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Capítulo 22

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CAPÍTULO 22

Antes de dirigirme a mi primera clase, me paro a pedir mi café de siempre en la cafetería, y veo que Landon me está esperando con una sonrisa. Tras nuestros respectivos saludos, una chica nos interrumpe para pedirnos que le indiquemos una dirección algo complicada, de modo que no tenemos ocasión de ponernos al día hasta que nos dirigimos a la última clase de la jornada. La clase que llevaba todo el día temiendo, pero a la vez deseando que llegara.

—¿Qué tal el fin de semana? —me pregunta Landon, y yo gruño.

—Fatal, la verdad. Fui a otra fiesta con Steph —le cuento, y él pone cara de dolor y se echa a reír—. Seguro que el tuyo fue mucho mejor. ¿Qué tal con Dakota?

Su sonrisa se intensifica cuando menciono su nombre, y caigo en la cuenta de que yo no le he dicho que vi a Noah el sábado. Landon me dice que su novia ha solicitado plaza en una escuela de ballet de Nueva York y lo feliz que está por ella. Durante toda la conversación, no paro de preguntarme si los ojos de Noah se iluminan como los suyos cuando habla de mí.

Al entrar en clase, Landon me cuenta que su padre y su madrastra se alegraron mucho de verlo, pero yo estoy inspeccionando el aula y no le presto mucha atención; el asiento de Hardin está vacío.

—¿No se te hará duro que Dakota se marche tan lejos? —consigo preguntar mientras nos sentamos.

—Bueno, ya estamos separados ahora, y funciona. La verdad es que sólo deseo lo mejor para ella, y si eso es Nueva York, pues ahí es donde quiero que esté.

El profesor entra en clase y nos callamos. «¿Dónde está Hardin? No irá a saltarse las clases sólo para evitarme, ¿no?»

Nos sumergimos en el mundo de Orgullo y prejuicio, un libro mágico que ojalá todo el mundo leyera y, sin apenas darme cuenta, la clase llega a su fin.

—Te has cortado el pelo, Theresa. —Me vuelvo y veo a Hardin sonriendo detrás de mí.

Landon y él intercambian unas incómodas miradas y yo intento pensar en algo que decir. No sería capaz de mencionar nuestro beso delante de Landon, ¿verdad? Sus hoyuelos, tan profundos como siempre, me dicen que sí, que sí sería capaz.

—Hola, Hardin —digo.

—¿Qué tal el fin de semana? —pregunta con aire engreído.

Tiro del brazo de Landon.

—Bien. Bueno, ¡ya nos veremos! —grito nerviosa, y Hardin se echa a reír.

Una vez fuera, al percatarse de mi extraño comportamiento, Landon me pregunta:

—¿A qué ha venido eso?

—A nada, es que no me gusta Hardin.

—Al menos no tienes que verlo mucho.

Hay algo raro en su tono de voz. Y ¿por qué habrá dicho eso? ¿Sabe lo del beso?

—Hum…, sí. Gracias a Dios —es lo único que consigo decir.

Se detiene.

—No iba a decirte nada porque no quería que me asociases con él, pero —sonríe algo nervioso— el padre de Hardin está saliendo con mi madre.

«¿Qué?»

—¿Qué?

—Que el padre de Hardin…

—Sí, sí, ya te he oído, pero ¿el padre de Hardin vive aquí? ¿Qué hace Hardin en Washington? Pensaba que era británico. Y si su padre está aquí, ¿por qué no vive con él?

Coso a Landon a preguntas hasta que consigo refrenarme. Parece confundido, pero menos nervioso que hace un momento.

—Es de Londres; su padre y mi madre viven cerca del campus, pero Hardin y su padre no tienen una buena relación. Así que, por favor, no le cuentes nada de esto. Ya nos llevamos bastante mal de por sí.

Asiento.

—Claro, por supuesto.

Me vienen a la cabeza un millón de preguntas más, pero permanezco en silencio mientras mi amigo empieza a hablarme de nuevo de Dakota, y sus ojos se iluminan con cada palabra que pronuncia sobre ella.

De regreso en mi habitación, Steph todavía no ha vuelto, ya que sus clases terminan dos horas más tarde que las mías. Me organizo los libros y los apuntes para estudiar, pero decido que prefiero llamar a Noah. No me contesta, y de nuevo desearía que estuviera aquí conmigo en la facultad. Las cosas serían mucho más fáciles y cómodas. Podríamos estar estudiando o viendo una película juntos ahora mismo.

No obstante, sé que pienso en estas cosas porque la culpabilidad que siento por haber besado a Hardin me está consumiendo. Noah es un encanto, y no se merece que le ponga los cuernos. Soy afortunada de tenerlo en mi vida. Siempre está ahí para mí, y me conoce mejor que nadie. Nos conocemos básicamente de toda la vida. Cuando sus padres se mudaron a nuestra calle, yo me alegré mucho de que hubiese alguien de mi edad con quien poder relacionarme, y esa alegría se fue intensificando conforme fui conociéndolo y vi que era un chico tradicional, como yo. Pasábamos nuestro tiempo juntos leyendo, viendo películas y dando vida al invernadero del jardín trasero de casa de mi madre. El invernadero siempre ha sido mi refugio; cuando mi padre bebía, yo me escondía allí, y nadie excepto Noah sabía dónde encontrarme. La noche en que mi padre nos dejó fue horrible para mí, y mi madre todavía se niega a hablar de ello. Al hacerlo se le caería la máscara perfecta que ha creado para sí, pero yo aún necesito sacar a relucir el tema de vez en cuando. Aunque lo odiaba por beber tanto y por maltratar a mi madre, en el fondo sigo sintiendo la necesidad de tener un padre. Aquella noche, refugiada en el invernadero mientras mi padre gritaba y perdía los papeles, no paraba de oír cristales que se hacían añicos en la cocina, y entonces, cuando todo terminó, unos pasos. Me aterraba la idea de que mi padre viniese a por mí, pero era Noah. Y nunca había sentido tanto alivio en toda mi vida de ver a alguien que me hacía sentir segura.

Ese día nos hicimos inseparables. Con los años, nuestra amistad se convirtió en algo más, y ninguno de los dos ha salido con otra persona desde entonces.

Le mando un mensaje para decirle que lo quiero y decido echarme una cabezadita antes de empezar a estudiar. Saco mi agenda y compruebo el trabajo que tengo una vez más para asegurarme de que puedo permitirme una siesta de veinte minutos.

No llevo ni diez dormida cuando oigo que alguien llama a la puerta. Supongo que Steph se ha olvidado la llave y abro la puerta medio grogui.

Evidentemente, no es ella. Es Hardin.

—Steph aún no ha vuelto —digo, y vuelvo a la cama dejando la puerta abierta.

Me sorprende que se haya molestado en llamar, porque sé que Steph le dio una llave por si ella se la dejaba. Tendré que hablar con mi compañera de cuarto al respecto.

—La esperaré —dice, y se deja caer sobre la cama de Steph.

—Como quieras —gruño, y paso por alto su risita mientras me cubro con la manta y cierro los ojos.

Bueno, más bien intento pasarla por alto. Sé que no voy a dormirme sabiendo que Hardin está en mi habitación, pero prefiero fingir que duermo a tener que enfrentarme a la incómoda e irrespetuosa conversación que tendríamos si no lo hiciera. Trato de hacer caso omiso del ruido de su golpeteo en la cabecera de la cama hasta que suena la alarma de mi móvil.

—¿Vas a alguna parte? —pregunta, y yo pongo los ojos en blanco aunque no me vea.

—No, quería descansar veinte minutos —le digo, y me incorporo.

—¿Te pones la alarma para asegurarte de que sólo te echas veinte minutos de siesta? —dice en tono divertido.

—Pues sí, pero ¿a ti qué más te da? —Cojo mis libros, los coloco en el orden de mis clases y apilo los apuntes correspondientes encima de cada uno de ellos.

—¿Tienes un trastorno obsesivo-compulsivo o algo así?

—No, Hardin. No todo el mundo está chiflado por querer hacer las cosas de una manera concreta. No tiene nada de malo ser organizado —le ladro.

Y, por supuesto, él se echa a reír. Me niego a mirarlo, pero veo con el rabillo del ojo que se levanta de la cama.

«Por favor, no te acerques. Por favor, no te acerques…»

Se coloca delante de mí, mirando hacia el lugar donde yo estoy sentada sobre mi cama. Coge mis apuntes de literatura y les da la vuelta un par de veces, exagerando como si estuviera ante un extraño artefacto. Intento cogerlos pero, como el capullo irritante que es, levanta más el brazo, de modo que me pongo en pie para quitárselos. Entonces, Hardin los suelta en el aire y éstos caen al suelo desordenados.

—¡Recógelos! —chillo.

Él me mira con una sonrisa maliciosa y dice:

—Vale, vale.

Pero a continuación coge mis apuntes de sociología y hace lo mismo con ellos.

Me apresuro a recogerlos antes de que los pise, pero eso también parece hacerle gracia.

—¡Hardin, para! —le grito justo cuando hace lo mismo con el siguiente montón.

Enfurecida, me incorporo y lo aparto de un empujón de mi cama.

—Vaya, parece que a alguien no le gusta que le toqueteen sus cosas —dice riéndose todavía.

«¿Por qué siempre se está burlando de mí?»

—¡Pues no! ¡No me gusta! —replico, y me dispongo a propinarle un nuevo empellón.

Él avanza hacia mí, me agarra de la muñeca y me empuja contra la pared. Su rostro está a unos centímetros del mío, y de repente me doy cuenta de que mi respiración es demasiado agitada. Quiero gritarle que me suelte y exigirle que recoja mis apuntes. Quiero abofetearlo y echarlo de mi cuarto. Pero no puedo hacerlo. Estoy paralizada contra la pared, y sus ojos verdes me tienen hechizada.

—Hardin, por favor. —Son las únicas palabras que consigo pronunciar.

Y, por el tono suave en que lo hago, no estoy segura de si le estoy rogando que me suelte o que me bese. Mi respiración no se ha ralentizado; siento que la suya se acelera también, y su pecho se hincha y se deshincha a gran velocidad. Los segundos parecen horas. Finalmente, aparta una de sus manos de mis muñecas, pero la otra es lo bastante grande como para sujetarme las dos.

Por un segundo creo que va a darme una bofetada, pero asciende la mano hasta mi pómulo y me acomoda un mechón de pelo detrás de la oreja. Juraría que puedo oír su pulso cuando acerca los labios a los míos, y un fuego interior hace que me arda la piel.

Esto es lo que he estado anhelando desde el sábado por la noche. Si tuviera que elegir una sensación para el resto de mi vida, sería ésta.

No me permito pensar por qué lo estoy besando de nuevo; tampoco quiero plantearme qué cosas horribles me dirá después. En lo único que deseo concentrarme es en la manera en que presiona el cuerpo contra el mío cuando me suelta las muñecas y me acorrala contra la pared, y en el sabor a menta de su boca. En cómo mi lengua danza con la suya y en cómo mis manos se deslizan sobre sus anchos hombros. Me agarra de la parte trasera de los muslos y me levanta. Mis piernas, como por instinto, rodean su cintura, y me quedo fascinada al comprobar que mi cuerpo, de alguna manera, sabe cómo responder a sus movimientos. Hundo los dedos en su pelo y tiro suavemente de él mientras Hardin retrocede hacia mi cama sin separar los labios de los míos.

La vocecita responsable que oigo en mi cabeza me recuerda que esto no está bien, pero la hago callar. No pienso parar esta vez. Tiro de su pelo con más fuerza, hasta que gime. El sonido me hace gemir a mí también, y ambos gemidos se mezclan de una manera deliciosa. Es el sonido más sensual que he oído jamás, y estoy dispuesta a hacer lo que haga falta con tal de oírlo de nuevo. Se sienta en mi cama y me coloca sobre su regazo. Sus largos dedos se clavan en mi piel, y el dolor que siento es maravilloso. Mi cuerpo empieza a mecerse suavemente hacia adelante y hacia atrás sobre su regazo, y él me agarra entonces con más fuerza.

—Joder —exhala en mi boca, y cuando lo hace experimento algo que jamás había sentido al notarlo duro contra mí.

«¿Hasta dónde voy a dejar que llegue esto?», me pregunto, pero lo cierto es que no tengo la respuesta.

Sus manos alcanzan el dobladillo de mi blusa y tira de ella, levantándomela. No puedo creer que esté dejando que haga esto, pero no quiero detenerlo. Interrumpe nuestro beso acalorado para quitarme la blusa por encima de la cabeza. Me mira a los ojos, y después desciende la vista hacia mi pecho mientras se muerde el labio inferior.

—Eres muy sexi, Tess.

Nunca me ha atraído la idea de decir cochinadas pero, por alguna razón, esas palabras proviniendo de la boca de Hardin se convierten en la cosa más sensual que he oído en mi vida. Jamás compro ropa interior especial porque nadie, literalmente nadie, me ha visto nunca con ella, pero en estos momentos desearía llevar algo que no fuera mi sencillo sujetador negro. «Aunque probablemente ya haya visto todos los tipos de sujetadores que existen», me recuerda la vocecita de mi cabeza. Trato de apartar esos pensamientos de mi mente, me agito con fuerza sobre su regazo y él me envuelve la espalda con los brazos y acerca mi cuerpo al suyo, hasta que nuestros torsos se tocan…

Entonces oigo el pomo de la puerta. Despierto al instante del trance en el que me encontraba, salto del regazo de Hardin y agarro mi blusa.

Steph entra por la puerta y se detiene de golpe al vernos a mí y a Hardin. Cuando asimila la escena que tiene delante, su boca forma una «O» enorme.

Sé que tengo las mejillas coloradas, no por la vergüenza, sino por las cosas que me hace sentir.

—¿Qué coño me he perdido? —espeta mirándonos a los dos con una enorme sonrisa. Juraría que sus ojos prácticamente aplauden de alegría.

—No mucho —dice Hardin, y se pone de pie.

Se dirige a la puerta y no se vuelve cuando sale de la habitación, dejándome a mí jadeando y a Steph riéndose.

—En serio, ¿qué coño ha pasado aquí? —me pregunta, y entonces se cubre el rostro bromeando como si estuviera horrorizada. Sin embargo, está demasiado emocionada por el cotilleo, y vuelve a asomar inmediatamente—. Hardin y tú… ¿Hardin y tú os estáis acostando?

Me vuelvo y finjo ordenar las cosas de mi escritorio.

—¡No! ¡Qué va! No nos estamos acostando —le digo. «¿Nos estamos acostando?» No, sólo nos hemos besado… dos veces. Y él me ha quitado la blusa, y yo estaba básicamente montándolo, pero no nos estamos acostando, en el sentido estricto de la palabra—. Tengo novio, ¿recuerdas?

Se acerca y me mira a la cara.

—¿Y qué? Eso no significa que no puedas montártelo con Hardin… ¡Pero es que no me lo puedo creer! Creía que os odiabais. Bueno, Hardin odia a todo el mundo, pero suponía que a ti te odiaba más que al resto —dice, y se echa a reír—. ¿Cuándo…? ¿Cómo ha empezado esto?

Me siento en su cama y me atuso el pelo.

—No lo sé. Bueno, el sábado, cuando te fuiste de la fiesta, acabé en su cuarto porque un pervertido intentó aprovecharse de mí, y entonces lo besé. Decidimos no volver a hablar de ello, pero hoy se ha presentado aquí y ha empezado a joderme, pero no de esa manera. —Señalo a la cama, y mi gesto hace que su sonrisita se intensifique—. Ha empezado a tirar mis cosas por ahí. Yo lo he empujado y no sé cómo hemos acabado en la cama.

Suena fatal cuando lo cuento. Esto no es propio de mí, como diría mi madre. Me llevo las manos a la cara. ¿Cómo he podido hacerle esto a Noah… otra vez?

—Vaya, qué morbo —dice Steph, y yo pongo los ojos en blanco.

—Qué va, es horrible, y está mal. Quiero a Noah, y Hardin es un capullo. No quiero ser una conquista más que añadir a su lista.

—Podrías aprender mucho de él… en lo que a sexo se refiere.

Me quedo boquiabierta.

«¿Lo dice en serio? ¿Sería capaz ella de hacer algo así? Un momento…, ¿lo ha hecho? ¿Hardin y ella…?»

—Ni hablar. No quiero aprender nada de Hardin. Ni de nadie que no sea Noah —contesto.

No me imagino a Noah y a mí enrollándonos de esa manera. En mi mente se repiten las palabras de Hardin: «Eres muy sexi, Tess». Noah jamás diría algo así. Y nadie me ha dicho nunca que fuese sexi. Noto que me pongo colorada mientras lo pienso.

—¿Tú lo has hecho? —pregunto con un poco de vergüenza.

—¿Con Hardin? No. —Y, por algún motivo, es un alivio oírlo. Pero entonces continúa—: Bueno…, no me he acostado con él, pero tuvimos algo cuando nos conocimos, aunque me dé vergüenza admitirlo. No obstante, no llegó a nada; fuimos amigos con derecho a roce durante una semana más o menos. —Lo dice como si no fuera nada del otro mundo, pero no puedo evitar sentir celos.

—Vaya, ¿derecho a roce? —pregunto.

Se me seca la boca, y de repente me sorprendo a mí misma cabreada con Steph.

—Sí, nada importante. Nos enrollamos y nos toqueteamos un poco. Nada serio —explica, y siento como si me clavara un puñal en el pecho.

La verdad es que no me sorprende, pero desearía no haberle preguntado.

—¿Tiene Hardin muchas amigas con derecho a roce? —No quiero oír la respuesta, pero no puedo evitar preguntar.

Steph suelta una risotada y se sienta en su cama delante de mí.

—Sí, las tiene. A ver, no tiene cientos, pero es un chico atractivo… y activo.

Es evidente que se ha dado cuenta de mi reacción y está intentando endulzarlo. Por enésima vez, tomo mentalmente la decisión de alejarme de él. No quiero ser la amiga con derecho a roce de nadie. Nunca.

—No lo hace por ser cruel ni para utilizar a las chicas; prácticamente se lanzan a sus brazos, y él les deja claro desde el principio que no busca una relación —añade, y recuerdo que ya me lo contó. Sin embargo, a mí él no me ha dicho eso cuando…

—¿Por qué no quiere tener una relación? —«¿Por qué no puedo parar de preguntar estas cosas?»

—Pues la verdad es que no lo sé… Escucha —dice bastante preocupada—, creo que podrías pasártelo muy bien con Hardin, pero también creo que él podría hacerte daño. A menos que sepas que serás capaz de no sentir nada por él, yo que tú me mantendría alejada. He visto a muchas chicas que se han colgado de él, y no es agradable.

—No, créeme, no siento nada por él. No sé en qué estaba pensando. —Me echo a reír y espero que al menos la risa parezca sincera.

Steph asiente.

—Bien. Bueno, y ¿qué tal con tu madre y con Noah?

Le cuento lo de la charla de mi madre, excepto la parte en que me hizo prometerle que dejaría de ser amiga suya. Nos pasamos el resto de la noche hablando de las clases, de Tristan, y de cualquier otra cosa que no sea Hardin.

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