Aftermath

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Parte Uno » Capítulo 1

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CAPÍTULO UNO

Ahora:

Líneas estelares rayan el negro brillante.

Una nave abandona el hiperespacio: un pequeño starhopper. Una nave unipersonal. Preferida por muchas de las facciones menos deseables aquí en el Borde Exterior: los piratas, los corredores de apuestas, los cazarrecompensas y aquellos a quienes han puesto un precio por su cabeza. Esta nave en particular ha visto acción: tiene marcas de plasma a lo largo de las alas y en los alerones de su cola; una abolladura en su parte frontal, como si la hubiera pateado un caminante imperial. Tanto mejor para pasar desapercibida.

Adelante: el planeta Akiva. Un planeta pequeño. Desde aquí, solo estrías de color café y verde. Densas nubes blancas se arremolinan sobre su superficie.

El piloto Wedge Antilles, alguna vez líder Rojo y ahora…, bueno, ahora es otra cosa: tiene un cargo sin título formal hasta ahora, porque las cosas son muy nuevas, muy diferentes, están en el aire de una forma muy salvaje. Sentado, se toma un momento.

Es agradable aquí. Silencioso.

Sin cazas TIE. Sin disparos en la proa de la X-Wing. De hecho, sin X-Wing. Aunque le encanta volarlos, es agradable estar fuera…, sin Estrella de la Muerte. En este punto, Wedge se estremece, porque él ayudó a derribar dos de esas cosas. Algunos días eso lo llena de orgullo; algunos otros, es algo diferente, algo peor. Como si fuera transportado de regreso, con la batalla todavía sucediendo a su alrededor. Pero hoy no es el caso.

Hoy está silencioso.

A Wedge le gusta el silencio.

Saca su datapad. Recorre la lista con un toque en el botón del costado. (Lo tiene que golpear unas cuantas veces más para que arranque; si hay algo que le gustaría para cuando todo esto termine, es que tal vez comiencen a recibir tecnología nueva. De alguna manera, a este datapad le entró arena de verdad y por eso se atoran los botones). La lista de planetas sigue pasando entre clic y clic.

Ha estado en, veamos, cinco hasta ahora: Florrum, Ryloth, Hinari, Abafar, Raydonia. Este planeta, Akiva, es el sexto en la lista de muchos, demasiados.

Este recorrido fue su idea. De alguna manera, las facciones restantes del Imperio todavía estaban alimentando su esfuerzo bélico aun meses después de la destrucción de su segunda estación de combate. Wedge cree que las facciones se debieron haber movido hacia el Borde Exterior. Estudiando la historia, le es fácil ver que las semillas del Imperio crecieron ahí afuera primero, lejos de los sistemas centrales, lejos de la mirada entrometida de la República.

Wedge le dijo a Ackbar y a Mon Mothma:

—Puede ser que estén ahí otra vez. Escondidos allá afuera.

Ackbar dijo que podía ser cierto. Después de todo, ¿qué no Mustafar tenía algo de importancia para los líderes imperiales? Según los rumores, era ahí donde Vader llevó a algunos de los jedi hacía tiempo. Los torturaba para obtener información antes de ser ejecutados.

Y ahora Vader se ha ido, igual que Palpatine.

«Ya casi lo logramos», se dice Wedge. Piensa que, una vez que encuentren las líneas de abastecimiento que están reforzando a los imperiales, se va a sentir mucho mejor.

Saca el comunicador. Trata de abrir un canal con comando y…, nada.

Tal vez está roto. Es una nave vieja.

Wedge hurga a su costado y extrae el comunicador personal que cuelga de su cinturón; oprime la parte lateral para tratar de obtener una señal.

Una vez más: nada.

Su corazón se desploma. Por un momento siente como si estuviera cayendo. Porque todo lo que esto significa es que: «La señal está bloqueada», piensa. Algunos de los sindicatos criminales que todavía operan ahí afuera tienen la tecnología para hacer eso de forma local; pero en el espacio sobre el planeta, no, de ninguna manera. Solo un grupo tiene esa clase de tecnología.

Wedge aprieta la mandíbula. El mal presentimiento en la boca del estómago se confirma muy pronto, ya que enfrente un Destructor Estelar, como la punta de un cuchillo, perfora el espacio al abandonar el hiperespacio. Wedge enciende motores. «Tengo que salir de aquí», se dice.

Un segundo Destructor Estelar se desliza junto al primero.

Los paneles sobre el tablero del starhopper comienzan a parpadear en rojo.

Ellos lo ven. ¿Qué hacer?

«¿Qué decía siempre Han? “Solo vuela de forma casual”».

La nave está camuflada de esa forma por una razón: parece que perteneciera a un contrabandista cualquiera de por ahí, en la periferia. Akiva es un hervidero de actividad criminal: con sátrapas corruptos, varios sindicatos compitiendo por recursos y oportunidades, un mercado negro bien conocido… Alguna vez, hace décadas, la Federación de Comercio tuvo una planta de producción de droides; uno podía ir ahí a comprar uno. De hecho, la Alianza Rebelde obtuvo muchos de sus droides ahí mismo.

Sin embargo, hay un nuevo dilema: ¿ahora qué?

¿Descender al planeta para hacer un vuelo de reconocimiento, como era el plan original…, o trazar una ruta de regreso a Chandrila? Algo está sucediendo. ¿Dos Destructores Estelares que aparecen de la nada? ¿Comunicación bloqueada? Eso significa algo. «Significa que he encontrado lo que estaba buscando», piensa Wedge.

Tal vez incluso algo mucho mejor.

Eso significa: «Hora de trazar una ruta fuera de aquí».

Eso tomará algunos minutos, aunque…, dirigirse hacia adentro desde el Borde Exterior no es tan fácil como dar una zancada larga de aquí hacia allá. Es un salto peligroso. Variables interminables aguardan: nebulosas, campos de asteroides, franjas de escombro estelar flotante de varias escaramuzas y batallas. Lo último que Wedge quería hacer era pilotar por el borde de un agujero negro o a través del centro de una supernova.

El comunicador cruje.

Lo están llamando.

Una tajante voz imperial llega a través de todos los canales.

—Habla el Destructor Estelar Vigilance. Ha entrado en espacio imperial. —A lo que Wedge piensa: «Este no es espacio imperial. ¿Qué está sucediendo aquí?»—. Identifíquese.

El miedo lo atraviesa, agudo y brillante como una descarga eléctrica. No está en su territorio. Podría hablar, mentir. Un sinvergüenza como Solo podría convencer a un jawa de comprar una bolsa de arena; Wedge era un piloto. Pero no es como si no hubieran planeado algo para un momento así. Calrissian trabajó la historia. Se aclara la garganta y oprime el botón…

—Habla Gev Hessan. Pilotando un starhopper HH-87: el Rover. —Y transmite su tarjeta de datos—. Estoy enviando mis credenciales.

Hace una pausa.

—Indique la naturaleza de su visita.

—Cargamento ligero.

—¿Qué cargamento?

La respuesta estándar es: componentes para droides. Pero puede que no funcione ahora. Wedge piensa rápido… Está en Akiva, que es caliente y húmedo. Es principalmente selva.

—Partes para deshumidificadores.

Hay una pausa. Insoportable.

La computadora de navegación ejecuta sus cálculos.

«Ya casi…».

Una voz diferente llega a través de la bocina metálica. Es la voz de una mujer. Un tanto acerada. Menos tajante, pero nada cadenciosa. Es una persona con algo de autoridad…, o, al menos, alguien que piensa que la posee.

Ella dice:

—Gev Hessan. Número de piloto 45236. Devaroniano. ¿Correcto?

Eso concuerda. Calrissian conoce a Hessan. El contrabandista, es decir, el piloto y «legítimo empresario» traficó mercancía para ayudar a Lando a construir la Ciudad de las Nubes. Y él es, en efecto, devaroniano.

—Correcto —dijo Wedge.

Otra pausa.

La computadora ya casi termina con sus cálculos. Máximo diez segundos más. Procesando números; su luz parpadea en la pantalla…

—Qué gracioso —dice la mujer—. Nuestros registros indican que Gev Hessan murió bajo custodia imperial. Por favor, permítanos corregir nuestra información.

La computadora del hiperespacio termina sus cálculos.

Él empuja el acelerador hacia delante con la palma de la mano…

Pero la nave solo se estremece. Luego, el starhopper vuelve a temblar, y entonces comienza a flotar hacia delante. En dirección del par de Destructores Estelares. Eso significa que han activado los rayos tractores.

Gira hacia los controles de armas.

Si es que sale de esto, es ahora o nunca.

La almirante Rae Sloane mira fijamente la consola y hacia afuera de la ventana. El negro vacío. Las estrellas blancas. Como manchitas minúsculas en una sábana. Y allá afuera, como el juguete de un niño sobre la sábana: un pequeño caza de largo alcance.

—Regístralos —dijo ella. El teniente Nils Tothwin levanta la mirada y le ofrece una sonrisa obsequiosa.

—Por supuesto —dice él, con su prejuicioso rostro ceñido con esa sonrisa. Tothwin es un emblema de lo que está mal con las fuerzas imperiales ahora: muchos de los mejores se han ido. Lo que queda son, en parte, los residuos. Las hojas y ramillas al fondo de una taza de té. Sin embargo, hace lo que se le pide, que ya es algo… Sloane se pregunta cuándo comenzará el Imperio a fracturarse de verdad. Cuándo habrá fuerzas haciendo lo que quieran, cuando quieran. Caos y anarquía. En el momento en que eso suceda, en el momento en que alguien que destaque aunque sea un poco, con algo de prominencia, se salga de las filas para tomar su propio camino, todos ellos estarán realmente condenados.

Tothwin registra el starhopper al tiempo que el rayo tractor lo acerca, despacio pero de forma inevitable. La pantalla debajo de él brilla, y una imagen holográfica de la nave asciende enfrente, como construida por manos invisibles. La imagen destella rojo a lo largo de la base. Nils, con pánico en la voz, dice:

—Hessan está cargando sus sistemas de armas.

Ella frunce el ceño.

—Cálmese, teniente. Las armas en un starhopper no son suficientes para… Espere. —Ella entrecierra los ojos—. ¿Eso es lo que creo que es?

—¿Qué? —pregunta Tothwin—. No veo…

Su dedo se mueve a la parte frontal del holograma, dibujando un círculo alrededor de la nariz curva y ancha del caza.

—Aquí. El lanzador de municiones tiene un torpedo de protones.

—Pero un starhopper no estaría equipado…, oh. ¡Oh!

—Alguien viene preparado para una pelea. —Ella estira la mano y prende el comunicador otra vez—. Habla la almirante Rae Sloane. Veo ahí a un pequeño piloto preparando un par de torpedos. Déjeme adivinar: está pensando que un torpedo de protones interrumpirá nuestro rayo tractor durante el tiempo suficiente para que pueda escapar. Eso puede ser cierto. Pero déjeme recordarle que tenemos suficientes municiones en el Vigilance para convertirlo no solo en chatarra, sino en partículas finas. Como polvo, arrojado a través de la oscuridad. No le dará tiempo. Usted disparará su torpedo. Nosotros dispararemos los nuestros. Incluso si nuestro rayo se desconecta cuando sus municiones nos golpeen… —Sloane chasquea la lengua—. Bueno, si cree que debe intentarlo, entonces inténtelo.

Ella le dice a Nils que apunte al starhopper. Por si acaso.

Pero espera que el piloto sea sabio, no un tonto; probablemente algún explorador rebelde, algún espía, quien es tonto por sí solo…, aunque menos tonto ahora, con la destrucción de la reciente segunda Estrella de la Muerte. Aniquilada como su predecesora.

Sloane tiene más motivos para mantenerse vigilante, como sugiere el nombre de su nave: la reunión en Akiva no puede fallar. Debe llevarse a cabo. Tiene que dar resultado. Todo parece estar al borde del precipicio; el Imperio completo en la orilla de la fosa.

Siente la presión. Una casi literal…, como un puño empujando contra su espalda, exprimiendo el aire de sus pulmones. Pero esta es su oportunidad de sobresalir. Su oportunidad de cambiar la fortuna del Imperio. Olvida la manera antigua de hacerlo, ciertamente.

Wedge hace una mueca, tiene el corazón acelerado en el pecho como un pulso de iones. Sabe que ella tiene razón. El tiempo no le favorece. Es un buen piloto, tal vez uno de los mejores, pero no tiene a la Fuerza de su lado. Si Wedge dispara esos dos torpedos, le arrojarán todo lo que ellos tienen. Y entonces no va a importar si se libera del rayo tractor. No tendría más que un segundo para escapar de cualquier tiroteo que lanzaran en su dirección.

Hay algo que está sucediendo. Aquí, en el espacio sobre Akiva. O quizá allá abajo en la superficie del planeta. Si muere aquí…, nadie sabrá qué está sucediendo.

Esto significa que tiene que jugar bien sus cartas.

Apaga los torpedos, pues se le ocurre otra idea.

En la bahía de acoplamiento 42…

Rae Sloane está parada en el balcón revestido de vidrio, con vista al batallón de soldados de asalto allí reunido. Todos ellos, como Nils, son imperfectos. Aquellos que sacaron las mejores notas en la Academia continuaron su servicio en la Estrella de la Muerte, o en la nave de mando de Vader: el Executor. La mitad de ellos ni siquiera terminó la Academia, pues fueron retirados del entrenamiento antes de tiempo.

No obstante, con estos bastará. Por ahora. Delante está el starhopper…, flotando hacia adentro, a través del espacio, ceñido por la sujeción invisible del rayo tractor; está flotando lentamente hacia los soldados de asalto, más allá de la formación de cazas TIE (que son la mitad de lo que necesitan y una tercera parte de lo que Rae preferiría).

Ellos le aventajan en número; lo más seguro es que el starhopper tenga un piloto. Tal vez dos o tres tripulantes.

La nave flota cada vez más cerca.

Sloane se pregunta: «¿Quién eres? ¿Quién está dentro de ese pequeño bote de hojalata?».

De repente: un destello brillante y un temblor… El starhopper repentinamente se ilumina de color azul en la parte frontal.

Detona una lluvia de fuego y chatarra.

—Quienes quiera que hayan sido —dice el teniente Tothwin—, no querían ser descubiertos. Supongo que prefirieron una salida rápida.

Sloane está parada entre los restos humeantes del caza de largo alcance. Apesta a ozono y fuego. Un par de relucientes droides astromecánicos negros zumban, disparando espuma extintora de incendios sobre las últimas flamas. Tienen que virar entre la casi media docena de soldados de asalto tirados alrededor, inmóviles. Cascos quebrados. Corazas carbonizadas. Rifles bláster dispersos y despedazados.

—No seas un corderito ingenuo —dice ella, frunciendo el ceño—. No, el piloto no quería ser descubierto. Pero todavía está aquí. Si no quería que lo voláramos en mil pedazos allá afuera, ¿realmente crees que estaría ansioso de estrellarse y morir aquí adentro?

—Podría ser un ataque suicida. Maximizar el daño…

—No. Él está aquí. Y no puede estar muy lejos. Encuéntralo.

Nils asiente con un movimiento de cabeza agudo y nervioso.

—Sí, almirante. Enseguida.

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