Agnes

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Agnes

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—Igualmente Clara. Lamento profundamente que tu estancia en nuestra ciudad haya resultado tan

desafortunada.

Y ambas se despidieron con un correcto apretón de manos. Carla volvió al hotel pues todavía se encontraba bastante débil. Volvió a intentar hablar con Sabrina con idéntico resultado negativo y pensó que seguramente estaría trabajando y que no podría coger el celular. Decidió salir a cenar algo pues el hotel no tenía servicio de restauración.

Al salir a la calle, notó que el miedo la paralizaba y volvió a entrar en el hotel. El recepcionista, que estaba al corriente de todo lo que la había sucedido, la ofreció amablemente su ayuda. Carla dudó un instante pero decidió resuelta que debía superar el trauma.

Al incorporarse nuevamente al Paseo Colón se encontró más tranquila aunque a medida que se acercaba hacia la plaza Dorrego y se mezclaba entre la multitud empezó a agobiarse y sufrió una pequeña crisis de ansiedad. A pocos pasos encontró una taberna mejicana casi vacía y acelerando el paso entró en ella. Mientras degustaba unos tacos y una cerveza observaba a la gente a través de la ventana del escaparate.

El barrio rebosaba alegría y los lugareños y los turistas se divertían con la música en directo y sobre todo con la bebida. Sabrina la había contado que aquella zona era especial pues en su mayoría eran gente humilde con un futuro bastante incierto en muchos casos pero a la vez eran personas que disfrutaban de la vida.

Al recordarla le vino a la memoria el local donde comenzaron su maravillosa historia de amor. Pagó la cuenta y se mezcló decidida entre la gente. Entró en él y pidió un trago. Siguiendo el consejo del camarero, degustó un coctel suave que llamaba «Copa de Nada», una mezcla de ron, tequila, ginebra y vodka blanco con zumo de naranja y granadina y que era ideal para olvidar durante un rato las penas. Estaba actuando una banda de tango electrónico que fusionaba el tango tradicional con la música electrónica. No era lo que Carla esperaba encontrarse pero la verdad es que le gustó muchísimo. Al terminar el concierto el speaker del local animó a las parejas a subir a la tarima a bailar con los que se escuchaban a través del hilo musical.

Al oír aquello, Carla se entristeció de repente. Notaba como un fuerte sentimiento de nostalgia se apoderaba de ella y se arrepintió de haber entrado en el local. Estaba sola, en una ciudad en apariencia hospitalaria pero que en el fondo era distante y hostil.

Pagó la cuenta y cuando se disponía a salir escuchó unos acordes muy conocidos para ella: «El día que me quieras de Carlos Gardel», «su tango». Sin saber por qué se giró hacia el escenario recordando aquel maravilloso día y en ese instante sintió como se le rompía el corazón.

Sabrina estaba sacando a bailar a una indecisa joven que al final decidió dejarse llevar animada por los aplausos de los demás clientes del local y con los últimos acordes de la canción de fundieron en un apasionado beso.

Carla notó que le costaba respirar. Salió de inmediato a la calle pero la multitud de gente que transitaba por las abarrotadas calles agravó su episodio de pánico. Comenzó a gritar como poseída moviendo descoordinadamente los brazos mientras corría en dirección al hotel. Su inconsciente maniobra favoreció que la gente se apartara de su camino lo que la permitió alcanzar su destino en un tiempo record. Finalmente, llegó a la habitación y se lanzó llorando amargamente sobre la cama.

Numerosos pensamientos convulsos asaltaban la mente de Carla. Su vida se había convertido en una mezcla de vodevil y tragedia griega y no podía soportar más aquella monstruosa montaña rusa. La decisión estaba tomada y lo sabía. En un breve momento pensó en sus seres queridos.

—Estarían más felices sin mí —se dijo—.

Relajadamente se sirvió un buen vaso de vino y se metió en la bañera de hidromasaje. Saboreó poco a poco el exquisito licor y se abandonó a la narcosis que comenzaba a apoderarse de su cuerpo. La copa se le escurrió entre los dedos y cayó al suelo del baño rompiéndose con estrepito. Carla cerró los ojos mientras oía el rítmico sonido de los latidos de su corazón. Apenas notaba las heridas y su realidad parecía envuelta en una espesa y blanquecina niebla. De repente, un intenso destello se abrió paso entre aquella nebulosa. Intrigada, intentó averiguar cuál era el motivo de aquel reflejo que perturbaba su paz.

Descubrió un letrero metálico en el que había escrito un nombre familiar en vistosas letras mayúsculas «AGNES». Al leerlo, el mundo nebuloso de Carla desapareció, su corazón se aceleró, comenzó a sentir el dolor de las muñecas y se asustó al ver como el agua del Jacuzzi se había teñido de un intenso color rojo.

—¿Que había hecho?—. No había pensado en su tíaabuela. Había confiado en ella, aún sin conocerla, y se iba a ir de este mundo sin devolverle dicha confianza. Tendría tiempo para esto más tarde. Debía averiguar más de ella e intentar conocerla lo mejor posible. Luego utilizaría su herencia para ayudar a los más desfavorecidos del mundo y así mantendría vivo su legado. Con esa renovada determinación intentó incorporarse pero sus piernas no la respondieron. Se dio cuenta que su cuerpo estaba muy entumecido y que iba a ser incapaz de salir de allí por sí misma. Su mente consciente empezó a flaquear y, de nuevo, optó por la salida fácil y se abandonó a la agradable y somnolente sensación que la envolvía. Volvió a cerrar los ojos y respiró profundamente.

—Está bien, todo está bien —se dijo—. Por fin en paz.

19

Se notaba un poco triste por haberse despedido de Carla pues al final había cogido cariño a aquella muchacha. Manel conducía con destreza el vehículo por la ciudad en dirección a la estación de autobuses. Al llegar, sacó un fajo de dólares, pidió al guardaespaldas que le vendiera su arma y le dio a ambos una generosa propina, asegurándose su lealtad y sobre todo su discreción. Terminaron su recorrido en el bar de la estación dando buena cuenta de unas cuantas cervezas.

Jayden caminó apresuradamente hacia el hotel, subió a su habitación y se sirvió otra cerveza. Comenzó a repasar mentalmente los acontecimientos de la mañana y rememoró su encuentro con el anciano:

— Por fin te encuentro «Gordon» —dijo mientras apretaba el cañón de su arma contra la cabeza—. O mejor dicho, «Jack».

—No esperaba volverte a ver —contestó con tranquilidad el anciano—.

—Si te soy sincero, me ha costado bastante encontrarte.

—Eso he intentado. Bueno, ¿qué vas a hacer conmigo ahora?.

—Ya sabes que es lo que te va a pasar. Si contestas a mis preguntas morirás rápido, si no ….., tu mismo. —Jamás obtendrás de mí respuesta alguna. Soy un superviviente de los nazis y me río de tus patéticas amenazas.

Jayden golpeó con la pistola al anciano en la cabeza y éste comenzó a sangrar.

— No quiero perder mucho tiempo contigo, abuelo. Quiero que contestes a unas sencillas preguntas pero si decides no hacerlo sufrirás tanto que me suplicaras que te mate. En ambos casos, obtendré lo que he venido a buscar. ¿Por qué me traicionaste?. —El traidor fuiste tú. Te hiciste amigo nuestro para aprovecharte de mis años de investigación, pero afortunadamente lo descubrimos a tiempo. —Y me quisisteis quitar de en medio.

—Eso sabes que bien te lo merecías. El que siembra espinas no puede esperar cosechar flores.

—Bueno, ya sabes lo que he venido a buscar. ¿Dónde está?.

—Nunca lo encontrarás Jayden, jamás.

Cogió una almohada del sofá y usándola como silenciador disparó al anciano en la rodilla derecha. No obstante el agudo dolor, Jack reprimió gritar y tras unos breves instantes se recompuso.

— Me decepcionas —dijo—. Esperaba algo más creativo por tu parte.

—Esto solo ha hecho que empezar, viejo.

Jayden sacó de su bolsillo derecho un diminuto estuche con cremallera y, abriéndolo, extrajo de su interior una pequeña astilla de madera que clavó inmisericordemente en el dedo anular de la mano derecha del anciano. Esta vez, no pudo impedir soltar un agudo grito de dolor.

— Ves lo que me obligas a hacer. Dime lo que quiero saber y todo terminará rápidamente.

—Vete a tomar por culo.

Tras 10 minutos de inhumana tortura, el anciano perdió el conocimiento. Él cogió un vaso de agua y se lo derramó por encima para reanimarle.

Cuando iba a continuar, Jack empezó a suplicar. —Vale, vale. No sigas por favor.

—Habla anciano y todo acabará rápido.

—Necesito coger un documento de mi escritorio.

Jayden acompañó al anciano apuntándole con la pistola. Él abrió con sumo cuidado el primer cajón de su escritorio y extrajo una pequeña carpeta y se la entregó. Juntos regresaron al salón y se acomodaron en sus respectivos asientos. Jayden sonrió con satisfacción, pues por fin tenía en su poder lo que había venido a buscar. Ansiosamente, abrió la carpeta, miró su contenido y torció el gesto mirando al anciano.

—¿Qué coño es esto, viejo? —increpó furioso—.

Jack sonreía con satisfacción.

—Estás viendo nuestra venganza. Como puedes ver son E-Mails que demuestran que dentro de poco serás un hombre muerto.

Posó de nuevo la mirada sobre los documentos y vio que el anciano decía la verdad. Había un resguardo del ingreso efectuado en un paraíso fiscal a una sociedad y un recibí de confirmación del encargo realizado. Aquello era un inesperado revés. Lo único que podía hacer era arrancarle al anciano la información que necesitaba.

— Ahora me vas a decir lo que necesito saber. Luego me preocuparé por este nuevo problema.

Inesperadamente, el anciano comenzó a convulsionarse y

empezó a vomitar. Jayden se abalanzó hacia él pero supo

que era demasiado tarde. Se había suicidado con cianuro.

Puso patas arriba el piso pero no encontró lo que buscaba.

Varios años de costosa y ardua investigación para llegar a

un jodido callejón sin salida. Limpió sus huellas y se alejó

apresuradamente.

Ahora tenía que pensar en sus siguientes movimientos.

Había prestado especial cuidado cubriendo sus huellas y estaba seguro que eso le otorgaba unos meses para averiguar quién le perseguía y evitar que le mataran. Además tenía que volver sobre sus pasos y retomar su investigación para encontrar lo que había escondido Jack y que necesitaba para recuperar lo que era suyo por derecho.

Por tanto, nada le ataba ya a aquella ciudad. Bien pensado, el plan había sido un éxito, no completo, pero éxito al fin y al cabo. Él estaba muerto y eso merecía una celebración. Al día siguiente pondría en práctica su plan de huída pero aquella noche saldría a divertirse nuevamente.

Decidió ir a un asador que le había recomendado Manel en la zona de Puerto Madero. Como hacía una esplendida noche, pidió una mesa en la terraza al aire libre y acompañó la carne con una botella de cabernet sauvignon de 200 dólares la botella. Con tal petición, los camareros del restaurante le colmaron de atenciones y disfrutó como un niño de su famoso «asado de tira».

Saboreaba un expreso cuando sonó su móvil. Hizo caso omiso pero volvió a sonar atrayendo las miradas de

desaprobación de los otros comensales.

—¿Sí?.

—¿Con el licenciado don Andrew Jones, por favor?. —Al aparato. ¿De parte de quién?.

—Le habla Roberto Hernández. Soy el director del Hotel Patios de San Telmo, donde está alojada su amiga. Me comentó que si había algún problema le avisara.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó muy preocupado—. —Es mejor que venga lo antes posible.

—Ahora nos vemos, y gracias.

Con celeridad llamó a un camarero y le entregó 400

dólares para pagar la comida y la propina.

Por fortuna para él, a la salida del restaurante había numerosos taxis esperando.

El taxista condujo a toda velocidad por la ciudad incentivado por la generosa propina extra que recibiría de aquel «gringo». Al llegar, el director le esperaba y subieron apresuradamente en el ascensor hacia la habitación de

Carla mientras le ponía al corriente de lo sucedido. —Hace media hora nuestro empleado recibió una extraña llamada de su habitación. Intentó hablar con la mujer y únicamente obtuvo sonidos inconexos provenientes del baño. Al tratarse de un huésped especial —remarcó esta palabra— subimos a la suite para cerciorarnos que se todo estaba bien y al no obtener ninguna respuesta procedimos a abrir la puerta y nos encontramos con su intento de suicidio. —¿Cómo? —logró preguntar sin salir del shock que le había producido la noticia—.

—Se ha abierto las muñecas y se ha sumergido en la bañera. El médico del hotel ha podido estabilizar sus constantes vitales pero está grave y debe ser trasladada inmediatamente al hospital. Estamos esperando a que llegue la ambulancia para su traslado.

—Gracias por tan rápida actuación que seguro que ha salvado su vida. Tengo que reconocer mi error y el de los médicos al pensar que ya estaba mentalmente recuperada de la agresión sufrida. Ah, y no se preocupe por todo este desastre, yo me encargaré de pagar lo que sea.

—Muy bien Mr. Jones. Solo tenemos entonces que esperar a la ambulancia y a las autoridades.

Él se sobresaltó aún más con aquella noticia.

—¿Por qué ha avisado a la policía?.

—Lo siento señor Jones. Existe la posibilidad de que una mujer muera siendo huésped de este establecimiento y se debe esclarecer lo ocurrido para salvaguardar el buen nombre del Hotel.

No se podía hacer ya nada, pensó Jayden. Si hubiera

llegado antes podría haber zanjado la cuestión de otra

manera pero nuevamente había reaccionado demasiado

tarde. La policía investigaría a Carla y llegarían a él y lo

que era peor a la muerte del anciano. No podía permitir

que eso sucediera. En cuanto aparecieron los sanitarios y

se hicieron cargo de ella supo cómo debía actuar. —Roberto, necesito estar a su lado por si se despierta —dijo compungidamente—.

—Lo entiendo Mr. Jones, pero es necesario esperar a la policía.

—Tome mi pasaporte. —y se lo tendió al sorprendido director—. Yo me voy en la ambulancia. Cuando venga la policía les indica quien soy y que estoy cuidando de ella en el hospital. Cuando tengan preguntas que hacer estaré encantado de responderlas pero mientras tanto estaré a su lado.

—Muy buena idea. Vaya, vaya con ella, de prisa.

Corrió para alcanzar la ambulancia y se subió a ella justo

a tiempo para acompañar a Carla. Así ganaba tiempo para

pensar en una manera de salir de aquel lio en el que se

encontraba. Era indiscutible que debía desaparecer cuanto

antes pero no podía dejar cabos sueltos.

Al llegar al hospital la llevaron a la sala de cuidados

intensivos y él tuvo que quedarse en la sala de espera para

familiares. Al rato, el médico le informó de que había

entrado con un shock hipovolémico producido por una

pérdida masiva de sangre.

Afortunadamente la exploración de los órganos internos

había resultado positiva, seguramente por la rápida

intervención del médico del hotel.

Habían procedido a realizar una transfusión de sangre, se encontraba con respiración asistida y se la estaba administrando suero salino para reponer la perdida de líquido sufrida. Debía quedarse en observación 48 horas básicamente hasta que recuperara la movilidad funcional. Luego recomendaba visitar a un médico de psiquiatría para tratar su comportamiento suicida. Si no hubiera más contratiempos, podría entrar a visitarla en una hora aproximadamente.

Jayden le agradeció toda la información. Cuando el doctor salió se sentó pensativo y tomó una amarga decisión. Se acercó a la máquina de refrescos y extrajo uno de cola pues necesitaba encontrarse bien despierto. Lo bueno era que la policía no accedería a aquella sala del hospital por lo que estaba relativamente seguro de momento. Al cabo de dos interminables horas una enfermera le comunicó que podía visitar a su familiar. Accedió a la habitación de cuidados intensivos y la encontró consciente pero muy débil.

— Hola Carla. Contigo no gano para sustos.

—Hola Jay. Lamento muchísimo todo lo que te estoy haciendo pasar.

—Shhhh. No te esfuerces en hablar. Ya habrá tiempo de disculpas más adelante. Ahora tienes que centrarte en recuperarte lo mejor posible.

—Gracias. Nunca podré agradecerte todo lo que estás haciendo por mí.

—Carla, escúchame. Tengo que irme de la ciudad mañana mismo, lo siento. Pero no quiero dejarte aquí sola. Necesito que me digas el teléfono de tu amiga Sabrina para avisarla.

—No quiero verla jamás —exclamó Carla con vehemencia—. Me ha traicionado.

—Está bien. ¿Conoces a alguien más en la ciudad?. ¿Algún familiar?.

—No, a nadie.

—Entonces hablaré con tu familia en España. Tardarán un par de días en llegar pero mientras estarás cuidada por los doctores en esta unidad de vigilancia especial.

—De acuerdo —accedió Carla—. Pero toda mi documentación está en el hotel.

—No te preocupes. Antes de salir de la habitación cogimos tu bolso y tu documentación. Miraré en la agenda y les llamaré. —una enfermera golpeó la acristalada pared de la habitación—. Me avisan que tengo que salir, ahora descansa.

Jayden volvió a la sala de familiares. Sacó del bolso de Carla una agenda y un bolígrafo y rápidamente se puso a dibujar el croquis de la habitación que tenía guardado mentalmente en la cabeza. Arrancó la hoja y guardó la agenda en el bolso. Sin quererlo, pensó en ella y en sus preciosos ojos castaños. Una inmensa tristeza se apoderó de él pero en la vida, a menudo, había que tomar decisiones dolorosas y aquella era una de esas veces. La enfermera le había informado que la próxima visita sería dentro de tres horas, y le aconsejó que se fuera a su hotel a descansar.

Miró el reloj y decidió arriesgarse a salir. A aquellas horas de la madrugada imaginó que la policía habría tomado la decisión de continuar la investigación al día siguiente. No se equivocó. La puerta de urgencias del hospital estaba desierta, y Jayden inspiró satisfecho una refrescante bocanada de aire.

Paró un taxi, volvió a su hotel, pagó la estancia y marchó en dirección a la estación de autobuses donde alquiló una taquilla para guardar el equipaje.

Satisfecho, decidió volver al hospital. Al llegar observó aliviado que en aquellas horas nada había cambiado, salvo que había más familiares en la Sala de Espera. Se sentó degustando un nuevo refresco de cola y esperó con paciencia. Por la megafonía se indicó a los acompañantes que ya podían entrar. Se mezcló entre el grupo de familiares para pasar lo más desapercibido. Alcanzó la habitación, entró y disimuladamente golpeó la cámara de vigilancia desplazándola estratégicamente.

— Hola Carla. Ya he hablado con tus padres y volarán esta mañana. Les he dicho que has sufrido un accidente. ¿Cómo te encuentras?.

—Gracias Jay. Me encuentro mucho más fuerte. Incluso he conseguido incorporarme y sentarme en la cama aunque me he mareado un poco.

—Estupendo, que buena noticia.

Jayden se acercó poco a poco a la cama y disimuladamente comenzó a extraer un pequeño aplicador automático, como los que se usan para administrar insulina, que imitaba a un bolígrafo.

— Jay, ¿a qué hora te tienes que ir?

—En unas horas, tranquila. ¿Por qué lo preguntas?. —Necesito que me hagas un último favor —dijo Carla agarrándole fuertemente el brazo—. No te lo pediría si no fuera muy importante para mí, pero entenderé que no quieras o no puedas hacerlo.

Él suspiró profundamente. ¿Cómo voy a negarla su última voluntad? —se dijo—.

—Dime de qué se trata y veré que puedo hacer.

—Van a vender mañana la casa de una familiar mía

fallecida a la que no he conocido en vida y quería

pasarme para coger algún recuerdo suyo. En el bolso

había un pequeño sobre de burbujas de color sepia

donde está la dirección y la llave para entrar. —Déjame pensar —dijo Jayden mirando su reloj y calculando el tiempo que necesitaría—. Está bien, te haré este ultimo favor.

—Eres un cielo de persona.

—Tu descansa. Nos vemos en un rato. Adiós Carla. Al salir del hospital maldijo su suerte. Su proyecto vital se había empezado a colapsar cuando aquella mujer se cruzó en su vida. Desde entonces todo había ido de mal en peor. Bueno, al fin y al cabo, todo terminaría hoy. Cogió un taxi y le indicó el destino. El taxista amablemente le sugirió que era mejor no ir a aquel barrio tan peligroso. Jayden insistió en que debía ir pues que era un favor para un familiar enfermo. Únicamente debían llegar allí, recoger unos cuantos enseres personales y regresar al hospital. no obstante, solo consiguió convencerle entregándole una generosa cantidad de dinero.

Al llegar a la casa, descubrió desilusionado el estado de abandono en la que se encontraba y bajó del taxi. Las ventanas estaban totalmente destrozadas, parte del techo se había venido abajo, lo que había sido un jardín era ahora un montón de maleza seca cubierto de hiedra y ortigas. La fachada estaba poblada de grafitis con los que la banda del barrio marcaba que aquel era su territorio. Decidido, empuñó su pistola y entró. Por dentro estaba en peor estado todavía. Paredes ennegrecidas, olor fétido a excrementos y orín, restos de comida podrida de la que daban buena cuenta las ratas, roídos colchones donde seguramente dormirían los drogadictos del barrio, etc. Decidió huir lo antes posible de aquel infesto lugar, pero recapacitó un momento. Debía encontrar un recuerdo para Carla en aquel infierno o por lo menos intentarlo. Era lo menos que podía hacer por ella antes de acabar con su vida.

Comenzó a escarbar entre toda aquella inmundicia buscando encontrar algo que aplacara su mala conciencia. Encontró tirada entre escombros y cristales rotos una foto parcialmente quemada en la que aparecía una pareja de cuarentones con la estatua de la libertad al fondo. Terminó de examinar la casa sin encontrar nada más y decidió que debía ser suficiente. Al atravesar el jardín de vuelta al taxi descubrió oculta entre la hiedra un pequeño baldosín con una frase escrita en árabe antiguo. Jayden se agachó y tras varios intentos consiguió extraer aquel precioso recuerdo.

—Aquella misión había concluido—.

20

Regresaron con las primeras luces del amanecer al hospital. En la sala de espera entró al baño y limpió cuidadosamente la foto y sobre todo la baldosa.

Al llegar la hora de la visita lo tenía todo preparado y comprobó con satisfacción que la cámara de vigilancia seguía desenfocada. Al entrar le mostró radiante sus hallazgos a Carla.

— La casa estaba en ruinas y ocupada por indigentes y bandas de delincuentes. He conseguido encontrar esta foto que imagino que será de tu familiar y esta bonita baldosa con letras árabes.

—Muchísimas gracias Jay. —Carla se incorporó y le abrazó efusivamente—. Eres un excelente amigo. Me ha dicho el doctor que mi recuperación ha sido muy rápida. Si todo sigue igual mañana por la tarde saldré del hospital.

—Me alegro muchísimo —añadió intentando disimular la tristeza que sentía por lo que iba a hacer—.

Jayden observó el rostro de Carla, vio sus alegres ojos castaños y de repente se dio cuenta del error que iba a cometer. Cambió de opinión, guardó el inyector nuevamente en su bolsillo y la abrazó con efusividad.

— Carla, debo ser muy sincero contigo. No he avisado a tu familia.

—¿Por qué no? —dijo Carla retirándose unos pasos de él—.

—Me preocupa tu estabilidad mental. Ha dicho el doctor que hay que averiguar las causas de tu crisis pero yo sé que es fruto de una gran falta de afecto y de las exigencias de la vida. Me cuentas que Sabrina te ha traicionado y eso ha sido el detonante, pero estoy convencido que has viajado sola a este país para escapar del agobio que te produce tu familia.

Carla no daba crédito a las palabras que escuchaba. No sabía nada de ella pero parecía que la conocía de toda la vida. Él continuó:

— En eso, pensé que la visita de tus padres agravarían tu crisis mental y no podía permitirlo. Además, debo comunicarte que la policía está investigando el suceso. El director del hotel debía atenerse a las normas y los avisó. En este momento sabrán que ha sido un intento de suicidio, lo que está tipificado en este país como delito —mintió— por lo que tendrás que ir a juicio y casi seguro pasar unos meses en la cárcel.

Ella comenzó a agobiarse e hiperventilaba. Jayden volvió a abrazarla, la cogió con delicadeza y la obligó a tumbarse nuevamente en la cama.

— No te preocupes por nada. Tengo un plan magnífico pero necesito que confíes en mí. ¿Puedes hacerlo Carla?.

—Creo que sí. ¿Qué debo hacer?.

—Es muy sencillo. Al terminar las visitas de los familiares, le dices a la enfermera que te encuentras muy cansada y que apague la luz para que puedas dormir un rato. Como ahora es el cambio del turno de noche al de la mañana sales sigilosamente de la habitación al pasillo. Giras a la derecha y entras en el baño de mujeres que hay a la izquierda. Allí te estaré esperando yo para sacarte del hospital.

—Pero, ¿por qué hay que …?.

—Carla. —la atajó Jayden agarrándola suavemente de los hombros—. Debes confiar en mí. Es necesario que lo hagamos así.

—Está bien. Pero no tengo nada que ponerme. —No te preocupes, sal con la bata. Si alguien te ve actúa con naturalidad y le dices que tienes que ir al baño. Si te vuelven a llevar a la habitación, lo intentas unos minutos más tarde. ¿De acuerdo?.

—De acuerdo. Dentro de unos minutos nos vemos.

De camino a la sala de familiares Jayden se despistó del grupo y entró en la habitación del material. Cogió una silla de ruedas, un traje de celador y un sobre marrón grande de enfermería y con cuidado volvió sobre sus pasos y entró en el cuarto de baño. A los pocos minutos entró ella, se vistió con el traje, se sentó en la silla y él colocó el sobre encima de las piernas.

Con la mayor naturalidad, salieron juntos del baño y se dirigieron a las puertas de salida de urgencias rogando que nadie la reconociera.

— Lo hemos logrado —comentó Carla con un grito apagado—.

—Todavía nos falta mucho para conseguirlo — respondió Jayden-.

Tenían que salir de la ciudad lo antes posible. Cogieron un taxi y en unos 20 minutos llegaron a la estación de autobuses. Sacaron dos billetes en asiento-cama súperplus con destino final en San Carlos de Bariloche. Tenían una hora hasta la salida y fueron a comprar algo de ropa para ella en los puestos callejeros de souvenirs que había en el exterior del edificio.

— ¿Te ves con fuerzas para caminar hasta el autobús? —preguntó Jayden—. Tenemos que deshacernos de la silla de ruedas para dejar las menos pistas posibles. —No te preocupes por mí. Tu dime lo que tengo que hacer y lo haré.

Se acercó a la taquilla donde tenía todo su equipaje y lo colocó en un carro de transporte, dobló la silla de ruedas, la guardó en la misma taquilla y pagó su reserva por otros dos días. Caminaron poco a poco a la dársena donde se encontraba parado el autobús. Jayden cogió su maleta de cabina y un pequeño bolso de mano negro con múltiples bolsillos de cremallera y se tumbaron en sus asientos ansiosos.

— Ya casi estamos a salvo, Carla. Tu descansa que necesitas coger fuerzas para cuando lleguemos. Ella cerró los ojos, su mente se relajó sintiendo que por

primera vez en mucho tiempo había una persona que la

protegía y la ponía a salvo y poco a poco le invadió en un

profundo sueño.

Él, sin embargo, no estaba tranquilo. Miraba nervioso

cualquier movimiento de personas que pudiera resultarle

sospechoso. Sus enemigos eran muchos y no podía

descuidarse. Recibió con alivio el cierre de puertas y el

aviso de que iniciaban la marcha y se recostó en el asiento

para intentar dormir un rato.

El viaje de 26 horas se hizo un poco pesado, sobre todo

para Carla, aunque con el servicio de abordo se

encontraba cada vez más recuperada. Al llegar entraron en

una agencia de viajes y se presentaron como una pareja de

enamorados que querían disfrutar de sus vacaciones.

Como había previsto él, la vendedora les explicó que la

mejor excursión que podían hacer era el llamado «cruce de

lagos andinos» que partiendo de Bariloche finaliza en

Puerto Varas mezclando preciosos trayectos en autobús

con cómodas navegaciones en catamarán.

Además, si ellos querían, tenía un grupo para esa mañana

haciendo noche en Puerto Varas en un Lodge privado con jacuzzi doble ideal para enamorados. Jayden exclamó con exagerada vehemencia lo maravilloso que sería poder hacer esa excursión y Carla compartió su fingido entusiasmo.

Una vez contratada, la mujer de la agencia les recomendó llevar solo un pequeño equipaje de mano con lo imprescindible para pasar esa noche y se ofreció a guardar el resto de las maletas hasta su regreso al día siguiente. Alegremente salieron de la tienda y fueron a tomar otro café en el bar de al lado.

— Te veo bastante fuerte —dijo Jayden—. Parece que el descanso te ha sentado estupendo.

—Creo que estoy muy recuperada, no te preocupes. ¿Quieres contarme por qué vamos a hacer turismo?. —No es turismo, es supervivencia. Puerto Varas es una preciosa ciudad «Chilena». Numerosos turistas hacen esta ruta entre las montañas y las autoridades fronterizas son muy permisivas con los touroperadores locales. Nuestro objetivo es llegar al Lodge, descansar un poco y volar a Santiago de Chile, a su aeropuerto internacional. Una vez allí cogeremos el primer avión con destino a España o a Europa en su defecto.

—Pero, ¿cómo vamos a coger un avión si tenemos retenidos los pasaportes en Buenos Aires?.

—Carla, preciosa, no te preocupes de esos nimios detalles. Todo a su debido tiempo —dijo Jayden de manera paternal—.

—De acuerdo. Creo que deberíamos comprar una cámara de fotos para disfrutar mejor de «nuestras vacaciones».

—Gran idea. —miró el reloj—. Todavía tenemos tiempo.

La excursión resultó preciosa y lo pasaron estupendamente. El grupo resultó muy numeroso y bastantes turistas mostraron su disconformidad con la celeridad de las visitas, pero para ellos aquello fue una bendición. A primera hora de la tarde estaban entrando por la puerta de su alojamiento privado.

— Puedes descansar un rato Carla. Échate en la cama y repón tus fuerzas.

—Y tú ¿Qué vas a hacer?.

—Tengo que encargarme de los pasaportes y de los vuelos de avión.

Jayden sacó de su bolso de mano un par de pasaportes en blanco y una diminuta impresora laser con conexión de puerto USB.

La conectó al ordenador de alta velocidad de la habitación, accedió a su encriptada nube virtual y de ahí al programa informático que tenía configurado para esos casos. Rellenó los pasaportes, imprimió las fotos digitales de ambos y dio por terminado el trabajo.

Apuró su cerveza y reservó dos billetes de avión con destino en el aeropuerto internacional Comodoro Arturo Merino Benitez de Santiago de Chile. Ya estaba todo listo. Miró de reojo a la habitación donde Carla estaba descansando y pensó que necesitaba con urgencia un baño reparador.

Con cuidado de no hacer excesivo ruido se desnudó y accedió a la zona del jacuzzi. Para su sorpresa Carla estaba allí.

— Oh lo siento —dijo ruborizado—.

—No te preocupes. Estaba tumbada en la cama descansando pero tenía el cuerpo entumecido y sucio y decidí aprovechar para relajarme en este precioso baño de burbujas.

—Vale, te dejo. No tardes mucho y así podré relajarme yo también un rato antes de coger el avión. Estoy molido.

—No seas tonto, Jay. Tenemos poco tiempo y podemos bañarnos juntos para aprovecharlo mejor.

Jayden titubeaba. En el fondo ella tenía razón, pero le invadía un sentimiento de fragilidad en ese momento pues hacía mucho tiempo que no mostraba su intimidad a personas conocidas. Además seguro que en aquel habitáculo tan pequeño sería inevitable que hubiera pequeños roces entre ambos cuerpos. Carla observó sus dudas y añadió:

— Teniendo en cuenta todo lo que hemos pasado creo que carece de importancia que dos personas desnudas compartan un relajante baño. Además, tú ya me has visto desnuda varias veces y yo te he visto ahora a ti también.

—¿No te sentirás incomoda por ello?.

—Entra ya de una vez que vas a coger frio. ¿Ya has reservado el billete de avión?.

—Únicamente tenemos reservado el de Santiago de Chile. Al llegar veremos cual nos interesa coger para salir del país.

Se hizo a continuación un incomodo silencio. Carla decidió romper el hielo y comenzó a hablar con él de sus problemas familiares y de cómo todo ello había desembocado en aquella situación. Necesitaba sincerarse con aquel amigo que tan bien se había portado con ella. Notó que Jayden era más parco en palabras y muy reservado con su intimidad pero a ella no la importaba. Un buen rato después observó el reloj y vio que era la hora de finalizar el baño. Con la mayor naturalidad se lo hizo saber y salió del jacuzzi camino de la ducha para quitarse la espuma que le cubría el cuerpo.

Luego fue el turno de él. Al salir del cuarto de baño y mientras esperaba en la habitación, Carla se acordó de Agnes y sacó los recuerdos que le había traído Jayden. Observó la descolorida fotografía y se dio cuenta que era la primera vez que veía la imagen de su tía-abuela. Al lado había un apuesto hombre, seguramente su marido americano, y los imaginó de vacaciones en Nueva York. Guardó la fotografía en su bolso y prestó atención al baldosín.

Era un recuerdo precioso pero tenía que deshacerse de él. Apenada, lo apretó contra su pecho y lo dejó sobre el buró de la habitación, pues pensó que de esa manera alguien que le gustara podría quedárselo.

— ¿No te lo vas a llevar? —dijo Jayden observándolo encima del mueble—.

—Me da mucha pena pero creo que es lo mejor. Pesa bastante y podría llamar la atención en el aeropuerto. —Es cierto. Tras los atentados islámicos son muy escrupulosos con personas sospechosas y llevar esa baldosa con escritura árabe te crearía problemas. Lo que podrías hacer es dibujar una copia de las letras en esa agenda y cuando estemos a salvo comprobar con algún experto que quieren decir. De esa manera podrías conservar el recuerdo de tu tía-abuela. —Buena idea.

Carla trasladó a una hoja de papel las letras cuidando de que estuvieran por su orden y se lo enseñó a Jayden:

ﻝﺎﻤﺟ , ﻦﻳﺬﻟﺍ ﻥﻭﺪﻘ ﺘ ﻌ ﻳﻰﻓ ءﺎﻴ ﺷ ﻻﺍ ﺔﻴ ﻔ ﺧ, ﻝﻼ ﺑ, ﻥﺍ ﻰﻋﺍﺮ ﺗ ﻞﻣﺎﻜ ﻟﺎ ﺑﻰﻓﻭ ﺎﻬﻨ ﻴ ﺣ ﺔﻠ ﻤﺠ ﻟﺍ, ﻞﻌﺠ ﺗ ﻊﻨ ﺻ ﻊﻣ ءﺎﺨﺳ ﻝﺎ ﻳﺭ,

ﻦﻣ ﺕﺎﻜﻠ ﺘ ﻤﻤﻟﺍ ﻢﻴ ﻫﺍﺮ ﺑﺍ, ﻰﺘ ﻟﺍ

ﻦﺤ ﻧ ﺎﻬﻴ ﻠ ﻋ ﻡﺪ ﻗ; ﻮﻫﻭ, ﻮﻫ ﻦﻤﺣﺮ ﻟﺍ.

Satisfecha la guardó dentro de su monedero. Luego de vestirse pidieron un taxi en la recepción con la excusa de cenar en un restaurante de la ciudad llamado «La Marca», muy recomendado en internet. Jayden había guardado todas sus pertenencias en el bolso de mano y dejó la pequeña mochila que habían comprado en la excursión para las de Carla.

Cuando llegaron al pueblo caminaron un poco por la calle principal alejándose del restaurante y él aprovechó el trayecto para deshacerse de la pistola, que todavía llevaba consigo, tirándola en una alcantarilla que había abierta. Al final del paseo pararon otro taxi para que les acercara al aeropuerto.

Jayden notó que Carla estaba muy nerviosa seguramente por el tema de los pasaportes y eso agudizaba su precario estado de salud.

— Tranquila —dijo—. Siéntate aquí con las maletas de mano que yo me encargo de los billetes de avión. Carla obedeció agradecida. Él sabía que al tratarse de un

vuelo interno no tendrían problemas con sus pasaportes

falsos y así fue.

Pasaron el control de artículos prohibidos y entraron en la

zona de embarque.

—Creo que deberíamos tomar algo antes de coger el vuelo —sugirió Jayden—.

—Podemos sentarnos en ese local de sándwich.

Sentados en una mesa degustando en silencio la comida,

se relajaron un poco de todo aquel estrés. Carla recordó

todo lo que había sufrido esos meses y comenzó a llorar. Él

supo el por qué de esas lágrimas y la abrazó

paternalmente mientras observaba con agrado que

ninguno de los demás clientes les prestaba atención.

Más calmada, Carla pensó en Agnes nuevamente —era lo único bueno que le había pasado en años, salvo conocer a Jayden—, y en la historia que le contó Doreen de cómo había consagrado toda su vida a ayudar a los más necesitados. Sacó la foto de su cartera y las letras árabes

que había trascrito en papel y se le ocurrió una idea. —Jayden, ¿te parece que intentemos averiguar el significado de las letras del baldosín?. Así se nos pasará el tiempo de espera más entretenido. —Magnífica idea. Vamos a aquellos ordenadores y vemos que averiguamos.

—No hace falta, mejor usamos el WIFI con los móviles. —No Carla. Los móviles no podemos encenderlos porque nos podrían localizar si nos están buscando.

Alquilaron una hora de ordenador y empezaron a traducir las frases en árabe que había anotado Carla. A medida que lo iban consiguiendo, Jayden anotaba todo en un folio aparte y tras terminar observaron con interés el resultado obtenido.

JAMAL, DE LOS QUE CREEN EN LAS COSAS OCULTAS Y (02)

BILAL, DE LOS QUE OBSERVAN PUNTUALMENTE LA ORACIÓN Y (589)

EYAD, HACEN LARGUEZAS CON LOS BIENES (258) IBRAHIM, QUE NOSOTROS LES DISPENSAMOS; (103) LAYLA, ES MISERICORDIOSO. (36)

Ambos se miraron extrañados. Intrigados intentaron buscar algún significado a aquella enigmática traducción pero no lo consiguieron. La megafonía del aeropuerto anunció la inminente salida de su vuelo y con cierto desagrado tuvieron que aplazar su búsqueda.

El vuelo transcurrió sin contratiempos y la mayor parte del mismo la pasaron en silencio ensimismados en sus pensamientos.

Caminando a la terminal internacional, Carla se dirigió a Jayden:

— No puedo olvidarme del baldosín. Necesito descubrir su significado.

—Yo también creo que fue escrito con un propósito. Como ahora no tenemos tanta prisa podemos ir a investigarlo.

—Bueno Jay, ya has hecho mucho por mí y no quiero que tengas problemas con tus negocios. Ha llegado el momento de separarnos y de que cojas tu vuelo. Espero que algún día nos volvamos a ver y en mejores circunstancias. —y Carla volvió a abrazarle—. —Carla, no te voy a dejar. He pedido unos días de vacaciones —mintió nuevamente— y te acompaño. Me he tomado como algo personal conseguir llevarte sana y salva a tu casa en Madrid.

—Pero no puedo permitírtelo. Lo único que me queda es coger el avión de regreso a España y para eso me valgo yo sola.

—La decisión está tomada. Además, tengo que acompañarte a pasar el exhaustivo control de aduana de este aeropuerto y evitar que te pongas a descubierto.

Ambos sabían que era lo mejor para ellos. Ya con ese tema resuelto, se encaminaron a otros ordenadores para estudiar el misterioso mensaje de Agnes.

Una hora después habían descubierto que las frases pertenecían a un maravilloso verso del Corán «de la Sura II, nº 2» pero no sabían nada del significado de los nombres y de los números. Jayden tuvo claro entonces que había un mensaje oculto en el texto. Buscando posibles claves de descifrado encontró la solución al primer enigma: con las primeras letras de los nombres se formaba una palabra «JBEIL» y Carla encontró cual era su significado. Se trataba del nombre local de la ciudad más antigua del mundo continuamente habitada «BIBLOS», fundada por los fenicios sobre el año 5000 AC y que se encuentra en la costa norte del Líbano a unos 30 km de Beirut.

Aquello animó a ambos y siguiendo el mismo razonamiento escribieron en hoja aparte todos los números: 02, 589, 258, 103, 36. No obstante, otras dos horas de investigación no dieron ningún fruto. Jayden, con pesar, comentó a Carla que no podían permanecer más tiempo en el aeropuerto y que debían comprar el billete de avión y salir del país para ponerse a salvo. Se acercaron al panel informativo y eligieron dos asientos de primera clase en un vuelo de Alitalia con destino final en el aeropuerto de Milán que había iniciado el embarque.

Pasaron sin ningún contratiempo el control de pasaporte disimulando ser una feliz pareja enamorada y accedieron al avión justo a tiempo.

Al salir del espacio aéreo chileno respiraron aliviados. Lo habían conseguido. Pidieron a la azafata una botella de Champan para celebrar el fin de su odisea y impulsivamente se besaron apasionadamente. La azafata se dirigió a ellos y les conminó a guardar las formas para no molestar a los demás pasajeros recordándoles, además, las normas de decoro por las que se regía el avión. Aquella interrupción les devolvió a la realidad visiblemente avergonzados.

— Perdona Jay. No sé que me ha pasado.

—No tienes que pedir perdón Carla. Yo también me he dejado llevar, pero no se puede volver a repetir nunca más.

Apuraron los últimos tragos del Champan y decidieron que era momento de dormir.

Las pesadillas de Carla solo la permitieron descansar unas cuatro horas. Con cuidado para no despertar a Jayden se incorporó en su asiento y comenzó a ver en su pantalla de video «The inside man» un thriller de acción e intriga dirigido por Spike Lee y protagonizado por Denzel Washington, Clive Owen y Jodie Foster.

Había pasado una hora de película y algo captó su atención. Después de ver la escena tres o cuatro veces más estuvo segura.

— Jay, Jay, despierta —dijo Carla zarandeándole con cuidado y procurando no elevar la voz para no despertar a los demás pasajeros—.

—Que quieres ahora —refunfuñó—. ¿Te pasa algo?. Duérmete.

—He descubierto el significado de los números — agregó henchida de orgullo—.

—¿Qué?. —se incorporó en su asiento—. ¿Cómo lo has logrado?.

—No podía dormir y me puse a ver esta película. Mira.

Jayden vio la escena y afirmó con la cabeza. Efectivamente Carla tenía razón.

— Es un número de una caja de seguridad, seguramente de un banco de Biblos —dijo—. —Esa ha sido mi conclusión, también —añadió Carla—. Debo encontrar ese Banco y averiguar qué contiene esa caja de seguridad. Al aterrizar cogeré otro avión que me lleve a esa ciudad.

—Estás loca, Líbano es un país violento que sufre continuas luchas de poder entre sus facciones. No puedes ir tu sola a esa ciudad y menos después de lo que has sufrido.

—Tengo que ir. Imagino que Agnes escribió el mensaje para que yo lo encontrara y me apropiara de su contenido. Se lo debo.

—Está bien. En ese caso iremos juntos al Líbano a encontrar esa caja de seguridad.

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