Agnes

Agnes


29

Página 31 de 40

29

Celebramos la Nochebuena. Llevaba ya algún tiempo sin enseñarle a Agnes lo que había escrito. Ahora había impreso la historia sobre papel blanco, y tras doblarla y ponerle una dedicatoria la coloqué en una carpeta.

—Todavía no le he encontrado un final —dije—, pero en cuanto lo tenga te lo encuadernaré todo para que lo tengas en forma de libro.

Agnes me había tejido un jersey.

—Lana tenía más que suficiente —dijo.

—¿Lana negra?

—No. El jersey está teñido. El azul claro no te queda bien.

No dije nada. Estábamos sentados en el sofá, de cara a un pequeño árbol de Navidad que Agnes había adornado sólo con velas. Desde un apartamento vecino oíamos el rumor apagado de unos villancicos y unos niños peleándose, luego una voz sonora dando gritos. De repente se hizo el silencio.

—Perdona que se me haya olvidado —dije.

—Esta mañana los de UPS trajeron un paquete para ti. Pensé que era un regalo, por eso no te dije nada.

Reconocí la letra al instante.

—Es de Louise.

—Ábrelo.

El paquete contenía la maqueta de un coche-salón Pullman. Era una reproducción exacta y preciosa. Detrás de los cristales se veían pequeñas figuras sentadas en torno a las mesas.

—Aquí hay una tarjeta —dijo Agnes—, te invita a su fiesta de Nochevieja.

La tarjeta era de los padres de Louise. Era una invitación impresa en la que sólo mi nombre estaba escrito a mano. En el dorso Louise había añadido: «Ven si puedes. Tráete a tu Agnes, si te apetece. Habrá mucha gente interesante».

—¿Le has hablado de mí? —preguntó Agnes.

—Sólo le conté que me habías dejado y que has vuelto.

—Fuiste el que me dejaste a mí y el que has vuelto.

—En el fondo, la Navidad es una fiesta terriblemente deprimente —dije yo.

—Una fiesta para niños.

—Ven —dije—, subamos a la azotea.

Arriba, en la azotea, hacía un frío glacial. Las ráfagas nos cortaban el aliento y nos arrimamos al remate de la caja del ascensor. Esta vez vimos las estrellas, miríadas de estrellas, tantas que daba la impresión de que el cielo estaba formado sólo por estrellas. Reconocí la Vía Láctea, y Agnes me mostró el Cisne y el Águila.

—No sabía que entendieras de astrología —dije.

—¿Qué sabes tú de mí? —dijo Agnes, pero no había amargura en su pregunta.

Se apoyó en mí y le besé el cabello. Permanecimos así largo rato, sin hablar y mirando al cielo. Entonces, desde las honduras, oímos una sirena y, a pesar del viento, nos acercamos a la baranda para mirar abajo, a la calle. Vimos una ambulancia y, poco después, un coche de la policía que avanzaba en la misma dirección.

—Debe de haber pasado algo —dijo Agnes.

—A veces trato de imaginarme cómo sería si fuera otra persona, el conductor de esta ambulancia, por ejemplo, y todo lo que vería entonces —dije.

—Ver una cosa así en Nochebuena siempre le hace a uno pensar que ha ocurrido algo particularmente grave. Como si el momento tuviera algo que ver.

—Pensamos que vivimos en un solo mundo cuando cada uno se mueve en su propio sistema de galerías, sin mirar ni a izquierda ni a derecha, excavando su propia vida y cerrándose el camino de retorno con los escombros.

—Ven, bajemos. Tengo frío.

Estábamos completamente ateridos cuando volvimos al apartamento. Decidí tomar un baño. Agnes entró, se desnudó y se metió en la bañera conmigo. Se sentó de espaldas a mí y la abracé. Le lavé la espalda, luego cambiamos de sitio y ella me la lavó a mí. Nos quedamos mucho tiempo en la bañera reponiendo el agua caliente varias veces. Después nos secamos el uno al otro, le froté el pelo y la peiné. En el dormitorio Agnes apagó la luz e hicimos el amor.

—Esto ha sido un regalo —dijo cuando más tarde nos quedamos tumbados sobre la cama, uno al lado del otro.

—¿Qué quieres decir?

—Es Navidad.

—No quiero que te acuestes conmigo si no quieres.

—Pero ha sido un regalo.

—Muchas gracias —dije y me di media vuelta.

Agnes enmudeció.

—¿Todavía ves a Louise? —preguntó al cabo de un rato.

—Sí, en la biblioteca. No lo puedo evitar.

—¿Quieres evitarlo?

—Ya no hay nada entre nosotros.

—¿Y qué hubo entre vosotros?

—Nada. Le he dicho que has vuelto.

—Eres el que has vuelto.

—Sabe mucho sobre Pullman y me pone en contacto con gente interesante.

—Qué estupendo.

—Pues sí.

—¿Te has acostado con ella? —preguntó Agnes.

—¿Tiene alguna importancia?

—Sí.

—¿Y tú con Herbert?

—No.

—¿Por qué querías irte a su casa cuando lo del niño?

—Porque está cuando lo necesito. Y porque me quiere.

—¿Y por qué has vuelto conmigo?

—Si no lo sabes… —dijo Agnes—. Porque te quiero, sólo te quiero a ti. Aunque te empeñes en no creerlo.

Ir a la siguiente página

Report Page