Aftermath

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Parte Tres » Capítulo 27

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CAPÍTULO VEINTISIETE

Wedge se tambalea por el corredor del palacio del sátrapa. El dolor lo jala como si fuera una cadena pesada. La fatiga le está chupando la energía. Sin importar qué tan rápido esté latiendo su corazón, sin importar cuánta adrenalina siente fluir a través de él, sus huesos le dicen una cosa: «Date por vencido, recuéstate, cede».

Cuando la energía falló hace tan solo unos minutos, se le cayeron las esposas como si fueran juguetes de niños. Ahora está libre.

O próximo a estarlo.

Voces en la cercanía. Voces alarmadas. Seguidas del sonido de marcha: pies estrepitosos. «Soldados de asalto». Wedge hace una mueca y se mete dentro del nicho más cercano, un espacio angosto con una vasija de cerámica que le sirve de hogar a una de las orquídeas selváticas del planeta. Se aprieta junto a la vasija y trata de calmar la respiración.

Pasos más cerca, más cerca.

El parloteo de soldados:

—El almirante cree que fue alguna especie de distracción.

Otros:

—O tal vez ellos no quieren que nos vayamos.

—¿Quiénes son ellos?

—¿Tiene siquiera importancia?

Sus voces son cada vez más fuertes. Hasta que pasan caminando. Se detienen. Y se detienen justo al lado del nicho. Solo a unos cuantos pasos de Wedge, que está escondido tras las sombras del espacio intersticial. Tensa los músculos. Se prepara para el ataque…

«No». No funcionará. Está demasiado lastimado. Cualquier otro día, si estuviera saludable, podría eliminar a un par de estas cabezas de cubeta. Estrellar sus cascos uno contra otro, tomar uno de sus rifles bláster, dirigirse a la puerta… Pero en este estado, lo vencerán. Ellos son los que le provocarán dolor a él.

Mejor se queda quieto. Quieto como las estrellas.

Los soldados de asalto miran a su alrededor. Se reportan:

—Nada en el tercer piso. Nos dirigimos al cuarto.

Continúan su camino.

Wedge suelta un suave suspiro de alivio al escuchar que los pasos se esfuman.

Le duelen los músculos. Casi le fallan las piernas: su rodilla se derrumba repentinamente. Cuando por reflejo se regresa de golpe, impacta la cerámica.

Traquetea y se tambalea. Haciendo eco en el corredor.

Los pasos regresan.

«No, no, no».

Uno de los soldados le pregunta a otro:

—¿Escuchaste algo?

—Allá atrás.

Se acercan de nuevo.

«Parece que no tengo otra opción». Es pelear o ser encontrado. Sobrevivir a cualquier costo o regresar a los grilletes. Se tensa, plantando sus pies en la mejor postura de pelea que puede lograr. Y con un pie aplasta nuevamente la vasija. La cual se desliza hacia atrás, haciendo el chirrido de roca contra roca.

Al hacerlo, de pronto el muro en el nicho detrás de él se abre.

Es una puerta delgada, angosta. ¡Un pasaje secreto!

Es ahora o nunca. Wedge se desliza más allá, hacia la oscuridad del espacio abierto. Los pasos se acercan, pero, del otro lado, Wedge ve un botón sobresaliendo del muro. Lo aplasta con la palma de la mano, y la puerta se cierra tras él, justo cuando alcanza a entrever una armadura blanca.

Temmin está sentado, temblando. Se siente atontando. Sudoroso y nauseabundo. Trata de mantener la calma cuando Jas le dice que el caza TIE de su madre, el que le salvó la vida hace tan solo una hora, se estrelló en el palacio del sátrapa.

Intentan consolarlo. Hasta Huesos le pone una garra metálica en el hombro. Pero se quita a todos de encima. Les dice que estará bien.

Él trata de contener las lágrimas y aparta la mirada para que no lo puedan ver. De cara a la pared, su mandíbula bien apretada, las manos temblorosas bajo la mesa.

La cosa es que siempre supo que este día llegaría. Su madre, allá afuera en algún lugar de la galaxia. Luchando por los rebeldes. Haciendo recorridos de abastecimiento a través de territorio imperial. Cada día que no hablaba con ella (la mayoría de sus días) era un día en que él sabía que ella podría estar muerta. Con su nave flotando allá afuera. Y su cuerpo todavía atado al asiento de cualquier montón de chatarra, de desecho de nave, que los rebeldes tuvieran en algún hangar raído. Ese pensamiento a veces le venía como en pesadillas. Ella persiguiéndolo, con sus ojos muertos y su boca colgando, abierta. O imperiales llegando a su puerta para decirle que la habían matado. O un ataúd con ella dentro, apareciendo en su puerta un día.

Y ahora ese día ha llegado. Justo después de que habían vuelto a hacer contacto.

Mientras Jas no para de hablar de cómo la misión no ha terminado, sobre cómo ellos todavía tienen que hacer el trabajo, todo lo que Temmin puede hacer es navegar en estos sentimientos, demasiado conocidos, que se remueven dentro de él como un mar agitado por la tormenta.

La ira reina esos mares. Ira contra ella por dejarlo y dedicarse a una causa que siempre fue más importante que él. También ira contra él mismo por ser egoísta, y por no haber hecho un mejor uso del tiempo cuando ella estuvo aquí. Ira contra todos, de hecho: ira contra Sinjir y Jas por arrastrarlos a ambos a esto, ira contra Surat por ser Surat, ira contra la Nueva República y contra el Imperio Galáctico y…

Se oye el sonido de una silla patinando contra el suelo.

Él voltea, mientras los otros jadean.

Una mujer se sienta en la silla, al extremo de la mesa, y jala hacia atrás el velo que cubre su rostro.

—Mamá —dice él. Su voz es débil, muy débil.

Su costado esta raspado, y su rostro está sucio y también un poco ensangrentado.

—Tú…, chocaste —dice Jas.

Norra encoge los hombros.

—Resulta que los caza TIE tienen un asiento eyectable después de todo.

Temmin gatea sobre la mesa, tumbando la botella de plooey de Sinjir al suelo. Él apenas si lo nota. Lo único que le importa en este momento es lanzarse sobre su madre. Ella le devuelve el abrazo.

El abrazo dura, dura, largo tiempo, aunque de repente él se da cuenta de que no es suficiente.

«El apagón energético», piensa Rae.

Cuando el caza TIE se estampó contra el palacio, destruyendo sus naves, la energía se fue por unos segundos. Y aparentemente, eso fue todo lo que se necesitó.

Porque ahora, su prisionero se ha ido. Wedge Antilles está suelto en el palacio. Las esposas magnéticas que lo sujetaban fallaron cuando se fue la energía. Y un edificio viejo como ese no tiene instalación de respaldo. Ninguna batería, fuera de las instalaciones, ningún generador suplementario.

—Esto no es bueno —dice Rae, enunciando lo obvio.

—Estaremos bien —dice Adea, aunque su voz no transmite confianza—. Pondré a las tropas en ello.

—Bien —dice Rae. Adea sale del cuarto, y la almirante levanta la cabeza del droide médico. Eliminado por Antilles, probablemente.

Esto se convierte en un problema adicional. Uno grande. Toda la cumbre ha sido un problema sumándose a otro, para engendrar problemas completamente nuevos. Una maraña de apareamiento, de errores y desastres. Fuera de juego, del atardecer al amanecer.

Le dijeron que esto era una mala idea. Pero Rae insistió. Ella se aferró a esta idea, la que a menudo mencionaba el conde Denetrius Vidian: «Olvida las viejas costumbres». Ella acogió esa idea una y otra vez, porque las antiguas maneras no le habían conseguido al Imperio nada más que su no intencionada obsolescencia. Un nuevo camino hacia adelante tendría que ser lo que curara al Imperio y sanara a la galaxia. Eso aseguraría una paz apropiada antes de que el caos creciera, renovado, de las semillas arrojadas por la destrucción de la segunda Estrella de la Muerte.

Pero ahora no está segura. Tal vez las viejas costumbres sí son la única forma. Control asertivo. Fuerza autoritaria. El puño de acero en un guante negro.

Sloane se concentra.

Tienen que encontrar a Antilles. Otra vez.

El pasaje es del ancho suficiente para una persona; una marcada diferencia con los grandes corredores del palacio, que eran lo bastante amplios como para admitir una fila de guardias, tal vez incluso un par de speeders si lograbas hacerlos pasar por la puerta. Este es más pequeño. Íntimo. Un pasaje para el sátrapa…, o las visitas del sátrapa.

Todo es nuevo para él, incluso ahora. Wedge no es precisamente parte de las capas superiores de la galaxia. Creció ensuciándose las manos en un depósito de combustible y trabajando en granjas locales durante su tiempo libre. Pero de todas formas, tiene algo de sentido este pasaje: desde luego que el sátrapa querría una forma de moverse por el palacio sin ser visto. Aliviado de consejeros o dignatarios queriendo esto o aquello. Además, Wedge siempre escuchó que las ciudades de Akiva estaban llenas de pasajes secretos, tanto al nivel del suelo como debajo.

La gran pregunta es: ¿ahora qué?

Se ha detenido el tiempo suficiente como para recuperar el aliento. Mientras se desliza por el pasaje, luces cristalinas de color azul aumentan en un lento resplandor. Cuando pasa de largo, ellas vuelven a atenuarse, iluminando de esta forma tres metros a la vez. Un efecto hermoso, aunque un tanto espeluznante.

A veces pasa pequeñas hendiduras a través de las cuales brilla la luz apropiada: la luz del día caluroso afuera de los muros frescos del palacio. Esos destellos de luz se sienten como la libertad. Esto le da esperanza, pero también es agonizante.

—Tan cerca —se musita a sí mismo.

Pero entonces, da la vuelta en una esquina pronunciada y observa. Un imponente rayo de luz que entra por una vieja ventana, con el vidrio deformado por el tiempo.

No es una ventana grande.

Pero es bastante grande. Él podría caber por ahí. Si la rompe, él podría trepar hacia el otro lado y…

Se asoma por el cristal distorsionado y ve la caída.

Tres pisos.

Y no son tres pisos como de una pequeña escuela corelliana, sino tres pisos de palacio. Son quince, veinte metros al suelo.

Tal vez escalar sería una opción. O, si hay una ventana ahí, puede ser que haya otras más abajo. Si el pasaje continúa…

La idea se asienta en sus huesos.

Él podría salir. Podría ser capaz de hacer que funcione. ¿Pero, luego qué? Sale a la ciudad. Herido. Tal vez lo logra, tal vez no. Tal vez lo vuelven a capturar en una hora, o diez, o después de algunos días. ¿Qué cambiaría? La ocupación ya sucedió. Algo grande está pasando ahí, en ese palacio, ahora mismo. Huir podría salvarle la vida.

¿Pero salvaría a la Nueva República?

No. Su única oportunidad es quedarse ahí. Permanecer en el palacio y averiguar qué está sucediendo; o, por lo menos, encontrar una manera de mandar una comunicación a Ackbar y a los demás.

Mira hacia afuera de la ventana una última vez.

Tan cerca…

Luego continúa caminando.

Norra se toma un momento para pensar en el reencuentro. Está cansada, después de todo, y francamente solo quiere asimilar lo que pasó. Le duele el cuerpo, hasta la médula de sus huesos, durante el camino entero. Cada vez que parpadea ve cómo se le va acercando el palacio. Recuerda su mano estirada para sujetarse de la consola: una idea estúpida, porque, ¿acaso de alguna forma pensó que eso suavizaría el choque?

Su palma aplastó los botones.

Uno de esos botones era el eyector.

Lo siguiente que recuerda: ella saliendo hacia arriba y hacia afuera; el TIE estrellándose y rodando encima de las tres naves. Su paracaídas se abrió tarde, muy tarde. Un viento fuerte la levantó y la jaló hacia la derecha. Y de repente se estaba arrastrando sobre el suelo, con la manga de su brazo hecha jirones y su piel maltratada, raspada hasta quedar en carne viva.

Entonces, por un momento, acepta el abrazo y las sonrisas de las dos personas que son relativamente extrañas para ella, pero quienes, ahora al menos, se sienten un poco como amigos, o familia: la cazarrecompensas y el eximperial.

Incluso el droide de ojos maniacos de su hijo dice:

—ME ALEGRO DE QUE SU EXISTENCIA NO SE HAYA REDUCIDO A ÁTOMOS DISPERSOS, MAMÁ DEL AMO TEMMIN.

Ella se ríe. Todos lo hacen. Ella jala a Temmin a su lado y pone su brazo alrededor de su cintura, mientras él está de pie a un lado de ella.

—Yo también estoy contenta de estar viva —dice ella. Pero lo siente: el momento ha terminado. Frunce la ceja y dice con una seriedad grave—: Pero todavía tenemos trabajo por hacer. Tenemos que entrar al palacio y creo saber cómo.

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