Aftermath

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Parte Tres » Capítulo 35

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CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

Y así, el pálido cielo azul de la atmósfera da paso a la ascendente penumbra del espacio, y esta también se desvanece convirtiéndose no solo en sombra, sino en la oscuridad misma. El reconfortante vacío. Porque eso suele ser para Rae: un vacío reconfortante. Le da qué pensar. La inmensidad. La infinitud de todo. El sentirse pequeña en él pero, también, lo suficientemente poderosa.

Sin embargo, ella en este momento no lo encuentra nada reconfortante.

Porque, delante de ellos: la guerra ruge en el negro.

Una batalla de fuerza brutal. Nada elegante; nada de aplomo. De un lado, un trío de Destructores Estelares disparan. Estallidos, bombardeo tras bombardeo. Esos son los ataques a la flota rebelde entrante: cinco naves, cada una más pequeña que los Destructores, pero no menos potentes. Y entre ellos dos, un enjambre de naves que parecen parvadas de aves nocturnas. Intercambian disparos. Algunos de ellos se incendian mientras hacen espirales, como los chispeantes fuegos artificiales giratorios que prenden riendo los niños.

Ella se muerde el labio.

—¿Cómo vamos? —le pregunta a Morna.

La piloto responde:

—Cojeando.

—Cojeando o corriendo, solo llévenos a casa.

La comandante Agate está temblando.

Es normal. Al menos para ella. Esta batalla ha comenzado; y al inicio de cualquier batalla, ella tiembla. Es una combinación de nervios de guerra alterados y la descarga de adrenalina, que la golpea como un relámpago sobrecargando los sistemas de una nave. Durante años, ella trató de esconderlo. Tomaba medicinas para calmar las manos. Trataba de permanecer escondida y sola durante los primeros momentos de una batalla. Porque no podía dejar que la vieran aquellos que se encontraban con ella. El temblor era una señal de debilidad. Pero con el tiempo se dio cuenta de que mostrarlo, sin interesarse en si a alguien le importaba, era una señal de fortaleza.

Así que ahora ella tiembla. Y lo deja suceder. Es una parte natural de ella, como guerrera y como líder de soldados.

Se calma a sí misma mirando fijamente la oscuridad y luego el holograma del mapa de batalla sobre la mesa. Todas las piezas avanzan como deben. Una danza caótica, pero una dedicada a un tipo de orden especial, precioso.

Ahora: un nuevo punto de luz.

Ella pulsa el aire, hace un acercamiento a su huésped no invitado.

¿Un jet? No invitado e inesperado.

¿Imperial? O algún barón de tierras akivanas sin suerte que pensó hacer un escape apresurado durante…, ¿el desarrollo de una batalla espacial? Es o un idiota o un genio quien pilota esa cosa. Agate le pide al alférez Targada (un klatooiniano arisco de frente alta y boca fruncida, un exesclavo muy leal a la Nueva República) que rastree el curso de esa nave.

—Se dirige hacia ese Destructor Estelar —dice él.

Un imperial, entonces.

¿Derribarlo?

Ella titubea. Las cosas se mueven más lento de lo que uno piensa. (Grandes naves capitales disparan munición tras munición, una a la otra, mientras los cazas se abalanzan y giran entre las estrellas). Y actuar con cautela es una fortaleza en sí misma. Pero la vacilación puede convertirse, rápidamente, en un lastre.

Targada repite su pregunta:

—¿Concentramos nuestro fuego en el jet?

—No —dice ella bruscamente—. Está dañado. Puede estar alojando a algún objetivo con inteligencia, de gran valor. Destruirlo significa destruir información que podemos necesitar. —Maldice en voz baja. En un mundo ideal, se abalanzarían y la capturarían. Pero la batalla no permitirá una maniobra de tal precisión—. Eliminemos sus opciones de aterrizaje. Concentre el fuego en el Destructor Estelar. Si no tiene dónde aterrizar, se convierte en presa fácil.

El hombre extraño agarra a Temmin. Tiene una nariz verrugosa y rojas mejillas cacarizas. El hombre lleva puesto un traje de piloto.

—¿Qué está pasando? —pregunta él. Las luces se prenden y apagan—. ¿Qué le ha pasado a mi nave, pequeño pillo?

Temmin lo empuja hacia atrás.

«¡Quítate…, de encima!».

El hombre gruñe.

—Más vale que tú me digas qué sucedió. ¿Tú hiciste algo? ¿Eres un insurgente? ¿Un terrorista rebelde? Escoria. ¡Escoria!

Entonces embiste a Temmin.

El chico grita y lanza un puñetazo. La nariz del hombre truena como una ampolla, y él cae gimoteando.

—Mi nave. ¡Mi nave!

El muchacho no tiene tiempo para eso.

Mira a su alrededor, a sus ojos les cuesta trabajo ajustarse cuando la luz sigue parpadeando de esa forma. El piloto comienza a gatear hacia la puerta. Y Temmin se acerca y se hinca frente a él.

—Afuera de esta puerta está la muerte. ¿Me oyes? La muerte.

—Tú no sabes eso. ¡Necesito llegar a la cabina de mando! Yo puedo volar esta nave. Yo. ¡Solo yo! Soy un buen piloto. O…, lo era. Alguna vez.

—Entonces necesitamos llegar a la cabina. Pero las puertas de presión están selladas, cerebro de nerf. ¿Tú conoces esta nave? Dime cómo llegar…, a algún lado, cualquier lado.

El hombre gruñe al levantarse. Sus articulaciones y huesos crujen y truenan.

—Mueve el…, mueve esa mesa para atrás. Debería haber una escotilla de mantenimiento ahí debajo. Pero yo no tengo una herramienta para abrirla.

¿Nunca nadie está preparado? Temmin echa los ojos para arriba y saca la multiherramienta de su cinturón. Comienza a mover la cama. En efecto, es una escotilla plana, sellada con pernos flanser. Tomará tiempo. Se pone a trabajar.

Pandion se levanta. Norra lo observa dar pasos lentos hacia Sinjir, en quien parece estar singularmente enfocado.

—Un oficial de confianza. ¿Es eso correcto?

—Eso es acertado —dice Sinjir.

—Irónico, entonces. Que nuestra confianza en ti se puso en duda.

—En realidad no. En las etapas tempranas de mi entrenamiento me enseñaron a ver las debilidades de los otros. Era solo cuestión de tiempo para que viera las debilidades de todo el Imperio. —Sinjir sonríe entre dientes ensangrentados—. Míralo de cerca y verás que la cosa entera está llena de grietas y fracturas.

Pandion se acerca más. Un paso lento, calculado. Una crueldad titilando en sus ojos, punzando y destellando como las luces de encima.

—La única debilidad en el Imperio son hombres como tú. Hombres que no están lo suficientemente comprometidos. Hombres que traicionan la causa por alguna falta dentro de ellos. Corazones heridos y mentes disminuidas. El Imperio se hace más fuerte cuando tontos como tú caen.

Aun con las manos atadas en la espalda, Sinjir logra encoger sus hombros.

—A mí me parece —dice él— que la debilidad del Imperio está en hombres como tú, Moff Pandion. En parte, idiotas ineficaces. Hombres que quieren ser líderes más de lo que quieren liderar. Y además, ¿qué es un Moff, en cualquier caso? Un triste jefe de sector. Incluso el nombre se escucha débil. Moff. Moff. Es el sonido que un perro hace cuando regurgita su comida…

¡Paf! Pandion le da un revés a Sinjir.

Un hilo de sangre serpentea por la barbilla del eximperial desde su labio.

Sinjir la limpia con su lengua.

Moff, moff, moff —dice él otra vez, burlándose.

Norra le advierte:

—Sinjir, no…

Pero es demasiado tarde. Pandion está encima de él nuevamente, esta vez jalando el collar de su uniforme de oficial robado. Lo golpea una, dos, tres veces, y la cabeza de Sinjir se balancea hacia atrás sobre sus hombros.

—¡Detente! —grita Norra—. Detente.

Pandion sisea hacia ella.

—Cállate, escoria.

Sinjir aprovecha la oportunidad. Escupe un diente, uno de los suyos, a la cara de Moff Pandion. Rebota en el espacio entre los ojos del imperial. Y cuando parpadea sorprendido, Sinjir le propina un cabezazo.

Crac.

Pandion se tambalea hacia atrás. Dos hilos de sangre escurren de su nariz. Su rostro se retuerce como un terrible nudo.

—Tú. Traidor. —Se limpia la sangre de la nariz; luego desenfunda el bláster—. No vas a llegar a juicio.

Jas alza la voz:

—¡Déjame hacerlo a mí!

Pandion entorna los ojos.

—¿Qué?

—Yo lo hago. Por el precio correcto.

—¿Precio? ¿Después de haberte mezclado con esa chusma?

—La recompensa por tu cabeza era demasiado buena, Pandion. Pero estoy segura de que hay más que suficientes créditos para compensarme. Solo de ver este jet, sé que estamos en una nave banquera. Sin duda, tú estás dispuesto a pagarme más de lo que la Nueva República me iba a pagar por tu captura.

—¿Capturarme?

—Todo era por ti. Tú vales una recompensa muy alta.

Él sonríe con desprecio y suficiencia.

—Sí. Debí haber esperado eso. ¿Qué tan alta era la recompensa?

—Diez mil créditos.

—Debió haber sido más alta —refunfuña él—. Aún así. Te daré veinte mil del monedero de Arsin Crasssus por ejecutar a este traidor. Aquí y ahora. ¿Qué dices?

Crassus se levanta, tempestuoso y farfullando:

—¿Qué? No puede. ¡Yo no hice esa oferta!

—Y sin embargo, tomo de buena fe que no le gustaría negarle eso al Imperio —dice Moff Pandion. Y gira el bláster hacia Crassus—. ¿No es cierto?

—¡Ah!… absolutamente. Lo que es mío es suyo.

Pandion ríe entre dientes.

—Bien. —Gira el bláster alrededor y se aproxima a Jas Emari, extendiendo el arma—. Aquí tienes, zabrak. Tómala. Es tuya. Oh. ¿Qué es eso? ¿Tus manos están atadas? —Él chasquea la lengua—. Qué lástima. Supongo que no hay trato. Porque el Imperio ya no hace tratos con cazarrecompensas.

Él gira hacia atrás con el bláster y se mueve para golpearla.

Norra grita.

Pero Jas es rápida. Sus manos…, están libres. De alguna forma. Ella pesca la mano de Pandion y le tuerce la muñeca. Él grita y ella le arrebata el bláster, y le da la vuelta, para apuntar con la pistola hacia su cabeza.

—Nadie dispare, o le vuelo la cabeza con su propio bláster —advierte Jas. Jylia se mantiene en su asiento. Y Crassus se queda de pie. Soldados de asalto y guardias imperiales apuntan armas, pero Pandion los detiene con un ademán, diciendo:

—No. No. Esperen. Bájenlas. Déjenla hablar.

Norra piensa: «¿Cómo es que se liberó?».

Y luego Sinjir se levanta. Los grilletes también se caen de sus muñecas.

De repente, se escucha otra voz más baja. Norra voltea y observa, a través de un respiradero de la longitud del cuarto colocado entre la pared y el piso, un par de ojos que miran hacia arriba. Una multiherramienta pequeña se estira por la apertura. Y Norra escucha una voz:

—Mamá, acerca tus muñecas. Puedo forzar la cerradura.

Por el frente del jet, un caza TIE se dirige hacia ellos haciendo espirales; fuego sale a chorro de uno de sus lados y hacia las fauces implacables del espacio. Morna jala hacia atrás, con fuerza, de la palanca de mando. Y mueve al ladrillo volador fuera del camino justo a tiempo. Su propia nave se estremece cuando explota el TIE en algún lugar fuera de su vista.

Delante, un par de cazas TIE persiguen a una X-Wing rebelde. Estos se precipitan y caen en picada. Más allá de ellos: el Destructor Estelar Vigilance. «No muy lejos ahora», piensa Rae.

Ella contacta a Tothwin por el comunicador.

Su rostro nervioso aparece en la pantalla.

—Estamos llegando —dice Rae—. Bahía G2D1.

—Por supuesto, almirante. Estamos sufriendo muchos daños y los escudos…

Morna se acerca.

—Vamos a llegar a toda velocidad. No puedo frenar esta cosa. Algo no está funcionando.

Rae añade:

—Tenga droides extintores a la mano; estamos llegando…

De una de las fragatas rebeldes, un estallido masivo traza un arco por el espacio, impactando en el Vigilance. Todo parece una ráfaga de fuego y residuos, desde la cubierta de mando. La imagen de Tothwin se esfuma y la conexión se pierde.

—¿Almirante? —pregunta Morna—. No podemos aterrizar ahí. El Vigilance…

—Por el momento permanece. El plan es el mismo.

—Almirante, le aconsejo contundentemente…

—Tengo un plan. Llévanos.

»Misma bahía. El Vigilance permanece, y yo tengo un plan.

La tensión en el cuarto es tan fuerte que, si se cayera un alfiler, todos comenzarían a disparar sus blásters. Jas se encuentra sosteniendo el bláster de Pandion contra su sien; su otra mano está alrededor del cuello. Norra se encuentra arriba ahora, sacudiéndose los grilletes. Sinjir está ayudando a Temmin a trepar por una escotilla de mantenimiento en medio del piso. Norra se precipita hacia él, lo levanta y le da un abrazo fuerte y largo.

Pandion abuchea:

—Qué conmovedor. ¿Pero ahora qué, cazarrecompensas? Tienen un arma entre todos ustedes, pero una docena apuntando en su dirección.

—Esa única arma apunta a tu cabeza —dice ella.

—Ah, sí. Pero, ¿después qué, exactamente? Aterrizamos y… ¿tú continúas con esta amenaza? Finalmente te toparás con alguien a quien no le importe si yo vivo o muero.

—Yo diría que ya hemos conocido a varios.

Él se mofa.

—Esta farsa es temporal. ¿Cuál es tu plan?

Ella esboza una sonrisa salvaje y se lame los labios.

—No tengo ningún plan. Lo que sí tengo es tu bláster, y a mis amigos y a la suerte de mi lado. Además: somos muy buenos para la improvisación, como puedes ver.

—Pagarás por esto.

—No —dice ella—. Nos pagarán por esto.

Rae se pone el cinturón.

El Destructor Estelar se acerca cada vez más. La bahía G2D1 espera cubierta con el tenue resplandor azul de los escudos. Escudos que ella cree que están fallando, lo que significa que, pronto, el Vigilance no se sostendrá más.

Le dice a Morna:

—Confío en que no nos mate.

La piloto asiente con la cabeza.

—Ese es el plan.

Ella hace una mueca mientras hace ingresar el jet a través de la parte frontal de la bahía. Rae ahora siente la velocidad, ve que todo aumenta de tamaño, rápido, demasiado rápido. Y la plataforma se precipita hacia arriba.

El jet la golpea fuerte. El dolor la atraviesa, pasa a través de sus muñecas y cuello, mientras las fuerzas gravitacionales amenazan con despedazarla. El jet aterriza con fuerza. Y cuando las luces se apagan de nuevo, lo único que escucha es el chirrido de metal contra metal, mientras la cosa completa se desplaza de costado, deslizándose rápida e imprudentemente a lo largo de la bahía del Destructor Estelar imperial.

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