Aftermath

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Parte Tres » Capítulo 37

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CAPÍTULO TREINTA Y SIETE

Una vez más, la libertad casi lunática del caza TIE.

Norra sumerge la pequeña nave imperial en el torbellino de la batalla. Disparos de cañón pasan a un lado de ella, disparos láser entrecruzando; y el vacío enfrente. Norra busca en las estrellas a su presa. Y justo cuando ve la señal del clase-Lambda, ahí afuera en la oscuridad, una X-Wing se abate sobre ella como un ave de rapiña. Y entonces cae en cuenta: «Estoy en una nave imperial».

Los jedi son conocidos por tener la Fuerza; ella no sabe qué es eso o siquiera si es algo real. (Aunque Skywalker definitivamente hace que parezca que no es un mito). Pero sabe que no lo tiene. De cualquier forma, ella tiene lo que tiene: una asombrosa habilidad para simplemente apagar su cerebro. Hacer que su mente deje de parlotear. Dejar de pensar en detalles. Dejar de pensar y solo sentir.

La X-Wing le cae encima y ella reacciona sin pensar, llevando al caza TIE hacia arriba; la X-Wing va en la dirección opuesta. Luego, un Y-Wing está en su mira, y tiene que zigzaguear al TIE: de adelante hacia atrás, de estribor a babor. De regreso, para esquivar los disparos entrantes.

Rápidamente busca a tientas el comunicador y avisa a los rebeldes:

—Habla Norra Wexley. Siglas de identificación: Oro Nueve. He tomado el mando de este TIE. Repito: he tomado el mando de este TIE.

Dentro de su cabeza ella añade: «Por favor, no me maten».

La comandante Agate está parada en la cubierta de mando de la vieja fragata alderaaniana: el Sunspire. Allá afuera, ella observa cómo se desarrolla la batalla. Es fácil mirarla fijamente y perderse. Pero no perderse porque uno desconozca lo que está pasando. Sino, absorto, atraído como una cosa alada hacia una antorcha de plasma. De alguna forma, hipnotizado. Distraídamente, se da cuenta: «Estamos ganando está batalla».

Lo que quiere decir que están ganando la guerra.

En ese momento, sin embargo, una nueva pregunta persigue a Agate en la parte profunda de su mente:

«¿Luego qué?».

Detrás de ella, está el alférez Uray. El pantorano de piel azul dice:

—Estamos ganando este combate, comandante.

—Ganando no significa «ganado». ¡Mantengan la presión!

—Sí, comandante. Hay algo más. —Uray hace una pausa, y después dice—: Hay un piloto allá afuera en un caza TIE. Afirmando que es…, bueno…, uno de nosotros. Del Escuadrón Oro.

—Eso parece improbable.

—Y sin embargo, eso es lo que ella afirma.

Ella considera que podría ser una trampa. ¿Pero con qué fin? ¿Qué podría hacer un solo caza TIE? Son máquinas suicidas, ¿pero para qué esta treta?

Siente una punzada en las tripas y decide qué camino seguir.

—Bríndenle apoyo. Llámenla por el comunicador. Veamos qué está sucediendo.

Ingresar las coordenadas de hiperespacio no es una hazaña fácil durante una batalla espacial. Si te equivocas poniendo la nave en el espacio equivocado, el único lugar al que llegarás, a alta velocidad, es a la tumba. (Aunque en este momento Rae admite que si alguna vez ella ha de morir, debería ser ahí afuera, en el espacio. Nacida de polvo estelar, a polvo estelar volverás. A ella le importa poco semejante poesía, pero eso le atrae, de alguna forma).

—Ya casi ahí —dice Rae—. Manténganos volando, Morna.

Su piloto asiente con la cabeza.

Dentro de su corazón, Rae lamenta la pérdida de aquellos que dejaron atrás. Adea en particular. Si la mujer está viva o muerta, ella no puede decirlo. Adea definitivamente merece vivir, pero si su fin fue el morir, entonces fue una muerte noble en servicio del gran Imperio Galáctico.

La puerta a la cabina de mando se abre con un siseo, lo cual es curioso, porque ella y Morna Kee son las únicas personas en la nave. O eso creía ella.

Se da la vuelta, sabiendo ya a quién verá.

Pandion.

Él lleva un bláster en la mano. Un hilo de sangre se está secando sobre una larga cortada que le cruza la frente. Su nariz parece rota. Su boca, ensangrentada, y el resto de su uniforme se ve sucio, polvoriento, hecho trizas.

—Sobrevivió —dice ella.

—Lo hice —dice él, con una sonrisa curiosa. Una sonrisa que rápidamente muere en su rostro—. Déjeme decirle qué va a pasar. Se va a dirigir al Ravager. Me llevará a ese Destructor Estelar y, entonces, yo tomaré control del mismo. Ahora es mío, almirante. No es suyo. La última gran arma del Imperio está bajo mi control porque usted es incapaz de hacer uso de ella.

La nave esquiva velozmente una ráfaga de disparos entrantes. Rae se estabiliza a sí misma en la silla. Pandion permanece parado, mirando maliciosamente, frunciendo el ceño.

—Eres un tonto —dice ella—. Eres un tonto impaciente, egoísta. Gran Moff. Bah. Estás tan, tan equivocado… El Ravager no es la última arma. Yo ni siquiera lo controlo. Hay…, otro.

Su rostro se crispa.

—No quiere decir…

—Sí quiero decir. Él no está muerto.

—Pero usted dijo que lo estaba.

—Mentí. —Encoge sus hombros.

—Todo esto…, fue su plan. ¿No es así? Debí haberlo visto. Caí en la trampa. Todos caímos en la trampa. Traidora. Repugnante, miserable traidora.

El pánico se apodera de ella. Piensa: «No, no se suponía que debía suceder de esta forma». Y entonces, la realidad más terrible la golpea: «Pero así fue».

Este fue el plan desde el principio.

De repente, la nave se estremece. Morna, sin quitar los ojos de la consola, dice:

—Tenemos compañía. Es un caza TIE solitario. ¡Nos está disparando! Y también naves rebeldes. Ahí vienen.

Rae frunce el ceño.

—Nuevo plan, entonces. Tal vez quieras ponerte el cinturón, Valco. Este será un viaje agitado.

Se siente bien estar ahí arriba. El caza TIE hace sentir a Norra como si pudiera enhebrar una aguja. Y ahí, delante: la nave. Ella hace algunos tiros, aunque el escudo deflector de la nave resiste. Pero no aguantará por mucho tiempo. Especialmente con el escuadrón de Y-Wing que viene detrás de ella en apoyo. Pero entonces, justo cuando tiene la nave en la mira…

Cazas TIE. Arremolinándose como avispas. La han descubierto. Ella ya no figura como imperial para ellos, y están disparando. Ella se aparta, tres la siguen; están encima como imanes, siguiendo cada una de sus picadas y vueltas, y cada giro y bandazo. Así que los conduce de regreso hacia los Y-Wing.

Los cazas rebeldes están justo enfrente.

Ella habla por el comunicador:

—Permanezcan en el blanco.

Parece una misión suicida. Parece un juego de gallina con su propia gente, sus propias naves. Pero ellos saben lo que está haciendo. Este es un movimiento ensayado. Uno que los imperiales nunca sospechan.

En el último minuto ella se eleva y los Y-Wing abren fuego.

Los TIE son despachados como plumas gaseosas de fuego de rápida combustión.

Ahora, de regreso a la nave.

Le toma un momento: la nave se ha desviado de su rumbo.

Ahí. «Ahí». Dirigiéndose hacia otro de los Destructores Estelares; la nave gira hacia la masiva nave imperial. Norra alinea sus armas y comienza a disparar.

Pandion ha decidido permanecer de pie.

Lo cual es lo esperado. Él no se va a sentar. No arriesgará verse débil.

Rae piensa: «Eso será su perdición».

—Ese es su Destructor. El Vanquish. Lo voy a tomar.

Él se ríe.

—Yo creo que sobrestima su…

Rae se mueve rápido, arrebatándole a Morna la palanca de vuelo. La empuja con fuerza hacia la derecha y la nave da un giro veloz.

Pandion pierde el equilibrio. Morna endereza rápidamente la nave y, cuando el moff recupera el balance, Rae está fuera de su asiento. Ella le suelta un puñetazo, y luego forcejea para quitarle el bláster de la mano. Entonces le dispara un tiro en el vientre y lo patea fuera de la cabina de mando.

La puerta se sella detrás de él y los dedos de ella danzan en el teclado que está al lado, para asegurarse de que los sellos resistan. Él gime del otro lado. Golpeteando.

La nave se estremece con los disparos del caza TIE.

—Vamos a darles lo que quieren —dice Rae—. Vamos a darles esta nave. Vamos a darles a Pandion. Vamos a darles un espectáculo.

Morna asiente con la cabeza. E inicia la secuencia de desprendimiento, mientras Rae pulsa los códigos de auto destrucción en la matriz del hiperpropulsor.

Todo sucede muy lento, y a la vez muy rápido. Norra dispara los cañones del TIE a los motores de la nave. Desgasta los escudos como un niño raspando la pintura de uno de sus juguetes. Y de pronto da un tiro directo. Los motores de la nave destellan un azul brillante, y Norra espera a que se apaguen.

Pero no lo hacen. Hacen lo opuesto. Estallan en rayos crepusculares y Norra tiene que cubrirse los ojos. La nave, repentinamente, escora hacia la izquierda, y deriva no como una nave sino más bien como un pedazo de residuo. Ella se da cuenta tarde, demasiado tarde. «Va a estallar».

Y eso es justamente lo que pasa. La nave completa se estremece y detona. El fuego se esparce por el espacio abierto. Norra trata de mover el TIE fuera del camino, dando tirones a los controles para maniobrar fuerte y rápido a estribor, pero el fuego llena su ventana y todo tiembla. Chispas saltan siseando de la consola y caen en su cabeza, y ella piensa: «Esto es todo, se acabó…».

«Al menos me voy haciendo lo que yo quería hacer».

«Al menos me fui peleando».

«Al menos Temmin sabe que lo amo».

«Te amo, Temmin…».

Y luego…, ella se ha ido.

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