Agnes

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Algunas personas están bendecidas por una suerte infinita y él era una de ellas. Tras una breve negociación, aceptó el trabajo y acordó con el Director de Recursos Humanos el día y hora para la firma del contrato. A petición propia, se realizaría al día siguiente a las 10.00 horas de la mañana en la Sede de la Compañía. Cuando colgó, se encontraba feliz y orgulloso de sí mismo. Borró la llamada de la memoria del teléfono, lo dejó en su sitio y salió del hospital. La vida sonríe siempre a los triunfadores. A continuación, pensó que necesitaba un medio de transporte. Para ello debía acudir a alguna tienda de venta de coches usados. Sabía cómo actuar, pues no era su primera vez y estaba seguro que no sería la última. Preguntó a un peatón que le indicó la dirección de uno a cuatro manzanas de allí, «Taylor’s Cars». —Perfecto—. Al llegar a la tienda, ojeó furtivamente la tablilla con los vendedores del mes y sus progresos.

Encontró su presa y empezó con la pantomima dando vueltas por los coches que estaban estacionados en el aparcamiento. Bob no tardó en morder el anzuelo.

— Buenas tardes. Mi nombre es Bob y he de decirle que hoy es su día de suerte.

—En eso estoy totalmente de acuerdo con usted — contestó Jayden—.

—Me alegra que esté de tan buen humor. —Bob observaba el traje de importante ejecutivo que tenía delante de él y el maletín que portaba ese desconocido—. Lo es porque sé exactamente lo que necesita.

—Me alegro. Evidentemente comprar un coche para salir ahora mismo con él en viaje de negocios. —Pues no mire esas chatarras. Están ahí desde hace bastante tiempo y no creo ni que funcionen bien. Salvo, claro está, que el dinero sea un problema. —El dinero no es ningún problema, Bob. Te lo aseguro. —Jayden estaba cerca de lograrlo—. —Pues si no es problema el dinero, mejor. Mas contento vamos a quedar ambos. ¿Te puedo tutear?. Sígueme al garaje de dentro. —le palmeó la espalda como si fuera su mejor amigo y le invitó a seguirle—. —A que estos si son coches de verdad —exclamó una vez habían llegado—.

—Guaauuu¡ —gritó me forma exagerada— Me encantan Bob, ese Buick Riviera, del 84, verdad?. —Casi, del 85. Sabía que apreciarías este tipo de coches. Y ¿Qué me dices de ese Cadillac Eldorado Cabrio del 54?.

—Sublime, y en rojo con tapicería de piel original negra y blanca y la capota Blanca. —Jayden se dio cuenta que había llegado el momento—. Lo que pasa es que únicamente he venido a comprar un coche porque se me ha roto el mío y tengo que acudir a Worcester —continuó con gesto apesadumbrado—. —Hijo, —Bob le agarró de los hombros con cercana familiaridad— permíteme un consejo pues llevo muchos años en los negocios. La apariencia lo es todo. Si te presentas con uno de estos coches te garantizo que cierras el trato seguro.

—Está claro que sabes vender coches. En fin, creo que tienes toda la razón Bob pero espero que me ofrezcas un precio justo.

—No te preocupes. Haber…, ummm…, hoy estamos haciendo un descuento especial y además yo te voy a hacer otro muy importante porque los Redsox han llegado a las Series Mundiales. En total, el Cadillac te costaría 42.700 dólares. El Buick Riviera es más asequible pues vale 23.900 dólares. Tú decides. Ah, y si te gusta alguno de esos otros me lo dices y te calculo su precio.

—Gracias Bob, magníficos precios. Como ya te he comentado el precio no es problema. Me quedo con el Cadillac.

—Extraordinaria elección. —El vendedor estaba cada vez mas hinchado de orgullo y se relamía pensando en el uso que iba a dar a la suculenta comisión que acababa de ganar—. Vamos a la oficina y terminamos el papeleo.

El papeleo era relativamente sencillo. El carnet de conducir, la dirección de su residencia habitual y poco más. Cuando llegó la hora de pagar, Jayden entregó su tarjeta American Express y esperó. Al momento apareció Bob desde la oficina de caja con semblante serio:

— Lo siento Jayden. Hay un problema con la tarjeta y nos rechaza la transacción.

—Qué raro Bob. Toma esta otra —la Visa— haber si con esta no hay ningún contratiempo.

Bob volvió a repetir la operación con similar resultado. Jayden no esperaba otra cosa. Era el momento de continuar con su plan.

— No entiendo que sucede con las putas tarjetas y me estoy empezando a poner nervioso. Lo siento Bob. Lo que menos necesitaba era estresarme antes de la reunión de negocios. Seguro que mi mujer o mi hija han hecho alguna de sus escapadas de compras. —Como te entiendo. A mi Jannicee tuve que ponerla límites cuando iba con las amigas de compras para evitarme sustos a final de mes.

—Bueno, gracias por todo. Tendré que conformarme con uno de esos —dijo señalando los del aparcamiento exterior—. Si hubiera estado abierto el Banco hubiera arreglado el asunto del crédito en un momento y me hubiera dado el capricho.

—Hijo mío, te dije que hoy era tu día de suerte. —Bob había caído en la trampa—. Te propongo una solución. Podemos dejar la documentación preparada y mañana realizamos la transacción. Y, por supuesto, al mismo precio de hoy, por ser tú. —Le giño un ojo—. —Te lo agradezco muchísimo. No se encuentran personas como tú a menudo. Quedamos pues así. Mañana, sobre esta hora, me paso y cerramos la venta. Dame tu palabra de que no se lo venderás a nadie.

—Tienes mi palabra, Jayden.

—Gracias. Una última cosa Bob. Todavía necesito un coche para ir a Woscerter.

—Eso tampoco será ningún problema, amigo. ¡¡Rita, dame las llaves del Ford Rojo ese de la entrada¡¡. — Alargó la mano y las cogió, junto con la documentación—. Toma, Taylor’s Car te presta esa chatarra para que llegues a tiempo a cerrar tu negocio. No te garantizo el éxito en ese trasto pero algo es algo, no?. —y le volvió a guiñar el ojo—.

—De eso me encargo yo. Además, ha quedado claro que hoy es mi día de Suerte. Gracias y hasta mañana.

Otro problema resuelto, ya tenía vehículo y, además, no había ni rastro de sus perseguidores. Lo único que le faltaba era comprar ropa y para ello nada mejor que acudir a «Marshalls», que además le pillaba a un par de manzanas de allí.

Compraba muchísimo en esas tiendas pues encontraba ropa y complementos de grandes marcas a precios económicos.

Lo único malo es que se perdía mucho tiempo en rebuscar entre todos los percheros hasta encontrar los modelos y tallas adecuados.

Lo bueno de su manera de vestir era que trajes, camisas, corbatas y zapatos eran muy fáciles de conseguir puesto que todas las marcas de ropa y complementos diseñan ropa clásica del mismo estilo y con los mismos colores. Consiguió un buen vestuario y una maleta «Delsey» con porta-trajes integrado.

La única pista por ahora de su paradero, eran sus movimientos de la tarjeta de crédito. No obstante, todavía era pronto para ello. Bien sabía que al realizar la compra al final del día, el centro comercial no pasaría el recibo al cobro hasta la mañana del día siguiente. Sintiéndose a salvo por ello, buscó donde pasar la noche. Normalmente, la gente piensa en alojarse en algún motel de mala muerte intentando pasar desapercibida en este tipo de establecimientos y comenten un grave error. Lo mejor, y lo sabía por experiencia, es ir al hotel más lujoso de la ciudad. Decidido cogió su nuevo coche y se dirigió al Distrito de los Teatros con destino al Lujoso Taj Boston.

Al llegar, le recibió el aparcacoches con una expresión de incredulidad y sorna en su rostro. No estaba acostumbrado a esa clase de vehículos. Su cara cambió radicalmente cuando asomó de la billetera de Jayden tres de los grandes y se los entregó al muchacho, con la condición de que lo aparcara cerca. Necesitaba salir lo antes posible por la mañana.

El botones le abrió la puerta con un gesto reverencial y se dirigió al mostrador de recepción. Tras una breve conversación, reservó para esa noche una suite con vistas al famoso «Boston Common» y a los jardines públicos que le rodean.

Ya en la habitación pidió para cenar el menú Hindú al servicio de habitaciones, todo por supuesto cargado a la cuenta de la tarjeta. Al fin y al cabo, no pensaba pagarlo. Finalmente, se recreó admirando la panorámica de su querida ciudad pero pensó en lo que le esperaba al día siguiente y cansado de tantas emociones se quedó dormido viendo la repetición del partido de Beisbol en la televisión.

6

No podía ser cierto. Se negaba a creer que el último año de su relación hubiera sido una completa mentira.

Piotr le había contado la verdad de un David para ella desconocido. Cómo que ni siquiera eran amigos, solo conocidos de facultad. Cómo le utilizaba de pantalla para sus escapadas con Liliana, una belleza colombiana de medidas perfectas y metro ochenta de pura sensualidad por la que todos en la universidad babeaban con su presencia. Cómo un día en el Bar de la facultad habían entablado una conversación informal y nimia sobre sus clases comunes, y de que tras esa primera conversación llevaban más o menos siete meses saliendo juntos. Le habló de que aproximadamente un mes atrás vino a pedirle dinero prestado. Al no fiarse mucho de él, preguntó a personas cercanas a Liliana y se enteró de que David había decidido irse a vivir a Bogotá en un chalet que los padres de ella tenían a las afueras de la ciudad. Por eso, hace diez días se encaró con él por intentar timarle, y después de la discusión le confirmó que ya estaba todo solucionado e incluso le había enseñado los billetes de avión que habían comprado para marcharse juntos. Carla intentaba procesar toda la información recibida. El shock producido fue tan fuerte que se desvaneció sobre el sofá en el que estaba sentada. Incluso se había olvidado del robo en el apartamento. Al volver en sí se encontró abrazada al polaco.

Se sentía tan poca cosa… al menos aquel chico parecía buena persona. Piotr la ayudó a levantarse y decidió tomar la iniciativa en aquellos dramáticos momentos.

Primero, llamó a la policía. En su opinión —y en la de Carla— entre antes hicieran el atestado policial antes podría arreglar el apartamento y evaluar lo sustraído. Cuando aparecieron los agentes, tomaron declaración a Carla e investigaron sobre lo ocurrido. Dos horas más tarde dieron por terminada la inspección y se fueron a la comisaría con la promesa de comunicarla cualquier novedad.

Piotr decidió marcharse también y Carla se despidió de él con un sincero abrazo de agradecimiento. Además, sentía la necesidad de poner un poco de orden en el apartamento y ver lo que se habían llevado. No obstante, al quedarse sola en casa, volvió a llorar amargamente. Desde el incidente con el mendigo toda su maravillosa vida se había vuelto un caos. Empezó a marearse de nuevo y, actuando sin pensar, se volvió a acercar al sofá, cogió su foto de pequeña y se acurrucó otra vez en él.

No sabía el tiempo que había pasado llorando en el sofá, cuando el móvil sonó. Con desgana se acercó a ver quien la llamaba. Era Alba. Descolgó rápidamente y le contó lo ocurrido.

En 20 minutos se encontraban en su casa Alba y Jenny, a las que tuvo que poner al día de la situación con pelos y señales.

— ¡Que hijo de puta¡ —resumió Alba—. Así le peguen un tiro en la cabeza al intentar atracarle.

—Algo raro había en él —dijo Jenny—.

—No digas gilipolleces, Jenny. Eran la pareja perfecta hasta que se puso a pensar con la polla.

—Y, esto del robo, ¿Qué te ha dicho la policía?. —Les parece un robo un tanto extraño —dijo Carla— No han forzado la cerradura, porque las marcas que hay en ella están hechas después de entrar.

Además las cosas que han robado no son las que comúnmente se llevan. Los policías me han explicado que la televisión, y los aparatos grandes no los tocan, pues valen poco y abultan mucho.

—Ha sido David, seguro —apostillo Alba—.

—Seguro.

—La policía también piensa que puede ser alguien de mi entorno. Pero, ¿Por qué?. Y ¿Por qué destrozar nuestros recuerdos?. ¿Tanto odio me tiene?.

—Tranquila. —Alba y Jenny la abrazaron—. Verás como todo tiene una explicación. Deja que la policía se encargue de pensar. Tu túmbate aquí y nosotras nos encargamos de arreglar el apartamento. ¡¡Ahh¡¡ y esta noche te vienes a dormir a mi casa.

—Jenny, no hace falta. Aquí puedo estar perfectamente.

—No se hable más. Tómate la infusión que te ha hecho Alba y déjanos a nosotras.

Despertó de un reparador sueño, abrió los ojos y se encontró el apartamento totalmente reconstruido. Ni rastro de cristales ni de desorden. Alba y Jenny habían incluso hablado con el seguro sobre los pasos a seguir en esta situación y como reclamar la correspondiente indemnización. Carla se incorporó con lagrimas en los ojos y las atrajo hacia ella. Necesitaba otro cálido abrazo de amistad sincera. Cogieron la pequeña trolley que Alba había llenado de ropa y se marcharon.

Cuatro días habían transcurrido desde el robo. Carla intentaba seguir con su rutina diaria, mientras vivía con Jenny y su novio.

La verdad era un poco difícil para todos pero ninguno se quejaba. Por las tardes se iba a pasear sola por el centro para ofrecerles un poco de intimidad y a ella le servía para desconectar.

Al final, siempre terminaba en la pastelería «El Capricho» donde degustaba un capuchino y un hojaldre. Había asimilado, por fin, la traición de David y estaba más animada. La vida no se acaba con ese cabronazo, como bien le había hecho ver Alba. Ni siquiera se lo había contado a sus padres, pues no le apetecía escuchar los reproches que vendrían a continuación. Ya habría tiempo para eso.

Estaba sentada en la pastelería cuando recibió una llamada. Al descolgar el teléfono la informaron que se trataba de su gestor personal del banco y que debía acercarse a la sucursal para hablar en persona. Extrañada, preguntó por la razón de aquella reunión. Alejandra, que así se llamaba su interlocutora, le explicó que debía hablar con ella para reestructurar todos los productos financieros contratados con la entidad. Como Carla no era experta en esas cosas, quedó en pasarse al día siguiente.

Terminado el café, regresó a casa de Jenny. Estaba decidida a volver a su apartamento. Solo molestaba a su amiga y necesitaba su espacio para recuperar completamente su vida. Aunque Jenny puso objeciones a su idea, en realidad ambas sabían que era lo mejor. Se despidió de ambos y se marchó.

Mientras caminaba, le embargaba una leve angustia pues sabía que los recuerdos volverían a su cabeza, pero estaba decidida a afrontarlos. Al girar a la derecha, llegó a la plaza de la Fuente y vio la comisaría. Decidió entrar para saber si había alguna noticia.

El inspector que llevaba el caso la indicó que tomase asiento. Había intentado hablar con ella en su domicilio pero no la había podido localizar. El caso estaba archivado porque técnicamente no se había tratado de un robo. El responsable de todo era David, uno de los propietarios del piso. La explicó, además, que la única manera de reabrir el proceso era que ella dijera que la propiedad de lo sustraído era exclusivamente suya y no de su pareja. Parecía que su pesadilla no tenía fin. Cansada de todo aquello, le dio las gracias al inspector y le explicó que no quería saber nada más del robo y por lo tanto no iba a ampliar la denuncia. Se despidieron en la puerta de la comisaría y continuó su camino. Al llegar, se encontraba agotada, no tanto por el cansancio físico sino por el mental y se recostó en la cama. Brotaron nuevamente las lágrimas e mecánicamente estiró la mano hacia su foto favorita, la agarró contra su pecho y, reconfortada, cerró los ojos para descansar.

Se despertó sobresaltada. No pasaba nada. Miró el Reloj y eran las 08.42 minutos. La pereza se iba apoderando de su cuerpo rápidamente. Hoy, sin embargo, su mente la obligó a prepararse. Había quedado con Alejandra en el banco, y quería hablar con ella y escuchar sus propuestas. Más animada, después de un largo baño caliente, salió a la calle para desayunar. Había decidido darse un homenaje y comerse una suculenta palmera de chocolate de su pastelería favorita «Le París». Para ella, sin duda, eran las mejores del mundo.

Aquello contribuyó enormemente a su mejoría anímica. Cada vez se encontraba más recuperada e incluso comenzó a pensar en el futuro. Dentro de medio mes comenzarían los exámenes y necesitaba recuperar todo el tiempo perdido con todo aquello para intentar aprobarlos. Se acordó de Claudia, su compañera de clase, y decidió que tenía que llamarla lo antes posible. Pobrecita, estaría tan preocupada. Con esos positivos pensamientos llegó a la sucursal bancaria.

Al entrar preguntó por Alejandra y la indicaron que esperara un momento en los cómodos butacones marrones que había a la derecha. Al cabo de unos pocos minutos apareció una mujer de unos 45 años, bien parecida, con un traje chaqueta azul que se dirigió a ella y la indicó que la acompañara hacia un pequeño despacho.

— Carla, toma asiento por favor. Veo que no ha podido venir David…. Bueno es un contratiempo ciertamente…. Déjame ver si podemos….. Un momento, que le consulto al directo.

Aquel extraño comportamiento la intranquilizó y decidió repasar visualmente el despacho mientras esperaba sentada.

Observó algún cuadro neutro de tulipanes, una foto sobre el escritorio seguramente de sus hijos, y poco más. Era una estancia impersonal, pensada para ser usada por cualquier empleado de la sucursal.

— Bien. El director me comenta que ya que estás aquí te puedo poner al corriente de todas las operaciones financieras que tenéis contratadas con este banco y el mejor modo para tratarlas, económicamente hablando por supuesto.

—Vale, de acuerdo —apuntó Carla—.

—En primer lugar, decirte que este es un servicio que únicamente damos a nuestros clientes preferenciales, y así os consideramos. Pero vamos al grano del asunto puesto que seguro que ni tu ni yo tenemos mucho tiempo que perder.

—Así lo prefiero yo también.

—Veo —dijo Alejandra mirando la pantalla del ordenador— que tenéis contratada una hipoteca pequeña sobre un piso sito en la calle Varillas. También existe un deposito por una cantidad que permite retirar al final de cada año de un importe de 15.000 Euros.

—Correcto. Es un deposito para pagar los estudios de postgrado.

—Están los recibos domiciliados —Alejandra continuó—, el seguro, las tarjetas bancarias y la cuenta corriente conjunta con David. Permíteme una pregunta, Carla. ¿Tenéis alguna queja con este banco?. Creo que hasta la fecha no ha habido ningún problema con vosotros.

A Carla le extraño tan directa pregunta. No obstante, respondió:

—No hemos tenido ninguna queja del banco ni de

ninguno de sus empleados.

—Eso entiendo yo. Sin embargo, estamos extrañados

con vuestro proceder. Hace 15 días os concedimos un

préstamo personal por un importe de 15.000 euros

según nos solicitasteis y ….

—¿Qué?. Es la primera noticia que tengo. —Carla

comenzó a sentirse agobiada—.

—Mira aquí tienes los papeles de la solicitud. Viene

firmada por David y por ti y solicitáis ese dinero con

vencimiento en 18 meses a pagar en cuotas de 1.000

euros al mes.

Carla empezaba a encontrarse realmente mal. Alejandra continuó:

—Procedimos a ingresar en la cuenta corriente el

importe íntegro del préstamo y hemos observado que

dos días después se retiró con un cheque-ventanilla. En principio, eso no nos pareció extraño, pues dedujimos que era para hacer frente a un gasto imprevisto. Lo raro vino después.

— ¿Qué pasó? —consiguió preguntar a duras penas— —Pues que se ha retirado la totalidad del dinero del depósito que poseíais con nuestra entidad que según me cuentas era para los estudios de postgrado. Por esa razón creemos que pretendéis cambiar de banco y ….

Carla ya no escuchaba a Alejandra. Tenía otro ataque de ansiedad. David no solo llevaba varios meses engañándola sino que, además, la había robado todos sus ahorros y se había largado con ellos a disfrutar con su nueva novia en Colombia. El despacho empezó a dar vueltas y sintió una fuerte opresión en el pecho. No podía respirar adecuadamente y empezó a sudar abundantemente. Finalmente cayó con estrepito contra el suelo.

7

Había pasado más de un año y Alain seguía obsesionado con aquel caso. Era la primera vez en su dilatada carrera en la que se veía incapaz de resolver un asesinato. La Brigada de Intervención había decidido cerrar la investigación, bueno técnicamente hablando no estaba cerrada: había sido transferida a Interpol. No obstante, su contacto allí le había confirmado que con las escasas pruebas disponibles el asunto quedaría archivado en un enorme fichero digital en el que se almacenan los casos pendientes de resolver.

Así las cosas, en su piso de las afueras de Paris decidió repasar una vez más los hechos y las pistas de que disponía. Para ello, se acomodó en su butaca junto a la chimenea y se sirvió un buen vaso de Balblair de 1989. Le encantaba ese whisky escocés de malta y sus ligeros aromas a especies dulces que le dejaba ese intenso y persistente sabor en la boca. Lo único malo era su precio cercano a los 150 Euros la botella pero era uno de sus pocos caprichos en la vida y no estaba dispuesto a renunciar a él.

Abrió el dossier que tenía en su casa con fotocopias de toda la investigación. Tras encontrar el cuerpo incompleto de la mujer, se procedió minuciosamente. En primer lugar se analizaron los restos del cadáver. Así se descubrió que era una mujer caucásica de aproximadamente unos 60-70 años y europea de nacimiento, que no presentaba signos físicos de violencia de ningún tipo excepto la evidente amputación de sus extremidades y de la cabeza. El análisis de tóxicos resultó negativo. No tenía ninguna fractura remodelada anterior ni ninguna prótesis que facilitara su identificación y el examen de su ADN se confrontó con todas las bases de datos internacionales sin el menor resultado.

En resumen, desde el punto de vista forense era una completa desconocida y era imposible saber la causa de la muerte.

Se intentó salir de ese callejón sin salida inspeccionando meticulosamente el tren en busca de alguna pista o alguna de las partes del cuerpo que no habían aparecido. Se tomaron huellas digitales de la caja, del cuerpo y del vagón litera. Únicamente obtuvieron huellas en este último y se procedió a interrogar a las 20 personas que identificadas de esa manera. No obstante, nadie sabía nada de dicha caja y Alain llegó a la conclusión de que todos ellos decían la verdad.

Por último, se intentó buscar alguna pista a través del recorrido que había hecho el tren hasta llegar a Paris. Por ello, en coordinación con Interpol, se consiguieron las grabaciones de las cámaras de seguridad de todas las estaciones y se inspeccionaron horas y horas de grabación en busca de alguna persona que portara una caja como la encontrada o un paquete de parecidas dimensiones. Alain, estaba seguro de que hallarían alguna pista por aquel método, pero no fue así.

Apurando su bebida pensaba, bastante decepcionado, que parecía el crimen perfecto del que tanto se hablaba. ¿Cómo podía ser que alguien pudiera acceder a un tren de máxima seguridad con una caja enorme que contenía un cadáver sin cabeza ni extremidades, dejarla en un vagón litera ocupado por varios viajeros sin ser visto, sin que sus ocupantes se enteraran y sin dejar ningún tipo de huella?. Era imposible. Se sirvió otro buen vaso de licor y se enfrascó nuevamente en las posibilidades que quedaban por investigar. Había adquirido la convicción, tras todos los callejones sin salida a los que había llegado, que debía cambiar el enfoque de su investigación.

Si el paquete con el cadáver no fue subido en ninguna estación, se debía haber introducido con el tren en marcha. A esa conclusión había llegado hacía unos meses pero sus compañeros de investigación la habían descartado por imposible.

Volvió a valorar esa posibilidad. El Venice Simplon Orient Express es un tren de lujo que en 6 días recorre toda Europa desde Paris a Estambul y viceversa con paradas intermedias únicamente en Budapest, Bucarest y Sinaia. Además, se puede tomar también el tren desde la estación de Varna en Bulgaria con conexión posterior con Bucarest. Por tanto, al no ser un tren excesivamente rápido, teóricamente era posible que en algún punto del recorrido alguien pudiera haber introducido la caja en él.

Si dicha hipótesis era cierta, los problemas se le multiplicaban a Alain. En primer lugar la distancia a cubrir se ampliaba exponencialmente. Eran unos 2.400 km de vías y por lo tanto de posibles puntos de acceso al tren.

En segundo lugar, los sospechosos habían aumentado. Si para cometer un asesinato basta con la intervención de una persona, y en el presente caso, por el volumen de la caja, se pensaba en un varón joven de complexión atlética, ahora estaba claro que eran varias las personas implicadas y de cualquier sexo o condición física. Pero, además, llegó a otra aterradora conclusión. Todo aquello no era un simple asesinato pues era evidente que todo había sido cuidadosamente planificado y ejecutado. Por tanto, se trataba de un asesinato profesional por encargo y muy probablemente vinculado a alguna mafia de la Europa del Este. —¿Quién era la sexagenaria mujer y que había hecho para merecer aquel infame final?—.

Le estaba empezando a hacer efecto el whisky, lo notaba y sabía lo que tenía que hacer. Cerró el dossier y lo guardó en su caja de seguridad. Se acercó al dormitorio y se tumbó sobre la cama. Comenzó a cerrar los ojos y empezó a pensar en una época anterior, unos meses atrás, cuando no necesitaba el licor ni las pastillas para poder conciliar el sueño. Rezó para que no se repitieran sus pesadillas y poco a poco se quedó dormido.

8

Jayden había dejado Boston hacía una hora y se dirigía hacia Worcester para la firma del nuevo contrato. Durante la mañana temprano y aprovechando del WIFI del hall del hotel hizo una serie de averiguaciones acerca de la empresa que le iba a contratar. Se llamaba VESELGAG y se dedicaba básicamente, según su página web, al acopio, transformación y exportación de soja ecológica. En páginas de información mercantil se enteró de otros detalles tales como el rating de facturación anual o los principales mercados a los que iba dirigido su producto, en este caso básicamente países latinoamericanos con Argentina a la cabeza de la demanda.

Aquello le resultaba un poco extraño. Si bien es verdad que el trabajo que había desarrollado últimamente iba dirigido a una eficiencia industrial basada en el aprovechamiento de los recursos naturales, no veía como iba a encajar en una empresa básicamente manufacturera. En fin, poco importaba en qué demonios trabajara mientras recibiera una suculenta remuneración al final del mes.

Se había levantado pronto para estar a primera hora en el banco. Sabía por experiencia que a esas horas de la mañana los empleados están perezosos y sin muchas ganas de conversación y por lo tanto dan menos problemas burocráticos. Como esperaba, entró en las dependencias privadas con el empleado y un guardia armado.

Procedieron a entregarle la caja de seguridad y vació su contenido en la mesa del reservado. Allí tenía su pasaporte, 3.500 dólares en billetes usados y un sobre lacrado en el que se encontraba su futuro. Acomodó todo aquello entre sus pertenencias, con especial cuidado al sobre lacrado, salió del reservado entregando la caja al empleado y dando las gracias se marchó.

Apenas eran las 10.00 horas de la mañana y ya había conducido más de la mitad del trayecto. Se encontraba a la altura de Westborought y decidió hacer una breve parada. Abandonando la I-90, tomo la 135 y entró en el pueblo. Sin rumbo fijo decidió continuar por dicha carretera hasta que a la derecha encontró un bar donde tomar un buen café y algo de tarta casera. Era el «Kaitlin’s Bar» y en la puerta hablaban maravillas del pastel casero de ruibarbo.

No fue el mejor pastel que había probado en su vida pero le sentó especialmente bien, sobre todo el maravilloso café con que lo acompañó. Además, aquella parada le había servido para asegurarse que había despistado completamente a los individuos que le perseguían. Volvió al volante de su Ford y en 20 minutos más consiguió aparcar en la sede central de Veselgag. Cuando el recepcionista tecleó su nombre en el ordenador le indicaron que debía subir a la planta 86 del Edificio C y hablar con el señor Adalverto Osorio.

Jayden se dirigió obediente por donde le habían indicado. En la puerta del despacho figuraba el nombre y el cargo que ostentaba en la empresa: «Mr. Adalverto Osorio, Director Ejecutivo».

Se quedó un poco sorprendido por que fuera el mismo director ejecutivo el que le recibiera y le entrevistara. No obstante, se acomodó el traje y llamó a la puerta. —Adelante. Contestaron desde dentro.

—Buenos días. Mi nombre es Jayden Shyann. He quedado para una entrevista de ….

—Adelante. Te esperábamos impacientes. Algún problema para encontrar nuestro edificio.

—No. Worcester es una ciudad pequeña comparada con Boston. Y encima he tenido ayuda del GPS. —Extraordinario. Bueno, vamos al grano para dejar de perder el tiempo.

Adalverto se levantó y Jayden le imitó.

—Acompáñame al salón de juntas. Como ya hablamos telefónicamente de los detalles del contrato, les he dicho a los abogados que lo redactaran. Aquí tienes. Tómate todo el tiempo que necesites para leerlo y si tienes alguna objeción o pregunta me llamas por este timbre y me acercaré para resolvértela.

—De acuerdo Adalverto. He visto en vuestra pagina web a que os dedicáis básicamente y quería saber cuál va a ser mi cometido en ese organigrama.

—Como comprenderás Jayden por temas de confidencialidad no puedo avanzarte ningún detalle de nuestros objetivos a corto y medio plazo. No obstante, si te puedo comentar que el puesto para el que te queremos contratar es un puesto de máxima responsabilidad, directivo, bien remunerado como ya sabes, para el que estás plenamente capacitado y en consonancia con el tipo de trabajo que has desempeñado en estos últimos años.

—Gracias, con eso me basta.

Tras una lectura al contrato, se reunieron nuevamente y firmaron el acuerdo que les unía a la empresa durante los próximos 5 años, prorrogables por un periodo variable de entre 3 y 5 años más.

A continuación, Adalverto sacó una botella de Moët Chandon que abrió y le sirvió una copa a Jayden.

— En mi país es muy común que tras cerrar un buen trato, las partes brinden con champan en señal de una fructífera relación. Salud.

—Es una buena costumbre, sin duda. Salud —añadió Jayden—.

—Y ahora, siéntate que tengo que informarte de tu cometido en la empresa. Como sabes nos dedicamos al negocio de la soja natural y nuestra producción y venta se circunscribe básicamente a Latinoamérica. Al principio, las dificultades fueron muchas, tanto a nivel de producción, porque no podíamos competir con la soja transgénica que es más barata y no sujeta a las condiciones medioambientales, como a nivel de rendimiento, puesto que los países a los que el producto iba dirigido poseían regímenes bastante volubles por decirlo suavemente.

—Ya me imagino que tuvo que ser difícil.

—Afortunadamente para nosotros y ahora para ti, los consumidores se han decidido desde hace unos años por «lo ecológico», abandonando lo artificial aunque para ello deban pagar más por el producto. Con ese impulso la rentabilidad anual de la empresa crece cada año por encima de un cinco por ciento, y casi somos líderes mundiales de nuestro sector.

—Sigo sin ver donde encajo yo en todo eso —dijo impaciente Jayden—.

—Eres hombre de hechos y no de palabras y eso me gusta. Está bien. Desde hace un mes el Gobierno Paraguayo en estrecha colaboración con el Gobierno Argentino se ha propuesto limpiar la cuenca del Rio Paraná y la del Rio Iguazú -la llamada Tres Fronterasde los vertidos tóxicos y contaminantes ocasionados por el llamado progreso agrotóxico.

El origen del problema es la producción a gran escala que se ha estado haciendo en esa zona de la soja transgénica.

—Tengo entendido que los alcaldes de los pueblos fronterizos estaban en connivencia con los productores y hacían la vista gorda. ¿Qué ha cambiado ahora?.

—Un reportaje del Canal 15, convenientemente financiado por nuestra empresa, en el que se muestra la realidad del envenenamiento de la tierra que se ha producido y de cómo ello ha ocasionado numerosas muertes de los agricultores, incluso de bebes. —Ya veo.

—En definitiva, ambos gobiernos nos han encargado un proyecto serio para conseguir básicamente dos objetivos: Limpiar lo mejor posible las cuencas de los ríos de contaminantes y hacer viable la vida de los campesinos de la zona y su interacción con el rio. En segundo lugar, implementar cultivos de soja natural rentables que desplacen progresivamente a los cultivos transgénicos con el menor impacto económico para los pueblos de la zona. Ese por tanto será tu trabajo en la empresa.

—¿De cuánto tiempo dispongo para ello?.

—En principio, para la presentación del proyecto nos han otorgado un plazo de tres años. Pretenden, si les convencemos, presentarlo en la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños que se va a celebrar en Asunción. En caso de que den vía libre al proyecto, el plazo de ejecución no se ha especificado y vendrá dado en función de tus criterios para su implantación sobre el terreno.

—Magnifico. Veo que no mentías acerca de que era un trabajo hecho a mi medida.

—Me alegra que te guste la idea Jayden. Creo pues que queda claro que deberás viajar con frecuencia, y los socios y yo hemos pensado que deberías —saco un sobre del cajón de su escritorio— tener una tarjeta de empresa. Cualquier gasto que necesites realizar durante las visitas sobre el terreno lo realizas al cargo de esa tarjeta y no de ninguna otra. El departamento de contabilidad ya se encargará de las deducciones fiscales y del archivo como gastos de representación o algo así.

—No sé qué decir. Me he quedado sin palabras. Es un extra inesperado. Gracias.

—No me las des. Te voy a exprimir como a un limón porque espero de ti lo mejor. Y cuando digo lo mejor, no me refiero a que presentes algo bonito, me refiero a que consigas convencer a esos políticos de que el proyecto es viable, rentable y nos contraten para llevarlo a cabo y así nos forremos los bolsillos a su costa, primero con el proyecto, segundo con la ejecución del proyecto y tercero y más importante con la implantación de nuestros cultivos en la zona y nuestra expansión exponencial en sus mercados.

Mientras Adalverto, hablaba cada vez en un tono más elevado, Jayden había dejado de pensar en el trabajo y se centró en planear lo que era más conveniente para él.

— Estoy de acuerdo. Es más, estoy deseando empezar ya mismo. Por ello, si te parece bien, mañana mismo he decidido volar a la zona. Me entrevistaré con el Alcalde de Puerto Iguazú y el de Presidente Franco y si puedo con los campesinos de la zona y recabaré información sobre como son allí las cosas.

—Excelente idea. Así tendrás testimonios de primera mano sobre la realidad que les rodea. Sin embargo, aunque vueles para allá necesitarás que el gobierno paraguayo te autorice a visitar la zona y te proporcione escolta armada debido a los numerosos problemas que hay allí por los contrabandistas. Por tanto, lo mejor que puedes hacer es estar un par de días en Buenos Aires o en Asunción. Descansar y empaparte de su cultura y de su idiosincrasia y yo te avisaré en cuanto cuente con el visto bueno de las autoridades locales.

Jayden se levantó enloquecido. Su racha de suerte parecía inagotable.

—Me parece una buenísima idea. —Cogió la copa de

champan y la dirigió hacia él—. Brindemos por ello.

—Eso, brindemos con este magnífico caldo. —Y

llenando las dos copas Adalverto añadió— Por el

proyecto de nuestras vidas. Salud.

—Me voy a recursos humanos para acabar el papeleo

—dijo Jayden después de apurar su copa—.

—De acuerdo. Yo les voy a llamar para confirmar que

estás en nómina y para que te reserven un vuelo a …

¿A dónde vas a volar, Jayden?.

—A Buenos Aires.

—Sea pues, a Buenos Aires en First Class, por

supuesto.

Cerró la puerta del despacho y se dirigió al ascensor. Encontró los carteles indicativos de los departamentos de la empresa y observó que debía ir a la planta 14 del edificio. Entró en el ascensor y mientras bajaba pegó un grito con todas sus fuerzas que resonó en el pequeño cubículo. Con tanta alegría contenida decidió permitirse esa licencia.

En recursos humanos ya habían recibido la llamada del Director y lo tenían todo preparado. Le indicó a la secretaria los datos de la nueva cuenta bancaria en la que debía ingresar las nominas, le hicieron firmar un recibí por el móvil y por la tarjeta de crédito de empresa y otra serie de tediosos papeles. Por último, hablaron de cómo gestionar la reserva del avión para mañana a Buenos Aires.

En principio, no había pensado como iba a hacer el viaje. Reflexionando un poco pensó que lo mejor era no volar desde Boston.

Pensó hacerlo desde New York, pues no se le ocurría otro Aeropuerto Internacional que tuviera conexión directa con Buenos Aires y no le apetecía hacer aburridas escalas por el camino. No obstante, esa solución era un poco arriesgada puesto que sus perseguidores podían estar vigilando el JFK.

La eficiente Secretaria intuyó la duda de Jayden y mirando el ordenador le ofreció una excelente alternativa: «Montreal». Mostrándose muy agradecido con ella, reservaron un vuelo directo de Montreal a Buenos Aires con Air Canadá para el día siguiente con salida a las 08.25 horas de la mañana.

Con todo el papeleo era ya tarde para comer decentemente. Se acercó a un puesto de comida rápida que había enfrente del edificio y degustó una hamburguesa con queso y bacón clásica y una coca-cola en el banco del parque del edificio. Hacía un día esplendido y se desprendió de la chaqueta.

En esos gloriosos momentos de relax, su mente se evadía hacia tiempos pasados felices en compañía de su abuelo saltando alegremente y dejándose caer a la orilla del rio oliendo a tierra húmeda y al aroma de las flores silvestres que poblaban la pradera.

Unos niños que jugaban a la pelota le despertaron del recuerdo. Terminaba de comer la hamburguesa cuando meditó sobre todo lo que había pasado y en lo que debía hacer esa tarde.

Sonrió recordando a Adalverto contándole cual iba a ser su trabajo en la empresa. Era perfecto. Lo único que tenía que hacer era conducir hasta Montreal, alojarse en un hotel de la ciudad y volar mañana rumbo a Buenos Aires. Esperaba que Bob no se impacientara al no tener noticias suyas en «Taylor’s Car». Además, si le daba por revisar la documentación podría descubrir que el carnet de conducir con el que se había realizado la preventa era falso. Y si eso ocurría le sería imposible salir de Estados Unidos y cruzar la frontera de Canadá. Sin embargo, estaba casi convencido de que Bob, con la documentación de dos tarjetas de crédito en su mano, apuraría al menos un par de días para esperar a ese magnífico cliente que le iba a dejar una suculenta comisión de venta antes de denunciar el robo del Ford.

Para llegar a Montreal, la eficiente secretaria le había recomendado tomar directamente a la salida de Worcester la I-89 y en unas 5 horas llegaría a la ciudad, a lo que había que añadir el tiempo que se pudiera perder en el paso de las fronteras.

Al final fueron casi 8 horas de viaje, entre paradas y cruce de fronteras. Estaba cansado pero muy satisfecho. Jayden se dirigió al centro histórico de Montreal y encontró un parking publico en la Rue de la Gauchetiere donde dejar el coche.

De otras visitas a la ciudad sabía que desde la zona del Palacio de Justicia se podía coger el autobús para ir al aeropuerto internacional Trudeau. Por ello, bajó con su maleta como un turista más hacia la Place D’Armes y tras esperar unos 10 minutos tomó el autobús.

Al llegar, se dirigió directamente a la parada de taxis y le indicó su destino: el Hotel Sheraton Montreal Airport. El taxista protestó un poco puesto que el destino no era lo suficientemente lejano para compensar el tiempo perdido en la espera de clientela pero accedió a llevarle con una propina extra. En el hotel pidió una habitación normal para una noche con el desayuno incluido y solicitó la conexión a internet de alta velocidad, pagado todo ello con la tarjeta de la empresa, por supuesto. Había pensado que lo mejor era ponerse enseguida manos a la obra.

Tras acomodarse y asearse, conectó su tablet a la banda ancha y empezó a familiarizarse con el que en las próximas semanas sería su destino. Como el hambre había hecho acto de presencia llamó al servicio de habitaciones para que le sirvieran un «Croque Monsieur», una jarra grande de cerveza y una macedonia de frutas naturales con zumo de naranja. En cuanto apareció la cena decidió dar por terminado el trabajo.

Como las vistas desde el hotel no eran gran cosa, encendió el televisor y ojeó las noticias de la CNN. Nada le llamó la atención. Todo estaba bien y en calma. Excelente. Finalmente se tumbó en la cama. Las almohadas eran malísimas. No entendía como la gente puede dormir en esas condiciones. No obstante, encontró en el armario vestidor otro juego y consiguió, no sin esfuerzo, arreglar el conjunto a su gusto. Vencido por el cansancio y por la tranquilidad que le reportaba haber superado otra crisis empezó a pensar nuevamente en aquellos años de su infancia y lo feliz que había sido.

— No, no, no —se gritó en voz baja—.

Ahora que su plan estaba en marcha y que estaba muy encauzado no podía permitirse debilidad alguna. Súbitamente, sintió un dolor agudo en el brazo y se incorporó de inmediato. Rabiosa pero inconscientemente, se había clavado las uñas en el antebrazo y de él empezaba a manar bastante sangre.

— Claro que no. No te apartes del camino emprendido —se dijo Jayden a su reflejo en el espejo mientras se limpiaba la sangre y se vendaba el antebrazo—. ¡La misión lo es todo¡.

9

Le dolía muchísimo la cabeza, tenía la boca seca, estaba empapada de sudor y sufría de continuos escalofríos. Intentó incorporarse pero las manos y los pies estaban atados a la cama. Aquella situación la devolvió a la realidad y empezó a recordar.

Habían pasado cinco meses desde aquella fatídica mañana en el banco en la que supo que David había vaciado las cuentas y la dejó sin dinero y endeudada. Esa tarde en la que se despertó en la cama del hospital con su madre a su lado. Como perdió la ilusión por estudiar y como había empezado a beber más de la cuenta.

Tantos recuerdos negativos la deprimían aún más. Afortunadamente para ella su padre y sus abogados lo habían arreglado todo con el Banco, imponiéndola una única condición: debía vivir con su familia en Madrid. No la importó aceptar la propuesta, mejor dicho, en aquella situación no la importaba nada de nada.

Una vez en Madrid, llegaron los reproches de sus padres, el «ya te lo habíamos advertido», el «ya te decíamos lo que era el David ese», etc. No se daban cuenta de que todo aquello agravaba su sentimiento de culpa. Se pasaba todo el día tumbada, sin nada que hacer. Empezó a salir por la noche con su antigua pandilla y regresaba a casa totalmente borracha, ¡Todos los días de la semana¡. Como ocurre con todas las sustancias adictivas, su organismo empezó a exigir cantidades cada vez mayores para lograr el deseado efecto. «Tolerancia» lo llaman científicamente. Sus padres insistieron en llevarla a los mejores psicólogos para tratarla pero siempre se negó a ello. Poco a poco su degeneración personal se fue incrementando.

El alcohol pronto no fue suficiente y se inició con las drogas. Al principio, pequeñas dosis de las llamadas «blandas» y poco a poco se pasó a las drogas «duras». Se convirtió en una «Yonki» y todos sus antiguos amigos la fueron abandonando. Sus padres intentaron controlar sus adiciones restringiendo su acceso al dinero. No la importó. Carla supo cómo conseguir más dosis de heroína. Pequeños trabajos sexuales con sus vecinos cuarentones a cambio de importantes cantidades de dinero.

Un buen día, se había subido a un coche de alta gama (un audi gris era lo único que recordaba) que la llevó a un chalet en la sierra. Había en él un set de filmación y un grupo de hombres que querían acostarse con ella a cambio de un montón de dinero. En aquel momento, se dio cuenta que había tocado fondo. Empezó a gritar como poseída y salió corriendo de aquel sitio. Afortunadamente para ella, nadie la siguió.

Comenzó a andar sin rumbo fijo. Atravesó un pequeño parque arbolado y encontró un arroyo. Aún a la luz de la luna, se notaba que era primavera y estaba todo precioso. Sin embargo, Carla no apreciaba esa belleza pues iba ensimismada y con una única idea en la cabeza. Continuó andando y localizó su destino. La autopista A-6 se encontraba a su alcance. Aceleró el ritmo y 15 minutos después había llegado. Buscó con la mirada un paso de peatones elevado. No lo encontró, pero no se desanimó. Ella sabía que recorriendo aquella carretera antes o después lo encontraría.

Tras una larga caminata en dirección a Madrid lo localizó. Subió las escaleras que la llevaban a la pasarela superior y se paró en medio de ella. La decisión estaba tomada y no había marcha atrás.

Solo un momento para pensar en sus seres queridos y para rezar un poco. No era practicante pero sentía la necesidad de hacerlo.

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