Aftermath

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Parte Tres » Capítulo 31

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CAPÍTULO TREINTA Y UNO

El tiempo, fragmentado entre apretones de gatillo. Jas se deja caer de rodillas y enfrenta la horda que viene mientras los demás huyen. El rifle largo en su mano. Su ojo en la mira. Allá abajo, en dirección de la entrada, ellos se desbordan.

Un destello de metal corroído. Piernas de pistón. Corazas abolladas. Largas extremidades desgarbadas con múltiples articulaciones. «Droides», piensa ella. Droides lunáticos, rabiosos. Cada uno diferente del otro. Ojos brillantes. Gemidos mecanizados.

Se apresuran por el pasadizo. A unos treinta metros de distancia. Abalanzándose hacia adelante como cosas salvajes, como los lobos-jabalí de pelaje dorsal de Endor corriendo sobre cuatro patas. Por las paredes. Deslizándose como arañas a lo largo del techo derruido.

¡Bum! ¡Bum! ¡Bum!

El lanzabalas dispara proyectil tras proyectil.

Ellos caen, uno por uno. Ella desprende las piernas del primero, que se viene abajo, y el cuello se le quiebra al caer. Sale una chispa cuando un disparo perfora el cráneo metálico de uno y este se desploma contra otro del enjambre. Emiten alaridos y chirridos. Ella dispara otra vez, y uno de los cráneos se bota, traqueteando contra el muro con un ruidoso eco…

Es entonces cuando lo ve.

No son droides. Son otra cosa. Seres. Cosas de ojos negros. Con las bocas abiertas, mostrando un acerico de dientes-aguja salvajes. La cosa que pierde su placa craneal corre hacia un lado, la recoge y la vuelve a fijar antes de unirse, nuevamente, a la multitud encarcerada.

Veinticinco metros.

¡Bum!

Veinte. Dieciocho.

Más cerca, más cerca.

«Son demasiados», piensa ella. Una docena aquí y hay más saliendo a borbotones de la fábrica. Una tribu completa de estas cosas. Una colmena.

Ella tiene las municiones. Ella puede hacerlo. Pero entonces, escucha la voz de la tía Sugi susurrando dentro de su oreja: «Tienes que saber cuándo correr, mi niña».

Ese era un mensaje para Jas, solo semanas antes de que siguiera su consejo. Quizá con la forma en que Sugi quiso decirlo, quizá no. De cualquier manera, ella escapó de su planeta natal. Un lugar terrible. Un lugar extraño, Iridonia. Brutal e implacable.

Quince metros.

Sus dos corazones palpitan en tándem de manera veloz, rebasando la velocidad con la que ella puede apretar el gatillo.

Doce metros.

¡Bum!

Ellos emiten alaridos, hacen clic y se arremolinan.

Una mano en su hombro; una voz, amortiguada y casi perdida debajo del zumbido en sus oídos. Es el muchacho.

—Tenemos que irnos —está diciendo él—. Son demasiados.

—¡Yo puedo hacerlo! —grita ella.

Pero no puede. Ella sabe que no puede.

«Tienes que saber cuándo correr, mi niña».

Ahora es el momento de correr.

Las historias eran ciertas, se da cuenta Temmin…, desde cierto punto de vista. Lo que salió a borbotones de esa antigua fábrica de droides no eran fantasmas. El sitio no estaba embrujado por espíritus o espectros de la Fuerza.

Y tampoco está embrujado por droides viejos defectuosos.

Son los uugteen.

Cuando regresa por Jas, ve uno; lo que pensaban que eran droides eran solo los uugteen cubiertos con partes de droides a modo de armadura. Las pálidas cosas salvajes, casi humanas pero lo bastante diferentes como para seguir siendo monstruos, suelen quedarse en las selvas y los cañones. Aunque a veces encuentran cuevas donde vivir. Las catacumbas debajo de Myrra no solo son cuevas. Constituyen todo un sistema de cuevas. Tal vez se conecten hacia afuera por otro lugar: al Cañón de Akar, o incluso hasta la costa del extremo sur. Esta manada ha estado viviendo aquí abajo por largo tiempo, ¿no es así? Ni siquiera importa ahora. Porque Temmin y sus amigos están asediados. Perseguidos. Y los monstruos están ganando terreno rápidamente.

Jas voltea de forma súbita, y dispara hacia una viga de roca medio derrumbada que cuelga sobre el pasadizo. Con un tiro, se agrieta. Comienza a astillarse. Dos tiros, y esas grietas se separan. Pero la manada está casi sobre ellos. Farfullan y gritan como personas en llamas. Otra vez Temmin trata de empujarla a seguir…

Pero ella lanza un último disparo. La viga se derrumba. Un agua chorrea junto con ella. Y se estrella contra los monstruos.

Eso los retrasará.

Por un momento.

Corren de nuevo, dan la vuelta en la esquina. Ahí comienzan a irse hacia arriba, y Temmin sabe que se están acercando al terreno del Distrito Real. Otra media hora caminando y estarán en (o debajo de) el palacio del sátrapa.

Señor Huesos se derrapa al detenerse. Baja la caja de detonadores. Su brazo de astromecánico acelera, nublando el aire. Su otro brazo se retrae, revelando el vibrocuchillo. Huesos emite sonidos como los uugteen: alaridos amenazadores, ladridos, estallidos gargarizados de distorsión mecánica.

Temmin le grita, le dice al droide que este no es el momento.

Pero Huesos está programado para defender a Temmin. Esa es la programación que se antepone a todo lo demás. Fiero, leal, psicótico.

Los uugteen se arremolinan sobre la viga quebrada.

Temmin escucha a su madre llamándolo. Él trata de decirle a Huesos que se mueva, incluso jalando del brazo del droide de combate. Pero no se mueve.

Entonces, él mira hacia abajo. Cerca de los pies del droide. Ahí está la caja de detonadores.

«La caja de detonadores».

—¡Tengo un plan! —le grita a Huesos—. ¡Vamos, vamos!

Él saca uno de los detonadores de la caja. Solo uno. Luego lo abre, gira la parte de arriba a su espoleta más corta y lo lanza de regreso a la caja de donde vino. Luego grita:

—¡Corran! ¡Todo mundo, corra!

Temmin sale corriendo, forzando las piernas, tensando todos los músculos mientras hace señas a todos para que se alejen. Huesos corre a su lado, los pies del droide golpean fuerte contra el ladrillo. El droide de combate grita:

—TODO HARÁ BUM.

Seis segundos. Los uugteen se arremolinan.

Cinco segundos. Norra hace señas a su hijo y a los demás para que sigan adelante.

Cuatro segundos. Los monstruos con coraza de droides corren hacia la caja.

Tres segundos. Jas pivota; dispara su rifle por encima del hombro de Temmin.

Dos segundos. Huesos se carcajea.

Un segundo. Temmin hace un gesto de dolor y se arroja al suelo mientras…

Él levanta la cara del suelo. Su cabeza pulsa como el motor de una moto deslizadora en reposo. Temmin se levanta apoyándose con las manos; polvo y pedazos pequeños de roca se le caen del cabello. Él se hace para atrás justo a tiempo para ver a Jas saltar hacia adelante e insertar la culata de su rifle en la máscara de uno de los uugteen (tiene el rostro de un droide de protocolo pintado de lo que parece ser sangre; la máscara está quebrada por la mitad y su rotura es dentada, de tal forma que parece una boca horripilante). Y la cosa gira velozmente y cae. Huesos lo pisotea una y otra vez.

Temmin piensa: «No funcionó. El plan no funcionó».

Pero luego se sostiene a sí mismo contra el muro y se impulsa hacia arriba. Jas le extiende una mano y él la toma. Dos de los uugteen yacen en el suelo fracturado, ahí el suelo está torcido, hay mosaico esporádico. Todo está destrozado.

El túnel está sellado.

—Rezagados —dice Jas, haciendo un gesto hacia los dos monstruos. De cerca, puede ver su carne pálida bajo la armadura; revelada entre las juntas, como la piel de un cangrejo krill cuando la volteas para llegar a su carne—. ¿Estás bien?

Temmin asiente con la cabeza, aturdido.

—Esa fue una buena idea —dice Jas, y luego se quita del camino con un paso ligero, al tiempo que Norra se arroja sobre su hijo, envolviéndolo con sus brazos.

—Esa fue una buena idea —ratifica Norra. Y le besa la frente. Él piensa distraídamente, «a pesar de que estoy sucio». Eso es lo que una madre hace.

—Gracias —dice él. Ese tono agudo todavía se mueve en sus oídos y su cabeza aún está martillando como lluvia pesada en un viejo tambo de combustible.

Sinjir se acerca, sacudiendo el polvo de su uniforme de oficial.

—Aún no abramos una caja de espumoso. Les recordaré a todos, con indiferencia, que el muchacho acaba de detonar nuestra llave al palacio del sátrapa.

«Sí», piensa Temmin. «Ahora tendremos que regresar. Y todo estará bien otra vez».

—No podemos regresar —dice Jas.

—Supongo que se acabó —añade Temmin, encogiéndose de hombros. Él trata de no mostrarse ansioso—. Todo esto…, todo esto pasará. Encontraremos un camino de regreso a la superficie, y…

Sinjir levanta la cabeza.

—¿Camino a la superficie? ¿Puedes encontrarnos una salida aquí cerca?

—Me cae que sí —dice Temmin.

—Esa boca… —dice su madre.

—Lo siento. Pero sí. Mmm, espera… —Desenrolla el mapa, y el corazón le palpita en el pecho a un kilómetro por minuto. «Estamos fuera de peligro». Sus dudas respecto a todo ya no importaban—. Aquí. Cerca. Cinco minutos y estamos ahí. Este camino nos debería llevar directo al viejo edificio del Clan Bancario.

—No a nosotros —dice Sinjir—. A mí.

Eso lo hace merecedor de algunas miradas de perplejidad.

—Estoy vestido para la ocasión de duplicidad —dice él, mostrando su uniforme de oficial con un gesto a mano abierta—. Encontraré un camino hacia arriba y hacia afuera. Contactaré a los imperiales en el palacio. Debo ser capaz de encontrar la frecuencia, porque yo era un imperial con autorización de alto nivel. Y entonces haré que ellos nos abran la puerta.

Jas frunce el ceño.

—¿Y cómo planeas lograr eso?

—Esa es la parte brillante. Les diré que los túneles son su única salida segura del palacio.

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