arreglarlo:

–Lo siento Brenda, no debí hablar de tu padre... Te pido disculpas.

–No te preocupes, no pasa nada.

Para tratar de quitar la tensión, Louise se dirigió al hijo de su amiga:

–De verdad, ¿no recuerdas nada a mi difunto marido?

–No, como he dicho antes, era demasiado pequeño.

–Pues te tenía mucho cariño. Cuando te veía entrar por la puerta en seguida abría una gran sonrisa y te cogía en brazos.

Brenda escuchaba ensimismada las palabras de su madre.

–Bueno será mejor que nos pongamos a trabajar.

–Buena idea, mamá, yo aprovecharé y repasaré un poco – dijo Brenda.

Al momento, cada uno efectuaba sus correspondientes tareas, mientras que el mulato se regocijaba con la cercanía de la joven.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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